Cole Roman
Yokosuka, Prefectura de Kanawa, Japón – Madrugada
Coloqué las manos a ambos lados del cuello y sentí un ‘crack’ que me relajó el dolor. Miré el reloj y vi que ya pasaban un par de horas de la media noche, el padrino se retrasaba.
Fue él quien me convenció de escribir en este nuevo diario como una especie de comienzo. A veces siento que he vivido casi toda mi vida en una carrera constante, siguiendo los impulsos que me instaba a tomar la vida sin pararme a vivirla. Por eso ahora que me había bajado de esa carrera me encontraba confuso en esta calma, como si mi cuerpo desease volver a correr.
Vi en mi mente el nítido recuerdo de mi madre tirada en el suelo de la sala de estar, inerte. Ahí empezó todo, cuando murió ella, me quedé sin familia. Mi madre biológica había muerto en la ‘Guerra de Ripper‘. No voy a mentir diciendo que me dolió igual su muerte que la de mi madre adoptiva, porque de una apenas tenía recuerdos y la otra siempre me había cuidado igual que a su hijo biológico.
Unos días después del funeral mi padre ya era incapaz de atarse a Moondale y la vida que mi madre había dispuesto para todos. No era un mal hombre tampoco, pero la que nos mantenía organizados era ella, la que nos escuchaba y nos entendía era ella. Mi padre sin embargo, se limitaba a escuchar sus consejos y llevarlos a cabo, porque sabía que ella era la que ponía la cabeza, así que cuando la perdió, supongo que no supo qué hacer con dos niños a su cargo.
Su solución no fue muy elegante. Se obsesionó con encontrar al asesino y al ver que las pistas le sacaban de la ciudad, se fue. En parte huyendo también de las responsabilidades y del recuerdo de mi madre. Dante se quedó a cargo de los Echolls, igual que nuestros fondos. Mi madre se había encargado de dejar atado nuestro futuro en caso de que le faltase algo, así que siguió los consejos de Ed y creó un fondo para mi hermano y para mí.
Yo, como soy tonto e impulsivo, en lugar de quedarme en un hogar estable como Dante, me fui con mi padre, a vivir la vida en la carretera, sin rumbo fijo, sin educación formal, aprendiendo antes a matar que a resolver problemas matemáticos.
Al principio tuvo algo de emocionante incluso. Dom e Hiroshi nos acompañaron durante unas semanas, pero al final Dom no quiso seguir más tiempo separado de su familia y se marchó. Mi padrino iba a irse también, pero siguió con nosotros por mí, aunque discutía a menudo con mi padre, intentando que volviese. Lo sé porque alguna noche me quedé despierto y escuché a través de la puerta.
Me enseñó algunas de sus artes de asesino, pero también aprendí gracias a él a escribir y descubrí mi gusto por la poesía. Era él quien se encargaba de que mi vida pareciera un poco más normal. Así que finalmente, después de años siguiendo el camino de mi padre, mi padrino y yo fuimos por nuestro propio rumbo. Sé que a mi padre no le pareció bien, pero tenía que mirar por mí mismo y matar al asesino de mi madre no me iba a hacer sentir mejor.
Cruzamos el charco y nos quedamos unos meses en Nápoles antes de dar el salto a Cluj-Napoca, en el que pasamos casi medio año, hasta hace un par de semanas. Hiroshi necesitaba volver a Japón para ponerse en contacto con unos conocidos, así que decidí irme con él y nos asentamos en un pequeño apartamento de una ciudad portuaria. Él trabajaba de traductor en los muelles y por la noche se encargaba de librarse de las amenazas de la zona. Yo, por mi parte, había conseguido un trabajo no oficial como mercenario, tomando encargos para acabar con algunos yokai problemáticos.
Cuando escuché pasos por las escaleras, aparté la vista de la consola portátil y vi entrar a Hiroshi.
– [Cole]¿Qué tal la noche, padrino?[/Cole] – pregunté. Él siguió con calma su rutina, quitándose la cazadora y descalzándose antes de entrar a la cocina/comedor/salón.
– [Hiroshi]Tranquila.[/Hiroshi] – comentó, dándome una palmada en el hombro de la que pasaba.
– [Cole]Queda algo de curry.[/Cole] – respondí, señalando la nevera con la mano libre. El curry de Yokosuka se había convertido en una de mis comidas favoritas y además, lo encontrabas en casi cualquier parte. Era perfecto para dos solteros con poco tiempo libre y casi ninguna gana de cocinar.
– [Hiroshi]Gracias. [/Hiroshi]- cogió el tupper con las sobras y sacó una Coca Cola con sabor a vainilla. Me había hecho adicto a probar cosas raras, así que tenía uno de los armarios de la cocina lleno de galletas de oreo con sabor a té verde, kit kats con sabor a tarta de queso, patatas con sabor a salmón crujiente y mochis. Luego estaba el armario del sake, una tradición que compartía con el padrino cuando volvíamos de caza. – [Hiroshi]¿Que tal tu dia?[/Hiroshi] – preguntó, sentándose a comer.
– [Cole]Me han pagado por el trabajo con la Dodomeki.[/Cole] – expliqué. Las Dodomeki no siempre eran malas, pero lo que sí compartían era el hábito de robar dinero. Esta en concreto, se había fijado en la casa de un empresario local que empezó a estar bastante molesto. Cuando descubrió la fuente de sus problemas, la oni no se tomó muy bien su posible falta de ingresos, así que tuve que matarla. Recibí una buena cantidad de pasta y mantuve el código que me había transmitido Hiroshi de matar solo a los peligrosos. Más de una vez había tenido que rechazar trabajos con Kijimuna cuyas bromas no se habían tomado a bien y con otros yokai no malévolos.
– [Hiroshi]Bien. [/Hiroshi]- sentenció, devorando el arroz y el curry con unos palillos que yo aún no había conseguido dominar. – [Hiroshi]¿Algún plan para mañana? Si estas libre he pensando en dar una vuelta, llevarte a algun lugar turístico.[/Hiroshi] – comentó. Desvié la mirada de la pantalla, estaría bien conocer algo. En las ciudades anteriores también habíamos aprovechado para hacer turismo.
– [Cole]Nada. Por mí estupendo.[/Cole] – afirmé, emocionado. – [Cole]Tengo ganas de ver algo nuevo que no tenga que matar.[/Cole] – añadí. En parte tengo que admitir que no soy lo más maduro de este mundo, fruto de haber perdido parte de mi preadolescencia y adolescencia viajando y quitando vidas.
– [Hiroshi]¿Que te parece Odaiba? Tienen un museo de ciencias, un parque de atracciones y aguas termales.[/Hiroshi]- sugirió.
– [Cole]Pues me parece el mejor plan que he tenido desde hace años.[/Cole] – respondí. Mi ánimo había decaído mucho en los últimos tiempos con mi padre. Uno de mis secretos cada vez se hacía más patente y vivía confuso.
Mi padrino se había converido en mi figura paterna, preocupándose más de lo que se había preocupado mi propio padre. Era la única persona que conocía mis dos oscuros secretos y mi debilidad.
Uno de mis secretos era herencia directa de mi madre. Me dedicaba a cazar demonios, pero yo mismo era uno de ellos. No solía dejar salir demasiado esa parte, normalmente me mantenía solo en forma humana, porque aun así seguía siendo más fuerte, resistente y ágil que un humano normal, pero en ocasiones no me quedaba más remedio que pasar a mi forma de demonio, que tenía un aspecto que no apetecía mucho mirar. Parecía un cruce feo entre un humano y una serpiente, no puedo dar demasiados detalles porque no me paraba precisamente a mirarme en el espejo en esa forma, me avergonzaba. Por si fuera poco, mi sangre de demonio era venenosa y mis garras y colmillos paralizaban.
Ese era el secreto feo, el más evidente, el secreto físico. De mi padre había heredado también un poder, en cierta medida, pero de ese era parte de mi debilidad. Veréis, mi padre controlaba la energía de una forma que metía miedo y yo había heredado la capacidad de ser una especie de batería humana. Me alimentaba del sol y eso mejoraba mis capacidades físicas, pero también funcionaba a la contra. Si me aislaban sin sol empezaba a debilitarme y a la larga, en teoría, según Christopher y Mara, podría morir.
Hasta ahí con las herencias, pero después estaba mi secreto «mental», algo de lo que hasta hacía muy poco tiempo, me había avergonzado y había rechazado. Había más gente que conocía mi otro secreto y mi debilidad, pero este no, este solo lo conocía Hiroshi, porque lo compartía. Incluso ahora, escribiendo, me cuesta decirlo, me cuesta admitirlo, por miedo a que cualquiera llegue a leerlo. Pero ahí va, me atraen sexual y románticamente los hombres. No solo los hombres, pero también los hombres. En realidad, si lo pienso fríamente, podría estar en una relación con cualquier persona, independientemente de su género.
Durante más de media vida rechacé ese secreto, me convencí de que algo iba mal en mí. Daba igual lo que dijeran las series y las películas y la creencia popular de que las nuevas generaciones eran más libres con su orientación sexual. En las ciudades, quizá, en otras familias, quizá, con los Echolls podría haber sido normal, pero con mi padre lo normal era babear por las muchachas y llevarse una a la cama en cada puerto. Yo también lo hice, sin sentirme culpable en ningún momento. Alguna vez también con hombres, a escondidas, mintiéndome a mí mismo, diciéndome que no era nada, que solo había sido algo del momento, que solo me gustaban las mujeres.
Nunca se lo conté a nadie, ni a Dante. Pero creó que mi madre sí lo sabía. La gente a veces la tomaba por tonta, pero sabía mucho. No sé resumir el sufrimiento que supone odiarte por ser cómo eres. Pensaba que algo iba mal en mí, rechazaba esa parte pero a la vez no podía hacerlo del todo. Me convertí en un extraño para mí mismo. Empecé a disfrutar matando demonios, como si fuera un deporte, con tal de no pensar. Me volví una persona más dura, más cerrada, una máscara que me fue devorando poco a poco. Cualquiera que me viera asumiría que era un vándalo, un maleante, así que más o menos me convertí en lo que la gente esperaba de mí.
– [Hiroshi]Odaiba entonces.[/Hiroshi]- respondió levantándose para alimentar a Shenron. El reptil iba con Hiroshi a todas partes. No conocía la esperanza de vida de esos bichos, pero algo me hacía pensar que tenía algo que ver con Simba, el perro de mi familia que era inmortal. – [Hiroshi]¿Has hablado con tu hermano ya? Decirle que estás bien…[/Hiroshi] – preguntó. Para alguien de apariencia tan solitaria como Hiroshi, era extraño pensar que la familia fuera tan importante o que pudiera ocultar tanta sensibilidad. Me lo había ido recordando desde hacía una temporada y al final me había animado a contactar.
– [Cole]Le mandé un mensaje antes.[/Cole] – comenté. Después de la primera llamada habíamos seguido en contacto por InfiniText. – [Cole]Pero no hemos hablado de Logan. Ni de mi madre.[/Cole] – confesé. Omití que tampoco de mi secreto, Hiroshi y yo teníamos una relación paterno-filial basada en la sinceridad, pero no me apetecía decirle que incluso con su apoyo, seguía teniendo miedo a desvelar esa parte de mí mismo. Él no lo hacía y me parecía faltarle al respeto.
– [Hiroshi]Dudo que quiera saber algo de eso. Lo importante es que sepa que estás bien.[/Hiroshi] – respondió él. En el tiempo que llevaba viviendo con Hiroshi, mi máscara de delincuente había empezado a copiar cosas de la tranquilidad y la serenidad que emanaba mi padrino. Si él no hubiera pugnado por cortar lazos con mi padre en aquél momento, probablemente yo habría terminado muy mal.
– [Cole]Gracias por dejar que me quede contigo.[/Cole] – dije, sin mirarle directamente. – [Cole]No tengo a nadie más.[/Cole] – añadí. Dante seguía siendo mi hermano, pero la vida nos había llevado por caminos diferentes y yo era demasiada mala influencia como para meterme en su entorno por mucho que los Echolls fuesen a acogerme. Con mi padre ya sabía lo que había, matar, ligues esporádicos, beber y volver a la carretera.
– [Hiroshi]Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, ya lo sabes. Pero no estás solo, tienes a Dante y tus amigos. Lo que me recuerda…-[/Hiroshi] empezó a explicar. Le observé sin corregirle con la problemática de depender de los demás cuando ni siquiera me conocían de verdad. Cogió su daga del cinto. Siempre me había llamado la atención esa extraña hoja. Sabía que no podía tocarla porque era peligrosa, un regalo de las Pruebas que habían tenido que pasar. Entonces tiró del cordel que tenía atado en la empuñadura, que sostenía su disco. El nudo se deshizo de una forma casi ceremonial. – [Hiroshi]Esto es tuyo ahora.[/Hiroshi] – dijo, tendiéndomelo.
Me quedé observando el disco de color amarillo cobalto con detalles en un verde metálico claro. Sabía lo que contenía ese disco, todas sus vivencias en las Pruebas. Mi padre solía dejar el suyo por la casa hasta que mi madre le echó la bronca, no quería que viéramos la violencia de una manera tan directa, así que lo escondió y no lo volví a ver desde entonces. – [Cole]Es tu disco de Daë… ¿Estás seguro?[/Cole] – pregunté. Era un regalo muy cercano, muy valioso. Un regalo que no estaba seguro de merecer.
– [Hiroshi]Si, ya no lo necesito. Quizá te venga bien para el futuro.-[/Hiroshi] sentenció, depositándolo en mi mano.
– [Cole]Gracias.[/Cole] – respondí, colocándole una mano en el hombro. Después, cada uno fue a su habitación para intentar descansar, pero yo no fui capaz.
Con el disco en mis manos, repasé sus vivencias, sentí en mi propia carne los sentimientos que Hiroshi no mostraba. Para entenderme a mi mismo y a mi secreto, tuve que ver a través de los ojos y del alma de otro.
El miedo que tenía a mostrarme ante el mundo tal y como era palidecía con lo que ellos habían tenido que vivir. Cuando vi por tercera vez el sacrificio de Kaylee Echolls supe que no tenía sentido negar toda mi vida qué me gustaba. Ya había tenido experiencias con hombres y con mujeres y las había disfrutado ambas. No era una duda, no era algo que ni siquiera tuviese que dudar. Todavía me quedaba camino para aceptarme, pero era un comienzo.