[align=center][SIZE=3][b]Sarah Echolls |Biblioteca de la Universidad[/b][/SIZE]
Entrenar con McLeod podía ser mucho más duro que luchar contra vampiros, por muy neófitos (y por tanto descontrolados) o ancestrales que fueran. Entrenar con McLeod suponía poner a prueba mi resistencia física y mental, adquirir nuevos conocimientos que debía almacenar en una sección completamente distinta a la de las asignaturas de la carrera y sobre todo, suponía controlarme para no hacerle daño. Y cuando digo daño, hablo de torceduras de muñeca, hombros dislocados y ojos morados que habían sido la tónica general durante los primeros meses de mi entrenamiento. Por suerte, por aquel entonces algo había evolucionado: Tenía que ser rápida, ágil, letal e inteligente, pero también cuidadosa. La estaca debía quedarse a una distancia prudencial de su pecho, mi puño no debía rozar su cara y no podía doblarle el brazo hasta partírselo. Éramos como la Bestia y el Bello, pero sin zoofilia, sin amor y…yo era un poco más simpática.