Moondale

Etiqueta: Antailtire

  • EL ORIGEN DEL MIEDO

    DIARIOS DE DESTINO

    NEXUS

    La ciudad de ‘Flecha’ estaba llena de vida y luz pese a haber caído la noche hacía ya horas. Ajenos a que sus beneficios y protecciones se habían desvanecido junto a la derrota de Antailtire, sus vidas seguían como si en el castillo aún habitase alguien. Aunque no estaban del todo errados.

    Una sombra recorrió a toda velocidad sus calles y se adentró en el vacío castillo, decorado con excesos para todos los gustos que podía presentar quien vivía en él. A la sombra se le unieron más y más, que empezaron a tomar una forma tangible bajo la luz de la luna. Era un ser de un negro insondable, tan oscuro que la luz parecía huir de él. La silueta, apenas humanoide porque no pretendía parecerse a aquellos seres inferiores, caminó hasta un ventanal y observó la ciudad festejando.

    Parásitos. Alimentados durante un milenio con la sangre del resto de mundos. Infantes mimados que no han conocido el hambre, la enfermedad o la guerra. La utopía de alguien que creía ser un dios. Que se veía con tanto poder como para osar encerrar a uno.La silueta mostró una sonrisa de dientes blancos y afilados. – Pero ya no. Al final te alcanzó la profecía, pequeña deidad. Y yo sin embargo, estoy aquí, libre, mientras tú vives una eternidad de locura.los ojos de la oscuridad miraban más allá, tan lejos como podía estar el Vacío, donde Antailtire cumpliría su condena. – Y ahora uno de los tuyos cumple mis órdenes. Que osadez pensar que podrías controlar el miedo. ¿No sabías que yo soy el origen del miedo? No te preocupes, le daré buen uso, ahora mismo está alimentándose de los Daë que han enviado a detenerme a mí. – el ser soltó una risotada que reverberó en el salón. – No espero que dure eternamente, pero yo me encargaré cara a cara. Hace mucho que no disfruto de la libertad. Y quería empezar devolviéndote mi encierro y asegurándome de que lo vieses a través de mis ojos.

    La visión viajó hacia el insondable Vacío, donde Ella la dejó pasar para que la cordura de Antailtire empezara a resentirse antes de conocerla siquiera. Vio su ciudad, su obra de siglos seleccionando culturas, ajustando sus relaciones para obtener lo mejor de lo mejor y crear una sociedad perfecta. Su gente festejaba, pero las luces empezaron a fallar y apagarse. Las personas entraron en pánico y la oscuridad, como tentáculos, comenzó a adentrarse y corromper a algunos de ellos, que se golpeaban, asaltaban comercios y cometían toda clase de fechorías seguidos rápidamente por los que no estaban aún corruptos. En tan solo unos segundos, Chernobog había convertido su Utopía en una caos de crimen y destrucción. Aun así, una pizca de la cordura de Antailtire empezó a quebrarse y se echó a reír, porque sabía que ahora les tocaba a los New Moondies, y ese nombre se grabaría con obsesión en su fracturada mente.

  • EL DESENLACE SEGUNDA PARTE

    XANDER ECHOLLS

    NOCHE

    Tras la aparición de los Daë, a la orden de mi hermana Ellie, redoblamos nuestros esfuerzos tratando de abrirles camino hasta nosotros. El grupo se enfrentó cara a cara con las Manos, superando sin demasiada dificultad a aquellos que tan mal nos lo habían hecho pasar en la luna.

    Había visto a Owen hincar la rodilla en el suelo y me dispuse a ayudarle, pero cuando lo encontré vi que Elliot ya le estaba ayudando a recuperarse, aunque había algo en la mirada del joven de los Williams. Era imposible, pero habría jurado que estaba dolorido.

    – [Idris]Esto parece el Señor de los Anillos y allí no había un jodido elfo negro.[/Idris] – escuché quejarse a Idris. En el cine habían tratado de representar batallas muchas veces, y pese a que muchas se quedaban en el recuerdo por ser muy buenas, todas se mostraban desde la distancia y ahora sin embargo, estábamos metidos de lleno en una, asediados por todos los frentes, tratando de rescatar a un grupo con más poder que el nuestro seguramente, pero que se encontraba rodeado.

    – [Xander]Hay que ayudarles a entrar en la Catedral.[/Xander] – les recordé. No teníamos que vencer a todas esas hordas de hombres y mujeres elegidos por sus habilidades para combatir en diferentes estilos, solo conseguir que llegasen hasta nosotros. En el caos de la lucha vi varias veces a algunos de los Daë. – [Xander]Na’amah está ahí, debe tener la cura para Owen en la bolsa.[/Xander] – dije mirando hacia Owen. Ella había sido la Guardiana a la que se había enfrentado mi tío Toph y entre otras, le había ofrecido como recompensa una cura. Si la teoría era cierta, los objetos que ofrecían habían sido suyos en vida, así que debían llevarlos encima. Por mi mente se cruzó la imagen del cristal que debía estar en posesión de Eleanor.

    Envuelto en un fulgor azul, Alastair se estaba enfrentando a un miembro de las Manos que no habíamos conocido. Cerca de él, Eleanor se enfrentaba a un hombre de cabellos rubios cubierto de una armadura digna de un héroe griego.

    Mientras ellos libraban sus combates uno a uno, nosotros retuvimos las oleadas hasta que las Manos empezaron a caer como dedos cercenados de Antailtire.

    – [Dante]No parece que necesiten mucha ayuda.[/Dante] – replicó Dante, golpeando con un bate a un gladiador que parecía recién cubierto de aceite.

    – [Kaylee]No sé cuánto vamos a aguantar, pero no tiene buena pinta.[/Kaylee] – dijo mi prima Kaylee. Casi juraría que la había visto sonreír como no lo había hecho en años, era como si la magia fuera una parte de sí que había tenido escondida en las sombras demasiado tiempo.

    – [Nate]Tened esperanza.[/Nate] – gritó Nate mientras abría camino viéndose rodeado de un grupo de caballeros de Kardas.

    – [Xander]Tenemos que aguantar hasta que crucen el portal.[/Xander] – alcé la espada y arremetí contra guerreros Oni de Nara. Necesitábamos esta victoria sin fallos, que los Daë cruzasen el portal y que Na’amah nos diera la oportunidad de curar a Owen. Así volveríamos todos a casa sanos y salvos.

    Mi hermana pequeña pasó por delante de mí envuelta en fogonazos de luz discontinuos. Aún no la controlaba por completo pero había mejorado de una forma increíble. Sus golpes derribaban demonios y su luz quemaba a los vampiros esclavizados de Valantis. – [Elle]Ánimo. Lo conseguiremos.[/Elle] – tras sus palabras Nate derribó una oleada de soldados romanos sin dificultad.

    Los Daë cada vez tenían el camino más abierto hacia la entrada de la Catedral. – [Henry] Ya casi está.[/Henry] – dijo Henry, que parecía saborear la esperanza que teníamos aferrada entre los dedos.

    De pronto el campo de batalla quedó sumido en el silencio. Tras aquél caos, la ausencia de ruido era antinatural, ensordecedora. Los ejércitos enemigos se apartaron dejando un hueco en mitad de la plaza. Las nubes oscuras se separaron en el cielo y una figura descendió como si fuera iluminada por el sol, hasta posarse en el suelo.

    Tenía el pelo largo hasta la cintura, dorado como si el sol se hubiera quedado capturado en él. – [Antailtire]¿Pensáis que vais a profanar mi utopía? No tenéis poder aquí.[/Antailtire] – sentenció con una voz atronadora. Caminó hacia los Daë y su melena empezó a recogerse y acortarse. Su pecho creció, su figura se estilizó. Su aspecto parecía fluctuar sin que le afectase lo más mínimo. Aun así, cualquiera reconocía su nombre, Antailtire.

    – [Noah]Ahora viene lo difícil.[/Noah] – escuché decir a Noah, con el deje gutural de su aspecto Rakkthathor. – [Noah]Tenemos que aguantar y protegernos.[/Noah] – trató de animarnos.

    Antailtire levantó una de sus manos, después, lentamente, de una manera teatral, levantó la otra y dio una palmada que reverberó por toda la plaza. Sentí que la onda me alcanzaba y me protegí, pero pasó como si nada. A girarme vi que los terian habían vuelto a su forma humana, las ilusiones de Lexie se habían disipado, Noah volvía a ser humano y el fuego y el hielo de Owen e Idris habían desaparecido.

    – [Owen]Mierda…[/Owen] – dijo Owen. Con una simple palmada Antailtire nos había dejado sin nada con lo que defendernos.

    – [Antailtire]¿Os atrevéis a enfrentaros a una deidad?[/Antailtire] – su pelo pasó a ser un mohawk y su figura siguió cambiando. A ojos de cualquiera, parecía una deidad. Los Daë permanecieron en silencio, inmóviles, pero reunidos. – [Antailtire]Sois animales en el matadero.[/Antailtire] – chasqueó los dedos y esta vez la onda sí que me afectó. Noté la vista mal, sin embargo mi olfato se abrió a todo un nuevo abanico de olores. De pronto sabía perfectamente dónde estaba Jane sin necesidad de verla. Empecé a sentirme nervioso y abrí la boca, refrescándome al jadear. Algo me agarraba desde atrás y se movía, me giré tratando de cogerlo pero siempre se escapaba, pegado a mi trasero. Llevé una mano a la espada y entonces vi que era una pata de perro.

    – [Idris]Iiiiiiiiiiiiiiiiii[/Idris] – chilló un cerdo de piel oscura como el carbón con escarcha en la crin.

    – [Elle]Beeeeee.[/Elle] – baló una oveja rodeada de un manto de luz.

    Antailtire nos había convertido en animales, no había esperanza ante un poder así. Al menos eso pensé hasta que vi a los Daë allí de pie, sin haber sido transformados. Un halo protector les rodeaba, ahora podía verse con más claridad.

    Su enemigo tenía poder, el Soberano palidecía a su lado, porque Antailtire no se había sumido en la locura, controlaba cada uno de sus actos. Y sin embargo, siendo conscientes de su destino aciago, los Daë del Cúmulo le plantaron cara sin demostrar miedo.

    Geraldine Cecereau alzó su báculo y golpeó el suelo. La onda nos alcanzó y cuando recuperé la forma humana cogí la espada de nuevo como un reflejo, no me serviría de mucho contra Antailtire, pero me sentía mejor con ella en la mano.

    – [Owen] Muuuuuuchas gracias.[/Owen] – escuché decir a Owen, aún en proceso de volver a ser él mismo.

    – [Geraldine]No eres más que un hechicero de tres al cuarto que intenta compensar su mediocridad con trucos de circo.[/Geraldine] – espetó Geraldine.

    – [Antailtire]¿Creeis que ese es todo mi poder?[/Antailtire] – sin que su aspecto terminase de fluir, toda la plaza se transformó en una fosa de magma burbujeante. Corrimos hacia la Catedral mientras el suelo iba siendo devorado por el fuego. Por algún motivo, Antailtire no podía transformar aquél lugar, pero el resto lo había cambiado por completo.

    Temí por los Daë, pero les vi flotar en una especie de esfera hasta llegar a un pasillo de piedra que había sobrevivido.

    – [Lekwaa]Es imposible.[/Lekwaa] – dijo Lekwaa. La muestra de poder dejaba claro que Antailire estaba en otra liga. Si el Soberano había metido a los Moondies en series de televisión o había traído a sus dobles de otras realidades, Antailtire estaba dejando claro de dónde había salido esa pequeña parte de su poder.

    – [Lexie]Soy demasiado joven y guapa para morir.[/Lexie] – dijo Lexie, que por primera vez parecía genuinamente asustada.

    – [Alastair]Hemos acabado con tus marionetas en otros mundos, ¿qué te hace pensar que contigo no va a ser igual?[/Alastair] – la voz de Alastair llegó hasta nosotros. Seguía con la misma sonrisa de confianza que tenía en Dagrknot cuando le conocimos. Así que por eso parecían haber pasado varios años, habían acabado con algunas de las partes de Antailtire en los mundos, como había sido el padre de Jamie.

    – [Antailtire]Porque yo soy la fuente, los demás eran una mera fracción.[/Antailtire] – sin mover sus manos, el mundo se puso patas arriba. Sentí náuseas cuando abajo se convirtió en arriba e izquierda en derecha.

    De la orbe que rodeaba a los Daë salió un eco que devolvió todo a su forma normal, incluso la plaza. A cada ataque de Antailtire, los Daë le anulaban. Solo que une parecía no cansarse y los demás tenían signos de fatiga.

    Pese a todo, consiguieron defenderse lo suficiente como para que no se diera cuenta de que estaban cada vez más cerca de la Catedral. Cuando se dio cuenta, invocó de nuevo a sus huestes para perseguirles, pero les cortamos el paso.

    Uno a uno cruzaron las puertas y uno a uno les seguimos en cuanto pudimos. – [Xander]Esperad.[/Xander] – cuando entré no quedaba nadie fuera y temí que los Daë hubieran cruzado hacía mucho, pero les vi, a punto de adentrarse en el espejo.

    Se giraron hacia nosotros, Na’amah estaba allí, solo tenía que pedírselo, estábamos a punto de lograrlo todo.

    Y como siempre, no podía salirnos bien. Las puertas se abrieron como arrastradas por un vendaval que amainó al cruzarlas, pero una figura estaba ya dentro, una cuyo aspecto no terminaba de estabilizarse. Antailtire había logrado entrar.

    Mi mirada se cruzó con la de Owen. – [Owen]Déjalo marchar Xander, encontraremos otra opción.[/Owen] – conocía la encrucijada en la que nos encontrábamos, dependíamos de una decisión que no era capaz de tomar por mí mismo, así que Owen lo había hecho por mí, porque sabía que no dejaría escapar su cura si fuera por mí.

    – [Xander]Seguid, os cubriremos.[/Xander] – asentí haciéndole una seña a Owen. No importaba cuánto costara, encontraría su cura.

    Eleanor, Alastair, Geraldine, William, Ugg’krah, los Géminis, John, Julia, Na’amah, Oriax, Rlia, Eldric, Richard y Qiu cruzaron el cristal hacia el portal que conducía a su desenlace final. Sabían que para ellos no habría un mañana y sin embargo, estaban dispuestos a dar sus vidas para proteger aquello en lo que creían.

    – [Antailtire]Ratas escondidas en la Luna, habéis tenido suerte hasta hoy.[/Antailtire] – la voz de Antailtire parecía desgarrada, como si una parte de sí estuviera ya dejando escapar el raciocinio a medida que asumía que su utopía , su control y expolio de catorce mundos, iba a desaparecer.

    La realidad misma pareció desvanecerse en mitad de la Catedral. Antailtire luchaba contra una fuerza invisible que impedía que usase toda su magia para destrozarnos, un poder arcano que o había podido dominar y le había obligado a cubrir su secreto con su centro de poder en un alarde de egocentrismo sin fin.

    Fue entonces cuando vimos el principio de nuestro pasado, cómo se abría un portal donde antes había estado el espejo que conducía a la caverna del Axis Mundi y arrastraba a Antailtire hacia él, destinándolo a milenios de sufrimiento y locura en el Vacío.

    Ya estaba, habíamos ganado. Eso pensé, volviendo a ser inocente. Viendo como se acercaba su final, Antailtire lanzó un último retazo de magia que abrió un agujero negro en mitad de la Catedral que nos empezó a atraer irremediablemente.

    Tratamos de agarrarnos a cualquier cosa, pero nada resistía el tirón del último conjuro de Antailtire, que terminó silenciado por el portal al Vacío cerrándose hasta dentro de mucho tiempo, cuando se rasgase  mientras los Moondies buscaban la forma de rescatar a mi padrino Ed.

    No conseguía centrar la mirada para buscar a los demás. No veía que había sido de ellos y ellas, si el agujero negro se los había llevado. No quería pensarlo siquiera.

    Mantuve la mano cerrada en un anclaje de hierro del suelo. Solo pude ver a Jane, a unos metros de mí.

    – [Xander]Jane, agárrate.[/Xander] – le pedí, moviéndome hacia ella de anclaje en anclaje. Ya casi la alcanzaba. El aire trajo el sonido de disparos, los soldados de Terra debían haber cruzado las puertas en una orden final de eliminarnos.

    Fue como si el agujero negro hubiera absorbido sonido, aire y tiempo. – [Jane]¿Xander?[/Jane] – la voz de Jane rompió todo eso, sentí el tacto cálido de su mano al aferrarla contra mí.

    Algo caliente y pegajoso manchaba su ropa y la mía a la altura del pecho. Los ojos de Jane estaban llenos de dolor. Taponé su herida con una mano, pero no podía aguantar mucho tiempo agarrado al anclaje solo con una mano.

    Empecé a resbalarme y al final me solté. No solté a Jane, seguí taponando su herida mientras el agujero negro nos engullía a ambos.

    Allí el tiempo y la luz desaparecieron por completo. No veía nada, pero en mi mente veía retazos de los mundos, sentía como si algo me estuviera preguntando, dándome una oportunidad. Elegí el único fragmento de esperanza y me aferré a él con todas mis fuerzas.

  • ASEDIO

    DIARIOS DE DESTINO

    NEXUS

    La sala de audiencias del Palacio de la Flecha estaba sumida en un silencio, apenas roto por los débiles murmullos de las once personas presentes, hasta que los pasos de la número doce empezaron a resonar sobre el mármol y los susurros se desvanecieron.

    Antailtire, creadora y arquitecto del Cúmulo. Temida por muchos, adorado por más incluso. – [Antailtire]Las once personas que formáis parte ahora de mis Manos estáis aquí para resolver este asunto antes de que la enfermedad se extienda.[/Antailtire] – dijo mirándoles tras el rostro de un joven de cabello y ojos oscuros. Solo se presentaba con la misma forma ante los habitantes de La Flecha, pero por lo general ante sus seguidores de confianza se dejaba fluir. Aun así, pese a tener distintos rostros, sabían quién era, su presencia se hacia notar. Esos cambios eran algo que no permitía a sus retazos de ser enviados a otros mundos para que todo funcionase correctamente, porque como sabía desde que era consciente, si algo necesitaba salir bien, tenía que hacerlo en persona.

    – [Antailtire]Reuní a la mitad para acabar con esa revolución que amenaza nuestro orden, pero han fallado. Y no solo eso, si no que otras fuerzas están en juego contra nuestro equilibrio.[/Antailtire] – unos cuantos miembros se removieron. Asia y Jack trataron de defender su derrota pero una mirada de Antailtire les cortó. Algunos veneraban su papel en el funcionamiento del Cúmulo, otros aún pensaban que era una deidad y algunos simplemente temían el alcance de su poder.

    – [Antailtire]Ahora llegará el turno de las explicaciones.[/Antailtire] – sentenció sin obtener réplica. – [Antailtire]He dicho once personas porque hemos perdido un apéndice. Ahriman se ha vuelto contra todo lo que defendemos.[/Antailtire] – la presencia entre ellos era notable. Ahriman era un ser de pesadilla, nadie echaría en falta su presencia pero tampoco agradecerían tenerlo en su contra. – [Antailtire]Hector. Informe de lo sucedido.[/Antailtire] – le cedió la palabra a su «apéndice» más leal y organizado. Caminó hasta su asiento y dejó fluir su aspecto para acomodarse a cómo se sentía.

    Hector dio un paso adelante y se colocó donde todos pudiesen verle. – [Hector]Nuestro equipo – Violet, Jack, Snake, Asia, Ahriman y yo mismo – se infiltró con éxito en la nave espacial que utilizan como refugio nuestros enemigos.[/Hector] – pese a que los detalles de la misión no fuesen de conocimiento público, Antailtire sabía que los chismes viajaban rápido, incluso entre sus fuerzas de élite. Todos sabían ya la misión de ese grupo y su fracaso. – [Hector]Dado que su poder colectivo superaba el nuestro, decidimos optar por una solución que nos permitiera suplantarles aprovechando un cambio de cuerpos, que les dejaría desconcertados y nos permitiría obtener información y terminar con ellos.[/Hector] – añadió. Habían conjurado un intercambio de cuerpos que en un principio había salido bien y habrían ganado de no haberse conocido mejor entre ellos y tener más recursos de los que pensaban. – [Hector]Ahriman desapareció antes de llevar a cabo el plan. Éste se vio…frustrado por nuestros enemigos. Descubrieron nuestra infiltración, se liberaron y forzaron revertir la magia.[/Hector] – aclaró. Violet se removió, deseando hablar pero sabiendo que era mejor no llamar la atención. Era su magia la que había cedido ante la hechicera pelirroja y la ilusionista.

    Antaitire sintió la ira crecer y su aspecto fluctuó delante del resto.

    – [Hector]Nos refugiamos y les observamos, reunimos fuerzas y atacamos una vez más, pero una tercera fuerza intervino el conjuro de la Hechicera y se los llevó a un reino al que no pudimos seguirles.[/Hector] – Hector parecía impasible, consciente de asumir cualquier castigo que tuviera preparado Antailtire por sus errores. Antailtire observó, valorando lo que sabía de ese ser que había entrado al juego, el que se alimentaba del arrepentimiento y el sufrimiento, de las malas decisiones y de las buenas. – [Hector]En mitad del caos Ahriman apareció y desató su poder contra nosotros, obligándonos a huir tras resultar la mayoría gravemente heridos.[/Hector] – algunas heridas se habían curado ya. Antailtire podría haberles sanado inmediatamente con su magia pero aquello era parte de su castigo.

    – [Antailtire]¿Habéis conseguido saber al menos por qué nos ha traicionado Ahriman?[/Antailtire] – preguntó, con una molestia visible.

    – [Hector]Violet ha sentido un fuerte enlace de Ahriman con su mundo natal.[/Hector] – Violet sonrió, como si se supiera consciente de que hubiera fallado o no, el plan y las pequeñas victorias que hubiera supuesto eran suyas. – [Hector]Creemos que está relacionado con la oscuridad que despertó en ese mundo hace un siglo.[/Hector] – añadió. Un viejo enemigo de Antailtire, que hasta ahora había permanecido tranquilo, en su pequeño reino caótico. – [Hector]El dios oscuro.[/Hector] – añadió Hector. Antailtire sintió crecer la ira y se puso en pie, con una nueva forma más acorde a su estado de ánimo.

    – [Antailtire]No es ningún dios, solo una mancha que tendría que haber eliminado hacía mucho tiempo. Pero en aquél entonces mi poder estaba disminuido después de crear nuestra sociedad.[/Antailtire] – con un gesto de la mano mostró el Cúmulo tal y como estaba cuando él había llegado. Una oscuridad campaba por todos ellos hasta que cambiaron bajo su magia y la oscuridad se vio encerrada y relegada al mundo de Dyavol, latiendo como si del corazón de ese planeta se tratase. – [Antailtire]Meditaré sobre ese asunto más tarde. ¿Habéis averiguado al menos algo útil sobre ellos o los «Daë»?[/Antailtire] – preguntó. No deseaba discutir de ese enemigo resurgido con sus Manos, le haría parecer débil por no haberlo eliminado. Pero era una entidad ancestral con demasiado poder como para hacerlo.

    – [Hector]Sí. Tenemos información de cada persona, sus poderes, sus razas, su misión.[/Hector] – aclaró, presentándole un artefacto de cristal con forma de estrella. – [Hector]Están decididos a reunir a esos «Daë» para desencadenar algo conocido como «Las Pruebas».[/Hector] – Antailtire arqueó el labio superior con disgusto. Aquella maldita profecía, el empeño de esas entidades conocidas como los Daesdi por desterrarle de su paraíso.

    – [Antailtire]Ya suponíamos parte de eso. ¿Algo más?[/Antailtire]

    – [Hector]Solían hablar sobre la posibilidad de ser también Daë, pero no está confirmado.[/Hector]

    – [Antailtire]Eso significa que tenemos que acabar con los dos grupos antes de que destruyan nuestro paraíso.[/Antailtire] – afirmó.

    – [Asia]Nos encargaremos los selenitas por usted.[/Asia] – intervino Asia, dando un paso adelante. Antailtire la fulminó con la mirada. Asia ansiaba ser su mano derecha y en muchos factores lo era, pero su fallo la había hecho caer en desgracia.

    – [Antailtire]No. Ya habéis fallado dos veces. Tres si contamos a Ahriman[/Antailtire] – sentenció. Se incomodaron, esperando un castigo ejemplar. – [Antailtire]Asia, Violet, Hector, Snake y Jack os encargaréis de los «Daë», según los escritos les faltan dos personas más. Evitad que las consigan. [/Antailtire] – dijo, sintiéndose como un ser magnánimo. Ellos y ellas se arrodillaron, agradeciendo su misericordia, aunque no todos en igual grado. – [Antailtire]Por la información que tenemos parece que los selenitas se dirigirán a Selas y Dyavol a continuación. Luc, Astrid, Desdémona, Ezequiel, Rama e Hyllus. Les estaréis esperando.[/Antailtire] – el resto asintió, conforme. – [Antailtire]Yo buscaré la entrada al Axis Mundi en nuestro Cúmulo.[/Antailtire] – añadió. La había buscado otras veces, buscando quitar esa amenaza de su creación, sin éxito. Pero quizá ahora se mostraría al estar los Daë en camino.

    El silencio volvió a reinar en la sala.

    – [Antailtire]Podéis marcharos.[/Antailtire] – ordenó. Las Manos abandonaron la sala y el silencio reinó una vez más.

  • HERENCIA DE SANGRE

    JAMES BARNES

    MAÑANA, ESFERA ARTISAN

    Cuando el señor Leo dijo aquél nombre, la señorita Amy fue la primera en reaccionar, pero para cuando ella terminó de explicar que acababa de hablar con él gracias a esa «bola mágica», me alegró poder ayudarles en algo diciendo que yo también conocía a ese hombre, y bastante bien de hecho, aunque nuestra historia tenía algunas complicaciones por el camino.

    Después de charlar hasta entrada la noche, propuse ayudarles a llegar hasta a él a la mañana siguiente. Al ver que la hora de llegada de padre estaba cerca, se lo hice ver y ellos prefirieron irse a la cama. Parecían haber notado mi nerviosismo y agradecí estar solo para cuando llegase.

    Toda la euforia acumulada por conocer a aquellas increíbles personas, comprobar que la magia era tan real como había soñado y poder aportar algo a su senda heroica se desvaneció en cuanto vi el semblante serio de padre cruzando la puerta.

    Había hablado con Ernest y Clara, quizá también con la señora Adelaide. Cuando empezó a hablar con una voz atronadora lo primero que pensé fue en que los demás no le escuchasen. No quería que mis nuevos «amigos» viesen primero esa parte de él, como había estado recientemente en lugar de como había sido casi siempre.

    Escuché y les defendí lo que pude, pero su enfado no iba a menos y llegó un punto en el que mencioné que al día siguiente se irían después de acompañarles a ver al Reverendo Rowe en el que su ira se desbocó. Me prohibió ir con ellos, tener ningún tipo de contacto con John Rowe o que siguieran en nuestra casa un día más.

    Al final su enfado fue remitiendo. Me recordó que el Reverendo Rowe hablaba en su contra, decía que si la fábrica de mi padre tenía tan buenas intenciones, por qué seguía muriéndose de hambre media ciudad, y por qué sus máquinas revolucionarias apenas se veían, ¿a dónde iban de verdad?

    Recuerdo preguntarle a mi padre esas cuestiones porque el Reverendo y yo habíamos sido amigos durante bastantes años. Cuando padre trabajaba, solía pasar tiempo con él, hasta que pasó todo aquello y padre se volvió más cerrado. Cada vez pasaba más tiempo en la fábrica.

    En las últimas semanas había sido peor, especialmente los días en los que le visitaban «los extranjeros». Llevaban ropas extrañas y padre dijo que venían de ‘La Gran Planicie’ para comprar sus máquinas. Pero seguía raro.

    Dormí mal esa noche, di vueltas y me desvelé varias veces, pensando en mi cabeza cómo decirles a los demás que no podía acompañarles y que tampoco podían quedarse. Al final caí rendido y para cuando me despertó el grito del gallo, estaba agotado.

    Tras asearme y hacer las primeras tareas de la mañana mientras se despertaban, me reuní con ellos en el desayuno. Padre se había ido antes incluso de que yo me despertase. Solía irse temprano, pero parecía que ese día un poco más, como si no quisiera verles.

    – [James]No puedo ir con vosotros, padre no lo permitiría.[/James] – dije al cabo de un rato, agachando la mirada hacia mi plato.

    – [Vera]Eres el único que nos puede ayudar.[/Vera] – escuché decir a Vera. No me vi capaz de levantar la mirada y encontrarme su rostro de decepción. Ella me entendía de una forma que hacía tiempo que no hacía nadie.

    Negué con calma. – [James]Padre no quiere que me acerque al Reverendo. Dice que sus ideas se me meterían en la cabeza.[/James] – quizá tenía razón. No era la primera vez que sentía que algo raro pasaba en la fábrica. Había demasiados secretos y la fábrica cada vez era más grande y requería más tiempo de su padre. Sí, ayudaba a la gente dándoles un trabajo, pero era cierto que con máquinas como el tren, podría haber vivido mejor la gente.

    – [Amy]¿Quieres vivir tu vida o la de tu padre? [/Amy]- replicó una voz más seria y grave. La señorita Amy me miraba sin apartar la vista. Ella no conocía normas de etiqueta, era tan natural y tan salvaje que no podía si no envidiarla.

    – [James]No lo conocéis, es duro pero es buen padre. Está solo y solo me tiene a mí.[/James] – le defendí sin ponerme en contra de ellos. Solo quería pacificar, que no pensaran tan mal de él porque…bueno, porque era mi padre. – [James]Es que últimamente, ha cambiado. Si me quedo al final volverá a ser el mismo.[/James] – pensé en voz alta, o quizá lo que quería era convencerme.

    – [Amy]La gente no cambia.[/Amy]- dijo Amy. Vi que el señor Leo la miraba de soslayo.

    – [James]Tengo que intentarlo…[/James] – dije sin saber para quién. Después me quedé pensando. Ellos habían sido buenos conmigo, me habían salvado, habían sido agradables y me habían abierto las puertas a la magia. Y luego estaba Vera, que me comprendía. En ese momento apareció una chispa de resolución, no tenía que hacer todo exactamente como decía padre, en especial si no se enteraba. – [James]Pero intentaré acompañaros. Padre se ha marchado a la fábrica, nadie tiene por qué saberlo.[/James]

    – [Amy]Estás en la cárcel y con miedo.[/Amy]- replicó Amy. Fui testigo de cómo Vera la recriminaba con la mirada, pero esas palabras me hicieron pensar.

    Mientras subía a prepararme como creía que debía ir un aventurero, seguí dándole vueltas. Mi padre siempre decía que él no temía el cambio. ¿Por qué yo sí debía hacerlo? Quizá lo que tenía que hacer era unirme a ellos, si me aceptaban claro, y ver lo que había más allá de esa ciudad.

     

    Vera me dirigió una sonrisa al fijarse en la mochila que me había preparado, pero disimulé para no comprometerme, ni siquiera yo tenía claro aún mi camino. Tras un silencioso viaje en el tren en el que parecía que todos los ojos estaban puestos en mí y cualquiera iba a correr a decirle a padre lo que estaba haciendo, por fin llegamos a la ciudad.

    – [James]Si hay suerte estará en el hospicio. Hace mucho que no le veo.[/James] – les expliqué mientras recorríamos las calles, adentrándonos en la zona menos agradable, en la que el olor a salitre cubría por suerte el de la gente que no se aseaba a diario. Hacía unos años me sentaba con el señor Rowe en el hospicio, ayudándole con los niños más pequeños, pero él siempre se había negado a que fuera a ayudarle cuando iba al puerto, allí había cosas que no quería que viera. Ahora era más peligroso si cabía, por el asesino de…»mujeres de vida dudosa» que rondaba por la zona. – [James]Recoge gente de las calles, niños y niñas sobre todo.[/James] – aclaró. A los demás les ayudaba, pero no quería que cualquier adulto pudiera estar cerca de los niños de los que en muchos casos ya habían abusado. – [James]A veces le ayudaba.[/James] – les comenté. No eran malos tiempos, el Reverendo había sido amigo de mi madre y me había dicho que siempre cuidaría de mí ahora que ella no podía.

    – [Vera]Parece un buen hombre.[/Vera]- meditó en voz alta Vera. Caminaba a mi lado y me sentía extraño al mirarla, nervioso.

    Asentí. Cuando padre me prohibió verle no lo dudé, pero quizá debía haberlo hecho, seguro que el Reverendo solo quería ayudarle. Al final, después de otro rato en silencio, llegamos al hospicio.

    – [Kaylee]Si alguien es muy hipocondríaco, lo mejor es que se quede fuera.[/Kaylee]- propuso Kaylee.- [Kaylee]Por ejemplo, yo.[/Kaylee] – añadió, despejando las dudas. La señorita Kaylee parecía de las tres hermanas la más empática y quizá ver lo que habían sufrido algunos niños y niñas que allí vivían le haría bastante mal.

    – [Leo]Me quedaré contigo, vigilando por si aparecen problemas. O ellos.[/Leo] – dijo el señorito Leo. Entendí que por «ellos» se referían a esos «Daë» a los que estaban ayudando.

    – [Kaylee]Gracias.[/Kaylee]- dijo ella. Se miraron de una forma que envidié y Amy esbozó una cara de asco.

    Los demás bajamos las escaleras. Allí, en aquella gran sala sin decoración de ningún tipo más allá de unas mesas sobrias y desconchadas repletas de niños de todas las clases, sobresalía una figura que se movía de un lado a otro, atendiéndolos, sirviéndoles comida y evitando que se peleasen. Apenas había envejecido un día. – [John]¿James? No puedes ser…[/John] – al verme caminó hacia mí con una sonrisa amplia, entonces se fijó en los demás. – [John]¿Amelia?[/John] – preguntó, mirando a  la señorita Amy.

    – [Amy]Amy.[/Amy] – le corrigió ella, que pese a todo, no parecía incómoda.

    John le sonrió, parecía tan alegre y afable como siempre, como si nada hubiera cambiado. – [John]No sabía que estabas aquí.[/John] – le dijo. – [John]¿James es uno de tus Daë? ¿O de los suyos?[/John] – su mirada se posó sobre mí y me sentí cohibido. Era culpa mía no haber hablado con él desde que padre lo mandó. Si supiera que estaba allí…

    – [James]No, yo…he venido a acompañarles porque le buscaban, pero debo irme, mi padre…[/James] – traté de excusarme, titubeando. Sentí que una mano suave y cálida agarraba la mía y me reconfortó. Era Vera. El corazón se me aceleró y fue como si mi mano de pronto no formase parte de mi cuerpo, pero allí estaba, unida a la suya.

    – [John]No sé qué te habrá contado tu padre, James, pero necesitas ver el mundo con tus propios ojos.[/John] – sus consejos salían de su boca con una voz tan calmada y serena que era difícil sentirse atacado.

    No quería hablar de eso, reconocía mi culpa pero también estaba desobedeciendo directamente a padre. – [John]¿Por qué me buscabais? ¿Necesitais ayuda?[/John] – me miró de reojo, sabía que no estaba cómodo y había cambiado de tema.

    – [Amy]Creemos que eres el Daë que falta.[/Amy] – dijo Amy.

    – [John]¿Yo un Daë? No puede ser. Yo ayudo a la gente que lo necesita, pero…¿salvar el mundo?[/John] – comentó, sorprendido. Me extrañó que supiera lo que era un «Daë», pero si podía hablar con Amy por esa «bola mágica», todo podía ser posible.

    – [Amy]Esa es la definición de Daë.[/Amy] – insistió ella.

    – [John]No soy ningún guerrero ni hechicero.[/John] – replicó el Reverendo. Me resultaba dificil también verlo como un héroe de leyenda. Él era un salvador de la gente de a pie.

    – [Vera]Ni yo.[/Vera]- intervino Vera. Me costó parar a pensar lo «corriente» que era, porque a mis ojos era increíble.

    – [John]¿Han venido con vosotros? Hace unos días que no sé nada de ninguno.[/John] – preguntó, asumí que hablaba de los «Daë» con lo que también debía haber estado comunicándose.

    – [Vera]No, los Daë van por su cuenta.[/Vera]- explicó Vera.- [Vera]Nuestra misión es que se reúnan, pero por lo demás, tienen libre albedrío.[/Vera] – absorbí la información para tratar de colocar todo ese mapa y entenderlo, pero era muy complejo.

    Él se quedó pensativo y nos condujo a través de un pasillo hasta una sala de doble techo en la que el centro estaba despejado y los muebles, cajas con todo tipo de utensilios y camas estaban apartados a los lados. – [John]Si está en mi camino ser un Daë para ayudar a la gente, lo aceptaré de buen grado.[/John] – resumió. Deseé parecerme a él, tener su resolución. Estaba dispuesto a dejar atrás todo lo que conocía, por malo que fuera. – [John]¿Puedo ofreceros algo o tenéis que marchar a continuar vuestra misión?[/John] – preguntó. Me di cuenta de que ya estaba todo hecho, era el final del camino y el momento de que yo mismo decidiera se acercaba. Y no estaba preparado.

    Antes de que nadie pudiera responder las puertas de aquella sala se abrieron de golpe y un hombre al que reconocí al instante se acercó a nosotros como si le rodease una tormenta. – [b]James, vete de aquí ahora mismo. Vuelve a casa.[/b] – dijo mi padre con voz grave.

    Estaba nervioso e incapaz de responder, pero vi a Amy ir hacia un montón de cajas y cuando volvió no era ya una joven de piel pálida si no una loba bípeda que se alzaba en altura sobre cualquiera de los presentes.

    Mi padre la vió y después me miró con los ojos abiertos como platos. – [b]Has llevado monstruos a nuestra casa.[/b] – se acercó a mí sin que pudiera moverme y me agarró del brazo, tirando hacia él.

    – [Vera]Le estás haciendo daño.[/Vera]- Vera había tenido que soltarme la mano del tirón que había dado mi padre y ahora luchaba por separarme de él. Yo me sentía como un muñeco, movido por los hilos que accionaban otros. Amy le enseñó unos dientes afilados como cuchillas.

    Leo y Kaylee atravesaron corriendo las puertas y eso nos dejó a padre y a mí en el centro de mis nuevos amigos. – [Leo]Tened cuidado, no es un humano normal.[/Leo] – vi que Leo tenía una herida en el cuello que ya se estaba cerrando. Kaylee murmuró algo que no alcancé a escuchar y mi padre salió despedido hacia atrás como movido por una ráfaga de viento. Me llevé una mano al brazo, dolorido por su apretón.

    – [b]¡Bruja![/b] – de alguna forma mi padre consiguió pararse en mitad de la sala y a su alrededor el aire pareció crepitar. Escuché un grito cortado y al girarme vi que Kaylee tenía una especie de mordaza hecha con trozos de metal. Leo trató de ayudarla a quitársela pero Amy se lanzó sobre él para atacar.

    No podía ser mi padre el que había hecho eso, no lo concebía. Él que siempre me había hecho desechar la magia, que vivía en un mundo de tecnología y en ese momento estaba reuniendo a su alrededor piezas metálicas. Las piezas ni siquiera eran las mismas, padre tenía la vista fija en ellas y movía los labios haciendo que las piezas tomaran la forma que él quería, hasta engancharse para formar un oso metálico que cargó contra Amy.

     

    Amy empezó a esquivar y luchar contra ese engendro metálico como pudo. Traté de acercarme a padre al ver que se llevaba una mano a la cabeza, como si le doliese o se sintiera desorientado. – [b]No podías haberte quedado tranquilo con tu padre siempre cuidando de ti. Tenías que buscar la magia.[/b] – le había visto enfadado pero nunca tanto. Si me había ocultado esa magia que podía obrar, ¿qué más podía estar ocultando? Me detuve, manteniéndome a distancia. – [b]Mira lo que has hecho.[/b] – rugió.

    – [James]Tú no eres mi padre. ¿Quién eres?[/James] – repliqué, desesperado por una respuesta que me ayudase a gestionar todo eso.

    – [b]Ah sí, soy tu padre, chiquillo. Pero también soy más, muchos y muchas más. Yo soy Legión y estamos en todas partes.[/b] – su voz sonó como si muchas voces se sumaran a la vez. Fragmentos de metal le rodearon formando una especie de armadura.

    – [Vera]¿De quién eres hijo, James? [/Vera]- escuché preguntar a Vera, pero mi mente ya no era capaz de procesarlo.

    Por un momento dejé de oír, solo podía ver a aquél hombre con tanto poder cubierto en su armadura, amenazando a las únicas personas que había podido llamar amigos en mucho tiempo. El Reverendo estaba a sus pies, incapaz de hacer nada mientras mi…mi padre…le apuntaba con una pistola creada con su propia magia.

    Todo parecía ir muy lento, no podía moverme, ni hablar. No escuchaba nada, ni siquiera los gritos de los demás tratando de evitar que matase al Reverendo. Nada hasta que escuché un silbido y vi a mi padre dejando caer el arma. Se agarró la mano con la contraria, mirando atónito una flecha de color brillante clavada en él hasta que se desvaneció. – [Eldric]De la mano que controla todos estos mundos.[/Eldric] – dijo un hombre ataviado con una armadura dorada. Tenía un arco en la mano, un arco precioso, pero sin cuerda. No, no era un hombre, era un…un elfo. Su respuesta parecía ir a Vera. ¿Qué era lo que había preguntado? Ah, sí, de quién era hijo. Ese hombre, ese elfo, parecía saberlo mejor que yo. – [Eldric]Antailtire, el Soberano, el Cardenal, la Reina…una de sus muchas caras.[/Eldric] – sentenció. Vera me miró, sorprendida, los demás también lo estarían cuando tuvieran tiempo para hacerlo, para mi aquellos nombres no significaban nada aún.

    – [b]Somos uno, cosa que vosotros solo podéis soñar.[/b]- padre habló de nuevo, pero ya no con una voz hecha de voces, si no con la voz de una mujer.

    – [Geraldine]¿Sabes lo que más nos gusta a las brujas? El fuego.[/Geraldine]- dijo una mujer de cabello castaño oscuro que blandía un báculo con una gema en la punta. Un círculo de fuego rodeó a mi padre, tan intenso que el metal de su armadura brillaba como si fuera a fundirse.

    – [b]Ya he callado a una bruja antes.[/b] – replicó con la voz con la que siempre le había conocido. Trató de colocar una mordaza a la que acababa de aparecer pero no fue capaz.

    – [Eleanor]Aquí no hay ninguna bruja con mordaza.[/Eleanor]- replicó una joven de cabello rubio. Se la veía muy fuerte físicamente, pero tenía un rostro amable. Había ayudado a Leo a quitarle la mordaza a Kaylee, que ahora se unía a la otra bruja para contraatacar.

    Por primera vez fui consciente de dónde me encontraba. Miré y vi que no solo habían llegado la bruja, el elfo y la guerrera. Había un guerrero sonriente de pelo azul, un caballero de casco astado que blandía una gran espada de aspecto espeluznante, una mujer que en ese momento estaba tomando el aspecto de una leona al igual que Amy tomaba el de una loba, también otra de pelo oscuro y tez broncínea que tenía una mirada maliciosa y por último un gigante hecho de piedra pura. Eran muchos y parecían muy fuertes.

    – [James]Padre, no. Ríndase. Recapacite.[/James] .- le imploré. Él me miró fijamente como si no me conociera.

    – [b]Tu padre ha fallado muchacho, ahora ha sido absorbido y otro cumplirá su función cuando acabemos con vosotros.[/b] – de nuevo esa voz hecha de voces. Sentí la mirada de Vera fija en mí y perdí las fuerzas.

    No sé si sabía cómo iba a acabar aquello, pero dejé de luchar. Sentí el brazo de Vera rodeándome y después un cuerpo más grande colocarse tras nosotros, cubriéndonos. Por encima del hombro vi que era el Reverendo.

    Esperé a que volviese el silencio y cuando lo hizo, me levanté. Corrí hasta mi padre, que estaba tendido en el suelo, sin rastro ya de su armadura más allá de unos trozos de metal aquí y allá.

    – [b]Lo siento hijo…no lo sabía…no…[/b] – sus ojos eran distintos, eran los del padre que había conocido gran parte de mi vida y no últimamente. Parecía confuso y dejaba transmitir la culpa con la que se fustigaba.

    – [James]Padre. Aguante.[/James] – le pedí. Yo mismo sabía que no estaba bien, no tenía ninguna gran herida visible pero toda la fuerza de antes parecía haberle abandonado, como si hubiera sido desconectado del poder que tenía. De hecho, cuanto más tiempo pasaba menos real me parecía su cuerpo. Era como si se estuviera desvaneciendo.

    – [b]Pensé que la…magia sería tu perdición pero…el mal estaba en mí… Ni siquiera sé lo que soy…[/b] – parecía pequeño, nada del hombre serio y fuerte que había conocido. Allí, delante de mí, se enfrentaba a la muerte sin la certeza de qué era.

    – [James]No es culpa suya. Descanse.[/James] – le consolé. Aferré su cuerpo y lloré hasta que se desvaneció en el aire, incluso después. Vera me abrazó no sé durante cuanto tiempo.

    Pasaron las horas mientras trataba de recuperarme. Ninguno de ellos se fue pese a que insistí en que siguieran con su misión sin preocuparse de mí. A fin de cuentas habían guiado al Reverendo con los demás, ya podía irse. Pero no lo hicieron. Esperaron toda la tarde, toda la noche y hasta la mañana siguiente.

    A primera hora el Reverendo vino a hablar conmigo acompañado del elfo llamado Eldric, la bruja llamada Geraldine y la joven guerrera llamada Eleanor. Al parecer mi mundo era uno de muchos que estaban siendo gobernados y controlados por un ser conocido por muchos nombres. Ese ser tenía un poder mágico tan enorme que había moldeado los planetas como había deseado y los controlaba gracias a que podía tomar diferentes formas y podía estar en diferentes lugares a la vez. Pregunté si no sería «Dios», pero ellos negaron con la cabeza incapaces de concebir un dios tan cruel.

    Al final, el Reverendo se despidió de mí y se marchó a cumplir su misión con los demás, a seguir su camino como todos. El resto: Vera, Amy, Leo y Kaylee siguieron esperando, con paciencia, sin presiones. Me acompañaron de vuelta a la granja y esperaron mientras hablaba con Ernest y con Clara, con la señorita Adelaide, con los trabajadores… Y después de eso, esperaron a que enterrase un ataúd vacío pero lleno de mentiras en una ceremonia a la que acudieron muchos de sus trabajadores y conocidos sin saber que ninguno de ellos le conocía de verdad.

    Solo entonces, cuando regresamos a casa, vinieron todos a verme.

    – [Kaylee]Nada de lo que te digamos va a servir de mucho, pero lo siento.[/Kaylee]- escuché decir a Kaylee. No era la primera vez que lo decía y en su voz se notaba que cada una de esas veces, lo sentía.

    – [James]No es culpa vuestra.[/James] – reconocí. Tampoco de los Daë aunque hubieran luchado con él, habían hecho lo que debían. – [James]John y los demás me han hablado de todo. De los mundos. De Antailtire.[/James] – dije sintiendo un escalofrío al pronunciar el nombre por el que se referían a ese ser, a mi padre. – [James]Mi padre era eso, pero a la vez no lo era.[/James] – dije. Ni yo mismo lo entendía, era como si fuera una persona diferente, con su propia mentalidad, pero a la vez formaba parte de aquel…»compendio» como lo habían llamado. Aún tenía que procesarlo y llegar a entenderlo del todo, habían sido un par de días muy largos y notaba la cabeza a punto de estallar.

    – [Vera]¿Qué vas a hacer ahora?[/Vera] – escuché la voz de Vera y deseé que me pudiera reconfortar con la misma facilidad de otras veces, pero aquella herida tardaría más tiempo en sanar, incluso con su ayuda.

    Suspiré profundamente. – [James]No sé quién se hará cargo de la fábrica, pero padre tenía ahorros.[/James] – les expliqué. – [James]Ernest y Clara podrán encargarse de la granja y hacer su vida en ella.[/James] – continué. Era lo mínimo que podía hacer por ellos después de cuidarme toda una vida. – [James]Yo necesito respuestas y aquí no…aquí no las voy a tener.[/James] – admití. Era una resolución a la que me había llevado dos días llegar.

    – [Vera]Puedes…[/Vera]- empezó a decir Vera. La miré y por primera vez tuve ganas de sonreir. Sabía lo que ella quería proponerme pero se preocupaba lo suficiente para no hacerlo.

    – [Kaylee]¿Por qué no te vienes con nosotros?[/Kaylee] – preguntó su hermana Kaylee en su lugar.

    – [James]¿No sería una molestia?[/James] – le respondí. Noté la mirada de Vera fija en mí. – [James]Por lo que sé…mi padre era parte del mal al que os enfrentáis. Y yo…¿y si yo también lo soy?[/James] – era algo que me atribulaba desde que sabía la verdad. ¿Y si me volvía como él o ya lo era? Y de no serlo, ¿qué era?

    – [Kaylee]Lidiaremos con ello en los próximos capítulos.[/Kaylee]- replicó Kaylee con una sonrisa y se giró, como si fuese una actriz mirando al público en el teatro.

    Mi vida tal y como la conocía había llegado a su fin, ahora tenía que descubrir quién iba a ser.

  • LAS MANOS

    DIARIOS DE DESTINO

    PALACIO DE ANTAILTIRE – LA FLECHA

    Antailtire esperó, jugueteando con un orbe de metal pulido entre sus dedos. Cuando estaba a punto de caer al suelo, lo recogía con su magia y tras una cabriola, volvía a bailar entre ellos.

    Así mató el tiempo hasta que llegaron los sirvientes a los que había llamado. El hecho de «matar el tiempo» le había resultado muy divertido, especialmente en los asuntos que iban a tratar, porque su propia magia había matado el tiempo en la Luna Viltis, curiosamente impidiéndose a sí mismo entrar y ofreciendo un refugio para los rebeldes a su utopía.

    Las puertas de su gran salón de inmaculadas paredes de mármol se abrieron de par en par y aquellos a los que había mandado llamar fueron colocándose frente a él uno a uno, tras una aprendida reverencia.

    – [Arquitecto]Ya estáis todos.[/Arquitecto] – dijo dejando la esfera a un lado por un momento para apoyarse sobre sus rodillas mientras los observaba. Eran seis miembros de su cuerpo de élite conocido como «Las Manos».

    Normalmente, los miembros de la «Mano Derecha» actuaban juntos, al igual que los de la «Mano Izquierda», pero esta vez la situación requería mezclar talentos. Ni la fuerza física ni la mental por sí mismas solucionarían el trabajo.

    Su mirada se detuvo en cada uno de ellos: Violet Death, la mortal hechicera de Valantis, conocida por la poca importancia que daba a la muerte y a la vida; Asia la última elegida de entre las gentes de su maravillosa urbe paradisíaca, equipada con implantes de alta gama que la mejoraban física y mentalmente; Ahriman, una oscura criatura que había vivido durante siglos en las profundidades de la pérfida Dyavol, alimentándose del miedo que sembraba otro ser enterrado mucho más adentro; Héctor, el experto líder de la Hermandad de Tauro de la región sur de Kardas; ‘The Snake’, el silencioso espadachín tan mortífero como la legendaria espada que empuñaba y cuya fama era bien conocida en Nara; y por último ‘Jack’ el predicador, perseguidor de apóstatas nacido en Artisan.

    Violet tenía la mirada perdida. Estaba apoyada en una columna del gran salón y susurraba respuestas a las voces que solo ella escuchaba. Era tan poderosa como impredecible.

    – [Arquitecto]Hay un peligros en todos los mundos. Un grupo de terroristas ha llegado hace poco y está causando estragos[/Arquitecto] – explicó. La obra de toda su vida, siglos de preparación para que cada uno de aquellos mundos funcionase por sí mismo, se mantuviese en la época que había deseado, produciendo así los mejores bienes que necesitaba de cada esfera, la grandiosidad de ‘La Flecha‘, todo ello amenazado por una absurda profecía y un grupo de jóvenes que no sabían lo que estaban haciendo.

    Los ojos de Asia, cubiertos por una capa de nanotecnología mientras procesaba información, pasaron a su estado normal, retrayendo los nanitas al iris metálico en señal de que estaba prestándole atención.

    Aquellos, al igual que el resto susmis súbditos, le profesaban la mayor de las lealtades. Era su dios, aunque cada uno le interpretase en sus términos. La diferencia estaba en que ellos en concreto eran el resultado de la producción selecta de cada esfera.

    Si, las esferas le enviaban una producción continua de materiales, gemas, artefactos mágicos, consumibles y metales, pero tambien criaturas, seres sobrenaturales y soldados para su ejército: Selas producía héroes a las órdenes de Hyllus, que en esa ocasión no había sido llamado, éste era su Olimpo; Senatus tenía los soldados más disciplinados bajo el mando de Desdémona, una antigua gladiadora; Dagrknot, el mundo acuático proveía de guerreros berseker que le tomaban por Odín y lucharían hasta la muerte de las muertes, tomando ‘La Flecha’ como el Valhalla; Nara este producía los mejores samurai, mientras que Nara oeste nos daba los mejores asesinos en las sombras, ‘The Snake’, su líder, era una mezcla entre ambos; Kardas tenía a la Hermandad de Tauro, sirvientes de la ‘Llama Blanca’, nada menos que él mismo. Esos eran los principales proveedores de almas para su ejército, con algunas excepciones puntuales en el resto como sacerdotes y sacerdotisas de Karnak, hechiceros y hechiceras de Gwiddon o pistoleros y pistoleras de Kouras, además de los esclavos del ‘Soberano’ de Daonna.

    – [Arquitecto]Por lo que sabemos son muchos y vienen de otro mundo.[/Arquitecto] – aclaró. Para ‘Antailtire’ el número no habría sido un problema, porque su magia era la mayor de cualquier reino conocido. Pero en el pasado había cometido excesos y la balanza se había equilibrado dotando a aquél lugar de sus propias reglas sobre las que no podía interceder, pese a que sus vastos poderes le dejaban moldear la realidad a su antojo. Parte de esas reglas habían sido resultado de su propia magia desbocada, con consecuencias imprevistas. Otra parte era obra de aquellos seres rastreros que se escondían bajo sus adalides, los Daesdi y sus marionetas Daë.

    – [Snake]Nuevos conquistadores.-[/Snake] respondió ‘The Snake’. Antailtire asintió. No eran los primeros Daë que surgían para traer el caos, ‘Las Manos’ ya se habían encargado antes de detener a otros como ellos.

    Se puso en pie y su rostro dejó atrás la edad, el género, la sexualidad y la raza. No quedó rastro del anciano, varón, blanco, heterosexual y en su lugar, ‘Antailtire’ surgió de nuevo. Una mujer de mediana edad bisexual de tez olivácea. Todas aquellas etiquetas no significaban nada para ‘Antailtire’ pues solo una se le podía aplicar, la de su propio nombre.

    – [Hector]Han mancillado Kardas, pero escaparon de la Hermandad de Tauro.[/Hector] – replicó el valiente caballero. En su mundo las mujeres habían sido durante mucho tiempo la fruta prohibida y le llevó un tiempo acostumbrarse a la idea de que su omnipotente ‘dios’ también podía ser una diosa.

    Antailtire sonrió. – [Arquitecto]Están lanzando una rebelión que se extiende como la peste.[/Arquitecto] -explicó, creando átomos de arena que moldeó hasta formar imágenes tridimensionales de los incursores y de aquellos a los que habían alzado: los ‘Daë’. Observó uno a uno los que se habían reunido: Eldric Northwood, el viejo líder rebelde de los elfos claros de Nexus; Eleanor Asheby, una kvasir forjada en las mentiras de Senatus; Ugg’Krah, el último gólem de piedra del clan Lignito de Kouras; Richard Crane, un caballero renegado de la Hermandad de Tauro tras convertirse en licántropo; Geraldine Cecereau, una peligrosa hechicera de Gwiddon; y Rlia, una mujer leona salvaje de Daonna que había escapado de los grilletes del ‘Soberano’.

    – [Arquitecto]La otra mitad está encargándose ahora de ellos.[/Arquitecto] – el resto de ‘Las Manos’ estaba ya desplegado para enfrentarse a aquellos nuevos Daë antes de que tomasen más fuerza.  – [Arquitecto]Son suficientes, pero para vosotros tengo otra misión. Los incursores se han refugiado lejos de mi alcance.[/Arquitecto] – los Daë eran seis y la historia le había demostrado varias veces que eran tan mortales como cualquier otro. Pero aquellos incursores eran un grupo mayor, no sabía de dónde venían y parecían tener la misión de proteger y dirigir a esos Daë a su destino. Eran si cabe mucho más peligrosos que los propios Daë.

    – [Asia]¿Lejos de su…?[/Asia]- Asia empezó a hablar pero Violet la cortó. – [Violet]Me encargaré de ellos[/Violet]. – aseguró.

    – [Arquitecto]Lo agradezco Violet, pero son demasiados. Por eso os he llamado.[/Arquitecto] – ella dejó escapar un chasquido de desaprobación, pero había aprendido a no cuestionar al dios de la muerte que había dado sus poderes a toda su esfera.

    – [Jack]Si la hermandad de Tauro no ha podido con ellos no tienen salvacion.-[/Jack] sentenció Jack, haciendo una plegaria.

    Héctor se limitó a asentir y colocarse en posición con su alabarda.

    – [Violet]Infravaloras mi poder, Maestro[/Violet].- replicó Violet, molesta. En aquél momento podría haberla reducido a nada, haber hecho cualquier cosa que se me pasara por la mente, pero no era un villano de una historia y no llegaría a ninguna parte matando a más súbditos que sus enemigos.

    – [Ahriman]Seguid hablando. Vuestra inseguridad me está llenando la panza.[/Ahriman] – la sombra oscura que había danzado por la sala, escuchando pero sin tomar ni siquiera forma, salió de entre sus propias formas esgrimiendo el rostro de un hombre adulto.

    Violet parecía estar a punto de responderle, pero en ese momento se dobló sobre sí misma y gritó de dolor. Sus susurros se intensificaron y pareció haber perdido completamente el control de sí misma.

    – [Asia]Los débiles no deberían tener cabida en este equipo[/Asia]. – inquirió Asia. Pese a su debilidad, Violet tenía muchas fortalezas. Antailtire chasqueó un dedo y Violet volvió a tomar las riendas de su persona.

    – [Arquitecto]Estáis aquí porque sois los mejores de cada mundo, los líderes de cada uno de mis ejércitos.[/Arquitecto] – les recordó. – [Arquitecto]Por eso os hice inmortales. No me hagáis replantearme esa decisión.[/Arquitecto] – era un aviso, con misericordia, con consideración. Antailtire no era una deidad cruel, era benevolente, obtenía beneficios de los mundos pero también les había llevado un orden, una estabilidad. – [Arquitecto]Necesito que vayáis a la Luna Viltis y los busquéis. Sacad toda la información que podáis y traedlos. Si no podéis, matadlos.[/Arquitecto] – ordenó. Los prefería vivos, pero si tenía que elegir, prefería quedarse con la curiosidad y seguir controlando su mundo como hasta el momento.

    – [Asia]A sus órdenes[/Asia].- replicó Asia de manera ceremonial.

    – [Arquitecto]Asia será la responsable del equipo.[/Arquitecto]

    Ella asintió, orgullosa.

    – [Arquitecto]Aunque los otros seis dedos tienen la misión de sofocar la rebelión…[/Arquitecto] – aquellos seis Daë no serían un estorbo para sus soldados de élite. – [Arquitecto]…estad alerta de vuestros mundos natales.[/Arquitecto] – aclaró. Él se encargaría de que los líderes de los mundos estuvieran pendientes. Ya habían cometido bastantes errores, haciendo dudar a Antailtire.

    – [Violet]Así se hará[/Violet].- sentenció Violet.

    Antailtire asintió y uno a uno abandonaron la sala de un blanco inmaculado.

  • INTERLUDIO. EL COMPENDIO

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    El omnipotente Antailtire estaba sentado en su trono de piedras preciosas. Las más raras gemas de Daonna formaban su lugar de reposo habitual, suavizado por un cojín y reposamanos de pelo de nirlo, un casi extinto animal de Gwiddon.

    Él era el señor de aquél Cúmulo. Antes de su reinado, los mundos eran muy diferentes, demasiado caóticos, demasiado libres, sin nadie que explotase su verdadero valor.

    Se levantó del trono y caminó por la sala principal de su palacio, al que muchos llamaban «La Catedral del Mañana». Hacía siglos había sido un monasterio del Escudo de Alqaws, de los que ya solo quedaba uno, escondido en las profundidados del planeta esperando que sus bestias le dieran caza.

    Él y solo él había llevado la prosperidad a ese mundo. La ciudad de ‘La Flecha’ era un ejemplo de la magnificencia del futuro y sus habitantes le adoraban. Claro está, no les dejaba acostumbrarse a su presencia. Normalmente le separaban de ellos sus innumerables ejércitos apostados continuamente alrededor de la Catedral en la ciudad militar conocida como ‘El Muro’. Aunque a veces si se dejaba ver, en ocasiones señaladas agasajaba al pueblo con regalos o con fiestas como nadie habría imaginado.

    Toda aquella tecnología, opulencia y cultura del hedonismo eran gracias a él y al sistema que había instaurado. Todo funcionaba perfectamente gracias a su magia, que había superado las barreras del multiverso y había rescatado viejas civilizaciones de la Tierra en realidades en las que nunca habían llegado a avanzar. Esas civilizaciones se habían especializado en una cosa y para eso les había aprovechado él, sabiendo exprimir su valor, su potencial.

    Antailtire continuó caminando y se retiró a su sala de meditación, un cuarto con veintitrés paredes cubiertas de espejos. Esperó pacientemente hasta que se manifestó una figura en uno de ellos.

    EMPERADOR CLAUDIO SEVERO

    ESFERA SENATUS

    Él era el Emperador de todo el Nuevo Imperio Romano. Vestía con las más finas túnicas, de color púrpura, con bordados en oro.

    Nunca había sido un guerrero. Dedicaba su cuerpo a los placeres en lugar de a las penurias. El guerrero había sido su padre Palladius Maximus. Su herencia era igual de impresionante: su abuelo había levantado los muros, su bisabuelo había expandido los límites del imperio y su tatarabuelo había huido con los supervivientes del cataclismo. Él, por su parte, se dedicaba a la vida contemplativa mientras que relegaba los menesteres del Imperio al Senado y las labores de guerrero al Legatus Tulio.

    A veces le tocaba hacer labores aburridas claro, como asistir a las reuniones del Senado o reunirse con el Legatus Tulio por asuntos de vital importancia. Aquella mañana había tenido que encontrarse con él por la aparición de unos visitantes de extramuros.

    Todo el asunto se debía a que un hombre había tratado de hacer su trabajo eliminándolos allí mismo, pero ellos, junto a una Decurión que había osado decidir por sí misma, le habían detenido. Eso nos daba un problema, porque los había traído a la mismísima puerta del Senado, donde podía haberles visto cualquier ciudadano.

    Tulio ya sabía las órdenes. Habían sido las mismas desde los tiempos de mi padre. Cualquier sobrenatural tenía que morir. Para el Imperio eran los monstruos de leyenda contra los que luchábamos día a día. Si de pronto desaparecía esa amenaza, la gente empezaría a cuestionarse las políticas internas. Por eso de vez en cuando el Legatus tenía órdenes de orquestar ataques sorpresa a las granjas limítrofes con el último muro. Por lo que él mismo había dicho, la familia de la Decurión había muerto en una de esas incursiones, así que era el momento de que los monstruos volviesen a su granja y esta vez se cobraran trágicamente su vida, junto a la de los desconocidos.

    Cansado de tanto pensar, el Emperador ordenó traer a un grupo mixto de esclavos y esclavas. Necesitaba dedicarse un rato a los placeres para quitarse esa extraña sensación de que alguien le observaba.

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    Antailtire dejó que la figura se desvaneciera en el espejo y pensó en aquellos extraños que habían aparecido. No le gustaban las sorpresas inesperadas y había algunas profecías de la Oráculo de Selas que la mencionaban a ella misma y al fin de su reinado que nombraban la aparición de extraños en los diferentes mundos como el punto de inicio.

    Por esa razón había colocado varios miembros del «Compendio» en cada uno de los mundos, y no uno solo, para mantenerlos vigilados. Inquieta, volvió a esperar hasta que una figura se manifestó en otro espejo.

    EL BANQUERO

    ESFERA KOURAS

    El Banquero terminó de contar lentamente las monedas que tenía sobre la mesa. Lo anotó en un papel y lo guardó todo pulcramente colocado en su caja fuerte. Frente a él había un grupo de forajidos esperando. Sabían que no debían molestarle si estaba concentrado, incluso aunque uno de ellos se estuviera sujetando una herida de flecha sangrante.

    – [Banquero]¿Y bien? ¿Habéis matado al gólem?[/Banquero] – preguntó, observándoles por encima de sus gafas.

    – [b]Eran demasiados, señor. Hemos perdido a casi todos mis hombres. Tenían…más gente. Aquella chica que tumbó a cinco en el saloon y el crío, y tres más.[/b] – dijo uno de ellos, Cassidy el Negro, que se había ganado el mote por el color de sus dientes.

    El hombre, que rondaba los cincuenta, se puso en pie tras su escritorio y se acercó a los forajidos. Todos conocían su fama y todos sabían lo mucho que deseaba poner sus manos en los metales preciosos que había en el viejo hogar de los golem de piedra de las montañas. Para ellos, todo era oro y plata, pero él conocía otros metales que su comprador le recompensaría mejor.

    – [Banquero]¿Y qué hacéis aquí?[/Banquero] – preguntó él, desarmado, acercándose sin temor ninguno.

    – [b]M-mis hombres, necesitaré recursos para conseguir más. Hicieron volar la dinamita desde lejos, eran espíritus de esos indios.[/b] – confesó. – [b]Necesitaremos un ejército.[/b] – añadió. El Banquero retrocedió un poco al percibir el olor humano del forajido. Cogió un pañuelo de su bolsillo y se tapó un poco la nariz.

    – [Banquero]¿Vienes aquí habiendo fallado a pedirme dinero?[/Banquero] – vio como llevaban la mano a sus colt, pero no le importó. Había muchos más forajidos en aquella ciudad y en las cercanas, sería fácil motivarles para trabajar para él. Aquellos habían demostrado ser inútiles.

    – [b]No, es más fácil matarte a ti y quedarnos con todo.[/b] – dijo mostrando sus negros dientes con una sonrisa.

    El Banquero le miró, asqueado y dejó que le dispararan. Las balas dejaron su ropa hecha jirones y él cayó hacia atrás en el escritorio. Esperó un par de minutos a levantarse para hacer más dramática su entrada y dejó que vieran su verdadera cara.

    – [b]E-eres un puto monstruo como ellos.[/b] – el forajido se echó hacia atrás y sus compañeros intentaron huir, pero el Banquero usó sus poderes para cerrar la puerta. De su impoluto aspecto no quedaba nada. Su cara estaba cuarteada y parecía cuero oscuro, su frente estaba ahora atravesada por una cresta de cuernos. Ya no tenía ojos, pero veía. Sus garras tenían ansia de sangre.

    En el exterior, nadie oyó los gritos.

    EL NIGROMANTE

    ESFERA GWIDDON

    Cuando el Nigromante sintió la presencia observándole, le pidió que se manifestara. Antailtire se dejó ver en el salón de su castillo, contrastando su aspecto sofisticado con las ropas barbáricas del Nigromante.

    – [Nigromante]Dichosos los ojos.[/Nigromante] – dijo el hombre.

    – [Arquitecto]¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Habéis tenido algún viajero inesperado?[/Arquitecto] – comentó ella. En ocasiones, los habitantes de los distintos mundos se topaban con artefactos que les llevaban de un mundo a otro, portales en miniatura que ya estaban allí mucho antes de la arquitectura que Antailtire había construido y que tomaban forma de objetos. Normalmente, los habitantes los veían extraños y los evitaban, pero otras veces los tocaban y acababan en un mundo completamente diferente. En esos casos, se encargaba de que los miembros del ‘Compendio’ les dieran caza.

    El Nigromante era distinto a otros miembros del ‘Compendio’, él era de los pocos conscientes de la existencia de Antailtire y de su relación. Pese a ello, era un hombre fácil de controlar, porque solo quería poder. A él no necesitaba darle una excusa para buscar a los viajeros.

    – [Nigromante]Tengo a dos encerrados, estoy esperando a que otros dos vengan a rescatarlos para entregártelos todos juntos.[/Nigromante] – explicó, acercándose a una mesa con comida para comer un trozo de pollo de una forma que a Antailtire le resultó poco agradable. – [Nigromante]Ropas extrañas, una lengua parecida a la nuestra pero distinta.[/Nigromante] – era un hombre perspicaz, tenía la capacidad de ver ciertas cosas en los seres vivos y tenía un don para entender los artefactos mágicos, así que le servía perfectamente para su propósito en ese mundo, dotar de armas sin igual a su ejército y de reliquias con gran utilidad para sí misma. El resto, las de menos importancia, le dejaba quedárselas.

    – [Arquitecto]Házmelo saber cuando los tengas a todos. Quiero hablar con ellos antes de que los mates.[/Arquitecto] – sentenció. Necesitaba saber cuántos había. Le estaba empezando a preocupar cómo estaban plagando todos sus mundos, alterando su control.

    – [Nigromante]También puedo matarlos ya y traerlos de vuelta para que los interrogues.[/Nigromante] – propuso el sádico Señor de las Islas. Odiaba que le apodaran Nigromante y otros nombres menos agradables, pero al final, es lo que era, un carnicero.

    – [Arquitecto]No me interesa hablar con tus reanimaciones descerebradas. Cuando termine con ellos, haz lo que quieras.[/Arquitecto] – dijo antes de desvanecerse. El Nigromante era desafiante, pero valoraba su poder y temía perderlo si Antailtire se ponía en su contra, así que obedecería.

    EL CARDENAL

    ESFERA KARDAS

    El Cardenal descansaba en sus aposentos, vigilado por dos guardias de la Hermandad de Tauro. Aquél día había sido terrible y su fé se había visto resquebrajada. No solo habían escapado cuatro abominaciones, si no que una de ellas había conseguido afectar a sus caballeros sagrados con su terrible y oscura seducción.

    No recordaba tiempos tan aciagos. Ver a sus caballeros siendo corrompidos, le recordó la reciente pérdida de uno de ellos. Richard Crane era uno de sus mejores hombres, valiente, carismático, él solo había purgado al mundo de muchos de esos demonios. Había vencido en combate singular a cinco licántropos, aquello había parecido un milagro, pero no lo fue. No lo vimos, estábamos cegados, pero estaba cambiado.

    El Cardenal se arrodilló ante la llama blanca y una voz le habló:

    – [Arquitecto]La oscuridad debe ser purgada. Trae a los mancillados ante mí y yo les purificaré.[/Arquitecto] – escuchó.

    – [Cardenal]Así se hará.[/Cardenal] – el Cardenal conocía su misión. Era el emisario en aquellas tierras de la Luz y como tal, debía mantenerse fuerte. A la mañana siguiente la Hermandad al completo abandonaría el castillo para buscar a aquellos pobres diablos.

    LA LOBA

    ESFERA KARDAS

    El bosque susurraba. Para los habitantes del castillo, el susurro era inquietante y peligroso, aún más sumado a la oscuridad de la noche. Pero para ellos, para los mancillados, el susurro era el sonido del hogar.

    Sus patas dieron paso a piernas y brazos a medida que regresaba a su cabaña. Sus sentidos de loba habían percibido algo vigilándola, como tantas otras veces, pero lo atribuyó a la madre naturaleza que guiaba sus acciones e incluso a veces, le hablaba en su forma de loba.

    La voz le había dicho que había un grupo de refugiados que acababan de huir del castillo. Pensó darles cobijo al instante, pero la madre le advirtió de que tuviese cuidado porque su llegada era un mal augurio y la Hermandad podía terminar arrasando su refugio. Si llegaban a ella, se aseguraría de observarlos con cautela antes de proceder.

    Tenía a demasiados a su cargo como para perderlos por unos recién llegados. Aquel pueblo no habría existido sin ella, los mancillados nunca habrían tenido un hogar. Algún día tendrían que librar la guerra, pero aún eran pocos.

    EL SOBERANO

    ESFERA DAONNA

    El hombre vestía un traje de alto rango de un azul impecable. Su pechera,  cubierta de condecoraciones, destacaba a simple vista. Su sombrero reposaba encima de la mesa de su tienda, mientras él se colocaba firmemente frente a un espejo, esperándole a su realeza, Pensaer de Mundos, aunque no tardó demasiado, aquello era una de las cosas que compartían.

    Muchos le tomaban por un loco y un sádico, pero nadie le tomaba por tonto. El Soberano se había alzado sobre el resto de brujos y brujas de Daonna, dominando la región sur del planeta. Su magia sobre la tecnología le hacía superior.

    Su ejército avanzó inexpugnable por el enorme planeta. Los demonios acababan subyugados por su magia, esclavizados por su mejor invención y entregadosa Antailtire.

    Pero el Soberano no era estúpido, como el resto del ‘Compendio’. Era consciente de que Antailtire y él eran simples caras de una moneda. Una moneda con múltiples dimensiones. Por eso trabajaban juntos, por el bien común de ambos y también porque disfrutaba del poder que ostentaba en ese mundo.

    Y quien sabe, quizá un día sus papeles se vieran cambiados y fuera él el Soberano de todo el Cúmulo. Sin duda no sería ninguno de los otros miembros del Compendio. Habían sido unos inútiles, permitiendo que sus mundos se desestabilizaran por la llegada de unos viajeros.

    En el mundo del Soberano aún no había divisado a nadie, pero cuando lo hiciera, no tardaría en someterlos bajo su control.