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Etiqueta: Ezequiel Ponce de León

  • PÉRDIDAS

    EZEQUIEL

    TANTEION

    La sensación de familiaridad me acompañó desde el principio. Mis primeros cincuenta años de vida se habían visto centrados en la guerra, la rebeldía de la juventud y el odio a ese padre psicópata que dejó a mi madre embarazada y sola.

    Cansado, había terminado subiéndome a un barco con destino a las Américas, en cuya costa arribé sin mucho éxito cerca de 1570, dando tumbos hasta encontrar la paz que buscaba en la Patagonia. Allí empecé a aprovechar discretamente mis dones para cumplir trabajos de un poblado cercano y conseguí construirme una cabaña y una vida decente. Tranquila.

    No lo esperaba, no lo buscaba, pero también allí fue donde conocí a Lucía. No quería enamorarme después de los horrores que había visto hacer en nombre de ese sentimiento. Pero las emociones no se pueden someter siempre y lo que sentíamos el uno por el otro pudo más que el sentido común.

    Con los años dimos la bienvenida a una más, una pequeña sonriente que nos brindó la mayor de las alegrías. Hacía tanto tiempo desde la última vez que la había visto, más de doscientos años tratando de mantener vivo el recuerdo de ambas.

    – [Ezequiel]¿Floriana?[/Ezequiel] – corrí hacia ella y la abracé, tratando de aferrarme a lo que sea que estuviera viendo. Quizá el viaje de vuelta a la Kvasir me había llevado a otro lugar y otro tiempo. O puede que todo fuera un sueño, pero sin duda era vívido, sentía el calor de su espalda bajo mis dedos, el olor de su pelo, el mismo que la había acompañado desde el día en que la había visto venir al mundo. El mismo que el día en el que la había visto abandonarlo.

    – [b]Papá, ¿qué haces?[/b] – preguntó ella. Su voz era la misma, solo cambiada ligeramente con el paso del tiempo. Me eché hacia atrás y la miré, los mismos ojos aventureros que mostraron fiereza ante su lecho de muerte. Floriana había enfrentado cada aspecto de su vida con el mismo arrojo. No podía sentir más que orgullo por ella. Por mi primera y única hija.

    Cogí su pequeña mano entre las mías y caí hacia atrás cuando vi que se convertía en una mano grande, de dedos delgados y macilentos, por los que corría una tenue vida a punto de extinguirse. Y su rostro, el cabello oscuro dio paso a un pelo blanco y débil. Aparté la mano y unos ojos carentes de vida me devolvieron la mirada.

    Me alejé y fuera lo que fuera aquella visión, se desvaneció en un parpadeo. Continué hacia la cabaña sin saber qué hacer en aquél lugar, preguntándome qué era lo que había visto, qué clase de juego estaba tejiendo el mundo haciéndome recordar la muerte de mi pequeña.

    Para un adulto, las reglas básicas suelen establecer que los mayores abandonarán el mundo primero. Luego hay enfermedades, accidentes, guerras. Pero en mi caso, la vida implicaba ser consciente de que incluso sin ningún suceso que lo adelante, vería morir a todos los que una vez hubiera querido.

    Primero se fue Lucía, asesinada para tratar de conseguirme a mí, a mi sangre, la maldición y único legado de un bastardo al que le robé el apellido para llevarle al menos el dolor de saber que viviría para recordar su deshonra.

    – [b]¿Por qué no me diste tu sangre?[/b] – dijo de nuevo una voz. Floriana estaba detrás de mí. Joven y fuerte como el día de su boda. – [b]Podía haberme salvado. A mí, a tus nietos.[/b] – el rencor palpitaba en su voz.

    Negué con la cabeza, la vida tenía un equilibrio y mi maldición solo traía desgracia. No había nada natural en ver morir a tu hija, a tus nietos, en sobrevivir a todos hasta vivir al tiempo de unos descendientes a los que ni siquiera conoces.

    Me sentía destrozado, sin fuerzas. Pensé en qué decirle, y sin embargo me encontré con que ya había pensado todo eso alguna vez. Floriana lo entendía, nunca lo había pedido, nunca lo había reprochado. Este ser que tenía ante mí vistiendo su aspecto solo buscaba torturarme.

    Y entonces lo entendí. Había hecho un pacto con Caitriona para tomar el puesto de Daë que me estaba vaticinado, pero aún no lo era de pleno derecho, y ésta era mi prueba. Éste era mi miedo.

  • LA FEA VERDAD

    EZEQUIEL

    TARDE – KOURAS

    El calor sofocante del tipi que nos provocó la visión resultó ser un precursor de lo que estaba por llegar. Me llevé una mano a la frente para quitarme el escaso sudor que podía producir ya mi cuerpo. Me pregunté si podía morir deshidratado, lo dudaba, pero tampoco me apetecía comprobarlo.

    La visión nos había indicado una dirección clara, el desierto, donde el Caballo tenía su hogar ancestral según la anciana de la tribu.

    Al principio el camino había sido duro, pero con la idea de salir de ese páramo y volver a nuestra misión, habíamos usado todo nuestro espíritu, en especial Henry que había usado su poder una y otra vez para teletransportarnos más adelante hasta que el agotamiento había podido con él y ahora apenas podía mantenerse en pie. Parecía caminar porque sus piernas tendían a seguir en movimiento con más facilidad que detenerse.

    – [Ezequiel]¿Quieres parar?[/Ezequiel] – dije, preguntándome a mí mismo cómo era capaz de seguir avanzando.

    – [Henry] No sé si es lo mejor parar con este calor. Pero como no lo haga tampoco sé si podré seguir.[/Henry] – aseguró. Pese a ser un potenciado, dejando a un lado sus poderes, era un humano, con las mismas debilidades y fortalezas. No sabía de dónde sacaba las fuerzas.

    – [Ezequiel]Necesitamos encontrar el caballo pronto, porque no podemos llegar a ningún sitio con agua.[/Ezequiel] – tomé asiento en un montículo de arena, forzando así a Henry a tomar aliento. Mi poder me había llevado a ver morir a muchas personas, así que conocía el aspecto que tenían cuando estaban al borde.

    – [Henry] No podía estar asentado en guardián al lado del pueblo.[/Henry]- se quejó, con la respiración entrecortada. ¿De esa pasta estaban hechos todos los Daë? Con poco más de una veintena de años a sus espaldas y aún así capaces de darlo todo con más espíritu que alguien con cientos de veranos disfrutados y sufridos.

    – [Ezequiel]Al menos no puede ir mucho peor. [/Ezequiel]- traté de bromear para animarle. Pensé en todas nuestras opciones, barajando hasta conseguir una en la que Henry no saliese mal parado.

    Fue en ese silencio compartido cuando un viento nos azotó el rostro. Al principio, lo tomé por una mala señal. Una tormenta de arena era la sentencia de muerte de Henry. Yo quizá tardaría en recuperarme, que la arena arañe tu piel hasta sentir que te la arrancan no debía ser agradable, nunca había muerto así y no me apetecía probarlo, pero lo peor sería despertar y ver lo que le había ocurrido a un amigo. Al primero en mucho tiempo.

    – [Henry] Tenías que hablar.[/Henry]- se quejó, sacando una manta de su mochila para echársela encima. Eso le protegería de la abrasión pero la arena podía enterrarnos o ahogarnos.

    Me acerqué a su posición, trataría de evitar que la arena le enterrase en la medida de lo posible, pero mis poderes eran poco más que una maldición en este caso, solo conseguirían que viviera para lamentar la pérdida, como muchas otras veces.

    – [Ezequiel]Maldita sea, es demasiado. [/Ezequiel]- la tormenta era tan densa que apenas podía ver lo que me rodeaba. Notaba la tierra en mi garganta. Entre el silbido del viento escuché un relincho. Lo primero que pensé fue en la montura de Henry, pero la había dejado atrás para evitarle un viaje así de duro.

    – [Henry] Tormenta no ha sido.[/Henry]- confirmó él.

    – [Ezequiel]Es el caballo, tiene que serlo.[/Ezequiel] – un rayo de esperanza. Éramos Daë, nuestra historia no podía terminar ahí. Los libros de historia nos recordaban, los que se habían enfrentado a la corrupción.

    – [b]Darías cualquier cosa porque lo fuera, ¿verdad? Por volver a tu tranquila soledad. [/b]- susurró una voz. Busqué a Henry con la mirada pero todo era arena pasando a gran velocidad, aunque entre ella, se veía una enorme silueta recortada en el horizonte, un caballo gigantesco. – [b]Si, te lo digo a ti.[/b] – no sabía si hablaba de mí o de Henry. Sin duda mis últimos años habían sido de soledad, completa y profunda. Pero, ¿quería volver a ello?

    – [Henry] Si eso me permite salir de esta tormenta, entonces si.[/Henry] – escuché responder a Henry, él también era solitario, aunque nos habíamos apoyado y habíamos conseguido entablar una amistad tras estar varados en ese lugar.

    – [b]Es humano, siempre lo será, tu sangre puede darle mucho, ya está preparado para traicionarte.[/b]- algo me golpeó y caí al suelo. Pude ver mi sangre manchando la arena. Mi sangre, codiciada por muchos hasta el punto de traicionarme, de matar por ella. Pero…¿Henry también?

    – [b]Nunca será humano, tú morirás y el podrá seguir adelante. [/b]- escuché decir a la voz. Esta vez parecía que hacia Henry. Trataba de separarnos. Caminé hacia mi amigo pero la tormenta pareció engullirlo.

    – [Henry] No envidio la inmortalidad.[/Henry] – le escuché decir desde algún lugar tras la cortina de arena.

    – [b]¿Estás seguro de conocerte?[/b] – preguntó de nuevo. La tormenta se volvió tan intensa que dejé de ver. Mis ojos se sumieron en una oscuridad completa. Pensé que la arena me había dañado los ojos, pero pronto empecé a ver una sucesión de imágenes ante mí.

    Una a una desplomadas en la arena estaban las personas que aún recordaba. Algunas de ellas tenían el rostro más difuminado, las que me costaba recordar porque mi mente había diluido su recuerdo con los años. Entre los cuerpos estaban los otros Daë, sin embargo no sentía que me importase, era como si vivir tanto tiempo me hubiese vuelto inhumano.

    Pero no, yo no era así, eso era un reflejo de aquello en lo que podría convertirme, una frialdad que amenazaba por despojarme de mi verdadero ser y que solo quedase alguien eterno, siempre vivo pero sin vivir realmente.

    Rompí la imagen con toda la fuerza de mi voluntad y avancé por la arena hacia Henry, que parecía estar haciendo lo mismo. Él también había afrontado la visión de su peor yo y con la verdad resuelta, la arena dejó de moverse y un hombre de tez olivácea nos señaló un estanque cercano.

    Me acerqué primero para comprobar que fuera potable y una vez sobreviví, dejé que Henry se hidratase. Al girarme, el Caballo había desaparecido, pero reflejado en el agua había un portal para salir de Kouras.

  • EL CIELO ESTRELLADO DE LA NOCHE

    HENRY L. CROWE

    KOURAS

    Antes de marchar en busca de las tribus indígenas decidimos dejarlo todo lo mas tranquilo posible. Trasladamos a los bandidos que teníamos encarcelados hasta North Ford donde se les distaría sentencia y serian encarcelados. En el regreso a Bandera escoltamos el tren con las mercancías para evitar alguna clase de asalto a las provisiones.

    Algunos de los habitantes conscientes de nuestra marcha se acercaron para despedirse y desearnos un pronto regreso. La verdad, no se que seria de ellos si conseguíamos salir de este mundo.

    – [Ezequiel]¿Tienes todo listo para salir?.-[/Ezequiel] Pregunto mientras le daba un sorbo a su taza de café y tiraba el poco que quedaba al suelo. El café era horrible, casi siempre salía aguado y su sabor dejaba bastante que desear.

    – [Henry]Ya he cargado los caballos con lo imprescindible.-[/Henry] Había echado los sacos de dormir para evitar el frío por las noches, los fusiles por si nos topábamos con algún animal salvaje y un par de latas de comida junto a algo de carne seca.

    – [Ezequiel]No deberíamos tardar mucho.-[/Ezequiel] el viaje hasta el poblado más cercano era de dos días, uno si no nos entreteníamos mucho parando y llevábamos un ritmo constante. – [Ezequiel]La cosa esta tranquila pero nunca se sabe. Los forajidos siguen acosando algunas aldeas.[/Ezequiel]

    – [Henry]No me gusta dejar el pueblo desprotegido.-[/Henry] Si bien es cierto que gracias a la habilidad de Ezequiel había surgido el miedo a plantar cara al sheriff inmortal, aun existía gente que lo intentaba, forajidos en busca de la gloria de que ellos fueron quienes acabaron con él, puros descerebrados.

    – [Ezequiel]Siempre puedes terminar fabricando un robot.-[/Ezequiel] Añadió entre risas mientras se acercaba hasta su caballo.

    – [Henry]Eso es… una buena idea.-[/Henry] El problema es que no tenía lo necesario para fabricar uno, además tampoco es que me fiera de dejar una al cuidado de varias personas, las cosas que podían salir mal eran demasiadas.

    – [Ezequiel]Así protegerías más de un pueblo.-[/Ezequiel]Ensillamos los caballos y marchamos rumbo a buscar a las tribus. Paramos cerca de un pequeño riachuelo para que los caballos descansaran y pasamos la noche al raso rodeados por una cuerda para que las serpientes no se acercaran a nosotros mientras dormíamos.

    Al contrario de lo que piensa la gente el oeste no es solo desierto, la gente se asentaba en estos lugares para aprovechar sus recursos naturales, el oro en sus cauces del río, el carbón de las minas y desde luego los árboles de los bosques. – [Henry]Creo que nos vienen siguiendo desde hace un par de millas. Me siento observado,[/Henry]

    – [Ezequiel]¿Forajidos?.-[/Ezequiel] Pregunto echando un vistazo a tras él.

    – [Henry]No, ya estamos en territorio nativo.-[/Henry] Tenía la sensación de que había personas tras los arbustos, tal vez algunos de los nativos vigilando quienes entraban en sus tierras.

    – [Ezequiel]Sigamos rectos, quizá el líder nos pueda decir que pasa.-[/Ezequiel] Nos acercamos a pie tirando de los caballos hasta un claro para no asustar a los nativos. Al vernos llegar hicieron un pequeño corro alrededor nuestro, algunos llevaban pinturas en sus cuerpos, otros iban vestidos con sus trajes de cuero.

    Ezequiel desenfundo el revolver que llevaba en la cintura despacio y lo dejo en el petate del caballo. Con las manos extendidas se fue acercando poco a poco hasta un hombre que portaba una amplia corona de plumas, debía de tratarse del líder.

    – [Ezequiel]Dicen que se están viendo cosas extrañas.-[/Ezequiel] Me explico tras conversar con ellos.- [Ezequiel]Que espíritus corruptos vagan por el lugar.[/Ezequiel]

    – [Laura]¿Hola?.-[/Laura] Reconocí la voz de Laura perfectamente a mi espalda, pero los nativos se asustaron de su repentina aparición tras nosotros.

    – [Henry]Hola.-[/Henry] Le devolví el saludo mientras Ezequiel intentaba calmar a los nativos y explicaba lo que estaba ocurriendo. Tenía una expresión feliz en el rostro, quizás las cosas iban bien con los demás o simplemente se alegraba de poder ayudar y ser útil. Si las cosas salían bien sin duda seria la salvadora de todos nosotros.

    – [Ezequiel]Perdonad, pensaban que eras uno de los espíritus que atormentan a su pueblo.-[/Ezequiel] A lo lejos los nativos hablaban entre ellos sin dejar de observarnos.

    – [Laura]Soy Laura, creo que no nos conocemos.-[/Laura] Añadió presentándose con un breve saludo de mano.

    – [Ezequiel]He oído hablar de ti. Soy Ezequiel, tu sustituto.-[/Ezequiel] Laura me observo sonriendo, creo que se había notado bastante que hablada de ella con Ezequiel.

    – [Laura]Seguro que lo haces mejor que yo.-[/Laura] Se paso las manos por las muñecas en un acto reflejo, seguramente culpándose por lo de Vera.

    – [Ezequiel]No creo, tú sigues aquí.-[/Ezequiel] A algunos no les había gustado que se marchara, yo por mi parte no le podía reprochar nada, después de todo se vio envuelta en esto por mi culpa. La verdad, si no fuera por la ayuda que me prestaron tras lo de Infinity yo tampoco hubiese venido. -[Ezequiel]Henry me había dicho que ibas a buscar ayuda.[/Ezequiel]

    – [Laura]Estoy en ello. Necesito saber si sabéis dónde está el portal de ese mundo.-[/Laura] Ezequiel negó mientras a nuestras espaldas los nativos susurraban por lo bajo observándonos.

    – [Ezequiel]Henry intento hacer un radar pero no aparece nada.[/Ezequiel]

    – [Henry]Intente localizarlo por la polaridad magnética que desprendiera, no sé porque pensé que podría tener una parecida a la de la luna Viltis.-[/Henry] Ambos se quedaron mirándome sin entender que acababa de decir.

    – [Laura]¿Y el guardián?.[/Laura]

    – [Ezequiel]¿Qué guardián?.-[/Ezequiel] Pregunto Ezequiel tan sorprendido como yo.

    – [Laura]Tendría que haber un guardián.-[/Laura] Solo habían bastado un par de días para que Laura nos diera información útil que utilizar.

    – [Ezequiel]¿Un portal y un guardián?.-[/Ezequiel] Resultaba difícil de creer, estábamos dando por seguro que solo había un sitio por el que entrar y salir de los mundos, pero todo tiene su salida o entrada de emergencia.

    [Laura]En teoría, sí. Aunque yo tampoco soy una experta.-[/Laura] No sabíamos que aspecto tendría ese guardián, pero la información de su existencia ya era más que cualquier cosa.

    – [Ezequiel]Puede que del guardián sepa alguien algo.-[/Ezequiel] Viendo el misticismo de sus personas lo mismo alguna de las tribus sabía algo acerca de ese guardián – [Ezequiel]Tiene que haber leyendas de alguien que viva tanto.[/Ezequiel]

    – [Laura]Buena idea.-[/Laura] Añadió con una sonrisa, se le veía ilusionada por ayudar.

    – [Ezequiel]A la Tierra llegaron algunos libros de este mundo a manos de viajeros.-[/Ezequiel] No podía evitar preguntarme cuantos años tenía Ezequiel, por su habilidad podrían ser cientos de años. – [Ezequiel]Yo tenía uno. Quizá puedas buscar y nosotros preguntaremos a las tribus, es imposible que las ciudades tengan esa información.[/Ezequiel]

    – [Laura]Volveré a contactar con vosotros más adelante. Buena suerte.-[/Laura] Su mirada se cruzo con la mía antes de desaparecer. No se hacía más sencillo el ver como se marchaba una y otra vez de mi lado.

    Tras aquello Ezequiel pensó que lo mejor era preguntar a aquellos nativos por el guardián. Tras una charla extensa por parte de él con el líder de la tribu este nos señalo una tienda algo más separada del resto. Cuando cruzamos dentro un golpe de calor nos sacudió, aquello parecía una sauna. Sentado frente a una hoguera había un hombre mayor con pintura por todo su cuerpo el cual nos hizo un gesto para que nos sentáramos junto a él.

    Hablaba extraño e incluso a Ezequiel le costaba seguir lo que decía. De una bolsita junto a él saco unos polvos que lanzo al fuego y las llamas se volvieron azules. Notaba como me pesaban los parpados, el calor era sofocante y la verdad no quería sucumbir al cansancio porque no sabía que era lo que había echado al fuego, pero al final tanto Ezequiel como yo caímos al suelo.

    Ambos aparecimos en mitad de un desierto, no estábamos físicamente allí, pero parecía muy real. La arena desaparecía a nuestro alrededor arremolinándose delante nuestra formando la figura de un caballo, el guardián. Buscamos a nuestro alrededor algo que pudiera darnos la ubicación de donde se encontraba, pero todo a nuestro alrededor estaba desierto, todo salvo el cielo estrellado de la noche.

  • EL SHERIFF INMORTAL… Y SU SOCIO

    HENRY L. CROWE

    KOURAS

    Faltaban pocos días para cumplir dos meses en este lugar, cuando aterrice aquí no pensé que fuera a pasar tanto tiempo, que en cuestión de días nos reencontraríamos con el resto. Pero cuando vimos que las esferas no funcionaban y habíamos perdido toda clase de contacto con ellos Ezequiel decidió que tal vez lo mejor fuera adaptarnos a este lugar.

    Las opciones eran escasas, que las tribus nos capturaran y torturaran, trabajar en las minas o formar alianza con algún grupo de forajidos, ninguna de las opciones era lo mejor. Por suerte Ezequiel parecía tener un gran sentido del deber y cuando vio que el gobierno no mandaba ningún sheriff al pueblo de Bandera decidió ocupar el puesto el mismo.

    Con su habilidad que le hacia prácticamente inmortal hizo que disminuyera drásticamente los casos de ataques de forajidos, pero aun había algunos que otros descerebrados que pensaban que podían saquear el pueblo con él de vigilante.

    – [Ezequiel]Otra camisa para tirar.-[/Ezequiel] Añadió cerrando la puerta de la celda con llave. Estábamos por encima de nuestra capacidad ya que apenas cabía algún delincuente más en ellas y los traslados a la ciudad para sus juicios se estaban retrasando. Otra noche más que nos tocaría dormir a ambos en el suelo la oficina.

    – [Henry]No ganas para camisas, literal.-[/Henry] Apenas ganábamos algo por parte del gobierno tras el caos que había supuesto la desaparición del banquero de la ciudad de Bandera. Por suerte el buen hacer de Ezequiel manteniendo la ciudad a salva nos había granjeado algún que otro regalo por parte de sus ciudadanos.

    – [Ezequiel]Quizá debería pedirte una de metal. Si ven los trajes que llevamos debajo habrá preguntas.-[/Ezequiel] Ezequiel se sentó frente a su escritorio mientras yo hacia lo mismo en el otro extremo de la habitación. Aún seguía sorprendiéndome los trajes que hice con Noah, en un principio podrían ayudarnos en temperaturas extremas de frio para evitar congelarnos, pero incluso en un mundo como este en el que el calor abundaba resultaba cómodo el llevarlo.

    – [Henry]Es una buena idea, pero tampoco es plan de que los criminales de la zona copien tu look. Las noticias vuelan en este lugar.-[/Henry] Aunque también es cierto que una placa de metal pesa demasiado, Ezequiel podría soportarlo mejor que esa panda de gañanes que no eran ni capaz de orinar en el retrete. Pero tampoco era plan de inventar un chaleco antibalas antes de tiempo.

    – [Ezequiel]Sin las personalidades de Antailtire al control, esto está siendo el salvaje oeste de verdad.-[/Ezequiel] El banco de la ciudad estaba cerrado y muchos eran los que intentaban constantemente entrar en el para hacerse con su botín. Corría el rumor de que su caja fuerte estaba repleta de lingotes de oro, la realidad es que lo mismo estaba vacía.

    – [Henry]La gente esta en la ruina y esta gente no hace más que atemorizarles.-[/Henry] La gente guardaba todos sus ahorros en casa y con el temor a que los forajidos entraran en sus casas habían pensando en armarse contra ellos. Por suerte Ezequiel consiguió disuadirlos con que siempre estaríamos atentos y velaríamos por ellos, en parte también a nuestra rápida reacción de los acontecimientos con mi poder.

    – [Ezequiel]Si seguimos así puede que terminen recuperados con esa nueva veta de oro, pero con la enfermedad por ahí.-[/Ezequiel] Como si la gente de Bandera no tuviera suficiente con los bandidos una enfermedad había comenzado a azotar el pueblo. Ezequiel y yo éramos de los pocos que aun no presentábamos síntomas, quizás por venir de otra época.

    – [Henry]No tenemos medicamentes y el tren de suministros se ha retrasado otra semana.-[/Henry] La consulta del Doctor básicamente estaba compuesta por vendas, material quirúrgico para sacar los perdigones de bala y alcohol en grandes cantidades para las heridas y los heridos. Posiblemente la enfermedad estuviera relacionada con la alimentación como en los tiempos de los piratas cuando estaban demasiado tiempo en alta mar.

    – [Ezequiel]Seguramente lo ataquen.-[/Ezequiel] Ezequiel se levanto y de un armario saco dos latas echando su contenido en una sartén. Prácticamente vivíamos en esa habitación donde teníamos todo, comida, armas… por suerte la letrina estaba fuera. – [Ezequiel]Quizá hasta tengamos problemas con las tribus, la fiebre les está afectando mucho.[/Ezequiel]

    – [Henry]Quizás la de Lekwaa pueda ayudarnos, él era de este mundo.-[/Henry] Por el momento no habíamos tenido ningún problema con las tribus locales, de hecho los bandidos también solían evitar algunas de ellas. Corría el rumor de que algunas no solo se dedicaban a cortar cabelleras sino algo más. Tal vez la enfermedad vinera de aquí.

    – [Ezequiel]Si las esferas funcionasen, pero a nosotros no nos van a conocer.-[/Ezequiel] No sabíamos nada del resto desde que llegamos aquí y tampoco sabíamos que hacer. Simplemente estábamos esperando a que los demás se pusieran en contacto con nosotros o nos encontraran.

    – [Henry]Supongo que nos tocará escoltar el tren hasta el pueblo.-[/Henry] En alguna ocasión teníamos que viajar en el tren de vuelta para evitar saqueos. Cuando corría el rumor de que Ezequiel iba en el no eran capaces ni de acercarse al tren.

    – [Ezequiel]Prepara bien esa pierna mecánica.-[/Ezequiel] A Ezequiel le gustaba burlarse con la pierna robótica de mi caballo, la realidad es que sino hubiese intervenido aquel día habría acabado sacrificado.

    – [Henry]Eh, Tormenta es ahora el caballo más rápido del lugar. Un respeto.-[/Henry] Tormenta tenía una de las patas traseras  dañadas, si la cura para los humanos era casi inexistentes, para los animales era nula. Me hubiese gustado tener mejor equipamiento pero hice lo que pude con lo que tenía. No podía amputarle la pierna, así que cubrí parte de ella con metales fijándola hacia delante.

    – [Ezequiel]Pero te recuerdo que la arena se mete por todas partes.-[/Ezequiel] Y no solo en las ranuras metálicas de la pierna de Tormenta. Dormir con las ventana abiertas era prácticamente imposible. Por las noches disminuyan las temperaturas y el viento arrastraba la arena. Los días los pasábamos de aquí para allá y el polvo se adhería a nosotros.

    – [Henry]Lo sé, si no la limpiara todos los días seria incapaz de moverse.-[/Henry] La verdad no se que sería de Tormenta el día que nos marcháramos, quizá podría llevarme conmigo a la isla.

    – [Ezequiel]Será mejor que comamos algo, mañana será un día duro.-[/Ezequiel] Añadió sirviendo dos platos.

    – [Henry]Alubias otra vez… que… bien.-[/Henry] Echaba de menos la comida, pero no solo eso. Echaba de menos mi casa, incluso la isla, pero sobretodo a Laura. Llevaba tiempo sin hablar con ella, tampoco sabía que podía decirle más allá de que seguía atrapado en el oeste.

    – [Ezequiel]Da gracias porque no hayamos cogido nada.-[/Ezequiel] Ezequiel hizo una breve plegaria bendiciendo la comida que íbamos a tomar. Esperaba que hiciera lo mismo para que los demás nos encontraran pronto.

  • FRIO POR FUERA Y CALIENTE POR DENTRO

    IDRIS SOLO-NOVAK

    NEXUS

    Corrimos y corrimos atravesando callejones, solo recuperando el aliento cuando nos cruzábamos con gente y teníamos que disimular caminando más despacio. Tenía una sensación bestial de deja vu, solo que en aquél sitio, lo que destacaba no era el color de mi piel, si no mi aspecto de elfo, que por suerte y por desgracia, mantenía oculto.

    El único alivio que tenía era que por suerte, me había tocado con Elle al escapar de los policías. No era por desmerecer a Henry o a Zahra, pero había salido ganando con el reparto. Aunque se hubiera tenido que pasar casi una hora hablando por la esfera con los demás, usando a otros de los que estaban en otros mundos de puente para comunicar con los que no tenía línea directa porque no eran coleguitas elementales.

    – [Elle]Te noto cansado de correr.[/Elle] – me dijo cuando volvimos a estar en un callejón oscuro. Era curioso que hubiera tantas calles por las que no pasaba nadie, supongo que para darles la falsa sensación de peligro que algunos necesitarían.

    – [Idris]No es físico. Estoy cansado de correr de la policía.[/Idris] – confesé. Por mucho que fuera hijo de gente que vivía bien, en cuanto abría la boca cuando no debía, me miraban por mi color de piel y poco más, salvo que alguno conociera a mi padre.

    – [Elle]¿Qué se te ocurre?[/Elle] – preguntó. Se quitó la capucha y dejó al descubierto esa melena rubia. Nunca había sido muy de oro, pero el suyo sacaba mi urraca interior.

    – [Idris]Poco, esta gente odia a los sobrenaturales, la mitad nos delatara si nos ve.[/Idris] – razoné. Como asomara mis orejas puntiagudas o mi piel negra como la noche, hasta la persona más amable de allí llamaría a la policía. No los culpaba, tenían todo lo que necesitaban y la única amenaza a la vista eran los seres como yo, contra los que les habían aleccionado toda su vida. – [Idris]Tenemos que llegar a esa catedral y rezar porque el resto lleguen con los otros Daë.[/Idris] – el plan parecía mejor cuando era…eso, un plan.

    – [Elle]Un sitio muy apropiado para rezar.[/Elle]- comentó ella sonriendo. Me habría quedado allí, mirándola todo el día, pero luego habríamos muerto todos o no nacido, así que tenía motivos para seguir moviéndome.

    Le devolví la sonrisa. – [Idris]Con lo bien que habríamos estado en Grecia con nuestras togas.[/Idris] – repliqué, con mi imaginación volando como era habitual. Le quedaría muy bien esa prenda, no podía negarse.

    – [Elle]O sin ellas.[/Elle] – respondió con una sonrisa pícara. Cómo podía estar tan tentadora cuando era mala. Para qué nos vamos a engañar, también me volvía loco cuando era buena.

    – [Idris]Siempre me ha gustado como piensas.[/Idris] – admití, soltando una risa que reverberó en el callejón. Por suerte no había nadie escondido que nos acorralase. Ni ratas, no sabéis lo que agradecía que no hubiera ratas.

    – [Elle]Siempre te he gustado. Punto.[/Elle]- bromeó ella. No le faltaba razón.

    – [Idris]Vas a conseguir que me olvide de la misión y me de cuenta de que estamos en un callejón oscuro.[/Idris] – repliqué. A los dos nos gustaba nuestro tira y afloja constante. Ella tenía miedo de que teniendo algo más formal lo perdiésemos, pero yo lo dudaba.

    – [Elle]No, primero la misión.[/Elle]

    Resoplé. – [Idris]Sin Coquito y sin fiesta Idris pierde no sé qué y no sé cuanto.[/Idris] – imité. Una pena tener que salvar el mundo siempre. – [Idris]La plaza está ahí, pero está llena de polis ya.[/Idris] – dije cuando nos asomamos al final del callejón. Aquella plaza era enorme y junto a la gente de a pie, caminaban sin disimulo policías y guardias armados.

    – [Elle]¿Y si haces un Elsa?[/Elle] – preguntó mi confirmada alma gemela.

    – [Idris]Llevo toda la vida esperando que alguien me pida eso.[/Idris] – sonreí, frotándome las manos. Quitando algún apaño aquí y allá de la nave y un par de refriegas, la misión había sido más de infiltración que de acción y sentía que me estaba oxidando. – [Idris]¿Esperamos al resto?[/Idris] – pregunté, antes de lanzarme. También es cierto que tenía un poco de miedo a toda la atención que podíamos desatar, pero era un bocazas y me costaba echarme atrás a lo que decía.

    Elle se puso a mi lado y miró. Noté su olor y vi su cuello tan cerca que con solo moverme un poco podría besarlo, pero quizá no era el mejor momento.

    – [Elle]Lo mejor es empezar y que se vayan uniendo.[/Elle]- comentó. Su voz, todo en ella era maravilloso. Releyendo, sueno un poco enamorado, pero que le voy a hacer, lo estaba.- [Elle]Un poco de caos.[/Elle] – añadió, con una sonrisa cargada de picardía.

    – [Idris]Creo que me estoy enamorando de ti…más.[/Idris] – admití. Lo que os decía, no suele haber mucho filtro entre lo que pienso y lo que digo. Me dejé llevar por el calor de su cuerpo cerca del mío y no me di cuenta de lo que estaban viendo mis ojos. – [Idris]¿Eso es un unicornio?[/Idris] – pregunté. En mitad de la plaza había un unicornio de colores menta y rosa que atacaba a los policías con golpes y magia. Una imagen muy bizarra que parecía sacada de una serie de Netflix, de no ser porque un gigante de ébano luchaba a su lado, solo faltaba la banda sonora del Príncipe para rematarlo todo.

    – [Elle]Lo siento, Dris, pero sea quien sea la persona que se puede transformar en unicornio, debería ser mi pareja.[/Elle] – bromeó, con una sonrisa amplia. Estúpido y sensual unicornio.

    Alcé una ceja, era un tipo con miedos, pero si me tocaban el orgullo o a Coquito, los miedos se quedaban en segundo plano. – [Idris]Me siento atacado.[/Idris] – entrecerré los ojos y le di un beso en los labios antes de lanzarme a la pista. De forma literal, porque en cuanto entré la temperatura de la plaza se puso a la altura de la Plaza Roja de Moscú.

    No me paré a mirar a los policías que resbalaban con el hielo, solo hacia atrás, para ver como Elle emergía del callejón iluminando todo a su alrededor, cegando enemigos y lanzando haces de luz que los mandaban varios metros atrás.

    Creé hielo bajo mis pies y empecé a deslizarme como si todo fuera una pista, solo que lanzando bolas de hielo que derribaban a gente a mi paso. Cuando llegué al lado de Nate y Robin, frené con una pose que me habría dado al menos una plata y seguí dando helada a la policía, abriendo camino, sin que lo necesitara, para que Coquito se uniera a nosotros.

    Con un chasquido que me habría puesto el pelo de punta si lo tuviera, Henry apareció a nuestro lado trayendo consigo a Zahra y Ezequiel. Éste último se metió en mitad de un grupo de policías armados y empezó a lanzar tajos a diestro y siniestro con su espada, sin preocuparse mucho de sus propias heridas, que tampoco eran demasiadas.

    Viendo todos los que venían a atacarnos, empezaba a cuadrarme por qué el Antailtire este se dedicaba a llevarse los mejores guerreros y guerreras de cada mundo, y es que salían de cada esquina, ya no solo polis, si no también soldados vestidos como gladiadores, samurais, pistoleros….

    Después de un rato de preocupación, en la otra punta de la plaza empezó a sonar una música que no dejaba lugar a dudas, Lexie acababa de llegar, acompañada de Noah como dios lo trajo al mundo pero en versión escamosa y de Bowie, que había encontrado un palo y estaba repartiendo golpes como una máquina, sin dobles sentidos.

    Les ayudamos a llegar hasta nosotros y cuando estuvimos todos reunidos, Elle pidió que nos fuéramos retirando hacia las puertas de la catedral porque los enemigos seguían llegando. Nate las abrió de par en par a pesar de que eran gigantescas y antes de que volviera a cerrarlas con ayuda de Elle, levanté un muro de hielo delante, para que resistieran un poco más.

    – [Idris]Ahora tenemos que aguantar hasta que venga el resto.[/Idris] – comenté. No es que fuera a ser fácil, pero al menos teníamos un objetivo claro y se me daba mejor trabajar con malas situaciones que con cosas abstractas.

    Lo peor era que no sabíamos cuánto tendríamos que esperar y mirando a Coquito no se me podía quitar una idea de la cabeza, pero no sabía si esa Catedral del Arquitecto contaría para que me excomulgaran.

  • VENGANZA

    EZEQUIEL PONCE DE LEÓN

    NOCHE – NEXUS

     

    La humanidad, sobrenatural o no, apenas había cambiado en los siglos que contaba a mis espaldas, ni siquiera en esa civilización avanzada en el tiempo gracias al sacrificio de más de una docena de mundos.

    Esa gente entre la que caminábamos veneraba al Arquitecto como una especie de ser liberador que había apartado la oscuridad de los mundos y había eliminado la pobreza, las enfermedades, el peligro de los sobrenaturales… Todo lo que les hiciera diferentes, incluso la fealdad. No había nadie feo entre aquellas gentes, nadie tosiendo, nadie con los dientes mal, con calvicie, nada. Incluso en algunos anuncios que habíamos encontrado se mostraban curas a disposición de todos para el cáncer, el alzheimer, la diabetes, para extensión de la vida, para curar la depresión o para enfermedades cuyo nombre desconocía.

    Pero todo eso era a costa de que los sobrenaturales a lo largo de catorce mundos sufrieran, y no solo ellos, si no también el resto de seres humanos que él no había escogido para ser su pueblo elegido. Era la misma desigualdad de siempre, pero llevada al extremo por la todopoderosa magia de ese ser. Era obsceno.

    Después del ataque, nuestro grupo se había dividido en cuatro. Henry llevaba el seguimiento del resto gracias a una esfera que ni Zahra ni yo teníamos. Ese orbe era la esfera Daë, un artefacto mágico que se otorgaba normalmente a los Daë y terminaba convirtiéndose en los discos que abrían las puertas de las pruebas en el Axis Mundi. Conocía bien su historia y habría esperado obtener uno cuando cerré el pacto con Caitriona, pero no fue así. Algo más de la mitad de la nave los tenía y podían comunicarse entre sí, mientras que el resto, los que no habíamos llegado juntos al Cúmulo, no. El resto solía pensar que eso era así porque ellos no eran Daë, que estaban allí por estar, pero yo había elegido serlo, solo que quizá tenía algo que demostrar, como los demás, algo que los New Moondies ya habían cumplido al atreverse a cruzar la entrada al Axis Mundi.

    Las historias solían contar a menudo cómo los Daesdi podían realizar varias pruebas antes de confirmar que alguien era un verdadero Daë y no tenían miedo en cambiar de idea si no lo veían digno. A mí me habían permitido obtener el destino de Daë de Laura Petrov, porque yo lo quería y ella no, pero ahora tenía que seguir demostrando mi valía. Jamie, Ruby, Robin, Lekwaa, Chloe y Zahra habían cruzado sus caminos con los de los demás pero también tenían que demostrarlo, como yo.

    Miré a mis compañeros, Henry, que caminaba al frente, toqueteando un reloj inteligente en el que parecía haber cargado el mapa de la ciudad, silencioso desde el principio. Zahir caminaba más cerca de mí, cubierto con la capucha. Había tomado esa apariencia al separarnos y miraba inquieto en todas direcciones.

    – [Ezequiel]¿No te gusta este lugar verdad?[/Ezequiel] – le pregunté cuando entramos en una calle poco concurrida.

    – [Zahra]No.[/Zahra]- admitió.

    – [Ezequiel]He oído que eres de este mundo, pero de la superficie.[/Ezequiel] – había dedicado mi estancia en la nave para aprender todo lo posible sobre ellos y ellas sin resultar molesto. De Zahir no era de quien más sabía, era una de las personas más reservadas. Por el contrario de Idris lo sabía casi todo.

    – [Zahra]Lo soy.[/Zahra]

    Asentí, imaginando que no debía ser fácil encontrarse en la ciudad. – [Ezequiel]Aquí parecen odiar a los vuestros, como si fuerais malvados.[/Ezequiel] – comenté. Había escuchado conversaciones, visto anuncios contra los sobrenaturales en los que se exageraban sus rasgos, nada distinto de lo que se hacía en mi época con las personas de distinto tono de piel.

    – [Zahra]Nos odian.[/Zahra]- afirmó Zahir. Luego se quedó callado, esquivando mi mirada.

    – [Ezequiel]Disculpa si hablo demasiado. Es una mala costumbre.[/Ezequiel] – aclaré. En otro tiempo mi silencio se veía impuesto, pero la ventaja de vivir en otro siglo radicaba en haber aprendido a ser libre disfrutar de pequeñas cosas como la libertad de expresión.

    – [Zahra]No es que tú hables demasiado. Es que yo no suelo hacerlo.[/Zahra] – respondió él. Era una persona silente, eso era cierto, un misterio en el corazón de la nave.

    – [Ezequiel]Es tan respetable uno como lo otro.[/Ezequiel] – esbocé una sonrisa cortés y él la correspondió. – [Ezequiel]Él tampoco habla mucho.[/Ezequiel] – comenté, apuntando con la cabeza hacia Henry, que dudaba entre dos caminos. Era un hombre diferente, con una personalidad que aún no terminaba de descifrar. Tan enigmático como su tecnología, que escapaba a mi comprensión.

    – [Zahra]Lo está pasando mal.[/Zahra]- explicó Zahir.- [Zahra]O eso parece.[/Zahra] – añadió.

    – [Ezequiel]Era muy cercano a la muchacha que se fue, ¿no?[/Ezequiel] – sabía que la chica cuyo puesto había ocupado yo había decidido marcharse, pero había pedido una forma de comunicarse con la nave, manifiesta en una orbe parecida a las de los Daë pero mayor, que acumulaba polvo porque nadie la había usado aún. O al menos no que hubiera visto.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]Supongo que era su compañera.[/Zahra] – parecía una persona que no tenía el romance en sus prioridades. Podría empatizar con eso, porque en ese momento tampoco era la mía, salvo que lo mío era fruto del tiempo, de tener el corazón roto en innumerables ocasiones porque nadie vivía tanto como yo.

    – [Ezequiel]No es fácil ser un héroe. Los sacrificios que se exigen son demasiados a veces.[/Ezequiel]

    – [Zahra]Al final, tienes que decidir si vale la pena ese sacrificio o no y Laura actuó en consecuencia.[/Zahra]

    – [Ezequiel]Es respetable.[/Ezequiel] – pensé en voz alta. – [Ezequiel]Pero si todo el mundo fuera así, no existiría vida a estas alturas.[/Ezequiel] – había aprendido el significado de la tolerancia en mi larga vida, pero también que si todos nos escudábamos en la comodidad de la seguridad, nadie haría nada y nada cambiaría.

    – [Zahra]No veo el problema.[/Zahra]- respondió él sonriendo.

    – [Ezequiel]¿No te motiva la supervivencia?[/Ezequiel] – pregunté, intrigado, mientras le veía aguzar la mirada al entrar en ese callejón oscuro. No conocía a qué especie sobrenatural pertenecía, pero parecía ver mejor que yo en la oscuridad y sabía por lo que se contaba por ahí que sobrevivir era lo que le había alimentado durante una buena temporada.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]No a cualquier precio. Eso lo aprendí hace mucho y lo tengo grabado a fuego.[/Zahra]

    – [Ezequiel]El tiempo cambia muchas cosas.[/Ezequiel] – comenté. Si algo tenía que ofrecer al grupo además de mi resistencia, era mi experiencia. – [Ezequiel]Quizá ahora puedas empezar a pensar en un deseo de futuro.[/Ezequiel] – porque al final no se puede vivir solo de luchar y sobrevivir.

    – [Zahra]Quizás.[/Zahra] – dijo antes de guardar silencio una vez más.

    Le sonreí y me adelanté con la esperanza de hablar con Henry, al que apenas se veía en la oscuridad del callejón. Estaba a punto de darle alcance cuando vi unas figuras aparecer al final de camino.

    – [b][i]Hemos avistado a los sospechosos. [/i][/b] – dijo una voz proveniente de uno de ellos. No necesité más. En un par de zancadas me coloqué delante de Henry, que había frenado al verlos. Nos habían encontrado.

    – [Ezequiel]Preparaos para luchar.[/Ezequiel] – les dije desenvainando a Semign, la espada que me acompañaba desde hacía siglos.

    Los policías de Antailtire se acercaron pero cuando me preparaba para luchar, una figura les embistió y empezó a golpearles con una fuerza sobrehumana. En un punto, lanzó a uno de ellos con una mano contra una pared y su cabeza emitió un sonido hueco, probablemente estuviera muerto.

    Detrás de mí Zahir cayó al suelo. Pensé que le había ocurrido algo pero al girarme vi que se estaba haciendo el muerto. Me asaltó una imagen de mí mucho más joven, aprendiendo a hacerlo para protegerme de los temibles osos de la zona.

    – [Ezequiel]¿Quién eres?[/Ezequiel] – pregunté al ver que la figura se acercaba a nosotros después de derribar a todos los policías. No teníamos mucho tiempo, pronto los que estuvieran vivos podrían levantarse y otros acudir a su rescate.

    – [b]Hace mucho que no tengo nombre, pero puedes llamarme Haevn.[/b] – respondió. Al acercarse vi que parecía un hombre, de hombros anchos, cabello rapado y voz ronca. Pero había algo más, algo extraño a lo que mi cuerpo reaccionaba con deseo de huir.

    – [Ezequiel]Gracias por la ayuda, pero, ¿por qué?[/Ezequiel] – pregunté. No parecía alguien de la ciudad y era poco probable encontrar un amigo salido de la nada, menos aún viendo como había matado a algunos de los policías.

    – [b]Daños colaterales, estaban en mi camino. Eres una persona difícil de localizar… Zahra.[/b] – su mirada se centró en un punto detrás de mí. Zahir seguía en el suelo, inmóvil.

    – [Ezequiel]¿Por qué buscas a Zahra?[/Ezequiel] – pregunté.

    – [b]Por su culpa soy lo que soy.[/b] – al acercarse a la tenue luz, sus ojos emitieron un brillo fantasmagórico. Era un reanimado, un espectro ocupando el cuerpo de un fallecido. – [b]Da igual en que mundo o bajo que cara te escondas, siempre te encontraré[/b] – prometió. Un problema más en nuestro camino, esa venganza era una distracción que no podíamos permitirnos.

    Vi que Zahir se levantaba, pero ahora siendo Zahra. Tenía una pose digna, dispuesta a enfrentarse a la venganza de ese ser.- [Zahra]Te equivocas.[/Zahra]

    – [b]Tu pacto no solo acabo con tu gente…[/b] – había escuchado que Zahra era el producto de un trato que salió mal. Una maldición de algún ser mágico que se había aprovechado de sus deseos.

    – [Zahra]No tienes ni idea de qué estás hablando. Qué atrevida es la ignorancia, Haevn.[/Zahra]- discutió ella. Parecía creerlo con firmeza, pero también ese ser llamado Haevn. Aun así, era fácil engañar a un reanimado, lo espíritus que se aferraban a la vida eran incapaces de controlar sus emociones y eso les hacía fácilmente manipulables.

    – [Ezequiel]Estoy seguro de que podéis resolverlo hablando. La venganza nunca lleva a nada bueno.[/Ezequiel] – propuse.

    – [Zahra]Eso díselo a él.[/Zahra]- replicó Zahra. El lenguaje corporal de Haevn no mostraba ningún interés en dialogar.

    – [b]No hay nada que hablar, si os interponéis en mi camino moriréis también.[/b] – sentenció, acercándose con posición amenazadora.

    – [Ezequiel]Deberías reconsiderado.[/Ezequiel] – le advertí, aferrando la espada con disposición a enfrentarnos. – [Ezequiel]No todo el mundo tiene el privilegio de morir.[/Ezequiel] – por mucha fuerza que tuviese, mi cuerpo resistiría sus golpes y las heridas una y otra vez. Pero por otro lado, había sido traído de vuelta de la muerte, así que tampoco podría hacerle mucho. Estaríamos luchando una eternidad.

    – [Zahra]Haevn, estamos en medio de algo importante y tu venganza lo único que hace es interponerse en ello.[/Zahra] – insistió Zahra.

    Pero Haevn ya no escuchaba, su velocidad de espectro le permitió abalanzarse contra nosotros, pero no contaba con Henry, que en silencio todo ese rato se había colocado detrás de Zahra y de mí y nos teletransportó a varias calles de distancia, donde echamos a correr, escuchando el eco del grito de rabia de Haevn