January Allard | Subterraneo 3
Llevaba un rato encogida, intentando aguantar unas lágrimas que pujaban por salir y que me negaba a que aquellos bastardos viesen. Era cuestión de orgullo y cabezonería, y yo iba sobrada en ambas y el plato de papilla repugnante que permanecía ileso apenas un metro más allá lo demostraba. No sabía si me traería problemas, no sabía cuánto duraría sin comer, puesto que mi estómago, que no había probado alimento desde la noche anterior, comenzaba a gritar en pos de ayuda, pero no importaba: no quería comer y no lo haría, aunque me rugieran las tripas hasta que se convirtieran en la banda sonora de la escena de muerte de todos los allí encerrados. Y menos cuando me planteé que aquel alimento pudiera estar drogado. Tantas horas sin consumirlo habían propiciado un casi inapreciable cambio: estaba algo más despierta. Probablemente nadie lo hubiera notado, y menos viéndome encogida en aquella habitación, intentando guardarme para mí el pánico atroz que me recorría todo el cuerpo, pero yo sí notaba que mi mente iba un poco más rápido, que hilaba mejor las palabras o que a mi alrededor todo parecía más real.