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Etiqueta: La Loba

  • UNA MIERDA DE MUNDO

    DANTE VILLIERS

    ESFERA KARDAS | TARDE

    Estiré las alas, aprovechando que en ese lugar podía dejarlas libres, porque de todas formas, ya querían matarme. Con la de tiempos a los que podía haber viajado y me tocó el puñetero tiempo del Rey Arturo. No podía haberle tocado a Xander que tenía el complejo de caballero blanco, no, tenía que tocarme a mí, en lugar de haberme ido a algún sitio con algún puto medio de automoción.

    – [Dante]Vale ¿y ahora dónde encontramos al tal Dick?[/Dante] – pregunté, repasando al «equipo», que básicamente estaba compuesto por Mike y mis hermanos, además de Ruby que por lo que sabía, bien podría ser otra hija de Logan.

    – [Ruby]¿Tenéis que encontrar a alguien?[/Ruby] – preguntó la nueva, repasándonos con la mirada. Aproveché la situación para darle yo también un repaso.- [Ruby]Pero si sois… hombres.[/Ruby] – añadió.

    – [Dante]Ya, ¿y?[/Dante] – repliqué, preguntándome si bromeaba, pero parecía demasiado segura.

    – [Ruby]Pues que sois el sexo débil.[/Ruby] – respondió ella con firmeza. Parecía creérselo completamente y me puso de bastante mal humor. ¿Quién coño se creía para decidir que podíamos hacer y que no? Un momento… – [Ruby]No os lo toméis a mal. Yo tengo amigos y un padre.[/Ruby] – añadió. Decidí no responder y me contuve. No soy de pagar los pecados de nadie, ni de mi mierda de padre ni por el hecho de ser un hombre, pero tampoco de defender a un colectivo que por lo general se ha comportado como gilipollas con las mujeres. Así que lo mejor era callarse. La vida era muy sencilla a veces, sé tú mismo, no ofendas a la gente por lo que es y ama a todo el mundo. El último de momento lo llevaba a cabo en su aspecto más físico, pero no iba por mal camino.

    Cole se limitó a sonreír, mi hermano era bastante más emocional. – [Cole]No pareces de nuestra Tierra. Lo que es una ventaja.[/Cole] – añadió con una amplia sonrisa. ¿Le gustaba la nueva?

    – [Ruby]Supongo que sois de alguna tierra alternativa.[/Ruby]- comentó ella. Me fijé a posta en las reacciones de Cole. Me gustaba la seguridad que irradiaba Ruby, me atraía como la luz a una polilla, pero tenía que contenerme para no herir los sentimientos de mi hermano en un arrebato irreflexivo. Eso suponiendo que a ella le gustasen los tíos y concretamente cualquiera de los dos.

    – [Niall]¿Y como es tu Tierra? -[/Niall] preguntó Niall. Se parecían más entre ellos que a mí, quizá el hecho de vivir toda mi vida con unas alas a la espalda me había hecho menos contenido. Prefería pensar eso a pensar que me parecía a «ese».

    – [Ruby]En mi Tierra, las mujeres llevamos el peso del mundo: somos guerreras, directivas, presidentas.[/Ruby]- empezó a explicar mientras continuábamos el camino. Por mí bien, que cada uno sea lo que le de la gana. – [Ruby]Los hombres os dedicáis a las tareas domésticas.[/Ruby] – no pude evitar poner cara de sorpresa y también un poco de desagrado. Difícilmente me iban a obligar a mí a encargarme de las tareas de la casa. Mi lugar estaba trabajando con las manos para arreglar cosas, no limpiando. Las únicas superficies que dejaban brillantes mis manos eran las carrocerías.

    – [Ruby]¿Qué?[/Ruby] – preguntó ella. Me limité a esbozar una media sonrisa y caminar en la cabecera. Mike estaba por ahí perdido, mirando las plantas.

    – [Cole]Nuestro mundo es un poco…diferente.[/Cole] – le respondió Cole. Aún machista, algo diferente a la época de nuestros padres, pero no demasiado. Era una mierda, sí, y lo que Ruby contaba no parecía mejor. ¿Tanto costaba no meterse en lo que hacían los demás fuera cual fuera su sexo, preferencias o lo que sea? – [Cole]¿Y la libertad sexual como la lleváis?[/Cole] – preguntó a continuación. Le miré y suspiré. Había intentando convencer a mi hermano de que hiciese lo que le diera la gana con quien le diera la gana, pero mi filosofía no había calado en él. Pensaba demasiado en lo que opinaran los demás de él.

    – [Ruby]¿A qué te refieres?[/Ruby] – preguntó ella, frunciendo el ceño de una manera muy mona.

    – [Dante]Que nuestro mundo sigue metiéndose en si te acuestas con tíos, tías o lo que sea…[/Dante] – simplifiqué. Me hastiaba bastante ese tema de conversación porque la solución me parecía muy sencilla y nadie la tomaba. Si cualquiera tenía algo que decirme sobre mi orientación sexual, que se atreviera, el siguiente se lo pensaría dos veces.

    – [Ruby]¿En qué clase de mundo vivís?[/Ruby] – preguntó ella, confusa.

    – [Cole]En uno de mierda. No muy distinto de esto…[/Cole] – respondió Cole, que todavía parecía afectado. Mi hermano siempre se había tomado muy a pecho ser diferente en su orientación sexual y en su raza. En el colegio lo había ocultado todo, había sido el «ruso» maleante que todo el mundo esperaba de él.

    – [Ruby]Pero vosotros sois como yo.[/Ruby]- comentó ella mirándonos. Tardé un minuto en darme cuenta de a qué se refería. Éramos un festival andante del Orgullo en la puta Edad Media. Perseguidos por la Iglesia y todo, se podía decir que habíamos hecho el tour completo.- [Ruby]Lo noto.[/Ruby] – añadió. Me imaginé que tenía algo que ver con su sexokinesis.

    – [Dante]Mike es el más aburrido, el resto disfrutamos un poco más de la vida sin tantas limitaciones. [/Dante] – aseguré. Sonreí a Mike, que negó con la cabeza, recordando aquella vez en la que probó «el fruto prohibido».

    -[Ruby]No lo es.[/Ruby]- replicó ella sonriendo. Miré a Mike y vi que sonreía con malicia. Me la acababa de devolver. Toda la vida pensando que no le gustaba porque era un soso y resulta que no le gustaba yo concretamente. Eso era un golpe bajo.

    – [Niall]En nuestro mundo predominan capullos como los caballeros estos, sin ser «caballeros».-[/Niall] – cuando no nos juzgaban, usaban nuestra sexualidad como reclamo. La verdadera aceptación pasaba por no tener que aceptar nada, por no presuponer nada, porque no le importa a nadie una mierda.

    – [Dante]Tal cual cuenta mi hermano.[/Dante] – admití. Miré a la chica, me encantaba su pelo plateado. – [Dante]¿Qué tienes, gaykinesis?[/Dante] – pregunté. A los caballeros los había vuelto cariñosetes y a mí me había entrado un subidón, aunque verdaderamente, no por solo tíos en concreto.

    – [Ruby]Parecido.[/Ruby]- dijo ella, mirándome. O estaba usando su poder o me alegraba de verla.- [Ruby]Tantrokinesis. Revelo la sexualidad de la gente.[/Ruby] – aclaró. Bastante preciso.

    – [Dante]Conmigo no tienes mucho trabajo.[/Dante] – respondí sonriendo de medio lado. Estaba bien saber que no «forzaba a nadie», como seguramente dirían esos dos caballeros.

    – [Cole]En tu mundo tampoco hay problemas con los poderes?[/Cole] – preguntó Cole. Seguramente le había extrañado que fuera tan precisa con su poder.

    – [Ruby]¿Problemas con los poderes? [/Ruby]- respondió, confusa. Genial, no tenían problemas de orientación sexual ni por tener poderes o no, así que solo había que pulir eso del machismo inverso. Se nos costeaba salvar su mundo en lugar del nuestro.

    – [Cole]Estoy pensando seriamente mudarme a tu Tierra.[/Cole] – replicó Cole, esquivando un árbol derribado.

    – [Niall]Tú y todos.-[/Niall] añadió Niall. Casi, si me dejaban trabajar de lo mío, sí, si me daban por saco con qué no podía hacer, no. Nadie me dice qué soy o qué debo hacer, porque normalmente hago lo contrario.

    – [Ruby]Pues genial.[/Ruby] – replicó ella, pensando en la clase de mundo que le estábamos pintando.

    – [Mike]Niall, ayúdame un momento.[/Mike] – escuché decir a Mike, agachado al lado de una planta bastante rara. Niall, que era el que estaba más cerca, se agachó a su lado y siguió sus indicaciones.

    Segundos después, los dos se desvanecieron en el aire.

     

    – [Dante]¿Qué cojones?[/Dante] – pregunté, mirando a mi alrededor. Acababan de desaparecer completamente.

    – [Ruby]Hay portales ocultos en todos los mundos.[/Ruby] – le escuché decir a Ruby con calma. Al ver nuestra cara de confusión, señaló hacia donde estaban, concretamente hacia la planta, que ya no estaba allí. En su lugar había un helecho que parecía más de ese mundo que la cosa extraña de antes.

    – [Cole]¿Se han ido a otro de los mundos?[/Cole] – preguntó Cole, que no había necesitado tanto tiempo para pensar como yo.

    – [Ruby]Sí.-[/Ruby] explicó ella. Parecía saber bastante más que nosotros de aquél lugar. – [Ruby]Depende de lo que hayan tocado estarán en uno u otro.[/Ruby] – añadió. A saber de donde demonios era aquella planta. Entendía que eso significaba que ella había viajado entre los mundos, así que podíamos aprovechar para salir de allí con su ayuda.

    – [Cole]No es buena idea estar tan separados. Tenemos que encontrar ya a Richard.[/Cole] – comentó Cole. Llevábamos caminando todos juntos un buen rato y desde hacía un tiempo se veía a lo lejos un poblado en una colina, cubierto por un amplio bosque.

    -[Ruby]Voy con vosotros.[/Ruby] – se ofreció Ruby. Mejor, así no había que pedírselo.

    – [Cole]Gracias.[/Cole] – replicó Cole con una sonrisa. – [Cole]Quizá deberíamos preguntar en ese pueblo.[/Cole] – dijo, mientras continuábamos acercándonos.

    Apuramos el paso con nuestro reducido grupo. El bosque aquél daba mal rollo, los lobos parecía que nos seguían con la mirada, suspicaces. Probablemente no fueran lobos normales.

    Al final, antes de llegar a cruzar el bosque, una mujer joven con un vestido blanco sencillo y una corona de flores apareció, inmóvil, en nuestro rumbo. Nos miraba fijamente. Los lobos se acercaron a ella y la flanquearon, girándose todos hacia nosotros de una forma poco amigable.

    – [Ruby]Voy yo.[/Ruby]- replicó Ruby.-[Ruby] Esto es trabajo de mujeres.[/Ruby] – me parecía bien, aunque no me habría quejado tampoco si me hubiera tocado acercarme a la líder lobuna.

    Observamos a Ruby acercarse y hablar con ella. Nos miraba con el ceño fruncido, aunque su lenguaje físico parecía intentar ser educada y amable. Me recordaba un poco a Amy en el sentido de que no parecía querer que nadie le tocara los ovarios. Algo muy respetable teniendo en cuenta que nos perseguía una panda de cazalobos.

    Al cabo de un rato, volvió. – [Ruby]Richard está a las afueras y no nos pueden acoger.[/Ruby]- resumió. Me gustaba aquella chica, no se complicaba.

    – [Dante]Ha sido rápido. ¿Nos vamos o qué?[/Dante] – le guiñé un ojo a la líder mientras nos girábamos. Ella me gruñó, pero no parecía un gruñido en plan sexy.

    – [Cole]Me parece que no es tu público. Vámonos.[/Cole] -dijo mi hermano. Me encogí de hombros y giramos en la dirección que nos habían señalado.

    Todo el caminó sentí miradas tras nosotros. No solo los lobos tenían ojos. Algo nos vigilaba y no me hacía ni puta gracia. Continuamos, esperando que un tío al que no conocíamos de nada, que había sido expulsado de su orden y vivía solo a las afueras, se alegrase de ver que tres personas que no eran ni de su mundo y a las que perseguía todo cristo viviente, que encima le iban a encomendar una misión suicida.

  • INTERLUDIO. EL COMPENDIO

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    El omnipotente Antailtire estaba sentado en su trono de piedras preciosas. Las más raras gemas de Daonna formaban su lugar de reposo habitual, suavizado por un cojín y reposamanos de pelo de nirlo, un casi extinto animal de Gwiddon.

    Él era el señor de aquél Cúmulo. Antes de su reinado, los mundos eran muy diferentes, demasiado caóticos, demasiado libres, sin nadie que explotase su verdadero valor.

    Se levantó del trono y caminó por la sala principal de su palacio, al que muchos llamaban «La Catedral del Mañana». Hacía siglos había sido un monasterio del Escudo de Alqaws, de los que ya solo quedaba uno, escondido en las profundidados del planeta esperando que sus bestias le dieran caza.

    Él y solo él había llevado la prosperidad a ese mundo. La ciudad de ‘La Flecha’ era un ejemplo de la magnificencia del futuro y sus habitantes le adoraban. Claro está, no les dejaba acostumbrarse a su presencia. Normalmente le separaban de ellos sus innumerables ejércitos apostados continuamente alrededor de la Catedral en la ciudad militar conocida como ‘El Muro’. Aunque a veces si se dejaba ver, en ocasiones señaladas agasajaba al pueblo con regalos o con fiestas como nadie habría imaginado.

    Toda aquella tecnología, opulencia y cultura del hedonismo eran gracias a él y al sistema que había instaurado. Todo funcionaba perfectamente gracias a su magia, que había superado las barreras del multiverso y había rescatado viejas civilizaciones de la Tierra en realidades en las que nunca habían llegado a avanzar. Esas civilizaciones se habían especializado en una cosa y para eso les había aprovechado él, sabiendo exprimir su valor, su potencial.

    Antailtire continuó caminando y se retiró a su sala de meditación, un cuarto con veintitrés paredes cubiertas de espejos. Esperó pacientemente hasta que se manifestó una figura en uno de ellos.

    EMPERADOR CLAUDIO SEVERO

    ESFERA SENATUS

    Él era el Emperador de todo el Nuevo Imperio Romano. Vestía con las más finas túnicas, de color púrpura, con bordados en oro.

    Nunca había sido un guerrero. Dedicaba su cuerpo a los placeres en lugar de a las penurias. El guerrero había sido su padre Palladius Maximus. Su herencia era igual de impresionante: su abuelo había levantado los muros, su bisabuelo había expandido los límites del imperio y su tatarabuelo había huido con los supervivientes del cataclismo. Él, por su parte, se dedicaba a la vida contemplativa mientras que relegaba los menesteres del Imperio al Senado y las labores de guerrero al Legatus Tulio.

    A veces le tocaba hacer labores aburridas claro, como asistir a las reuniones del Senado o reunirse con el Legatus Tulio por asuntos de vital importancia. Aquella mañana había tenido que encontrarse con él por la aparición de unos visitantes de extramuros.

    Todo el asunto se debía a que un hombre había tratado de hacer su trabajo eliminándolos allí mismo, pero ellos, junto a una Decurión que había osado decidir por sí misma, le habían detenido. Eso nos daba un problema, porque los había traído a la mismísima puerta del Senado, donde podía haberles visto cualquier ciudadano.

    Tulio ya sabía las órdenes. Habían sido las mismas desde los tiempos de mi padre. Cualquier sobrenatural tenía que morir. Para el Imperio eran los monstruos de leyenda contra los que luchábamos día a día. Si de pronto desaparecía esa amenaza, la gente empezaría a cuestionarse las políticas internas. Por eso de vez en cuando el Legatus tenía órdenes de orquestar ataques sorpresa a las granjas limítrofes con el último muro. Por lo que él mismo había dicho, la familia de la Decurión había muerto en una de esas incursiones, así que era el momento de que los monstruos volviesen a su granja y esta vez se cobraran trágicamente su vida, junto a la de los desconocidos.

    Cansado de tanto pensar, el Emperador ordenó traer a un grupo mixto de esclavos y esclavas. Necesitaba dedicarse un rato a los placeres para quitarse esa extraña sensación de que alguien le observaba.

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    Antailtire dejó que la figura se desvaneciera en el espejo y pensó en aquellos extraños que habían aparecido. No le gustaban las sorpresas inesperadas y había algunas profecías de la Oráculo de Selas que la mencionaban a ella misma y al fin de su reinado que nombraban la aparición de extraños en los diferentes mundos como el punto de inicio.

    Por esa razón había colocado varios miembros del «Compendio» en cada uno de los mundos, y no uno solo, para mantenerlos vigilados. Inquieta, volvió a esperar hasta que una figura se manifestó en otro espejo.

    EL BANQUERO

    ESFERA KOURAS

    El Banquero terminó de contar lentamente las monedas que tenía sobre la mesa. Lo anotó en un papel y lo guardó todo pulcramente colocado en su caja fuerte. Frente a él había un grupo de forajidos esperando. Sabían que no debían molestarle si estaba concentrado, incluso aunque uno de ellos se estuviera sujetando una herida de flecha sangrante.

    – [Banquero]¿Y bien? ¿Habéis matado al gólem?[/Banquero] – preguntó, observándoles por encima de sus gafas.

    – [b]Eran demasiados, señor. Hemos perdido a casi todos mis hombres. Tenían…más gente. Aquella chica que tumbó a cinco en el saloon y el crío, y tres más.[/b] – dijo uno de ellos, Cassidy el Negro, que se había ganado el mote por el color de sus dientes.

    El hombre, que rondaba los cincuenta, se puso en pie tras su escritorio y se acercó a los forajidos. Todos conocían su fama y todos sabían lo mucho que deseaba poner sus manos en los metales preciosos que había en el viejo hogar de los golem de piedra de las montañas. Para ellos, todo era oro y plata, pero él conocía otros metales que su comprador le recompensaría mejor.

    – [Banquero]¿Y qué hacéis aquí?[/Banquero] – preguntó él, desarmado, acercándose sin temor ninguno.

    – [b]M-mis hombres, necesitaré recursos para conseguir más. Hicieron volar la dinamita desde lejos, eran espíritus de esos indios.[/b] – confesó. – [b]Necesitaremos un ejército.[/b] – añadió. El Banquero retrocedió un poco al percibir el olor humano del forajido. Cogió un pañuelo de su bolsillo y se tapó un poco la nariz.

    – [Banquero]¿Vienes aquí habiendo fallado a pedirme dinero?[/Banquero] – vio como llevaban la mano a sus colt, pero no le importó. Había muchos más forajidos en aquella ciudad y en las cercanas, sería fácil motivarles para trabajar para él. Aquellos habían demostrado ser inútiles.

    – [b]No, es más fácil matarte a ti y quedarnos con todo.[/b] – dijo mostrando sus negros dientes con una sonrisa.

    El Banquero le miró, asqueado y dejó que le dispararan. Las balas dejaron su ropa hecha jirones y él cayó hacia atrás en el escritorio. Esperó un par de minutos a levantarse para hacer más dramática su entrada y dejó que vieran su verdadera cara.

    – [b]E-eres un puto monstruo como ellos.[/b] – el forajido se echó hacia atrás y sus compañeros intentaron huir, pero el Banquero usó sus poderes para cerrar la puerta. De su impoluto aspecto no quedaba nada. Su cara estaba cuarteada y parecía cuero oscuro, su frente estaba ahora atravesada por una cresta de cuernos. Ya no tenía ojos, pero veía. Sus garras tenían ansia de sangre.

    En el exterior, nadie oyó los gritos.

    EL NIGROMANTE

    ESFERA GWIDDON

    Cuando el Nigromante sintió la presencia observándole, le pidió que se manifestara. Antailtire se dejó ver en el salón de su castillo, contrastando su aspecto sofisticado con las ropas barbáricas del Nigromante.

    – [Nigromante]Dichosos los ojos.[/Nigromante] – dijo el hombre.

    – [Arquitecto]¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Habéis tenido algún viajero inesperado?[/Arquitecto] – comentó ella. En ocasiones, los habitantes de los distintos mundos se topaban con artefactos que les llevaban de un mundo a otro, portales en miniatura que ya estaban allí mucho antes de la arquitectura que Antailtire había construido y que tomaban forma de objetos. Normalmente, los habitantes los veían extraños y los evitaban, pero otras veces los tocaban y acababan en un mundo completamente diferente. En esos casos, se encargaba de que los miembros del ‘Compendio’ les dieran caza.

    El Nigromante era distinto a otros miembros del ‘Compendio’, él era de los pocos conscientes de la existencia de Antailtire y de su relación. Pese a ello, era un hombre fácil de controlar, porque solo quería poder. A él no necesitaba darle una excusa para buscar a los viajeros.

    – [Nigromante]Tengo a dos encerrados, estoy esperando a que otros dos vengan a rescatarlos para entregártelos todos juntos.[/Nigromante] – explicó, acercándose a una mesa con comida para comer un trozo de pollo de una forma que a Antailtire le resultó poco agradable. – [Nigromante]Ropas extrañas, una lengua parecida a la nuestra pero distinta.[/Nigromante] – era un hombre perspicaz, tenía la capacidad de ver ciertas cosas en los seres vivos y tenía un don para entender los artefactos mágicos, así que le servía perfectamente para su propósito en ese mundo, dotar de armas sin igual a su ejército y de reliquias con gran utilidad para sí misma. El resto, las de menos importancia, le dejaba quedárselas.

    – [Arquitecto]Házmelo saber cuando los tengas a todos. Quiero hablar con ellos antes de que los mates.[/Arquitecto] – sentenció. Necesitaba saber cuántos había. Le estaba empezando a preocupar cómo estaban plagando todos sus mundos, alterando su control.

    – [Nigromante]También puedo matarlos ya y traerlos de vuelta para que los interrogues.[/Nigromante] – propuso el sádico Señor de las Islas. Odiaba que le apodaran Nigromante y otros nombres menos agradables, pero al final, es lo que era, un carnicero.

    – [Arquitecto]No me interesa hablar con tus reanimaciones descerebradas. Cuando termine con ellos, haz lo que quieras.[/Arquitecto] – dijo antes de desvanecerse. El Nigromante era desafiante, pero valoraba su poder y temía perderlo si Antailtire se ponía en su contra, así que obedecería.

    EL CARDENAL

    ESFERA KARDAS

    El Cardenal descansaba en sus aposentos, vigilado por dos guardias de la Hermandad de Tauro. Aquél día había sido terrible y su fé se había visto resquebrajada. No solo habían escapado cuatro abominaciones, si no que una de ellas había conseguido afectar a sus caballeros sagrados con su terrible y oscura seducción.

    No recordaba tiempos tan aciagos. Ver a sus caballeros siendo corrompidos, le recordó la reciente pérdida de uno de ellos. Richard Crane era uno de sus mejores hombres, valiente, carismático, él solo había purgado al mundo de muchos de esos demonios. Había vencido en combate singular a cinco licántropos, aquello había parecido un milagro, pero no lo fue. No lo vimos, estábamos cegados, pero estaba cambiado.

    El Cardenal se arrodilló ante la llama blanca y una voz le habló:

    – [Arquitecto]La oscuridad debe ser purgada. Trae a los mancillados ante mí y yo les purificaré.[/Arquitecto] – escuchó.

    – [Cardenal]Así se hará.[/Cardenal] – el Cardenal conocía su misión. Era el emisario en aquellas tierras de la Luz y como tal, debía mantenerse fuerte. A la mañana siguiente la Hermandad al completo abandonaría el castillo para buscar a aquellos pobres diablos.

    LA LOBA

    ESFERA KARDAS

    El bosque susurraba. Para los habitantes del castillo, el susurro era inquietante y peligroso, aún más sumado a la oscuridad de la noche. Pero para ellos, para los mancillados, el susurro era el sonido del hogar.

    Sus patas dieron paso a piernas y brazos a medida que regresaba a su cabaña. Sus sentidos de loba habían percibido algo vigilándola, como tantas otras veces, pero lo atribuyó a la madre naturaleza que guiaba sus acciones e incluso a veces, le hablaba en su forma de loba.

    La voz le había dicho que había un grupo de refugiados que acababan de huir del castillo. Pensó darles cobijo al instante, pero la madre le advirtió de que tuviese cuidado porque su llegada era un mal augurio y la Hermandad podía terminar arrasando su refugio. Si llegaban a ella, se aseguraría de observarlos con cautela antes de proceder.

    Tenía a demasiados a su cargo como para perderlos por unos recién llegados. Aquel pueblo no habría existido sin ella, los mancillados nunca habrían tenido un hogar. Algún día tendrían que librar la guerra, pero aún eran pocos.

    EL SOBERANO

    ESFERA DAONNA

    El hombre vestía un traje de alto rango de un azul impecable. Su pechera,  cubierta de condecoraciones, destacaba a simple vista. Su sombrero reposaba encima de la mesa de su tienda, mientras él se colocaba firmemente frente a un espejo, esperándole a su realeza, Pensaer de Mundos, aunque no tardó demasiado, aquello era una de las cosas que compartían.

    Muchos le tomaban por un loco y un sádico, pero nadie le tomaba por tonto. El Soberano se había alzado sobre el resto de brujos y brujas de Daonna, dominando la región sur del planeta. Su magia sobre la tecnología le hacía superior.

    Su ejército avanzó inexpugnable por el enorme planeta. Los demonios acababan subyugados por su magia, esclavizados por su mejor invención y entregadosa Antailtire.

    Pero el Soberano no era estúpido, como el resto del ‘Compendio’. Era consciente de que Antailtire y él eran simples caras de una moneda. Una moneda con múltiples dimensiones. Por eso trabajaban juntos, por el bien común de ambos y también porque disfrutaba del poder que ostentaba en ese mundo.

    Y quien sabe, quizá un día sus papeles se vieran cambiados y fuera él el Soberano de todo el Cúmulo. Sin duda no sería ninguno de los otros miembros del Compendio. Habían sido unos inútiles, permitiendo que sus mundos se desestabilizaran por la llegada de unos viajeros.

    En el mundo del Soberano aún no había divisado a nadie, pero cuando lo hiciera, no tardaría en someterlos bajo su control.