Christopher MacLeod – Bosque de los Lobos
Se dice que la historia la escriben los supervivientes, pero la realidad es aún más triste. La historia la escriben los que tienen poder, para controlar y mantener en las sombras a los que no lo tienen, que, adoctrinados para ello, lo creerán.
La historia en ese momento era la ‘Batalla de Ripper‘ o la ‘Guerra de Moondale‘ como llegaría a conocerse en el futuro. El Gobierno trataría el despliegue militar de su operación secreta ‘Iniciativa Awaken’ para disipar la amenaza de Z como una «operación militar para para la inhabilitación de una organización terrorista en suelo patrio«, abreviado como ‘Operación Serpiente Escondida‘. Esa organización terrorista no era otra que ‘Gambit‘, un grupo dirigido por el entonces Director de Inteligencia Nacional que había abusado de su poder para robar armamento de tecnología punta con el fin de «socavar nuestra gran nación«.
En el clímax de la batalla, que aún estaba por llegar, la Iniciativa desplegaría un arma que dejaría fritos todos los dispositivos electrónicos en un rango de kilómetros a la redonda, evitando así dejar cualquier registro visual. Así que con el tiempo, para todos los que no lo hubiesen vivido en primera persona, los poderes, criaturas y magia que habían visto en esa batalla, no fueron más que el producto de un gas experimental, desacreditando a todos los testigos, que solo contaban con su palabra. Al final, pese a cómo se desarrolló todo, ellos resultaron victoriosos en última instancia, volviendo a mantener a los sobrenaturales en las sombras.
Y mientras tanto allí estaba yo, viviendo la historia, luchando estoque en mano para intentar mantener a salvo a la gente inocente y evitar todas las muertes posibles hasta que nuestro as en la manga pudiera salvar el día, o al menos cambiar ligeramente las tornas.
Mi muñeca sufrió al contener otro embite del Rey Gris. Por mucho que mi estoque fuese de adamantio y estuviese reforzado por la magia arcana de los aesir, físicamente era poco más que un humano promedio y me estaba enfrentando a un romano inmortal. Tampoco era un milagro que siguiese vivo, estaba claro que no quería matarme, solamente dejarme fuera de juego. Aun así los cortes superficiales y el cansancio estaban empezando a pasar factura y el Rey Gris tenía muchos enemigos a los que enfrentarse como para perder tanto tiempo conmigo. Si empezaba a impacientarse quizá no viese tan mal acabar conmigo.
Resultaba un poco frustrante enfrentarme a un enemigo al que no era capaz de vencer. Era un Daë, había sido elegido para salvar el mundo del Soberano, pero no tenía nada que hacer con el resto. Como ya he dicho en otras ocasiones, caminaba entre dioses. Mia, Sasha o cualquiera de los Satellites habrían encajado mejor que yo como Daë, y sin embargo, había sido elegido y había cumplido las Pruebas. Y desde esas pequeñas victorias, no hacía más que perder: a Kaylee, a Sarah, a Daniel, a Ed, a todos los que estaban heridos o ya habían muerto ese día…
El Rey Gris empujó con fuerza y mi brazo se resintió. Sujeté el estoque con las dos manos y vi el brillo en sus ojos al ver que me tenía justo donde quería, así que hice una finta y me aparté de él. Normalmente habría contraatacado aprovechando que había bajado la guardia, pero ya no podía, sería arriesgar demasiado.
Quizá debí hacer caso a los demás cuando insistieron en que me quedase en la periferia del combate, como había hecho Vincent o cualquiera de los que estaba en la Nave o en la Universidad. Esta vez la decisión de quedarme no era estratégica ni meditada, era una mezcla de orgullo con la incapacidad para dejar que los demás se arriesgasen mientras yo estaba relativamente a salvo.
Ni siquiera mi orgullo me había dejado nunca dejar paso al licántropo para poder utilizar su fuerza. En algún lugar del bosque, Alexander Fenris estaba caminando como un enorme crinos, abatiendo soldados con ayuda de su manada, que también luchaba contra sus propios hermanos en el bando de Z. Yo no podía hacerlo. Era diferente.
Mi pecho subía y bajaba con la respiración agitada. Mi corazón parecía a punto de salirse de mi cuerpo. No podía vencer al hombre de la armadura que estaba frente a mí. Lo había sabido desde el principio. Todo el mundo tiene que saber su lugar y sus dominios. El mío no era el físico, era el mental. No podía derrotar al Rey Gris, pero podía entretenerlo el tiempo suficiente para que Dominic, que estaba ocupado con dos activos de la Iniciativa, se librase de ellos y lanzase su martillo contra el inmortal, que acabó clavado contra una pared de piedra, intentando moverse.
Le di las gracias a Dominic, que no tuvo tiempo a detenerse mientras corría a ayudar a Daniel contra el Rey Negro, en ese momento un enorme demonio que no debía ser otro que el Juthrbog, el asesino de su familia y de la de Dom. Mi corazón dio un vuelco al ver a Sarah inerte a sus pies, cubierta de sangre, pero la vi también varios metros más allá, aguantando contra un demonio lobuno de piel blanca y marcas color sangre por su cuerpo, el propio Z. Volví la mirada al Juthrbog, la Sarah muerta era una ilusión más del miedo de Daniel, una muy convincente. No sabía cómo era capaz de enfrentarse a eso solo, pero sin duda agradeció que apareciese Dom. Los miedos en compañía, son menos, por eso siempre intentan aislarnos, dejarnos solos para enfrentarnos a ellos.
Preferí no pensar en qué se convertiría el Rey Negro ante mí. Ya había sobrevivido a mis miedos una vez, pero ahora tenía más que perder y eso los hacía más fuertes. Tenía mucho más por donde atacarme. Instintivamente, localicé a Diana, que en ese momento estaba cubriendo con sus llamas a la Reina Negra, que se protegía con un muro de sangre.
Tenía un enemigo muy difícil por su capacidad de alterar las probabilidades, pero confiaba en el poder de Diana. Aun así, quise ayudarla cuando la Reina convirtió su muro en un ejército de dagas sangrientas, lanzando un conjuro eléctrico que ella desvió al final, volviendo a convertir las dagas en un escudo. Su fría mirada se fijó en mí mientras murmuraba algo. Empecé a encontrarme mal, terriblemente mal.
Diana volvió a distraerla sin dejarle tiempo a tomar su venganza conmigo, pero fuera lo que fuera lo que hubiese hecho, seguía teniendo efecto en mí. Todo mi cuerpo dolía como si fuese a explotar de un momento a otro. Notaba la piel tirante y parte de mí quería salir de ella. Entonces lo supe. No necesité ver crecer mis uñas hasta convertirse en garras para saberlo. Había usado su poder para desencadenar la posibilidad de que me convirtiese en licántropo.
Sentía todo mi cuerpo desgarrarse, cambiando rápidamente. No, no, no – rogué en mis pensamientos. La batalla todavía era un caos, no podía abandonarlos así, no podía dejarles solos. Puse toda mi voluntad y la transformación empezó a ir más lenta, pero no conseguía detenerla.
– [Diana]Christopher, concéntrate en revertir la transformación[/Diana].- escuché la voz de Diana antes de levantar la mirada y verla frente a mí, con su pelo brillando en tonos rojizos bajo la luz del sol que se filtraba a través de las copas de los árboles.
– [MacLeod]¿Y la Reina Negra?[/MacLeod] – pregunté, clavando las garras en la tierra con cada oleada de dolor. Sabía que no podía conseguir lo que Diana me estaba pidiendo. Sentía defraudarla, pero lo único que podía hacer era retenerlo mientras buscaba una forma de evitar el peligro para los demás.
– [Diana]Se está encargando Ed[/Diana].- respondió ella con paciencia. No me paré a mirar tras ella, donde Ed hacia lo que podía por mantener a la Reina Negra a raya.
– [MacLeod]No lo voy a conseguir.[/MacLeod] – me sinceré. Nunca había conseguido reprimir la transformación sin las infusiones de acónito así que no lo iba a conseguir ahora, en mitad de aquella guerra, sabiendo que podía perder a todas las personas por las que me había preocupado alguna vez y que mi hija podría criarse sin su familia. – [MacLeod]Tengo que evitar que salga libre.[/MacLeod] – traté de explicarle. En cuanto la idea cruzó mi mente, actué sin pensar, murmurando un conjuro para crear una esfera de electricidad que pudiese dejarme inconsciente. Solo esperaba no pasarme con el choque.
— [Diana]Keliiiiii.[/Diana]— llamó Diana. Agradecí que no intentase disuadirme, bastante difícil era ya dejarme ir sabiendo que para cuando despertase, todo habría ocurrido ya, para bien o para mal. Keli no respondió, después de la magia que había obrado para teletransportarnos a todos y cada uno, no era extraño.
– [MacLeod]Acaba de transportarnos a todos. No creo que pueda…[/MacLeod] – la esfera crepitaba, impaciente, en mi mano.- [MacLeod]Ponedme a resguardo y avisad a Mia de que me recoja cuando deje a Beatrix. Así no os molestaré mientras salváis el mundo.[/MacLeod] – le dediqué una sonrisa triste, conteniendo las lágrimas. Horrores de una sociedad machista. Los hombres no lloran, pues sí lo hacen, pero no podía delante de Diana, no con el trabajo que aún tenían por delante. – [MacLeod]Ten mucho cuidado, por favor, manteneos a salvo.[/MacLeod] – le pedí, derrotado. Me preparé para el dolor de electrocutarme a mi mismo. Por suerte cuando perdiera la concentración la esfera se desvanecería, así que solo me haría el daño necesario para quedarme inconsciente y mi constitución de licántropo se encargaría de que no quedasen secuelas.
¿Conocéis la Ley de Murphy? Bueno, la vida la resume bastante bien. Siempre que algo pueda salir mal, probablemente saldrá mal. No diré que va a ser siempre así, porque no soy una persona que suela usar a menudo términos absolutos ni generalizaciones. Pero en ese momento, cuando escuché el grito de Daakka y vi a Cara desmayarse en sus brazos, estuve de acuerdo con él.
Nos quedamos paralizados durante un minuto, el tiempo que me llevó asumir que mi plan ya no tenía sentido, no podían preocuparse de poner a salvo a dos personas inconscientes y Mia solo podía llevarse a una. La esfera se desvaneció en mi mano.
– [MacLeod]Ponedla a salvo. Mia puede llevársela, pero no podrá con ambos.[/MacLeod] – le pedí a Diana. Ella asintió, preocupada. Ya no podía ser una carga, tenía que apartarme de ellos antes de que el licántropo sembrase el caos.
— [Diana]Te quiero. Confía en el lobo.[/Diana] – pidió. Diana sería una buena consejera para Amy si resultaba ser una licántropa, que todo parecía indicar que sí. Yo lo tendría más difícil. Prefería que si Amy lo era, pudiera llegar a aceptarlo y a convivir con ello, sin tener que considerarlo una maldición toda su vida. Seguro que mi pequeña era más fuerte que yo.
– [MacLeod]Nunca. Te quiero.[/MacLeod] – repliqué echando a correr. La tensión y los nervios de la transformación inminente hicieron que esta se acelerase. Crucé el campo de batalla esquivando golpes y proyectiles.
Conseguí alejarme un poco del epicentro del combate, pero el olor de la sangre y la lucha que se respiraba en el ambiente hicieron que cayera de rodillas en el suelo y dejase escapar un grito de dolor mientras mi boca se rasgaba y mi mandíbula se destrozaba para dar paso al hocico del licántropo. Christopher se desvaneció.
ANZANOC EL LOBO – BOSQUE DE LOS LOBOS
La libertad sabía a humo y a sangre. Mi olfato se deleitaba con el aroma del aire libre y por mi cuerpo corría ardiendo el ansia de violencia. Mis garras sintieron la hierba por primera vez en mucho tiempo y empecé a correr hacia la gran lucha.
Cuando estaba llegando al claro, un aroma familiar me distrajo. Corrí hacia él y vi una lucha aislada que ya había terminado. Un hombre de dos patas que olía a polvo de huesos, piedra y menta. Su melena blanca era larga y casi rozaba el cuerpo de su víctima, que agonizaba en el suelo. Se levantó y limpió la sangre de sus colmillos de mano. Entonces me vio y se colocó en guardia.
Corrí hacia él y de nuevo capté el olor familiar. El carcelero me hizo dudar. Desvié la mirada hacia el cuerpo que había en el suelo, a quien ya se le escapaba la vida. Un ser de dos patas, nada importante, pero para el carcelero sí. El aroma familiar era el del carcelero, era de su manada.
El carcelero sufrió y se retiró, dejándome completamente al mando. Mis fauces se abrieron en un gruñido y arremetí contra el ser blanco. Sus colmillos de mano acariciaron mi piel mientras saltaba como un conejo, pero igual que ellos, su cuello se partió entre mis fauces como una vieja astilla.
Olfateé de nuevo el cuerpo de olor conocido. – [Zack]No sufras, Toph.[/Zack] – dijo. No entendí sus palabras, pero recordé que su nombre era como cortar madera. Fue incapaz de decir nada más, sus heridas se lo llevaron. Hermano mayor del carcelero, luchaste y moriste con honor. Aullé para que su espíritu encontrase el camino y escuché otros aullidos sumarse al mío.
Después corrí, quizá alguna otra presa haría que el carcelero volviese a dejarme el control.