Christopher MacLeod | Bosque de los Lobos
TARDE
Las hojas secas crujieron bajo el peso de mis botas con un sonido que inundaba mis oídos y me ponía alerta. Para los demás no debía ser así, apenas un sonido molesto que quizá podría alertar a alguien si estuviese lo suficientemente pendiente, pero que en la mayor parte de los casos terminaría tapado por el fuerte viento de esa tarde.
Tampoco para mí debería resultar tan ensordecedor, pero mis sentidos estaban mucho más alerta de lo habitual. Era como si una parte de mí, la parte animal, salvaje y violenta, reconociese el bosque al que los de su especie habían dado nombre con sus aullidos a la luz de la luna llena.