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Etiqueta: Henry L. Dunham

  • BIENVENIDO AL MUNDO, HENRY L. DUNHAM

    [align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=4] Interludio | Un nacimiento | Sede de Los Búhos

    [color=#000000]Noche[/SIZE][/color][/b][/font]

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    En la sede de los Búhos se estaba llevando a cabo una importante batalla…de parchís, que se había vuelto el juego de moda después de que Walter fuese de vacaciones a España y trajese uno.

    Olivia Dunham y Lincoln Lee aprovechaban esa calurosa tarde para disfrutar del aire acondicionado que les proporcionaba aquella sala de decoración minimalista con aires militares en la que podían desconectar de las obligaciones. Estaban sentados en el sofá de piel negro, con la mesa de café frente a ellos sobre la que reposaba el juego.

    Lincoln dio un sorbo al refresco de cola. Estaba perdiendo de una manera estrepitosa a un juego para niños de seis años, pero no podía dejar de mirarla. El chico miró a Olivia, cuya ficha acababa de comer una de las suyas y estaba contando veinte casillas. No pudo evitar echar un vistazo a prominente vientre de embarazada, que cubría con un vestido de premamá azul y eso le hizo sonreír, porque ella no era mujer de vestidos, pero había tenido que resignarse.

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  • VIDA EN UN MUNDO MUERTO

    [align=center][SIZE=3][b]Diarios de Destino | Iniciativa [/b][/SIZE]

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    [SIZE=2]Olivia se sentía como una ballena en medio de una charca. Cada día más gorda, cada días más inútil, aunque intentase disimularlo. El último mes de su embarazo estaba siendo el peor con diferencia. Había engordado tanto que apenas podía moverse, tenía los pies tan hinchados que no podía calzarse y andaba permanentemente con zapatillas de casa. Era como si estuviese en un hospital, con su bata, las zapatillas y las visitas de sus amigos de cuando en cuando para que pasease, pero no era un hospital. En los hospitales había gente, risas, llantos, médicos, enfermeros, limpiadores, tienda de regalos…pero allí no había nada. Por no haber, no había ni sol, su médico era un vampiro y todos especulaban aquí y allá quién podría ser el padre de su hijo. A eso había que unirle las contracciones que de vez en cuando le daban y que la hacían retorcerse de dolor. Era como si su propio cuerpo se riese de ella a sabiendas de que eso no sería lo peor.

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