Moondale

Etiqueta: Christopher x Diana

  • INTERLUDIO DE DOS FÓSILES

    Interludio – Diana

    Mediodía

    Qué putada pasarse de moda, coño. Que ni tu fan se acuerde de ti, porque Amy es más oscura, más intensa y niñiñi. Que sí, que Amy es mi hija y es una valkiria maravillosa y estupenda, como las otras dos, que me rajaron el pepe con su cabezona para venir al mundo, me cago en mi raza. Pero no está mal que de vez en cuando se acuerden de una, de «La bruja pelirroja», «El fénix» o la original e inimitable, yo. Todo el mundo recuerda mis posts. TODO EL MALDITO MUNDO. Bueno, tres personas. Pero esas tres personas son los Daesdi o tres frikis que ahora deben rondar la treintena si es que aquel capítulo en el que éramos personajes de rol era verdad y en realidad, esto es todo una fumada de tres criaturitas aburridas.

    A veces, me imagino cómo serán los Daesdi. Mi fan tiene que estar bueno, ¿no? Por eso es mi fan. Las personas guapas y estupendas nos atraemos como con un imán. Mierda, seguro que es un cardo.

    – [Diana]Cari, ¿tú crees que mi fan está bueno?[/Diana]- le pregunté un día. Me tenía muy mosqueada últimamente, porque para mí que no era el mismo. Tenía la sensación de que antes tenía barba y barriguita y ahora, era más delgado e…imberbe. ¿Me estaba volviendo loca? Pues mira, a lo mejor. Eso pasa cuando ignoras a la gente.

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  • DESTINOS ENTRELAZADOS

    INTERLUDIO

    CHRISTOPHER MACLEOD

    MADRUGADA – BIBLIOTECA SECRETA DE LA ESCUELA LEGADO

    Me estiré durante unos segundos en la silla y escuché mi espalda crugir. Dejé las gafas a un lado en la mesa y me froté los ojos, cansado. Era mi segunda noche sin dormir, exceptuando dos cabezadas que había dado mientras repasaba todo lo que sabíamos sobre los Daë, las Pruebas y los discos.

    Por una parte,  la visión de Diana había resultado tranquilizadora. Al menos sabíamos dónde estaban nuestros niños y podíamos descartar una fatalidad que no quería ni siquiera imaginar cómo habríamos llevado.

    Pero eso no evitaba que estuvieran en peligro y que no pudiéramos quedarnos sentados de brazos cruzados mientras ellos cargaban el peso del mundo a sus espaldas.

    La primera noche apenas sabía qué hacer, así que empecé a rememorar todo lo que nos había ocurrido a nosotros y creé un mapa de los sucesos relacionados con Verónica Preston, que de acuerdo a lo que decía mi hija, llevaba con nosotros desde la noche en la que escapamos de la Iniciativa por primera vez, hace más de veinticinco años.

    Cuando llegó la mañana me detuve para avisar en la Universidad de que tenía que tomarme el día. Y fue entonces, después de darme una ducha para despejarme, cuando encontré mi disco. Estaba allí, donde siempre lo había guardado, en una caja de metal labrada encima de una cajonera de nuestra habitación. Había acudido a ella por mero instinto, como una especie de corazonada. Y allí estaba.

    Lo cogí entre las manos y lo primero que hice fue llamar a los demás para ver si ellos también tenían los suyos. Contuve el miedo mientras lo hacía. Ser padre te cambia completamente. No es algo que pase de la noche a la mañana, pero para cuando te vas a dar cuenta, eres consciente de que hay seres nuevos en el mundo que dependen de ti y a los que quieres más de lo que podrías haber imaginado.

    El mero pensamiento de que a una de mis niñas le hubiese pasado algo hacía que cada uno de los tonos del teléfono me golpease como un martillo. Apenas me mantenía entero. Diana descolgó el teléfono y se marchó corriendo a comprobarlo en su bolso. El disco estaba allí. Uno a uno los fui llamando a todos y la respuesta fue la misma. Todos los discos habían vuelto.

    La visión de Diana era tranquilizadora, así que hice a un lado la idea de que les hubiera pasado algo a todos. Tenía que dejar a un lado los miedos y ser lógico. No fue fácil, como os digo, tener hijos te cambia. Hacía más de veinte años que había sobrevivido al Demonio del Miedo y era consciente de que en ese momento no sería capaz de repetirlo. Tenía demasiadas cosas que perder, empezando por Diana y las niñas. Finalmente, me aferré a la respuesta lógica, que era que los Daesdi habían devueltos los discos a su lugar después de que los niños fueran al Axis Mundi.

    Desde ese momento había estado casi sin descanso estudiando el disco en la biblioteca privada de los Moondies, casi todo el tiempo acompañado por alguno de los demás. Hacía ya tres horas que había mandado a Diana a descansar. Había ido poco después a la sala común y la había encontrado dormida, así que la arropé. Me quedé unos minutos con ella, sin ganas de quedarme solo de nuevo con mis pensamientos.

    Poco después de volver había dado dos cabezadas sobre el libro que tenía delante y eso me llevaba al presente, donde llevaba diez minutos dándole vueltas al disco, buscando detalles que nunca había encontrado.

    Dicen que la fé está ahí para cuando estamos desesperados. Para no perder la esperanza cuando no hay nada más a lo que aferrarse. Nunca había estado demasiado implicado en la fé. Era un hombre práctico, que había visto demasiadas cosas: demonios, magia, espectros, muertos que se alzan en vida, entidades de la misma naturaleza. Todo eso era tangible. Incluso habíamos visto a los Daesdi, que no eran más que tres entidades con poderes muy superiores a los nuestros, pero no dioses. Ante todo eso, ponía la fé en mí mismo y en los demás. Pero en ese momento no sabía qué hacer, así que con el disco en la mano, recé y pensé en mis niñas.

    Recordé su inocencia cuando eran pequeñas. Recorrer la casa a caballito con Vera a la espalda. Las risas de Amy, que conseguían arrancarte una sin que pudieras evitarlo. Las primeras palabras de Kaylee después de ‘Mami’, ‘Mima’ y ‘Papa’ diciendo ‘Eyaa’ para referirse a Freya.

    – [MacLeod]Por favor, que mis niñas estén bien. Por favor, no dejes que les pase nada…[/MacLeod] – rogaba mentalmente, esperando que mi mera fuerza de voluntad sirviese para cambiar las cosas.

    – [Leo]¿Quién es? ¿A quién estoy escuchando?[/Leo] – dijo una voz que resonaba en mi mente. Abrí los ojos sobresaltado. Sinceramente, un escalofrío recorrió mi espalda y en ese momento me planteé mi falta de fé.

    – [MacLeod]Christopher MacLeod. ¿Y tú?[/MacLeod] – busqué la entereza de la que carecía en ese momento para parecer calmado

    – [Leo]¿Christopher? Soy Leo, Leo Arkkan.[/Leo] – dijo la voz. Me había resultado conocida, pero no esperaba escuchar a Leo hablando en mi mente.

    – [MacLeod]¿Leo? ¿Cómo es posible? ¿Dónde estáis? ¿Estáis todos bien?[/MacLeod] – pregunté. Demasiadas preguntas. Tenía que ordenar mis pensamientos. Fuese lo que fuese la conexión que estaba teniendo con Leo, podía agotarse.

    – [Leo]Estaba tratando de dormir. Me desperté con un impulso de coger el disco, pero ya no estaba. En su lugar encontré un orbe como de cristal y al tocarlo te escuché.[/Leo] – explicó. – [Leo]Los Daesdi nos han enviado a otro lugar del universo, a un grupo de planetas que llaman Cúmulo Nexus, para guiar a los Daë de aquí. Estamos bien, pero estamos separados.[/Leo] – continuó. Era mucha información que procesar, así que tomé nota de lo que me estaba diciendo con mucho cuidado de no perder la concentración ni soltar el disco.

    – [MacLeod]No sé cuando tiempo tenemos, así que necesito que seas conciso. ¿Estás solo? ¿Cómo es el lugar en el que estás? ¿Qué más han dicho los Daesdi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Leo]Estoy con Amy y Ezra. Estamos en un mundo que parece la vieja Escocia.[/Leo] – comentó. Contuve a duras penas el impulso de pedirle que me pasara con mi niña. Sabía que tenía que conseguir más información y podía perder el contacto antes de conseguir saber más. – [Leo]Fuimos a impedir que los demás entrasen a las Pruebas, pero Omega apareció con la apariencia de Tina. Es igual que Jane, parece igual de joven.[/Leo] – añadió. Hizo una pausa muy breve y siguió. – [Leo]Huimos y aparecimos con los Daesdi. Nos dijeron que antes de pasar nuestras Pruebas debemos reunir a los Daë del Cúmulo. Son los que conocéis: el demonio Oriax, el elfo…no recuerdo como se llama, el de mi madre.[/Leo] – trató de aclarar.

    – [MacLeod]¿Os han enviado al pasado?[/MacLeod] – pregunté, más para mí que para él, que emitió un sonido que significaba que no lo tenía claro. – [MacLeod]Dime como es el orbe.[/MacLeod] – tenía muchas más preguntas que me apetecía hacer en ese momento, pero lo principal era mantener la comunicación con ellos. Era cosa de mi disco y su orbe, así que necesitaba saber cómo funcionaba, por qué había conectado con Leo y no con otro.

    – [Leo]Parece una gema, pero de dos colores que se mezclan entre sí, moviendose continuamente. Es del tamaño de la palma de mi mano.[/Leo] – describió.

    – [MacLeod]Dime los colores.[/MacLeod] – pedí.

    – [Leo]Azul celeste, frío. Y el otro es verde agua. [/Leo] – dijo él, finalmente.

    – [MacLeod]Son los colores de mi disco. Gelus Terram. Puede que sean tus elementos de daë.[/MacLeod] – teoricé. – [MacLeod]Llama a Amy, dile que coja su orbe. Voy a intentar comunicar con ella. No pierdas la tuya de vista por si no lo consigo.[/MacLeod] – pedí, temiendo cortar aquella frágil conexión que me unía a ellos. – [MacLeod]Espera, ¿en qué pensabas cuando cogiste la orbe?[/MacLeod] – la duda me asaltó, no solo debía haberse puesto a la escucha, tenía que haber algo más.

    – [Leo]En Kaylee.[/Leo] – dijo, sin más detalles.

    – [MacLeod]Oh. De acuerdo. Dile a Amy que piense en mí. Y Leo, si no volvemos a hablar, cuida de ellas, por favor.[/MacLeod] – de pronto su imagen se manifestó delante de mí, más clara, como si nuestra conexión fuera más intensa en ese momento. Asintió, mirándome. Él también podía verme.

    Cortamos la conexión y me aferré al disco. Él me escuchó después de que pensara en las niñas, en mi pequeña Kay, cuando él también pensaba en ella. Su alegría cuando era pequeña, su fuerza, que pareció apagarse cuando Leo se marchó. Todos aquellos años sufriendo, perdiendo una parte de nosotros mismos viendo a nuestra hija pasarlo mal.

    Entonces la sentí. – [MacLeod]¿Amy? Por favor dime que estás ahí.[/MacLeod] – pedí. Mi corazón iba a toda velocidad y estaba a punto de llorar, pero siempre había sido un hombre muy práctico. Dejaría las lágrimas para cuando no tuviera que ayudar a mi pequeña a estar a salvo.

    – [Amy]¿Qué quieres, brasas?[/Amy] -replicó mi hija mayor. La habría reconocido en cualquier condición, aunque tengo que reconocer que no era exactamente la respuesta que esperaba.

    – [MacLeod]¿Me estás diciendo que llevo dos noches sin dormir porque habéis desaparecido y cuando por fin hablamos me llamas brasas?[/MacLeod] – le repliqué. Estaba convirtiendo mi preocupación en una reprimenda, así que traté de concentrarme.

    – [Amy]Sep.[/Amy]- sentenció. Su imagen empezó a aparecer delante de mí y vi que se reía. Hacía mucho que no la veía reirse. Solo con verla me sentí mejor.

    – [MacLeod]A veces eres igual que tu madre.[/MacLeod] – respondí, suspirando. – [MacLeod]Amy, necesito que me digas de qué colores es tu orbe.[/MacLeod] – pregunté, odiándome por tener que ser práctico y conciso. No era un momento para la lógica, era un momento para alegrarme de ver a mi niña sana y salva. Pero ni eso podía disfrutar con normalidad.

    – [Amy]Azul y verde.[/Amy]- resumió. Dicen que los niños se parecen a sus padrinos y sin duda Amy había salido tan parca en palabras como el suyo.- [Amy]¿Cómo estáis?[/Amy] – añadió. Poder mirarla a los ojos sabiendo que ella también me veía era un milagro. Con Leo había costado más tiempo verle directamente, quizá porque no teníamos un vínculo tan intenso.

    – [MacLeod]Ahora mejor, estábamos muy preocupados. Tu madre tuvo una visión.[/MacLeod] – resumir en pocas palabras el desasosiego de los últimos días era imposible y Amy no necesitaba saber lo mal que lo habíamos pasado. – [MacLeod]¿Estás a salvo, tesoro?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Amy]Estoy con Leo.[/Amy]- se quejó. Que Leo se fuera había sido el catalizador de la depresión de Amy, pero como buen padre, sabía que había algo más, algo que no estaba contando, pero aprendí a tener paciencia y a esperar que algún día lo contase todo, por muy difícil que fuese.

    – [MacLeod]Lo sé. Pero sé que estarás bien. [/MacLeod] – dije tratando de darle confianza, pese a que yo mismo careciera de ella. – [MacLeod]No sé si preocuparme de haber conectado primero con él porque estaba pensando en tu hermana.[/MacLeod] – comenté cuando el pensamiento se me pasó por la cabeza.

    – [Amy]Lo que nos faltaba…[/Amy]- se quejó de nuevo. Me asaltó el miedo de no saber cuánto tiempo más podríamos estar hablando.

    – [MacLeod]Escucha, cariño. Sé poco de esto, pero te explico mi teoría, por si se corta la conexión.[/MacLeod] – dije, gesticulando ahora que sabía que me veía. – [MacLeod]Leo dice que el orbe estaba donde desapareció el disco, que ahora volvemos a tener nosotros. El de Leo tiene los mismos colores que el mío, y el tuyo tiene el azul, que seguramente será claro.[/MacLeod] – expliqué, aprovechando para ordenar mis ideas. – [MacLeod]Voy a hacer pruebas para comprobarlo, pero creo que solo puedo comunicarme con los que tengan alguno de mis elementos de Daë, porque no respondió nadie hasta que di con Leo.[/MacLeod] – era una teoría, quizá podía hablar con cualquiera, pero era demasiada coincidencia.

    – [Amy]Tiene sentido[/Amy] – replicó mi hija. La vi tan decidida y tan sabia allí delante de mí, enfrentándose a lo desconocido de forma tan estoica. Habían crecido mucho. Quizá no nos necesitaban tanto ya como nosotros a ellas.

    – [MacLeod]No vamos a apartarnos de los discos.[/MacLeod] – le prometí, sin saber quién necesitaba más esa promesa. – [MacLeod]Cuando nos necesitéis, estaremos aquí. Y si no nos necesitáis…llamadnos igual.[/MacLeod] – le pedí. No eran unas vacaciones así que estaba justificado pedirles que nos llamaran a diario sin parecer un padre loco.

    – [Amy]Por favor, papá. Qué cursi eres[/Amy].- replicó llevándose una mano a la cara, avergonzada, pero la vi sonreír. Hacía tanto que no podíamos hablar en condiciones. Me pregunté si no les habríamos dado por sentado demasiado pronto. Había hecho falta todo esto para poder estar más unidos.

    – [MacLeod]No soy cursi. Me preocupo por vosotras.[/MacLeod] – me quejé. Había intentado siempre ser un padre a la altura de las circunstancias y conectar siempre con ellas, pero tres hijas son muchas hijas y me había pasado diez años cansado. – [MacLeod]Eso no es ser cursi. Simplemente os quiero mucho.[/MacLeod] – añadí. No está mal decir que quieres a tus hijos, había sido una herencia de masculinidad tóxica durante años. Quería a mi padre y sabía que él también a mí, pero nunca nos lo habíamos dicho. Y eso era un error que debía continuar. – [MacLeod]Pero no soy cursi. Soy…guay. ¿Soy cursi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Diana]No eres guay desde 2015.[/Diana]- escuché decir a otra voz, una que siempre conseguía dar calidez a mi corazón. Me giré y vi a Diana en el umbral de la puerta, con cara de cansada.

    – [MacLeod]Voy a intentar pasarte con tu madre, a ver si funciona. Si se corta, volveré a llamarte mañana.[/MacLeod] .- dije mirando una vez más a mi pequeña. Diana se puso donde la dije mirándome extrañada. No había visto a Amy.

    Le tendí mi disco y le dije que pensara en Amy, pero no llegó a contactar con ella.

    – [MacLeod]Cariño, era Amy, podemos hablar con ellos, con los discos.[/MacLeod] – le cogí las manos, conteniendo a duras penas las lágrimas. Había pasado mucho miedo por ellas.

    – [Diana]¿Estás perdiendo la cabeza?[/Diana]- me preguntó, mirándome fijamente.

    Negué con la cabeza, dándome cuenta de que quizá había sonado un poco loco con el disco en la mano mirando hacia un punto en el que solo yo veía a Amy.

    – [MacLeod]Podemos comunicarnos a través de los discos, con los que tengan un elemento en común con nosotros. Hablé con Leo, que es Terram Gelus, y luego con Amy que es Gelus. Tú no pudiste hablar con ella porque no tenéis elemento en común.[/MacLeod] – le señalé las anotaciones de lo que había ido diciendo Leo.

    – [Diana]Pues vaya mierda de sistema.[/Diana] – espetó, creyéndome.

    Me encogí de hombros, no podía decirle mucho más porque tenía poca información. Iba a ser imposible saber de base qué elementos tenía cada uno de los niños, así que tocaría hacer prueba y error. – [MacLeod]Tiene que ver con la conexión entre elementos. En teoría Lucy conecta con todos nosotros, así que quizá ella podría hablar con todos los niños.[/MacLeod] – teoricé, recordando aquella vez en la que Lucy nos hizo ver los recuerdos de las personas cercanas. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que me había perdido en mis pensamientos. Vi a Diana sentada a mi lado, con cara de cansada. Siempre parecía fuerte, pero era frágil, todos lo éramos. Me percaté de que apenas la había visto los últimos días, aunque estuviese a mi lado. Así que la abracé y le di un largo beso en los labios.

    – [Diana]Habrá que dormir, ¿no?[/Diana] – dijo ella, mirando el reloj que tenía sobre la mesa. Era tarde, sí.

    – [MacLeod]Primero tengo que avisar a los demás. No podemos perder los discos de vista.[/MacLeod] – me puse en pie, con renovadas fuerzas.

    – [Diana]Son las cinco de la mañana.[/Diana]- se quejó Diana, con un gesto igual que el que había hecho Amy hacía unos minutos.- [Diana]He tenido tres hijas y merezco dormir.[/Diana] – sentenció.

    Le sonreí, había estado despierta hasta muy tarde ayudándome. – [MacLeod]Tú ve a descansar, cariño.[/MacLeod] – la acompañé a la sala común y la tapé con un par de mantas.

    – [Diana]Van a estar bien.[/Diana]- dijo cubriéndose hasta la cabeza con la manta.- [Diana]Son mis hijas.[/Diana] – añadió.

    – [MacLeod]Lo sé. Te quiero cariño.[/MacLeod] – le di un beso en la mínima parte que tenía descubierta y me fui hacia la biblioteca, dispuesto a llamar a los demás. La primera sería Sarah, sabía que estaría despierta.

    Por fin tenía buenas noticias. Por poco que pudiéramos hacer, teníamos contacto con los niños y eso significaba que podíamos aferrarnos a resultarles útiles, a ayudarles con lo que necesitaran. No era mucho, pero era suficiente.

     

     

    Os dejo un enlace a los diferentes «cluster» de comunicación. http://biblioteca.moondale.es/2019/01/18/clusters/

  • DESENCADENADO

    Christopher MacLeod – Bosque de los Lobos

    Se dice que la historia la escriben los supervivientes, pero la realidad es aún más triste. La historia la escriben los que tienen poder, para controlar y mantener en las sombras a los que no lo tienen, que, adoctrinados para ello, lo creerán.

    La historia en ese momento era la ‘Batalla de Ripper‘ o la ‘Guerra de Moondale‘ como llegaría a conocerse en el futuro. El Gobierno trataría el despliegue militar de su operación secreta ‘Iniciativa Awaken’ para disipar la amenaza de Z como una «operación militar para para la inhabilitación de una organización terrorista en suelo patrio«, abreviado como ‘Operación Serpiente Escondida‘. Esa organización terrorista no era otra que ‘Gambit‘, un grupo dirigido por el entonces Director de Inteligencia Nacional que había abusado de su poder para robar armamento de tecnología punta con el fin de «socavar nuestra gran nación«.

    En el clímax de la batalla, que aún estaba por llegar, la Iniciativa desplegaría un arma que dejaría fritos todos los dispositivos electrónicos en un rango de kilómetros a la redonda, evitando así dejar cualquier registro visual. Así que con el tiempo, para todos los que no lo hubiesen vivido en primera persona, los poderes, criaturas y magia que habían visto en esa batalla, no fueron más que el producto de un gas experimental, desacreditando a todos los testigos, que solo contaban con su palabra. Al final, pese a cómo se desarrolló todo, ellos resultaron victoriosos en última instancia, volviendo a mantener a los sobrenaturales en las sombras.

    Y mientras tanto allí estaba yo, viviendo la historia, luchando estoque en mano para intentar mantener a salvo a la gente inocente y evitar todas las muertes posibles hasta que nuestro as en la manga pudiera salvar el día, o al menos cambiar ligeramente las tornas.

    Mi muñeca sufrió al contener otro embite del Rey Gris. Por mucho que mi estoque fuese de adamantio y estuviese reforzado por la magia arcana de los aesir, físicamente era poco más que un humano promedio y me estaba enfrentando a un romano inmortal. Tampoco era un milagro que siguiese vivo, estaba claro que no quería matarme, solamente dejarme fuera de juego. Aun así los cortes superficiales y el cansancio estaban empezando a pasar factura y el Rey Gris tenía muchos enemigos a los que enfrentarse como para perder tanto tiempo conmigo. Si empezaba a impacientarse quizá no viese tan mal acabar conmigo.

    Resultaba un poco frustrante enfrentarme a un enemigo al que no era capaz de vencer. Era un Daë, había sido elegido para salvar el mundo del Soberano, pero no tenía nada que hacer con el resto. Como ya he dicho en otras ocasiones, caminaba entre dioses. Mia, Sasha o cualquiera de los Satellites habrían encajado mejor que yo como Daë, y sin embargo, había sido elegido y había cumplido las Pruebas. Y desde esas pequeñas victorias, no hacía más que perder: a Kaylee, a Sarah, a Daniel, a Ed, a todos los que estaban heridos o ya habían muerto ese día…

    El Rey Gris empujó con fuerza y mi brazo se resintió. Sujeté el estoque con las dos manos y vi el brillo en sus ojos al ver que me tenía justo donde quería, así que hice una finta y me aparté de él. Normalmente habría contraatacado aprovechando que había bajado la guardia, pero ya no podía, sería arriesgar demasiado.

    Quizá debí hacer caso a los demás cuando insistieron en que me quedase en la periferia del combate, como había hecho Vincent o cualquiera de los que estaba en la Nave o en la Universidad. Esta vez la decisión de quedarme no era estratégica ni meditada, era una mezcla de orgullo con la incapacidad para dejar que los demás se arriesgasen mientras yo estaba relativamente a salvo.

    Ni siquiera mi orgullo me había dejado nunca dejar paso al licántropo para poder utilizar su fuerza. En algún lugar del bosque, Alexander Fenris estaba caminando como un enorme crinos, abatiendo soldados con ayuda de su manada, que también luchaba contra sus propios hermanos en el bando de Z. Yo no podía hacerlo. Era diferente.

    Mi pecho subía y bajaba con la respiración agitada. Mi corazón parecía a punto de salirse de mi cuerpo. No podía vencer al hombre de la armadura que estaba frente a mí. Lo había sabido desde el principio. Todo el mundo tiene que saber su lugar y sus dominios. El mío no era el físico, era el mental. No podía derrotar al Rey Gris, pero podía entretenerlo el tiempo suficiente para que Dominic, que estaba ocupado con dos activos de la Iniciativa, se librase de ellos y lanzase su martillo contra el inmortal, que acabó clavado contra una pared de piedra, intentando moverse.

    Le di las gracias a Dominic, que no tuvo tiempo a detenerse mientras corría a ayudar a Daniel contra el Rey Negro, en ese momento un enorme demonio que no debía ser otro que el Juthrbog, el asesino de su familia y de la de Dom. Mi corazón dio un vuelco al ver a Sarah inerte a sus pies, cubierta de sangre, pero la vi también varios metros más allá, aguantando contra un demonio lobuno de piel blanca y marcas color sangre por su cuerpo, el propio Z. Volví la mirada al Juthrbog, la Sarah muerta era una ilusión más del miedo de Daniel, una muy convincente. No sabía cómo era capaz de enfrentarse a eso solo, pero sin duda agradeció que apareciese Dom. Los miedos en compañía, son menos, por eso siempre intentan aislarnos, dejarnos solos para enfrentarnos a ellos.

    Preferí no pensar en qué se convertiría el Rey Negro ante mí. Ya había sobrevivido a mis miedos una vez, pero ahora tenía más que perder y eso los hacía más fuertes. Tenía mucho más por donde atacarme. Instintivamente, localicé a Diana, que en ese momento estaba cubriendo con sus llamas a la Reina Negra, que se protegía con un muro de sangre.

    Tenía un enemigo muy difícil por su capacidad de alterar las probabilidades, pero confiaba en el poder de Diana. Aun así, quise ayudarla cuando la Reina convirtió su muro en un ejército de dagas sangrientas, lanzando un conjuro eléctrico que ella desvió al final, volviendo a convertir las dagas en un escudo. Su fría mirada se fijó en mí mientras murmuraba algo. Empecé a encontrarme mal, terriblemente mal.

    Diana volvió a distraerla sin dejarle tiempo a tomar su venganza conmigo, pero fuera lo que fuera lo que hubiese hecho, seguía teniendo efecto en mí. Todo mi cuerpo dolía como si fuese a explotar de un momento a otro. Notaba la piel tirante y parte de mí quería salir de ella. Entonces lo supe. No necesité ver crecer mis uñas hasta convertirse en garras para saberlo. Había usado su poder para desencadenar la posibilidad de que me convirtiese en licántropo.

    Sentía todo mi cuerpo desgarrarse, cambiando rápidamente. No, no, no – rogué en mis pensamientos. La batalla todavía era un caos, no podía abandonarlos así, no podía dejarles solos. Puse toda mi voluntad y la transformación empezó a ir más lenta, pero no conseguía detenerla.

    – [Diana]Christopher, concéntrate en revertir la transformación[/Diana].- escuché la voz de Diana antes de levantar la mirada y verla frente a mí, con su pelo brillando en tonos rojizos bajo la luz del sol que se filtraba a través de las copas de los árboles.

    – [MacLeod]¿Y la Reina Negra?[/MacLeod] – pregunté, clavando las garras en la tierra con cada oleada de dolor. Sabía que no podía conseguir lo que Diana me estaba pidiendo. Sentía defraudarla, pero lo único que podía hacer era retenerlo mientras buscaba una forma de evitar el peligro para los demás.

    – [Diana]Se está encargando Ed[/Diana].- respondió ella con paciencia. No me paré a mirar tras ella, donde Ed hacia lo que podía por mantener a la Reina Negra a raya.

    – [MacLeod]No lo voy a conseguir.[/MacLeod] – me sinceré. Nunca había conseguido reprimir la transformación sin las infusiones de acónito así que no lo iba a conseguir ahora, en mitad de aquella guerra, sabiendo que podía perder a todas las personas por las que me había preocupado alguna vez y que mi hija podría criarse sin su familia. – [MacLeod]Tengo que evitar que salga libre.[/MacLeod] – traté de explicarle. En cuanto la idea cruzó mi mente, actué sin pensar, murmurando un conjuro para crear una esfera de electricidad que pudiese dejarme inconsciente. Solo esperaba no pasarme con el choque.

    — [Diana]Keliiiiii.[/Diana]— llamó Diana. Agradecí que no intentase disuadirme, bastante difícil era ya dejarme ir sabiendo que para cuando despertase, todo habría ocurrido ya, para bien o para mal. Keli no respondió, después de la magia que había obrado para teletransportarnos a todos y cada uno, no era extraño.

    – [MacLeod]Acaba de transportarnos a todos. No creo que pueda…[/MacLeod] – la esfera crepitaba, impaciente, en mi mano.- [MacLeod]Ponedme a resguardo y avisad a Mia de que me recoja cuando deje a Beatrix. Así no os molestaré mientras salváis el mundo.[/MacLeod] – le dediqué una sonrisa triste, conteniendo las lágrimas. Horrores de una sociedad machista. Los hombres no lloran, pues sí lo hacen, pero no podía delante de Diana, no con el trabajo que aún tenían por delante. – [MacLeod]Ten mucho cuidado, por favor, manteneos a salvo.[/MacLeod] – le pedí, derrotado. Me preparé para el dolor de electrocutarme a mi mismo. Por suerte cuando perdiera la concentración la esfera se desvanecería, así que solo me haría el daño necesario para quedarme inconsciente y mi constitución de licántropo se encargaría de que no quedasen secuelas.

    ¿Conocéis la Ley de Murphy? Bueno, la vida la resume bastante bien. Siempre que algo pueda salir mal, probablemente saldrá mal. No diré que va a ser siempre así, porque no soy una persona que suela usar a menudo términos absolutos ni generalizaciones. Pero en ese momento, cuando escuché el grito de Daakka y vi a Cara desmayarse en sus brazos, estuve de acuerdo con él.

    Nos quedamos paralizados durante un minuto, el tiempo que me llevó asumir que mi plan ya no tenía sentido, no podían preocuparse de poner a salvo a dos personas inconscientes y Mia solo podía llevarse a una. La esfera se desvaneció en mi mano.

    – [MacLeod]Ponedla a salvo. Mia puede llevársela, pero no podrá con ambos.[/MacLeod] – le pedí a Diana. Ella asintió, preocupada.  Ya no podía ser una carga, tenía que apartarme de ellos antes de que el licántropo sembrase el caos.

    — [Diana]Te quiero. Confía en el lobo.[/Diana] – pidió. Diana sería una buena consejera para Amy si resultaba ser una licántropa, que todo parecía indicar que sí. Yo lo tendría más difícil. Prefería que si Amy lo era, pudiera llegar a aceptarlo y a convivir con ello, sin tener que considerarlo una maldición toda su vida. Seguro que mi pequeña era más fuerte que yo.

    – [MacLeod]Nunca. Te quiero.[/MacLeod] – repliqué echando a correr. La tensión y los nervios de la transformación inminente hicieron que esta se acelerase. Crucé el campo de batalla esquivando golpes y proyectiles.

    Conseguí alejarme un poco del epicentro del combate, pero el olor de la sangre y la lucha que se respiraba en el ambiente hicieron que cayera de rodillas en el suelo y dejase escapar un grito de dolor mientras mi boca se rasgaba y mi mandíbula se destrozaba para dar paso al hocico del licántropo. Christopher se desvaneció.


    ANZANOC EL LOBO – BOSQUE DE LOS LOBOS

    La libertad sabía a humo y a sangre. Mi olfato se deleitaba con el aroma del aire libre y por mi cuerpo corría ardiendo el ansia de violencia. Mis garras sintieron la hierba por primera vez en mucho tiempo y empecé a correr hacia la gran lucha.

    Cuando estaba llegando al claro, un aroma familiar me distrajo. Corrí hacia él y vi una lucha aislada que ya había terminado. Un hombre de dos patas que olía a polvo de huesos, piedra y menta. Su melena blanca era larga y casi rozaba el cuerpo de su víctima, que agonizaba en el suelo. Se levantó y limpió la sangre de sus colmillos de mano. Entonces me vio y se colocó en guardia.

    Corrí hacia él y de nuevo capté el olor familiar. El carcelero me hizo dudar. Desvié la mirada hacia el cuerpo que había en el suelo, a quien ya se le escapaba la vida. Un ser de dos patas, nada importante, pero para el carcelero sí. El aroma familiar era el del carcelero, era de su manada.

    El carcelero sufrió y se retiró, dejándome completamente al mando. Mis fauces se abrieron en un gruñido y arremetí contra el ser blanco. Sus colmillos de mano acariciaron mi piel mientras saltaba como un conejo, pero igual que ellos, su cuello se partió entre mis fauces como una vieja astilla.

    Olfateé de nuevo el cuerpo de olor conocido. – [Zack]No sufras, Toph.[/Zack] – dijo. No entendí sus palabras, pero recordé que su nombre era como cortar madera. Fue incapaz de decir nada más, sus heridas se lo llevaron. Hermano mayor del carcelero, luchaste y moriste con honor. Aullé para que su espíritu encontrase el camino y escuché otros aullidos sumarse al mío.

    Después corrí, quizá alguna otra presa haría que el carcelero volviese a dejarme el control.

     

  • BEGINNING OF THE END

    3×14 – BEGINNING OF THE END

    Christopher MacLeod | La Nave

    El azúcar cayó sobre la superficie negra e inmaculada del café, provocando ondas bajo mi distraída mirada. Removí con la cuchara y me apoyé en la pared del gimnasio, ocupado en ese momento por un entrenamiento de los Satellites a manos de Dominic y Daniel.

    – [Dom]Kuruk, te quedan diez para batir tu propio record. Tienes que llegar a veinte más.[/Dom] – las proezas físicas de Kuruk no dejaban de sorprender. Llevaba casi una centena de circuitos completos, compuestos por flexiones, skipping osentadillas con salto. Un total de cinco ejercicios diferentes que combinaban fuerza, resistencia, flexibilidad y velocidad. Estaba a punto de batir su récord y apenas había empezado a sudar hacía diez circuitos.

    Me paré a pensar en los circuitos que podría llegar a hacer yo en ese mismo instante. Ser licántropo me hacía ser ligeramente más resistente, muy ligeramente, porque la verdadera «ventaja» era física al estar transformado y los sentidos más agudizados continuamente, pero ni con esa ligera mejora sería capaz de pasar de cinco con el cansancio acumulado por los planes, las tres noches de transformación a mis espaldas y la paternidad reciente.

    Tener un bebé de menos de un mes que demanda constantemente tu atención es agotador, pero si a eso le sumas dos trabajos y una presión constante por salvar vidas, la mezcla se convierte en un cóctel terrorífico. Por el trabajo no podía quejarme, en la Universidad nos habían dado tiempo y flexibilidad tanto a Diana como a mí para cuidar de Amy. Pero para salvar el mundo no había esperas ni pausas.

    El tres de junio tendría lugar la batalla de Ripper, estuviésemos preparados o no y ya estábamos a quince de mayo. El Día Internacional de la Familia que para mí había comenzado levantándome dolorido, cansado, solo y desnudo en una celda. La única interacción con mi familia por el momento había sido hablar con Diana en cuanto comprobé que las dos estaban despiertas para ver cómo estaban y qué tal había sido la noche. Mientras me contaba todas las veces que se había despertado de madrugada y había tenido que volver a dormirla durante horas mientras Amy no dejaba de emitir un ruido que parecía un aullido, no podía dejar de sentirme culpable por no haber estado allí, por mucho que Diana intentase quitarle hierro al asunto.

    No dejaba de darle vueltas a mi decisión en las Pruebas y en si tenía que haber elegido la pócima que curaba la licantropía. Siempre terminaba en la misma conclusión, para entonces ya era tarde, Amy podría ser licántropa de todas formas y si no hubiera cogido el amuleto, Diana podría serlo también. En ese punto es cuando empezaba a pensar si no tendría que haber hecho como Fenris, haber aprendido a controlar esa parte de mí en lugar de huir de ella.

    – [Daniel]Tienes que saber que es parte de ti, controlarlo en cada movimiento, con cada impulso. Puedes hacerlo.[/Daniel] – volví al presente al escuchar las palabras de Daniel, confuso por un momento al pensar que se refería a mí. Pero no, estaba al lado de Magnolia, que estaba concentrada en un pequeño montoncito de arena al que intentaba dar diferentes formas geométricas. Daniel reparó en mi mirada y me dirigió un gesto de ánimo con la cabeza.

    Al volver a la realidad me percaté de que April y Ted no dejaban de charlar en una esquina. – [Dom]Chicos, la conversación en vuestras mentes.[/Dom] – les reprendió Dominic. Contuve una sonrisa por lo literal de la reprimenda. Su entrenamiento consistía en ese momento en conversar mentalmente para intentar practicar de cara al combate, donde podría sernos muy útil, aunque fuese para mantener distraído a Mental.

    – [Carmela]A mí no me vengáis con más figuritas que estoy hasta el coño.[/Carmela] – intervino Carmela con su marcado acento italiano y una voz engravecida por una adicción de la que intentábamos curarla. – [Carmela]Un cartón de tabaco es lo que necesito.[/Carmela] – sentenció. Daniel y Dominic se miraron sin saber qué decirle.

    – [MacLeod]Ya has tenido suficientes avisos, Carmela.[/MacLeod] – le respondí, tan serio como solía estarlo cuando se trataba de un tema vital. La maldición de Carmela le había dado un poder completo, incluyendo cambios en sus pulmones para protegerse del humo, pero el tabaco tiene más sustancias nocivas además del propio humo, así que la habíamos convencido para dejarlo, todavía peleando con ella a menudo. Para que pudiera seguir utilizando su poder habíamos conseguido dar con la única alternativa posible, un hervidor portátil de agua para vaporizarse vaho de hierba de eucalipto entre otras. Así que ahora cada vez que usaba su poder nos dejaba a todos la nariz despejada.

    Carmela refunfuñó por lo bajo y agitó con brío el vaporizador para inhalar el vapor, que transformó en un gigantesco corte de manga. Negué con la cabeza mientras algunos intentaban contener la risa.

    – [Dom]Recuerda Joey, solo la cantidad necesaria de poder.-[/Dom] escuché decir a Dom, intentando volver al entrenamiento. Joey estaba golpeando un saco de boxeo que se movía como si estuviera lleno de plumas. – [Dom]Tienes que controlar la cantidad de tinta que usas en tus golpes. Usar solo medio tatuaje en lugar de todo.-[/Dom] cada vez que les veía entrenando a los Satellites, tanto Dom y Daniel como los demás, me sentía orgulloso de lo que hacían y de lo que conseguirían hacer cuando ese lugar pasase de ser una nave industrial a una escuela. No les estaban entrenando para ser letales, para ampliar sus poderes y hacer daño. Ellos les entrenaban para conocer sus poderes y controlarlos, para tener siempre presente lo bueno y lo malo que podían hacer con ellos y para proteger a los que no tenían esos dones.

    Terminé el café y caminé hasta la salida, pasando al lado de Daniel y Nicholas.

    – [Daniel]Nicholas, ¿cómo lo llevas?[/Daniel] – escuché que le preguntaba. Daniel le había entregado a Nicholas el último trozo del metal que había cogido en la Iniciativa para intentar replicarlo y reproducir las armas que pudiera para el grupo.

    – [Nicholas]He conseguido crear un par más a partir de los materiales que sobraron de la construción de la nave.-[/Nicholas] comentó con un deje nervioso en la voz, señalando un par de piedras pequeñas que tenía en una mesa. Se colocó las gafas y observó a Daniel. – [Nicholas]Si, solo esto ha salido de todo el material. Este metal es muy raro y el intercambio de material debe ser mayor. [/Nicholas] – explicó. En el mundo real nunca había noticias demasiado buenas, simplemente ibas tirando con lo que tenías.

    – [Daniel]Te buscaré más. ¿Hará falta menos si es algún tipo de metal más «cercano»?[/Daniel] – preguntó Daniel. Sería difícil encontrar un metal cercano, pero por poco que pudiera aproximarse sería una mejora y nos vendrían muy bien esas armas viendo la amplitud y el armamento de los dos bandos entre los que nos íbamos a interponer.

    – [Nicholas]Si. Cuanto más se acerque a este metal menos cantidad será necesaria usar.-[/Nicholas] sentenció el joven alquimista subiéndose las gafas. Otro Christopher con más tiempo libre y menos obligaciones habría pasado una buena temporada investigando sobre la alquimia para ayudar a Nicholas y por el mero afán de sabiduría. Este Christopher no podía, tenía demasiadas cosas que ordenar en la cabeza y estaba demasiado cansado y preocupado como para hacerlo con la tranquilidad habitual, así que tenía que echarle tiempo, paciencia y ser muy metódico.

    Daniel asintió, pensativo. – [Daniel]Buen trabajo.[/Daniel] – añadió dándole un ligero apretón en el hombro antes de volver a los entrenamientos, esta vez para asegurarse de que David conseguía romper una hilera de botellas de cristal vacías con su grito. Me reí en mis pensamientos, en el cine y la televisión siempre lo hacían con copas, aquí no teníamos dinero para desperdiciarlo en copas para romper.

    – [MacLeod]Estaré en la biblioteca.[/MacLeod] – me despedí antes de abrir la puerta que daba al pasillo. Daniel y Dom asintieron y continuaron con el entrenamiento. Todos teníamos mucho que hacer. Demasiado.

    Caminé en silencio hasta la biblioteca de la Nave, que por el momento no era más que una declaración de intenciones con algunas mesas de estudio y estanterías, de madera creada por Nicholas y trabajada por Kuruk e Hiroshi, ocupadas en una cuarta parte de su capacidad por libros que habíamos llevado entre todos y alguna donación del Consejo, que esperaba que fuese mayor en el futuro.

    En cuanto abrí las puertas, vi que la biblioteca no estaba vacía. En una de las mesas estaba Matías, absorto en varios mapas en tamaño A1 que tenía cubriendo toda la mesa. – [MacLeod]Buenos días, Mati.[/MacLeod] – le saludé, en español. La mayor parte del tiempo dejaba de ser consciente de mi poder y terminaba preguntándome en qué idioma me escuchaba hablar la gente.

    – [Matias]Buenos días, Christopher.[/Matias] – respondió. Las conversaciones con Matías eran especialmente confusas porque hablaba con fluidez varios idiomas y me costaba trabajo distinguir en cuál hablaba en ese momento, si en el mío nativo o en el suyo. Aunque lo cierto era que diferenciarlo no era más que una vieja costumbre poco práctica. – [Matias]He terminado con el análisis. Te lo he dejado encima de la mesa y he enviado una copia al grupo por correo. [/Matias] – comentó, apilando sus mapas en un lado de la mesa. Matías se estaba encargando de un trabajo a la altura de su intelecto. Estaba recopilando información de todas las fuentes posibles y analizándola para determinar los puntos de mayor riesgo para la población el día del ataque, de esa forma podríamos centrar nuestros esfuerzos en proteger a la gente en esas zonas o evitar que fuesen hacia allí. – [Matias]Voy a ir a comer algo de media mañana.[/Matias] – explicó mientras cogía su mochila. Matias era un cliente asiduo de un local de comida rápida que habían abierto unos bloques más allá, pero sus visitas no se debían solo a su aprecio natural por la comida, si no a que su cerebro consumía mucha más energía que un humano corriente.

    – [MacLeod]Que aproveche.[/MacLeod] – le deseé, agradeciendo en parte quedarme solo para ordenar mis pensamientos. Eché un vistazo al móvil para ver si Diana había escrito algo. No tenía ningún mensaje, así que me preocupé por si algo iba mal con Amy, que había estado muy agitada las tres últimas noches. También me habría preocupado si me hubiese escrito.

    Busqué una mesa frente a un ventanal para aprovechar la luz del día y apoyé la taza de café en un posavasos mientras sacaba de mi maletín mi diario.

    Hacía ya unos años que todos habíamos decidido empezar a escribir nuestras vivencias en diarios personales, para asegurarnos de que lo que vivíamos no quedaba en el olvido y esa información le resultaba útil a alguien en algún momento, quizá a nuestros propios hijos.

    Pero mi diario tenía una peculiaridad. Llevaba ya varios escritos porque no solo narraba mis experiencias de una forma bastante detallada, si no que usaba las páginas finales para tomar notas, apuntar ideas y guardar nuevos conocimientos.

    Abrí el actual por la sección de anotaciones correspondiente a la ‘Batalla de Ripper’ y me fui a una página en blanco para volcar mis pensamientos y mis recuerdos de lo que habíamos visto en el futuro.

    • La batalla será el tres de septiembre.
    • En las azoteas del edificio Lenora se podían ver los nombres de los fallecidos en la Batalla, exceptuando los de aquellos que consideraron enemigos. Había demasiados y conocía varios de ellos: alumnos y profesores de la Universidad, vecinos…
    • La Iniciativa será eliminada completamente y con ella todos los que intenten defender a los inocentes que están allí.
      • Esa masacre pondrá claro el objetivo del Gobierno contra los sobrenaturales.
    • El bando negro está esperando la oportunidad para derrocar a los otros dos bandos y tomar el control, pero esperarán a ganar todos juntos y acumular suficiente poder.
      • Es imposible convencer a Z de que le van a traicionar.
    • Dieron por muerta a Butterfly, eso le dio la oportunidad a Omega de tomar su lugar y desencadenó la muerte de Sasha y de Sarah.
      • Debemos proteger a Butterfly nosotros mismos porque Z no nos recibirá salvo para formar parte de su bando.
      • Si algo ocurre, Sasha será la siguiente, hay que protegerla pero es solitaria, Sarah es a la única a la escuchará.
    • Z es el Director de Inteligencia Nacional con todo lo que eso implica, y tiene una potenciada que manipula la tecnología.
      • Por tanto tienen ojos en todas partes y más tendrán cuando inventen el Omnilens.
      • Por tanto controlan los medios de comunicación.
    • Valcranneo Logoon. De nuevo ese nombre. Lo he leído en mis notas de la época del Soberano, pero no recuerdo qué significa…

    – [Ed]Te vas a quedar sin margenes en los que escribir.-[/Ed] habló una voz familiar. Me giré para ver a Ed acercándose. O se había vuelto muy sigiloso, o yo estaba demasiado absorto.

    Le devolví una sonrisa cansada. Mis ojeras debían haber evolucionado ya a tener consciencia propia. – [MacLeod]Ni siquiera te escuché entrar.[/MacLeod] – comenté, siendo sincero. Ed se sentó en una silla cerca de mí y echó un vistazo a las dos páginas que cubrían ya mis anotaciones. – [MacLeod]Desde que está Amy mi cabeza no está como para contener todo esto.[/MacLeod] – admití, sonriendo, pero ligeramente frustrado.

    – [Ed]Si detenemos a ambos nada de lo que vimos tiene porque ocurrir.-[/Ed] comentó él, esperanzado. Ojalá pudiera tener la misma esperanza que él, pero no dejaba de ver nuestra tarea como algo titánico y casi un imposible, pese a que fuéramos expertos en eso. Por suerte ya estaba Ed para mantener a buen recaudo el tesoro de Pandora.

    – [MacLeod]¿Te importaría echarme una mano?[/MacLeod] – le pregunté. – [MacLeod]Necesito pensar en voz alta y que alguien me ayude por si algo se me escapa.[/MacLeod] – expliqué. Necesitaba repasar todos esos acontecimientos y empezar a materializar los planes, pero temía que con el cansancio algo se me pasara por alto.

    – [Ed]Por supuesto.-[/Ed] replicó él, colocando la silla de manera que quedó frente a mí, listo para escuchar.

    – [MacLeod]Por un lado tenemos la fecha concreta.[/MacLeod] – pasé la página y escribí ‘3 de Junio’ en la esquina superior derecha. – [MacLeod]Eso es menos de un mes.[/MacLeod] – no era fácil admitirlo, pero el tiempo corría en nuestra contra. – [MacLeod]Si ganan ya hemos visto lo que pasará y lo que harán con la Iniciativa y los que intenten detenerlos.[/MacLeod] – escribí en el lado izquierdo Iniciativa y en el derecho, Z. En el centro escribí Ripper y lo rodeé con un amplio círculo. Estábamos en medio de una lucha de titanes. – [MacLeod]Además de los que cojan por el medio.[/MacLeod] – empecé a marcar puntos en el círculo de Ripper intentando no recordar los nombres que había visto en el futuro, ni nuestras muertes y las de nuestras hijas e hijos en ese intento de volver a la normalidad.

    – [Ed]Tenemos la ventaja de saber cuando va a atacar Z, algo que dudo que sepa que conocemos.-[/Ed] respondió Ed. Por lo que Sarah y los demás que habían estado en el Palacio habían dicho, Z contaba con al menos una bruja experta en conjuros para ver el futuro, así que no podíamos estar seguros de lo que sabía o lo que no, pero tampoco tenía tiempo como para estar continuamente atisbando el futuro. Teníamos que confiar en que, si lo intentaba, no diera con un momento del tiempo que descubriera nuestro plan. Sondear el tiempo es una ciencia inexacta, nosotros mismos no pretendíamos ver un futuro tan distante, pero nos adaptamos a lo que vimos y obtuvimos respuestas, probablemente gracias a la guía de los Daësdi, una ayuda con la que ellos no contaban. Sería mejor preocuparnos por otras formas que tenía Z de saber lo que ocurría.

    – [MacLeod]Z es un alto miembro de Inteligencia Nacional y la Iniciativa tiene otra parte amplia del Gobierno, especialmente las fuerzas militares.[/MacLeod] – planteé, desmontando y volviendo a montar el bolígrafo mientras pensaba. – [MacLeod]Es muy arriesgado descubrirnos, pero tenemos que hacerlo.[/MacLeod] – afirmé. No teníamos otra opción esta vez. Lo habíamos estado comentando todos durante una temporada y no terminábamos de llegar a un acuerdo, pero no teníamos otra opción. Además, las grabaciones de Dom utilizando su poder bajo el influjo del espectro musical eran virales dentro de Ripper, pero de boca en boca. A alguien no le interesaba que se propagasen. – [MacLeod]Filtrarán cualquier información por los medios de comunicación, así que a los que podamos avisar, tendrá que ser en directo. En algún gran evento.[/MacLeod] – era nuestro único recurso, descubrirnos frente a todo el que pudiéramos de una forma que no esperasen.

    – [Ed]¿La gala de recaudación de fondos de Fenris?-[/Ed] sugirió Ed, dando la solución. Era curioso cómo tenía una buena idea pero la presentaba como una pregunta para no hacer la sugerencia invasiva. Ed era todo lo contrario a la beligerancia.

    – [MacLeod]Es una buena idea.[/MacLeod] – le reconocí. Todos los años, Construcciones Fenris llevaba a cabo una gala de recaudación de fondos entre sus accionistas y algunos de los miembros más pudientes de Ripper. Cuando volvió de su viaje al Tíbet, Fenris convirtió la fiesta en un evento público que le ganó el cariño de la gente. Después, tras su captura por parte de la Iniciativa y al desvincularse poco a poco de su empresa, los accionistas la habían estado celebrando de la forma habitual.  – [MacLeod]Podemos hablar con él para que organice el evento en un lugar abierto con algo que llame la atención de la gente de a pie.[/MacLeod] – añadí. Quizá era el momento de que volviese a realizar el evento a gran escala.  – [MacLeod]Ahí será el momento de hacer el anuncio. De descubrirnos, para bien o para mal.[/MacLeod] – finalicé, pensativo. Si las cosas salían mal, no tendríamos descanso nunca, podríamos perderlo todo. Pero lo que sabíamos sobre el mundo nos ponía en la obligación de hacer algo para evitar que la gente saliese herida. Los héroes no son tales si no tienen nada que perder.

    – [Ed]Música, comida… eso siempre atrae gente.-[/Ed] intervino Ed, dando por buena nuestra idea. Tomé nota, alguien tendría que hablar con Fenris. Quizá Sarah, Diana o Lucy, tenía debilidad por las Echolls. Aunque en la boda de Elizabeth había intimado mucho con Karen.

    – [MacLeod]Lo difícil será el discurso.[/MacLeod] – aseguré. No por saber qué decir. Tenía presente lo que necesitaba decirse aunque no tuviera claro el orden. El problema estaba en que no era yo quien debía hacerlo, y tenía que convencer a esa persona para presentarse delante de centenares de personas y descubrir un secreto que llevaba años guardando.

    – [Ed]Cuando la gente vea lo que somos capaces de hacer, las palabras apenas serán necesarias… salvo que se asusten y cunda el pánico.-[/Ed] alcé las cejas en una mueca de preocupación. No era capaz de preveer la reacción de la gente. Se escapaba a mi control y eso me inquietaba.

    – [MacLeod]Un problema de cada vez.[/MacLeod] – propuse, más para mí que para él. Intenté dar por solucionada esa parte ahora que teníamos un esbozo de plan. – [MacLeod]Después tenemos a la tercera jugadora, Omega.[/MacLeod] – escribí su nombre en la parte superior y tracé una flecha hacia Z, cerca del que escribí ‘Beatrix’ y ‘Butterfly’.  – [MacLeod]Por lo que sabemos Z la dará por muerta y es ahí cuando Omega ocupará su lugar y tomará su poder.[/MacLeod] – le recordé, señalando el nombre de Butterfly. Z no nos escucharía y Butterfly era una seguidora ferviente, así que no podíamos confiar en solucionar eso hablando.

    – [Ed]Debemos tener cuidado con ella, por lo que hemos visto ya esta aquí. Y por sorprendente que parezca es peor que cualquiera de estos dos.-[/Ed] puntualizó Ed, señalando los nombres de Z y de Preston.

    – [MacLeod]Lo sé.[/MacLeod] – respondí de forma casi automática, porque mi mente estaba ya en otro lugar. Omega era Verónica Preston. En ese mismo diario que reposaba sobre la mesa estaban varias páginas de anotaciones sobre el otro futuro que habíamos visto, si la Iniciativa ganaba. Ese futuro terminó con Verónica viajando al pasado y Ezra yendo tras ella. Si Verónica había llegado hasta aquí, ¿también lo habría hecho él? Sin duda eso era algo que Ed también se estaría preguntando. No quería estar en su lugar.  – [MacLeod]Pero al parecer en esta época estaba débil, así que si evitamos que coja a Butterfly, habremos evitado gran parte del problema.[/MacLeod] – añadí intentando buscar un punto de esperanza. Ella misma lo había dicho en el futuro, que no atacó a Z durante mucho tiempo porque estaba débil por algo que le habían hecho. Si eliminábamos su oportunidad de conseguir a Butterfly, le robaríamos su plan maestro y tendría que retirarse. No podíamos hacer otra cosa por el momento, teníamos demasiados frentes como para enfrentarnos también a ella ahora, y si nos viese, estando en desventaja, jamás se descubriría.

    – [Ed]La tendremos vigilada.-[/Ed] afirmó Ed. No lo dudaba, sabía que él mismo se tendría que encargar de mantenerla bajo vigilancia gracias a su poder. En cuanto Ed detectase algo raro, iríamos a por ella.

    – [MacLeod]En cuanto veáis la oportunidad, tenemos que ponerla bajo nuestra protección.[/MacLeod] – añadí, aunque no era necesario decirlo. Teníamos que elegir el momento perfecto para que la gente de Z no se nos echase encima. – [MacLeod]Lo que nos lleva al siguiente intento, Sasha.[/MacLeod] – continué hilando nuestra red de acciones. Tras «perder» a Butterfly, irían a por Sasha, y si eso no les salía bien, irían a por Sarah. De cualquier forma, teníamos el deber de proteger a Sasha, yo especialmente. – [MacLeod]Es demasiado solitaria, Sarah ha dicho que hablará con ella y la convencerá de venir aquí o a casa de alguno de nosotros para estar protegida.[/MacLeod] – aseguré. Era la única a la que escucharía.

    – [Ed]Si, no podemos estar solos y desprotegidos en este momento.-[/Ed] comentó Ed. Tenía toda la razón, todos estábamos en peligro potencial. No podía dejar de pensar en Amy y Diana, que merecían estar juntas y disfrutar y sin embargo teníamos que estar preocupados por su seguridad.

    – [MacLeod]Podemos hacer refugio aquí para cualquiera que lo necesite. Hay que estar preparados para que gente de a pie salga herida.[/MacLeod] – añadí. La Nave tenía bastante espacio y podía convertirse en un refugio improvisado, igual que la Universidad, Mercy y los O.W.L.S ya estaban preparados.

    Ed asintió en silencio. Había visto con sus propios ojos lo que era un mundo en el que la gente a la que quieres sale herida, una tras otra y ahora nos enfrentábamos de nuevo a una perspectiva igual.

    – [MacLeod]Por lo demás, el resto es preparar el combate.[/MacLeod] – continué, garabateando en la hoja algunas de las cosas que necesitábamos tener. – [MacLeod]Entrenar a los Satellites, preparar armas, encantar los trajes que va a preparar Lucy…nada estará de más.[/MacLeod] – aseguré. Todo lo que pudiéramos conseguir a nivel de protección sería necesario.

    Continuamos un rato más repasando una a una las ideas y los puntos críticos de todo lo que estaba por venir. Un repaso que me ayudó a desconectar de la carga mental que llevaba varios días rondándome la cabeza. Con el descanso de tener planes trazados, podía permitirme disfrutar de Diana y de Amy durante un buen rato. Me lo había ganado.

    – [Ed]Bueno, te dejo que sigas garabateando en las esquinas. Tengo que ver a Diana para los encantamientos de protección.-[/Ed] afirmó. No dejaba de sentirme culpable por no encontrar una forma de evitar que Diana entrase al combate y pudiera estar con Amy. Pero sabía que no había nada que pudiera hacer y aunque pudiera, Diana jamás evitaría luchar para proteger el futuro de su pequeña y de todos a los que quería.

    Me despedí de Ed y tomé un par de notas más antes de llamar por teléfono a Diana. Mi segundo momento favorito del día. El primero iba a ser esa tarde cuando estuviera con ellas.

    Confiaba en que la paciencia fuese recompensada, que los momentos que todo lo que estaba ocurriendo me estaban robando con ellas, se convirtiesen en un periodo de paz en el que pudiéramos estar juntos y disfrutar como personas normales.

  • TU YERNO HA VENIDO DEL FUTURO

    Diana | Hospital St. Anne

    TARDE

    diana090915

    Christopher había salido a buscarme una hamburguesa de pollo de McDonald’s, con sus patatas Deluxe y su coca cola con cafeína y mucha azúcar. Atrás quedaban esos meses de lloriquear imaginándome que me comía una, mientras pasaba por delante del «restaurante» poniendo cara de perro abandonado e imaginando que me bañaba en un cubo de salsa. No es que ahora pudiera emocionarme y coger todos los kilos que no había conseguido que tuviera el embarazo, pero bueno, ese día me lo merecía especialmente.

    Miré a Amy, vestida con un body de color azul cielo, a la par que se chupaba el puño de la mano izquierda, mientras el chupete descansaba a su lado. Era un bebé rebelde y decía que el chupete me lo pusiera yo si eso. Por un lado, me parecía muy valiente que fuera capaz de tranquilizarse sola (la chochera de la maternidad que le dicen), pero por otro, me preocupaba que eso aumentara sus posibilidades de morir de forma súbita (la paranoia de la maternidad que le dicen). Por suerte, para la lactancia nos estábamos entendiendo mejor y aunque todavía me cayesen lágrimas como puños cada vez que se me enganchaba a un pezón (juro que esto antes no me pasaba), la niña parecía estar alimentándose y no se me iba a morir de inanición.

    Aproveché aquellos minutos de silencio para volver a vestirme y en pensar en lo mal que me parecía que las famosas aparecieran media hora después de dar a luz como si el niño/a lo hubiera tenido otra. Mi cuerpo todavía parecía el de una embarazada. Por mucho que fuera bruja, no hacía milagros.

    En esas estaba yo, lamentándome por no ser perfecta, cuando escuché unas chispas y vi cómo ante mis ojos se abría una especie de vórtice que escupió a un chico pelirrojo que debía rondar la veintena y después, se cerró. No podía decirse que tuviera una belleza al uso, pero era pelirrojo, delgado y de piel pecosa y clara, lo que le daba un aspecto dulce. Iba vestido con unos pantalones de loneta, un abrigo azul y llevaba una maleta de cuero marrón, por lo que no pude adivinar de qué época venía.- [Diana]¿Eres mi segundo hijo y vienes del futuro para contarme que Amy se vuelve mala?[/Diana]- me crucé la bata sonriendo y me puse en pie.

    – [James]Eh, n-no…n-no. No soy t-tu hijo.[/James] – parecía nervioso. Vi que me pedía permiso para acercarse a la cuna de Amy y me hice un lado para que la mirara. – [James]Soy amigo de tus hijas.[/James] – me aclaró. Por cómo miraba a Amy (con ternura, que esto no es «Crepúsculo»), tuve una corazonada.

    – [Diana]¿Eres mi yerno?[/Diana]- esbocé una sonrisa. Mi hija acababa de nacer y ya tenía un posible novio. No sabía cómo tomarme esto, ni tampoco cómo se lo tomaría Christopher.

    – [James]No te preocupes, Amy ya estaba ocupada cuando llegué.[/James] – me devolvió la sonrisa, pero parecía triste. Al decir esto, se apartó de la cuna de Amy y me miró. – [James]Me resulta extraño veros tan jóvenes.[/James]

    – [Diana]¿Me estás llamando vieja?[/Diana]- apunté con mordacidad.

    – [James]N-no, ahora estás muy joven. Y antes…o sea, después.[/James] – titubeó. El chico era especialmente nervioso. – [James]He venido para ayudarte con algo.[/James]

    – [Diana]Te escucho[/Diana].- le hice una seña y nos sentamos el uno al lado del otro frente a la cuna de Amy.

    – [James]Soy un brujo. Tú me enseñaste la mayor parte de lo que sé.[/James] – afirmó con orgullo y le apreté la mano con cariño. No nos conocíamos de nada, pero sentía que era lo que debía hacer. – [James]Y ahora hay algo que debo enseñarte a ti.[/James]

    – [Diana]No estaremos liados tú y yo…[/Diana]- le miré y solté la mano, separándome un poco también. En realidad, lo hacía para que terminara de ponerse histérico, porque sabía que no podría estar con alguien como él, que me transmitía vibraciones de «hijo». Eso sin contar que mi bibliotecario favorito seguiría estando bueno por los siglos de los siglos.

    – [James]N-no no, n-no.[/James] – apartó la mirada y la clavó en el chupete de Amy. – [James]Eres mi mentora.[/James] – aseguró con rapidez. – [James]No me preguntes mucho, no puedo desvelarte demasiado del futuro.[/James] – me aclaró con la mano en el corazón.

    Me reí y le hice una seña para que hablase.- [James]Hoy tendrás una visión.[/James] – asentí imaginándome lo que sería. – [James]Vas a ver lo que pasaría si Z consigue su «utopía».[/James] – fruncí el ceño. Una cosa era saber que existía una posibilidad de que Z ganase y otr, verlo. – [James]Estoy aquí para enseñarte cómo mostrársela después a los demás. [/James]

    – [Diana]Estoy deseando aprender[/Diana].- me froté las manos.

    – [James]Es un conjuro que creaste.[/James] – me explicó y se rascó la cabeza sonriendo. – [James]Aunque tiene gracia, porque al final resulta que lo aprendiste de mí. Y yo lo aprendí de ti.[/James]

    – [Diana]Es lo que pasa cuando juegas con el tiempo[/Diana].- le guiñé un ojo antes de que siguiera diciendo que el uno lo aprendimos del otro hasta que Amy tuviera barba (en su caso podía ser literal).

    Abrió la maleta y empezó a sacar toda la parafernalia. En cuanto empezó a explicarlo, lo entendí a la perfección. Se notaba quién lo había ideado.- [James]Eso es todo. Lo has cogido muy rápido.[/James]- hizo una pausa.- [James]Igual que Kaylee[/James].- al ver lo que decía, empezó a guardar las cosas a toda velocidad en la maleta.

    – [Diana]¿Kaylee?[/Diana]- me quedé pensativa. Kaylee, como mi hermana la que había muerto a la que nunca le tuve especial cariño.

    – [James]No me hagas mucho caso.[/James] – se puso en pie y se arregló el abrigo. – [James]Tengo que volver.[/James]

    – [Diana]¿Va todo bien en tu futuro?[/Diana]- intenté sonsacarle, pero él parecía concentrado abriendo el vórtice.

    – [James]Hay de todo. Más o menos como siempre.[/James] – su semblante serio no parecía decir eso.

    – [Diana]Suerte[/Diana].- le di un abrazo rápido.

    – [James]A vosotros.[/James] – y el vórtice se cerró justo a tiempo para ver cómo MacLeod abría la boca de par en par.

    – [Christopher]¿Qué ha sido…?[/Christopher]- empezó a decir.

    – [Diana]Tu yerno, que ha venido del futuro a enseñarme un conjuro[/Diana].- me encogí de hombros.- [Diana]Venga, trae p’acá esa hamburguesa que parece que hace tres meses que te fuiste a por ella[/Diana].

    – [Christopher]¿Mi qué?[/Christopher].- parpadeó tendiéndome la bolsa de papel.

    – [Diana]A vef si te creef que eref el único que folla en esta hiftoria[/Diana].- comenté con la boca llena.- [Diana]Fi lo hafe hafta Ed, no me jodaf[/Diana]

    FIN DE CAPÍTULO

  • EL SACRIFICIO MERECE LA PENA

    Christopher MacLeod, Hospital St.Anne, Merelia

    diana090915

    Finalmente, después de todo el sufrimiento, de los sacrificios, las preocupaciones, los nervios y el miedo, allí estaba. Nuestra pequeña Amy, sana y salva y mi preciosa Diana, también perfectamente. Todo lo que había hecho había valido la pena solo por llegar a ese momento.

    Resulta muy difícil explicar cómo me sentía. No importaba tener una habilidad sobrehumana que te permitiese hablar cualquier lengua, viva o muerta. A la hora de la verdad cualquier palabra se quedaba corta para definir la alegría, el amor y la libertad de estrés que estaba experimentando.

    Jamás habría podido pensar que estando allí, incapaz de hacer nada por ayudar a Sarah y a los demás en la crisis actual, solo con mirar a ese pequeño milagro de ojos castaños y a la persona que lo había hecho posible, toda la ansiedad desaparecería de un plumazo.

    Con eso no quiero decir que no estuviese preocupado por Sarah y por los demás. Lo estaba, y mucho. Me movía por la habitación inquieto, intentando pensar en algo que pudiese hacer, porque dejar a Diana en ese momento no era una opción. Por un instante quise convencerme de que permanecía allí porque también tenía que estar protegiendo alguien a Diana, porque era la única además de Ed que podía hacer el ritual. Pero la realidad era mucho más simple, no quería abandonar a la madre de mi hija, a la persona que más me importaba, en un momento tan importante. Tenía que confiar en que ellos podrían arreglárselas sin mí. Aunque no fuese fácil.

    Pero a lo que quería llegar era al hecho de que, pese a todo eso rondando mi cabeza, estaba en paz. Me costaba no encontrar esperanza y confianza en que todo saliese bien también para ellos, porque después del milagro que había vivido, me resultaba complicado no confiar en el mundo.

    También contribuía el hecho de tener una cuñada maravillosa que había insistido en que no me moviese de allí. Lo leeréis muchas veces en este diario si llega a manos de alguien, pero estaba orgulloso de Sarah. Ese orgullo nunca flaqueaba, pero había veces que incluso esperando lo mejor de ella, me sorprendía gratamente.

    Me acerqué a la cuna en la que estaba Amy, moviendo su diminuto cuerpecillo que sacaba mi instinto protector y me hacía temer por su vida cada vez que la cogía en brazos. Acerqué a ella el índice de la mano derecha y lo rozó con su pequeña manita.

    Escuché pasos al otro lado de la puerta y me aparté lentamente de la cuna, mientras Diana me observaba, extrañada. Desde que Amy había nacido, sentía algo más agudos mis sentidos. Quizá no era yo solo quien tenía el instinto protector activado, también él.

    Cuando la puerta se abrió, vi que eran Jaime y Elizabeth, ya con ropas menos elegantes que las de la noche anterior. Tenía que agradecer lo que todos habían hecho, apareciendo en el hospital de madrugada después de hacer caso a Diana y seguir con la fiesta, perdiendo su oportunidad de descansar por acompañarnos moralmente.

    Miré una vez más a mi pequeña de ojos entrecerrados. Hubo muchas veces en mi vida en las que pensé que no llegaría a ver el día siguiente: cuando me atacó la licántropa; en el Tanteion, el Reino del Miedo; enfrentándonos a Mason; entrando en la Iniciativa; en las Pruebas. Finalmente, todas las veces había llegado a ver el día siguiente, como si todo ello me llevase a ese único momento, al instante perfecto en el que estaría junto a la persona que amaba y a mi hija, a la que ya quería más que a mi propia vida. No seré literario diciendo que en ese momento supe que ya podría morir feliz, porque era una estupidez. Todavía me quedaban muchos instantes perfectos que vivir junto a ellas dos. Y si el futuro alternativo no mentía, quizá con otra más.

    – [Elizabeth]¿Qué tal estáis?[/Elizabeth]- preguntó Elizabeth con una sonrisa. Pese a lo jovial que estaba, tenía ojos de cansada. Su noche de bodas había sido un poco ajetreada, y no de la forma que debiera ser. Dejó una bolsa de viaje encima de una de las sillas. Ropa para Diana y para el bebé, a las que dentro de poco podría llevarme a casa.

    Al pensar en eso, me vino a la mente de nuevo el miedo por Sarah y por los demás. Elizabeth no lo sabía y no estaba seguro de si debiera saberlo. Así que sonreí y miré a Diana, que me comprendería con tan solo esa mirada.

    – [Diana]Díselo[/Diana].- respondió sin dejar de sonreír. Suspiré, intentando componer la historia de lo más breve y tranquilizadora posible, teniendo en cuenta que Elizabeth me observaba con preocupación en la mirada.

    – [MacLeod]Tenemos una pequeña emergencia. De las nuestras.[/MacLeod] – comencé a explicar. Siempre había que tener cuidado al hablar de ciertas cosas en sitios públicos, así que eché un vistazo a la puerta para asegurarme de que estuviese cerrada. Me hacían mucha gracia las series en las que se ponían a hablar de drogas o de seres sobrenaturales en cafeterías llenas de gente que casualmente no ponían el oído en conversaciones ajenas. – [MacLeod]Los del Palacio persiguen a Sarah. Ed está con ella para arreglar el problema.[/MacLeod] – terminé de explicar. Parecía mentira que estuviese hablando de ese muchacho amigo de las Echolls que se atropellaba a veces con las palabras. Ahora iba camino de convertirse en Vigilante y era un invocador de pleno derecho, con la vida de Sarah en sus manos.

    – [Elizabeth]¿Están todos bien?[/Elizabeth]- preguntó, preocupada. Elizabeth tenía un papel en esta historia que jamás envidiaría. En ese mismo instante estaba viviendo algo parecido, sin poder hacer nada por los demás, y la preocupación podía llegar a devorarte.

    – [MacLeod]Ahora mismo solo sabemos que el resto estaba dejándoles tiempo para escapar.[/MacLeod] – admití con pesar. Hasta el momento, las intenciones de Z no parecían implicar hacernos daño permanente a ninguno, pero cualquier cosa que se cruzase en su plan de recuperar a su esposa podía resultar un estorbo. – [MacLeod]Pero Diana ha tenido una visión.[/MacLeod] – añadí intentando darles una esperanza a la que aferrarse, la misma a la que yo me aferraba.

    – [Elizabeth]¿Buena o mala?[/Elizabeth]- preguntó ella, asustada.

    – [Diana]Ed tiene que hacer un ritual para sacar el espíritu de la mujer muerta de Z[/Diana].- Elizabeth abrió completamente los ojos.- [Diana]Es que tu hija pequeña estaba poseída[/Diana].- explicó Diana con una sonrisa. La miré, estaba tan feliz, verdaderamente feliz, que me resultaba casi imposible no confiar en que todo fuese a salir bien. Sus visiones se habían echado de menos el tiempo que había estado embarazada, muchas veces eran un alivio de las preocupaciones, aunque siempre pudieran cambiar.

    – [MacLeod]No es un espíritu malo. La habían metido en ella para hacer que la poseyera, pero no quiso.[/MacLeod] – continué explicando para que Elizabeth no pensase en algo parecido a Poltergeist. Después caí en la cuenta de lo que había pasado con el padre de Lucy y me di cuenta de por qué la palabra posesión podía haber sonado un poco fuerte. – [MacLeod]Y ahora quieren recuperarla para volver a intentar lo mismo.[/MacLeod] – añadí. La diferencia estaba en que esta vez todos sabíamos lo que pretendía y por mucho que Sarah intentase protegernos, no íbamos a dejar que se la llevasen.

    El rostro de Elizabeth permanecía mudo de miedo por su hija pequeña.

    – [MacLeod]Diana ha visto a Sarah bien, y parece bastante segura de la visión.[/MacLeod] – la animé. En otras ocasiones Diana había dudado, pero esta vez estaba tan segura de sí misma que yo mismo me sentía seguro. La miré y asintió para confirmarlo. Al ver su sonrisa pensé en lo duro que habría resultado para ella no tener visiones durante todo ese tiempo, como si le hubieran anulado un sentido. – [MacLeod]¿Qué tal vosotros?[/MacLeod] – les pregunté intentando que no se preocupasen demasiado.

    – [Elizabeth]Bien…[/Elizabeth]- respondió con un hilo de voz. Jaime le pasó una mano por los hombros. Mi mano buscó instintivamente la de Diana para cogerla entre las mías. Era tan pequeña, tan frágil. Había tenido mucho miedo a perderlas.

    – [Jaime]Ya se…ha acabado lo de…cantar.[/Jaime] – explicó mi vecino subiéndose las gafas. Me quedé pensativo respecto a lo que acababa de decir, pero antes de eso tenía que arreglar la preocupación de Elizabeth. Di un apretón a la mano de Diana y me puse en pie para acercarme a la cuna, donde la pequeña dormitaba. Llamé a Elizabeth y enumeré con ella los parecidos de la niña con Diana, para intentar mantenerla distraída. Diana contribuía bromeando con que la estuviésemos llamando calva y arrugada.

    – [Elizabeth]Al final, no ha salido peluda[/Elizabeth].- sonrió pasando una mano por mi espalda. Esa mujer era la viva imagen del cariño a sus hijas. Estaba orgulloso de saber que Diana también lo sería para las nuestras, para la nuestra.

    – [MacLeod]Ni te imaginas el alivio.[/MacLeod] – afirmé sonriéndole de corazón. Me volví hacia los demás, dejándola con Amy. – [MacLeod]¿Qué decías de cantar, Jaime?[/MacLeod] – le pregunté. Era una de las cosas que nunca olvidaríamos de la boda y el nacimiento de Amy.

    – [Diana]¿Qué has tenido que hacer para que pare?[/Diana]- preguntó la preciosa mujer de pelo castaño rojizo con la que había tenido la suerte de compartir mi vida y tener una hija en común.

    – [Jaime]Cuando nos fuimos a dormir…empecé a sentir…quiero decir….mis sentimientos estaban a flor de piel…terminé cantando y vino un…demonio.[/Jaime] – intentó explicar poniendo mucho cuidado en las palabras referentes a su noche de bodas, especialmente cuando miraba a Diana.

    – [Elizabeth]Pero no era un demonio con mala pinta. El chico estaba muy aseado y hablaba de forma educada[/Elizabeth].- apuntó Elizabeth con una sonrisilla a la que correspondió su hija.

    Jaime la miró entrecerrando los ojos, pero ella mantuvo la sonrisa. – [Jaime]Llevaba una lira…decía que mi…miedo a cantar le había invocado…así que abrí la ventana y…seguí cantando.[/Jaime] – continuó explicando, empezando a ponerse rojo como un hierro al fuego. Resumiendo, esa noche el resto de personas del hotel habían pensado que el novio había bebido demasiado y se había puesto a cantar a pleno pulmón con la ventana abierta.

    Al menos todo había ido lo mejor que se había podido. Con el control que ejercía sobre nosotros ese demonio, podríamos habernos mostrado tal y como éramos delante de gente corriente, desconocedora del mundo sobrenatural. Aún no sabía cómo defenderíamos el Condado sin exponernos nosotros mismos.

    – [Diana]Por eso está nublado hoy, ¿eh, campeón?[/Diana]- bromeó Diana soltando una carcajada.

    Jaime se llevó una mano a la nuca, avergonzado. – [Jaime]Se disolvió en el viento después de sonreírme.[/Jaime] – aclaró. Quizá tuvo que ver con la tensión, pero todos nos reímos.

    – [Diana]A ver si hay suerte y Z también se disuelve[/Diana].- farfulló Diana. Me di cuenta de que debía sentirse aún más frustrada que yo. En mi caso, había decidido quedarme por voluntad propia. Diana no tenía mucha elección, no podía levantarse así como así y darse el alta sola alegando que necesitaba hacer un exorcismo a su hermana.

    – [MacLeod]Ahora descansa. Pueden apañárselas sin nosotros.[/MacLeod] – le recordé. Podíamos confiar en Ed, eso Diana también lo sabía. Aunque estaría deseando lanzar algunas bolas de fuego a los que intentasen atacarles.

    Diana se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido. Miré de reojo a Amy, que se movía, entrecerrando sus ojos. Si la hija se parecía tanto a la madre como parecía, iba a ser fuerte. Y buena, empática, lista, simpática y preciosa. Ojalá se pareciera a ella.

  • SHINY HAPPY PEOPLE

    SHINY HAPPY PEOPLE

    Sarah | Hotel White Candle

    TARDE – NOCHE | 19 DE ABRIL

    bodaelizabeth080616

    Tomé aire una vez y  miré fijamente a los asientos en los que ya estaban los invitados y el altar, que quedaba al fondo, con una funcionaria regordeta y sonriente, que seguramente, estuviera deseando irse cuanto antes. Habíamos decidido que cada persona se sentara donde quisiera olvidando eso de dividir a las personas por bandos. Si hoy se unían dos familias, tenía poco sentido hacerlo.

    Hacía un día cálido de primavera y, aunque la tarde estaba cayendo, la temperatura se mantenía agradable. Lucy iba y venía corriendo como una loca con un pinganillo en la oreja izquierda, mientras parloteaba sin cesar con todo bicho viviente que se encontraba. Tres veces estuvo a punto de pisar la cola de su vestido y partirse la crisma, pero lo solventó con una sonrisa – y obligando a Ed a alejarse de ella para que no la distrajera-.

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  • FLOWERS IN THE WINDOW

    FLOWERS IN THE WINDOW

    Christopher MacLeod | Hotel White Candle

    TARDE | 18 DE ABRIL

    macleodcuero

    Parecía mentira que hubieran pasado cuatro meses desde aquella tarde en la que nos aventuramos en el subconsciente de Mara y ella regresó a nosotros, tres días después, despertando con el llanto del pequeño Idris, convertida ahora en una licántropa como yo. Bueno, no exactamente como yo, Mara era ligeramente diferente, la especie que debían haber usado en los experimentos con King no era un ‘Lupus Exterus‘, sino probablemente, un ‘Lupus Garou‘.

    Pensándolo fríamente, apenas habían pasado también poco más de ocho meses desde que habíamos pasado las ‘Pruebas’, Kaylee había muerto y el grupo se había ido haciendo pedazos, que no se habían vuelto a ensamblar hasta hacía algo menos de seis meses, con algunas piezas adicionales más.

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  • WOLF

    WOLF

    Sarah | Subconsciente de Mara

    INDETERMINADO

    sarah040516

    Caminé junto a Beatrix intentando entender su historia y qué podía hacer para ayudarle, pero no estaba segura de haber llegado a ninguna conclusión decente, porque en mi cabeza se repetía la imagen de Mara muriendo en la camilla de los O.W.L.S. por mi culpa. Tenía que tomar una decisión y debía ser rápida, pero nunca había sido muy buena tomando decisiones, porque pensaba demasiado y a la larga, todas las opciones parecían un error, especialmente la elegida.

    – [Beatrix]Estás muy silenciosa[/Beatrix].- admitió finalmente mientras atravesábamos aquel bosque oscuro y tétrico que parecía no acabarse nunca. Esperaba que no fuese posible perderse en un subconsciente o peor aún, que nos perdiéramos y que Mara muriese con nosotros dentro.

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