CHRISTOPHER MACLEOD | LA NAVE
MAÑANA
Aproveché el tiempo que tardaba el portón del garaje de la nave en elevarse para comprobar el móvil de forma casi compulsiva. No había nada importante, ningún aviso de Diana ni Ed y eso podía ser bueno o malo, no sabía exactamente qué pensar. Dejé el teléfono en el asiento del copiloto y aparqué el coche.
Mi cerebro y mi corazón confiaban en Diana completamente, la conocía bien y sabía que los problemas entre Ed y ella se solucionarían, pero no siempre era fácil pensar fríamente. A veces entraban en juego inseguridades más difíciles de controlar, el miedo a una consecuencia que queremos evitar con tanto ahínco que nos hace dudar constantemente incluso de lo que más seguros estamos.