Moondale

Etiqueta: Diana Echolls (futuro z)

  • CICATRICES EN EL ALMA

    XANDER ECHOLLS | EDIFICIO LENORA

    La depresión, en su estado más puro, es frustración y arrepentimiento. Arrepentimiento por malas decisiones que nosotros u otros han tomado y frustración por no tener el poder para cambiar esas cosas. Quizá mi bisabuelo, capaz de controlar el tiempo, nunca tuvo ni podría haber tenido depresión, porque podía cambiar las cosas. Pero para el resto de los mortales eso no era más que un deseo irrealizable.

    Conocía bien cómo te hacía sentir porque yo mismo la había vivido desde que había visto, impotente e incapaz de hacer nada, como se llevaban a mi madre, no una, sino dos veces.

    La primera vez era demasiado pequeño para ser perfectamente consciente, pero una imagen se quedó grabada en mi mente, marcada a fuego para siempre. Era una imagen tenue, lógicamente, pero intensa. No contenía detalles, como el lugar o quienes estaban presentes. Solo recordaba a mi padre, tirado en el suelo, sangrando y a mi madre, inconsciente, arrastrada por un grupo de protegidos. Había una mujer con el pelo rojo como la sangre que me miraba divertida mientras jugaba con un alfiler.

    Quizá originalmente no recordaba todo eso, pero el tiempo y los conocimientos de los demás me permitieron darle más color a esa imagen, saber quién era esa mujer, la Reina Negra, una hechicera experta en magia de sangre.

    La segunda vez fui más consciente y sentí la impotencia de no poder hacer nada, no solo por no tener la fuerza suficiente para plantarles cara, si no por tener que esconderme y proteger a mi hermana.

    Esos hechos me marcaron, me dieron la personalidad que tenía hoy en día y los traumas que acarreo. El miedo a volver a sentir esa pérdida fue lo que permitió que decidiese alejar a Jane de todo esto sin su consentimiento, tratándola como a una chica indefensa sin capacidad para decidir por sí misma cuando sabía perfectamente que era mucho más poderosa que yo o que cualquiera de los presentes, salvo quizá mi hermana. Había intentado sobreproteger a ambas cuando eran más capaces que yo para hacerlo.

    Si pudiera volver atrás, seguramente repetiría lo mismo que había hecho, porque seguía teniendo el mismo miedo y habría cometido el mismo error. Sería ridículo decir que no temía morir allí, por supuesto que lo hacía, o que cualquiera de los demás tuviese un fatal desenlace. Mi mayor anhelo era que todos pudiésemos volver sanos y salvos, pero sabía que no sería así. Habría bajas, todos habíamos tenido que asimilar el riesgo cuando decidimos hacerlo. Lo que pasaba es que había bajas que sabía que no sería capaz de sobrellevar. La de Jane, la de nuestro pequeño nonato y la de Elle eran tres de ellas.

    El campo de batalla no atenuaba mis miedos. Estábamos aún a una terraza del ático donde el grupo de Owen y su padre luchaba contra los protectores más cercanos a Z. Tras la muerte de ‘Wall‘ a manos de mi padre, la balanza de inclinó de nuestro lado, pero no duró demasiado.

    Poco después se unieron varios protegidos y el propio campo de batalla se volvió contra nosotros. Las terrazas del edificio estaban diseñadas para incorporar la propia naturaleza al entorno urbano, manteniendo el ecosistema y tratando de recuperar parte del daño que había hecho el ser humano. Dos de las protegidas que aparecieron eran Leaf y Briar. Juntas, hicieron que la naturaleza cubriera completamente el terreno, entorpeciendo nuestros pasos, cegándonos, reteniéndonos en pleno combate y atacándonos desde todas direcciones.

    En mis manos, Ocaso segaba las ramas de los árboles con facilidad antes de que me golpearan, pero mi concentración tenía que ser completa para evitar también los ataques de los peones. Sentía en la espada la fuerza de su espada hermana Albor, que acababa con sus enemigos como si la que la empuñaba no fuera mi alegre hermana Elle sino una persona completamente diferente, despojada de su alegría e inocencia, una versión guerrera y despiadada de sí misma.

    Sabía que el miedo a perder a Jane y Elle ante la muerte era más complejo que el mero hecho de verlas morir. Estar cerca de la muerte siempre nos afecta, de una forma u otra. Morir es el final del camino, al menos que yo sepa. Pero dar muerte a otro es el principio de un camino de espinas que te cambiará para siempre. No solo temía que muriesen, temía que cuando terminase todo, si seguíamos vivos, hubiesen dejado de ser las mismas.

    Elle era inocente y alegre, toda su vida nos habíamos esforzado por aislarla de la violencia, ayudarla a rechazar esa oscuridad latente en su interior. Y Jane siempre había sido una pacifista, desdeñando desde el principio este ataque y la naturaleza de su propio poder. Por desgracia, vivíamos en un mundo donde la paz no era posible. No con lo que habían hecho. Ni con lo que seguían haciendo.

    Continuamos luchando, esperando derribar a Leaf y Briar para recuperar la ventaja. Mi moral se vino abajo cuando Ted murió atravesado por una rama. Durante los minutos que tardase en recuperarse, cualquiera de los nuestros podía caer. Y así fue.

    Diana acababa de derribar a cuatro peones con una llamarada y no vio las hiedras rodearla. Para cuando lo hizo, ya era tarde. Las hiedras arrastraron a su presa ante los gritos de los nuestros, que vieron impasible cómo cubrían el cuerpo hasta enterrarlo y asfixiarlo. Diana no pudo hacer nada, su fuego quemaba las hiedras pero otras ocupaban su lugar, hasta que el cuerpo de Christopher dejó de moverse, mientras Diana gritaba de rabia preguntándose por qué tenía que haberse interpuesto para que no la cogieran a ella.

    La rabia de Diana arrasó todo lo que había frente a ella, hasta convertir a Leaf en un montón de cenizas y quemar viva a Briar, que se lanzó por la terraza, desconcertada, intentando apagarse.

    Los esfuerzos de nuestros enemigos se centraron en mi tía, lanzando contra ella todas sus fuerzas. Corrimos a defenderla, pero se interponían en nuestro camino. Ella acabó con los peones uno tras otro.

    – [Xander]¡Detrás![/Xander] – grité al percibir un destello a su espalda. ‘The Hand‘ abandonó su invisibilidad para asestar una puñalada por la espalda a Diana sin que esta tuviera tiempo a detenerle. Pensé que también la habíamos perdido, pero Jane la salvó.

    En cuanto la mano desnuda de Jane tocó la piel de ‘The Hand‘, este se vino abajo, retorcido por el dolor, mientras Jane absorbía poco a poco su poder. Me quedé parado, sin saber que hacer, pensando que iba a matarle, que la Jane que conocía iba a cambiar. Pero ella lo soltó, ya inconsciente, pero respirando. Después Jane desapareció usando la invisibilidad que acababa de tomar prestada.

    Con el aluvión de la rabia de Diana y Jane dejando inconscientes a los más fuertes, nos abrimos paso hasta el puente de hielo que Idris acababa de construir. Avancé en la vanguardia mientras otros cubrían nuestro paso.

    Cuando llegué al ático me detuve. La lucha era atroz. Un despliegue de poderes por ambos bandos que iba en detrimento del nuestro. Tuvimos que esquivar los cuerpos para unirnos a un combate atroz. La Reina Negra estaba allí, con una pila de cuerpos ensangrentados bailando a sus órdenes como marionetas. Reconocí entre ellos a Kuruk, a Vincent y a Mara. Habíamos entrado al Reino de la Muerte y nos enfrentábamos a dioses inmortales.

    Al fondo de ese paraje desolador, lejos de donde nos encontrábamos, el Rey Negro estaba en pie frente a Z. Su forma cambió para reflejar a una mujer joven, rubia y delgada ante la que Z tembló. Aaron acudía en su ayuda, pero todo su cuerpo empezó a rasgarse dejando salir la sangre. Se giró, conociendo a la responsable y se lanzó contra ella con todas sus fuerzas, pero fue incapaz de soportar tantas heridas y sus ojos, anhegados en sangre, se apagaron. En el Reino de la Muerte, los dioses ya no eran inmortales y la oscuridad iba ganando la partida.

  • OTRO TIEMPO

    Daniel Arkkan | Edificio Lenora

    Cuando sentí el aire frío en el rostro, supe que ya habíamos llegado a nuestro destino y abrí los ojos. Diana nos había llevado a una de las últimas terrazas del edificio Lenora, a dos terrazas de distancia de la fiesta. Una sabia decisión estratégica que evitaba llevarnos directamente a la refriega con la confusión del teletransporte. Miré hacia ella, que esbozaba una sonrisa de ánimo, y asentí, sin devolverle la sonrisa como habría hecho en el pasado. No tenía demasiados motivos para sonreír. Esa noche podía perder o ganar, era un todo o nada.

    Me apoyé en la barandilla fingiendo buscar las vistas y la fría brisa para calmar el mareo, como algunos de los demás. Respiré profundamente y traté de controlar los nervios. Estaba a punto de ver a Sarah en persona después de muchos años y, aunque fuese una marioneta de Beatrix, ni siquiera yo mismo sabía cómo iba a reaccionar. Lo único que tenía claro era que tenía que liberarla de esa pesadilla fuera como fuese.

    – [Elle]Papi, ¿estás bien?[/Elle] – Elle se acercó a mí y apoyó su mano en mi brazo, intentando reconfortarme. Miré hacia ella y vi que me sonreía. Tras ella, en el otro extremo de la terraza, vi a Xander, que acababa de llegar con Noah, Leo y Lexa, discutiendo con Jane después de haber cometido un error que yo mismo había cometido cuando era más joven.

    – [Daniel]Si, cariño. Es por la desorientación.[/Daniel] – mentí. Los dos me recordaban mucho a su madre y era por ellos tres por quienes había seguido adelante. Necesitaban un padre que cuidase de ellos aunque a veces fuese al revés y ellos cuidasen de mí. Y Sarah, necesitaba liberarla, aunque eso supusiese mi vida. Cada día, cada noche, en cada hora, no hacía más que pensar en lo que ella estaría viviendo, en lo que mi hijo y mi hija vivían sin su madre cerca, sabiendo que se la habían arrebatado por la fuerza.

    Tomé la mano de Elle entre las mías y respiré profundamente mientras miraba el horizonte de Moondale. La ciudad había prosperado hasta convertirse en una auténtica utopía futurística autosostenible, pero esa utopía no era para todos.

    Sí, las utopías siempre suenan maravillosas, pero el mundo nunca es blanco o negro totalmente. El ser humano, y el sobrenatural, tienden a repetir siempre el mismo error. Un grupo oprimido se alza sobre otro y al final termina por ser el opresor. Todos los que nos habíamos enfrentado a Z y a los suyos éramos ahora parias de esa utopía, al igual que los humanos, los sinpod o los artificiales.

    Una verdadera utopía tiene que salir del esfuerzo de cada individuo. Ser algo que cada persona, sana y estable, considere de verdad una utopía, sin importar su género, sexualidad, raza, etnia, religión o cultura. Y esa utopía solo se conseguiría si todos sacrificasen algo, si todos luchasen por ella. En lugar de ello teníamos desigualdad, una utopía de fuertes, donde los que han tenido la suerte de nacer con un poder útil tienen mejor vida que otros que no lo tienen. Un capitalismo potencialista, donde los poderes son el mayor recurso, la moneda de cambio.

    Me separé de la barandilla y sonreí a Elle. Temía perderles. Si no viviéramos en esa «utopía», habría acudido yo solo a por Sarah, jamás les habría dejado arriesgarse, ni a Xander ni a Elle, aunque fuera más fuerte que todos los demás. Pero ya vivían en un mundo que les ponía en peligro, no había más remedio que luchar porque las cosas mejorasen.

    – [Diana]Qué, ¿dejamos la discusión para otro momento, Amantes de Teruel?[/Diana]- sentenció Diana cruzándose de brazos. El tiempo había pasado por todos nosotros, pero era como si la chispa de la vida nunca se hubiera atenuado en Diana. Quizá por eso era Daë de fuego.

    Xander calló, avergonzado. Jane fulminó a Diana con la mirada pero no respondió. Sabían que no era el momento de discutir, pero me preocupó que eso fuera a afectar a sus ánimos y su atención en el combate.

    – [MacLeod]Si ya estáis todos bien…tenemos un poco de prisa.[/MacLeod] – apuntó Christopher, que había cambiado las canas por un pelo casi completamente gris oscuro. – [MacLeod]Seguiremos el plan y subiremos por las terrazas.[/MacLeod] – añadió. Los demás comenzaron a prepararse, dejando listas las armas o calmando los nervios para usar sus poderes en caso de que los tuvieran.

    Idris, el hijo de Mara y Vincent, se adelantó corriendo al grupo y se detuvo en el extremo de la terraza que comunicaba con la siguiente. Las terrazas estaban separadas por una distancia de varios metros, tanto de anchura como de altura. El chico se concentró y comenzó a crear un puente de hielo con sus propias manos. Cuando estuvo listo, fue el primero en probarlo y cruzar al otro lado. Los demás le seguimos, algunos más inseguros que otros, yo entre ellos. Por suerte tenía motivaciones suficientes para cruzar por ese frágil puente a cientos de metros de altura.

    Cruzamos la siguiente terraza al trote, pero esta vez Idris no tuvo tiempo a crear otro puente de hielo. Nos estaban esperando.

    Habían enviado a los peones a cubrir ese flanco. Originalmente, Gambit tenía tres peones, uno por facción, pero con la llegada al poder, Gambit se había hecho con un ejército de peones, divididos en las tres facciones y comandados por los miembros originales. Lo que todos tenían en común era una serie de poderes o habilidades sobrenaturales físicas que les permitían ser una fuerza a tener en cuenta.

    Los peones eran el ejército más extenso, pero con menos poder que los alfiles, los caballos y las torres. Abrumaban por su número, pero era un alivio saber que no nos enfrentábamos a los jokers, el escuadrón mágico comandado por la legendaria Joker.

    Sin demorarnos en presentaciones, atacamos. Todos sabíamos a lo que íbamos, no hubo oferta de retirarse, no hubo avisos, era todo o nada.

    Sendero Oscuro salió de su saya salpicando el suelo con la sangre de varios clones de Russell. Me rodearon varios peones pero los despaché en dirección a mi objetivo principal.

    Se encontraba en mitad de la refriega, de un golpe, el gigante lanzó a Ted al vacío. En ese momento, nuestras miradas se cruzaron. Wall era uno de los más peligrosos entre los peones, así que tenía que ser de los primeros en caer.

    – [Wall]¿Vienes a por tu chica otra vez? Porque creo que prefiere al jefe.[/Wall] – se jactó, sin apartar la mirada de mí.

    No respondí, corrí hacia él y esquivé una de sus enormes manos con una finta. Me agaché para esquivar la otra y de la que me alzaba, partí su rostro en dos con ‘Sendero Oscuro‘. Su sangre me bañó.

    Cuando su cuerpo cayó al suelo, sin vida, vi a Xander y Elle mirarme desde sus posiciones. Todo pareció detenerse durante unos instantes. Deseé que no hubieran tenido que verme así. Volver a ser el hombre que era cuando Sarah estaba junto a mí. Volver a conocer la esperanza, la misericordia, la piedad.

    Pero ya no era el mismo hombre de entonces, ‘Sendero Oscuro’ era totalmente el camino que había tomado mi vida. En este mundo, la piedad era algo que no podíamos permitirnos. Era un lujo de tiempos mejores. Si vis pacem, para bellum.