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Etiqueta: Ezequiel x Lucía

  • PÉRDIDAS

    EZEQUIEL

    TANTEION

    La sensación de familiaridad me acompañó desde el principio. Mis primeros cincuenta años de vida se habían visto centrados en la guerra, la rebeldía de la juventud y el odio a ese padre psicópata que dejó a mi madre embarazada y sola.

    Cansado, había terminado subiéndome a un barco con destino a las Américas, en cuya costa arribé sin mucho éxito cerca de 1570, dando tumbos hasta encontrar la paz que buscaba en la Patagonia. Allí empecé a aprovechar discretamente mis dones para cumplir trabajos de un poblado cercano y conseguí construirme una cabaña y una vida decente. Tranquila.

    No lo esperaba, no lo buscaba, pero también allí fue donde conocí a Lucía. No quería enamorarme después de los horrores que había visto hacer en nombre de ese sentimiento. Pero las emociones no se pueden someter siempre y lo que sentíamos el uno por el otro pudo más que el sentido común.

    Con los años dimos la bienvenida a una más, una pequeña sonriente que nos brindó la mayor de las alegrías. Hacía tanto tiempo desde la última vez que la había visto, más de doscientos años tratando de mantener vivo el recuerdo de ambas.

    – [Ezequiel]¿Floriana?[/Ezequiel] – corrí hacia ella y la abracé, tratando de aferrarme a lo que sea que estuviera viendo. Quizá el viaje de vuelta a la Kvasir me había llevado a otro lugar y otro tiempo. O puede que todo fuera un sueño, pero sin duda era vívido, sentía el calor de su espalda bajo mis dedos, el olor de su pelo, el mismo que la había acompañado desde el día en que la había visto venir al mundo. El mismo que el día en el que la había visto abandonarlo.

    – [b]Papá, ¿qué haces?[/b] – preguntó ella. Su voz era la misma, solo cambiada ligeramente con el paso del tiempo. Me eché hacia atrás y la miré, los mismos ojos aventureros que mostraron fiereza ante su lecho de muerte. Floriana había enfrentado cada aspecto de su vida con el mismo arrojo. No podía sentir más que orgullo por ella. Por mi primera y única hija.

    Cogí su pequeña mano entre las mías y caí hacia atrás cuando vi que se convertía en una mano grande, de dedos delgados y macilentos, por los que corría una tenue vida a punto de extinguirse. Y su rostro, el cabello oscuro dio paso a un pelo blanco y débil. Aparté la mano y unos ojos carentes de vida me devolvieron la mirada.

    Me alejé y fuera lo que fuera aquella visión, se desvaneció en un parpadeo. Continué hacia la cabaña sin saber qué hacer en aquél lugar, preguntándome qué era lo que había visto, qué clase de juego estaba tejiendo el mundo haciéndome recordar la muerte de mi pequeña.

    Para un adulto, las reglas básicas suelen establecer que los mayores abandonarán el mundo primero. Luego hay enfermedades, accidentes, guerras. Pero en mi caso, la vida implicaba ser consciente de que incluso sin ningún suceso que lo adelante, vería morir a todos los que una vez hubiera querido.

    Primero se fue Lucía, asesinada para tratar de conseguirme a mí, a mi sangre, la maldición y único legado de un bastardo al que le robé el apellido para llevarle al menos el dolor de saber que viviría para recordar su deshonra.

    – [b]¿Por qué no me diste tu sangre?[/b] – dijo de nuevo una voz. Floriana estaba detrás de mí. Joven y fuerte como el día de su boda. – [b]Podía haberme salvado. A mí, a tus nietos.[/b] – el rencor palpitaba en su voz.

    Negué con la cabeza, la vida tenía un equilibrio y mi maldición solo traía desgracia. No había nada natural en ver morir a tu hija, a tus nietos, en sobrevivir a todos hasta vivir al tiempo de unos descendientes a los que ni siquiera conoces.

    Me sentía destrozado, sin fuerzas. Pensé en qué decirle, y sin embargo me encontré con que ya había pensado todo eso alguna vez. Floriana lo entendía, nunca lo había pedido, nunca lo había reprochado. Este ser que tenía ante mí vistiendo su aspecto solo buscaba torturarme.

    Y entonces lo entendí. Había hecho un pacto con Caitriona para tomar el puesto de Daë que me estaba vaticinado, pero aún no lo era de pleno derecho, y ésta era mi prueba. Éste era mi miedo.