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Etiqueta: parenthood: Christopher y Amy

  • DESTINOS ENTRELAZADOS

    INTERLUDIO

    CHRISTOPHER MACLEOD

    MADRUGADA – BIBLIOTECA SECRETA DE LA ESCUELA LEGADO

    Me estiré durante unos segundos en la silla y escuché mi espalda crugir. Dejé las gafas a un lado en la mesa y me froté los ojos, cansado. Era mi segunda noche sin dormir, exceptuando dos cabezadas que había dado mientras repasaba todo lo que sabíamos sobre los Daë, las Pruebas y los discos.

    Por una parte,  la visión de Diana había resultado tranquilizadora. Al menos sabíamos dónde estaban nuestros niños y podíamos descartar una fatalidad que no quería ni siquiera imaginar cómo habríamos llevado.

    Pero eso no evitaba que estuvieran en peligro y que no pudiéramos quedarnos sentados de brazos cruzados mientras ellos cargaban el peso del mundo a sus espaldas.

    La primera noche apenas sabía qué hacer, así que empecé a rememorar todo lo que nos había ocurrido a nosotros y creé un mapa de los sucesos relacionados con Verónica Preston, que de acuerdo a lo que decía mi hija, llevaba con nosotros desde la noche en la que escapamos de la Iniciativa por primera vez, hace más de veinticinco años.

    Cuando llegó la mañana me detuve para avisar en la Universidad de que tenía que tomarme el día. Y fue entonces, después de darme una ducha para despejarme, cuando encontré mi disco. Estaba allí, donde siempre lo había guardado, en una caja de metal labrada encima de una cajonera de nuestra habitación. Había acudido a ella por mero instinto, como una especie de corazonada. Y allí estaba.

    Lo cogí entre las manos y lo primero que hice fue llamar a los demás para ver si ellos también tenían los suyos. Contuve el miedo mientras lo hacía. Ser padre te cambia completamente. No es algo que pase de la noche a la mañana, pero para cuando te vas a dar cuenta, eres consciente de que hay seres nuevos en el mundo que dependen de ti y a los que quieres más de lo que podrías haber imaginado.

    El mero pensamiento de que a una de mis niñas le hubiese pasado algo hacía que cada uno de los tonos del teléfono me golpease como un martillo. Apenas me mantenía entero. Diana descolgó el teléfono y se marchó corriendo a comprobarlo en su bolso. El disco estaba allí. Uno a uno los fui llamando a todos y la respuesta fue la misma. Todos los discos habían vuelto.

    La visión de Diana era tranquilizadora, así que hice a un lado la idea de que les hubiera pasado algo a todos. Tenía que dejar a un lado los miedos y ser lógico. No fue fácil, como os digo, tener hijos te cambia. Hacía más de veinte años que había sobrevivido al Demonio del Miedo y era consciente de que en ese momento no sería capaz de repetirlo. Tenía demasiadas cosas que perder, empezando por Diana y las niñas. Finalmente, me aferré a la respuesta lógica, que era que los Daesdi habían devueltos los discos a su lugar después de que los niños fueran al Axis Mundi.

    Desde ese momento había estado casi sin descanso estudiando el disco en la biblioteca privada de los Moondies, casi todo el tiempo acompañado por alguno de los demás. Hacía ya tres horas que había mandado a Diana a descansar. Había ido poco después a la sala común y la había encontrado dormida, así que la arropé. Me quedé unos minutos con ella, sin ganas de quedarme solo de nuevo con mis pensamientos.

    Poco después de volver había dado dos cabezadas sobre el libro que tenía delante y eso me llevaba al presente, donde llevaba diez minutos dándole vueltas al disco, buscando detalles que nunca había encontrado.

    Dicen que la fé está ahí para cuando estamos desesperados. Para no perder la esperanza cuando no hay nada más a lo que aferrarse. Nunca había estado demasiado implicado en la fé. Era un hombre práctico, que había visto demasiadas cosas: demonios, magia, espectros, muertos que se alzan en vida, entidades de la misma naturaleza. Todo eso era tangible. Incluso habíamos visto a los Daesdi, que no eran más que tres entidades con poderes muy superiores a los nuestros, pero no dioses. Ante todo eso, ponía la fé en mí mismo y en los demás. Pero en ese momento no sabía qué hacer, así que con el disco en la mano, recé y pensé en mis niñas.

    Recordé su inocencia cuando eran pequeñas. Recorrer la casa a caballito con Vera a la espalda. Las risas de Amy, que conseguían arrancarte una sin que pudieras evitarlo. Las primeras palabras de Kaylee después de ‘Mami’, ‘Mima’ y ‘Papa’ diciendo ‘Eyaa’ para referirse a Freya.

    – [MacLeod]Por favor, que mis niñas estén bien. Por favor, no dejes que les pase nada…[/MacLeod] – rogaba mentalmente, esperando que mi mera fuerza de voluntad sirviese para cambiar las cosas.

    – [Leo]¿Quién es? ¿A quién estoy escuchando?[/Leo] – dijo una voz que resonaba en mi mente. Abrí los ojos sobresaltado. Sinceramente, un escalofrío recorrió mi espalda y en ese momento me planteé mi falta de fé.

    – [MacLeod]Christopher MacLeod. ¿Y tú?[/MacLeod] – busqué la entereza de la que carecía en ese momento para parecer calmado

    – [Leo]¿Christopher? Soy Leo, Leo Arkkan.[/Leo] – dijo la voz. Me había resultado conocida, pero no esperaba escuchar a Leo hablando en mi mente.

    – [MacLeod]¿Leo? ¿Cómo es posible? ¿Dónde estáis? ¿Estáis todos bien?[/MacLeod] – pregunté. Demasiadas preguntas. Tenía que ordenar mis pensamientos. Fuese lo que fuese la conexión que estaba teniendo con Leo, podía agotarse.

    – [Leo]Estaba tratando de dormir. Me desperté con un impulso de coger el disco, pero ya no estaba. En su lugar encontré un orbe como de cristal y al tocarlo te escuché.[/Leo] – explicó. – [Leo]Los Daesdi nos han enviado a otro lugar del universo, a un grupo de planetas que llaman Cúmulo Nexus, para guiar a los Daë de aquí. Estamos bien, pero estamos separados.[/Leo] – continuó. Era mucha información que procesar, así que tomé nota de lo que me estaba diciendo con mucho cuidado de no perder la concentración ni soltar el disco.

    – [MacLeod]No sé cuando tiempo tenemos, así que necesito que seas conciso. ¿Estás solo? ¿Cómo es el lugar en el que estás? ¿Qué más han dicho los Daesdi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Leo]Estoy con Amy y Ezra. Estamos en un mundo que parece la vieja Escocia.[/Leo] – comentó. Contuve a duras penas el impulso de pedirle que me pasara con mi niña. Sabía que tenía que conseguir más información y podía perder el contacto antes de conseguir saber más. – [Leo]Fuimos a impedir que los demás entrasen a las Pruebas, pero Omega apareció con la apariencia de Tina. Es igual que Jane, parece igual de joven.[/Leo] – añadió. Hizo una pausa muy breve y siguió. – [Leo]Huimos y aparecimos con los Daesdi. Nos dijeron que antes de pasar nuestras Pruebas debemos reunir a los Daë del Cúmulo. Son los que conocéis: el demonio Oriax, el elfo…no recuerdo como se llama, el de mi madre.[/Leo] – trató de aclarar.

    – [MacLeod]¿Os han enviado al pasado?[/MacLeod] – pregunté, más para mí que para él, que emitió un sonido que significaba que no lo tenía claro. – [MacLeod]Dime como es el orbe.[/MacLeod] – tenía muchas más preguntas que me apetecía hacer en ese momento, pero lo principal era mantener la comunicación con ellos. Era cosa de mi disco y su orbe, así que necesitaba saber cómo funcionaba, por qué había conectado con Leo y no con otro.

    – [Leo]Parece una gema, pero de dos colores que se mezclan entre sí, moviendose continuamente. Es del tamaño de la palma de mi mano.[/Leo] – describió.

    – [MacLeod]Dime los colores.[/MacLeod] – pedí.

    – [Leo]Azul celeste, frío. Y el otro es verde agua. [/Leo] – dijo él, finalmente.

    – [MacLeod]Son los colores de mi disco. Gelus Terram. Puede que sean tus elementos de daë.[/MacLeod] – teoricé. – [MacLeod]Llama a Amy, dile que coja su orbe. Voy a intentar comunicar con ella. No pierdas la tuya de vista por si no lo consigo.[/MacLeod] – pedí, temiendo cortar aquella frágil conexión que me unía a ellos. – [MacLeod]Espera, ¿en qué pensabas cuando cogiste la orbe?[/MacLeod] – la duda me asaltó, no solo debía haberse puesto a la escucha, tenía que haber algo más.

    – [Leo]En Kaylee.[/Leo] – dijo, sin más detalles.

    – [MacLeod]Oh. De acuerdo. Dile a Amy que piense en mí. Y Leo, si no volvemos a hablar, cuida de ellas, por favor.[/MacLeod] – de pronto su imagen se manifestó delante de mí, más clara, como si nuestra conexión fuera más intensa en ese momento. Asintió, mirándome. Él también podía verme.

    Cortamos la conexión y me aferré al disco. Él me escuchó después de que pensara en las niñas, en mi pequeña Kay, cuando él también pensaba en ella. Su alegría cuando era pequeña, su fuerza, que pareció apagarse cuando Leo se marchó. Todos aquellos años sufriendo, perdiendo una parte de nosotros mismos viendo a nuestra hija pasarlo mal.

    Entonces la sentí. – [MacLeod]¿Amy? Por favor dime que estás ahí.[/MacLeod] – pedí. Mi corazón iba a toda velocidad y estaba a punto de llorar, pero siempre había sido un hombre muy práctico. Dejaría las lágrimas para cuando no tuviera que ayudar a mi pequeña a estar a salvo.

    – [Amy]¿Qué quieres, brasas?[/Amy] -replicó mi hija mayor. La habría reconocido en cualquier condición, aunque tengo que reconocer que no era exactamente la respuesta que esperaba.

    – [MacLeod]¿Me estás diciendo que llevo dos noches sin dormir porque habéis desaparecido y cuando por fin hablamos me llamas brasas?[/MacLeod] – le repliqué. Estaba convirtiendo mi preocupación en una reprimenda, así que traté de concentrarme.

    – [Amy]Sep.[/Amy]- sentenció. Su imagen empezó a aparecer delante de mí y vi que se reía. Hacía mucho que no la veía reirse. Solo con verla me sentí mejor.

    – [MacLeod]A veces eres igual que tu madre.[/MacLeod] – respondí, suspirando. – [MacLeod]Amy, necesito que me digas de qué colores es tu orbe.[/MacLeod] – pregunté, odiándome por tener que ser práctico y conciso. No era un momento para la lógica, era un momento para alegrarme de ver a mi niña sana y salva. Pero ni eso podía disfrutar con normalidad.

    – [Amy]Azul y verde.[/Amy]- resumió. Dicen que los niños se parecen a sus padrinos y sin duda Amy había salido tan parca en palabras como el suyo.- [Amy]¿Cómo estáis?[/Amy] – añadió. Poder mirarla a los ojos sabiendo que ella también me veía era un milagro. Con Leo había costado más tiempo verle directamente, quizá porque no teníamos un vínculo tan intenso.

    – [MacLeod]Ahora mejor, estábamos muy preocupados. Tu madre tuvo una visión.[/MacLeod] – resumir en pocas palabras el desasosiego de los últimos días era imposible y Amy no necesitaba saber lo mal que lo habíamos pasado. – [MacLeod]¿Estás a salvo, tesoro?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Amy]Estoy con Leo.[/Amy]- se quejó. Que Leo se fuera había sido el catalizador de la depresión de Amy, pero como buen padre, sabía que había algo más, algo que no estaba contando, pero aprendí a tener paciencia y a esperar que algún día lo contase todo, por muy difícil que fuese.

    – [MacLeod]Lo sé. Pero sé que estarás bien. [/MacLeod] – dije tratando de darle confianza, pese a que yo mismo careciera de ella. – [MacLeod]No sé si preocuparme de haber conectado primero con él porque estaba pensando en tu hermana.[/MacLeod] – comenté cuando el pensamiento se me pasó por la cabeza.

    – [Amy]Lo que nos faltaba…[/Amy]- se quejó de nuevo. Me asaltó el miedo de no saber cuánto tiempo más podríamos estar hablando.

    – [MacLeod]Escucha, cariño. Sé poco de esto, pero te explico mi teoría, por si se corta la conexión.[/MacLeod] – dije, gesticulando ahora que sabía que me veía. – [MacLeod]Leo dice que el orbe estaba donde desapareció el disco, que ahora volvemos a tener nosotros. El de Leo tiene los mismos colores que el mío, y el tuyo tiene el azul, que seguramente será claro.[/MacLeod] – expliqué, aprovechando para ordenar mis ideas. – [MacLeod]Voy a hacer pruebas para comprobarlo, pero creo que solo puedo comunicarme con los que tengan alguno de mis elementos de Daë, porque no respondió nadie hasta que di con Leo.[/MacLeod] – era una teoría, quizá podía hablar con cualquiera, pero era demasiada coincidencia.

    – [Amy]Tiene sentido[/Amy] – replicó mi hija. La vi tan decidida y tan sabia allí delante de mí, enfrentándose a lo desconocido de forma tan estoica. Habían crecido mucho. Quizá no nos necesitaban tanto ya como nosotros a ellas.

    – [MacLeod]No vamos a apartarnos de los discos.[/MacLeod] – le prometí, sin saber quién necesitaba más esa promesa. – [MacLeod]Cuando nos necesitéis, estaremos aquí. Y si no nos necesitáis…llamadnos igual.[/MacLeod] – le pedí. No eran unas vacaciones así que estaba justificado pedirles que nos llamaran a diario sin parecer un padre loco.

    – [Amy]Por favor, papá. Qué cursi eres[/Amy].- replicó llevándose una mano a la cara, avergonzada, pero la vi sonreír. Hacía tanto que no podíamos hablar en condiciones. Me pregunté si no les habríamos dado por sentado demasiado pronto. Había hecho falta todo esto para poder estar más unidos.

    – [MacLeod]No soy cursi. Me preocupo por vosotras.[/MacLeod] – me quejé. Había intentado siempre ser un padre a la altura de las circunstancias y conectar siempre con ellas, pero tres hijas son muchas hijas y me había pasado diez años cansado. – [MacLeod]Eso no es ser cursi. Simplemente os quiero mucho.[/MacLeod] – añadí. No está mal decir que quieres a tus hijos, había sido una herencia de masculinidad tóxica durante años. Quería a mi padre y sabía que él también a mí, pero nunca nos lo habíamos dicho. Y eso era un error que debía continuar. – [MacLeod]Pero no soy cursi. Soy…guay. ¿Soy cursi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Diana]No eres guay desde 2015.[/Diana]- escuché decir a otra voz, una que siempre conseguía dar calidez a mi corazón. Me giré y vi a Diana en el umbral de la puerta, con cara de cansada.

    – [MacLeod]Voy a intentar pasarte con tu madre, a ver si funciona. Si se corta, volveré a llamarte mañana.[/MacLeod] .- dije mirando una vez más a mi pequeña. Diana se puso donde la dije mirándome extrañada. No había visto a Amy.

    Le tendí mi disco y le dije que pensara en Amy, pero no llegó a contactar con ella.

    – [MacLeod]Cariño, era Amy, podemos hablar con ellos, con los discos.[/MacLeod] – le cogí las manos, conteniendo a duras penas las lágrimas. Había pasado mucho miedo por ellas.

    – [Diana]¿Estás perdiendo la cabeza?[/Diana]- me preguntó, mirándome fijamente.

    Negué con la cabeza, dándome cuenta de que quizá había sonado un poco loco con el disco en la mano mirando hacia un punto en el que solo yo veía a Amy.

    – [MacLeod]Podemos comunicarnos a través de los discos, con los que tengan un elemento en común con nosotros. Hablé con Leo, que es Terram Gelus, y luego con Amy que es Gelus. Tú no pudiste hablar con ella porque no tenéis elemento en común.[/MacLeod] – le señalé las anotaciones de lo que había ido diciendo Leo.

    – [Diana]Pues vaya mierda de sistema.[/Diana] – espetó, creyéndome.

    Me encogí de hombros, no podía decirle mucho más porque tenía poca información. Iba a ser imposible saber de base qué elementos tenía cada uno de los niños, así que tocaría hacer prueba y error. – [MacLeod]Tiene que ver con la conexión entre elementos. En teoría Lucy conecta con todos nosotros, así que quizá ella podría hablar con todos los niños.[/MacLeod] – teoricé, recordando aquella vez en la que Lucy nos hizo ver los recuerdos de las personas cercanas. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que me había perdido en mis pensamientos. Vi a Diana sentada a mi lado, con cara de cansada. Siempre parecía fuerte, pero era frágil, todos lo éramos. Me percaté de que apenas la había visto los últimos días, aunque estuviese a mi lado. Así que la abracé y le di un largo beso en los labios.

    – [Diana]Habrá que dormir, ¿no?[/Diana] – dijo ella, mirando el reloj que tenía sobre la mesa. Era tarde, sí.

    – [MacLeod]Primero tengo que avisar a los demás. No podemos perder los discos de vista.[/MacLeod] – me puse en pie, con renovadas fuerzas.

    – [Diana]Son las cinco de la mañana.[/Diana]- se quejó Diana, con un gesto igual que el que había hecho Amy hacía unos minutos.- [Diana]He tenido tres hijas y merezco dormir.[/Diana] – sentenció.

    Le sonreí, había estado despierta hasta muy tarde ayudándome. – [MacLeod]Tú ve a descansar, cariño.[/MacLeod] – la acompañé a la sala común y la tapé con un par de mantas.

    – [Diana]Van a estar bien.[/Diana]- dijo cubriéndose hasta la cabeza con la manta.- [Diana]Son mis hijas.[/Diana] – añadió.

    – [MacLeod]Lo sé. Te quiero cariño.[/MacLeod] – le di un beso en la mínima parte que tenía descubierta y me fui hacia la biblioteca, dispuesto a llamar a los demás. La primera sería Sarah, sabía que estaría despierta.

    Por fin tenía buenas noticias. Por poco que pudiéramos hacer, teníamos contacto con los niños y eso significaba que podíamos aferrarnos a resultarles útiles, a ayudarles con lo que necesitaran. No era mucho, pero era suficiente.

     

     

    Os dejo un enlace a los diferentes «cluster» de comunicación. http://biblioteca.moondale.es/2019/01/18/clusters/

  • EL SACRIFICIO MERECE LA PENA

    Christopher MacLeod, Hospital St.Anne, Merelia

    diana090915

    Finalmente, después de todo el sufrimiento, de los sacrificios, las preocupaciones, los nervios y el miedo, allí estaba. Nuestra pequeña Amy, sana y salva y mi preciosa Diana, también perfectamente. Todo lo que había hecho había valido la pena solo por llegar a ese momento.

    Resulta muy difícil explicar cómo me sentía. No importaba tener una habilidad sobrehumana que te permitiese hablar cualquier lengua, viva o muerta. A la hora de la verdad cualquier palabra se quedaba corta para definir la alegría, el amor y la libertad de estrés que estaba experimentando.

    Jamás habría podido pensar que estando allí, incapaz de hacer nada por ayudar a Sarah y a los demás en la crisis actual, solo con mirar a ese pequeño milagro de ojos castaños y a la persona que lo había hecho posible, toda la ansiedad desaparecería de un plumazo.

    Con eso no quiero decir que no estuviese preocupado por Sarah y por los demás. Lo estaba, y mucho. Me movía por la habitación inquieto, intentando pensar en algo que pudiese hacer, porque dejar a Diana en ese momento no era una opción. Por un instante quise convencerme de que permanecía allí porque también tenía que estar protegiendo alguien a Diana, porque era la única además de Ed que podía hacer el ritual. Pero la realidad era mucho más simple, no quería abandonar a la madre de mi hija, a la persona que más me importaba, en un momento tan importante. Tenía que confiar en que ellos podrían arreglárselas sin mí. Aunque no fuese fácil.

    Pero a lo que quería llegar era al hecho de que, pese a todo eso rondando mi cabeza, estaba en paz. Me costaba no encontrar esperanza y confianza en que todo saliese bien también para ellos, porque después del milagro que había vivido, me resultaba complicado no confiar en el mundo.

    También contribuía el hecho de tener una cuñada maravillosa que había insistido en que no me moviese de allí. Lo leeréis muchas veces en este diario si llega a manos de alguien, pero estaba orgulloso de Sarah. Ese orgullo nunca flaqueaba, pero había veces que incluso esperando lo mejor de ella, me sorprendía gratamente.

    Me acerqué a la cuna en la que estaba Amy, moviendo su diminuto cuerpecillo que sacaba mi instinto protector y me hacía temer por su vida cada vez que la cogía en brazos. Acerqué a ella el índice de la mano derecha y lo rozó con su pequeña manita.

    Escuché pasos al otro lado de la puerta y me aparté lentamente de la cuna, mientras Diana me observaba, extrañada. Desde que Amy había nacido, sentía algo más agudos mis sentidos. Quizá no era yo solo quien tenía el instinto protector activado, también él.

    Cuando la puerta se abrió, vi que eran Jaime y Elizabeth, ya con ropas menos elegantes que las de la noche anterior. Tenía que agradecer lo que todos habían hecho, apareciendo en el hospital de madrugada después de hacer caso a Diana y seguir con la fiesta, perdiendo su oportunidad de descansar por acompañarnos moralmente.

    Miré una vez más a mi pequeña de ojos entrecerrados. Hubo muchas veces en mi vida en las que pensé que no llegaría a ver el día siguiente: cuando me atacó la licántropa; en el Tanteion, el Reino del Miedo; enfrentándonos a Mason; entrando en la Iniciativa; en las Pruebas. Finalmente, todas las veces había llegado a ver el día siguiente, como si todo ello me llevase a ese único momento, al instante perfecto en el que estaría junto a la persona que amaba y a mi hija, a la que ya quería más que a mi propia vida. No seré literario diciendo que en ese momento supe que ya podría morir feliz, porque era una estupidez. Todavía me quedaban muchos instantes perfectos que vivir junto a ellas dos. Y si el futuro alternativo no mentía, quizá con otra más.

    – [Elizabeth]¿Qué tal estáis?[/Elizabeth]- preguntó Elizabeth con una sonrisa. Pese a lo jovial que estaba, tenía ojos de cansada. Su noche de bodas había sido un poco ajetreada, y no de la forma que debiera ser. Dejó una bolsa de viaje encima de una de las sillas. Ropa para Diana y para el bebé, a las que dentro de poco podría llevarme a casa.

    Al pensar en eso, me vino a la mente de nuevo el miedo por Sarah y por los demás. Elizabeth no lo sabía y no estaba seguro de si debiera saberlo. Así que sonreí y miré a Diana, que me comprendería con tan solo esa mirada.

    – [Diana]Díselo[/Diana].- respondió sin dejar de sonreír. Suspiré, intentando componer la historia de lo más breve y tranquilizadora posible, teniendo en cuenta que Elizabeth me observaba con preocupación en la mirada.

    – [MacLeod]Tenemos una pequeña emergencia. De las nuestras.[/MacLeod] – comencé a explicar. Siempre había que tener cuidado al hablar de ciertas cosas en sitios públicos, así que eché un vistazo a la puerta para asegurarme de que estuviese cerrada. Me hacían mucha gracia las series en las que se ponían a hablar de drogas o de seres sobrenaturales en cafeterías llenas de gente que casualmente no ponían el oído en conversaciones ajenas. – [MacLeod]Los del Palacio persiguen a Sarah. Ed está con ella para arreglar el problema.[/MacLeod] – terminé de explicar. Parecía mentira que estuviese hablando de ese muchacho amigo de las Echolls que se atropellaba a veces con las palabras. Ahora iba camino de convertirse en Vigilante y era un invocador de pleno derecho, con la vida de Sarah en sus manos.

    – [Elizabeth]¿Están todos bien?[/Elizabeth]- preguntó, preocupada. Elizabeth tenía un papel en esta historia que jamás envidiaría. En ese mismo instante estaba viviendo algo parecido, sin poder hacer nada por los demás, y la preocupación podía llegar a devorarte.

    – [MacLeod]Ahora mismo solo sabemos que el resto estaba dejándoles tiempo para escapar.[/MacLeod] – admití con pesar. Hasta el momento, las intenciones de Z no parecían implicar hacernos daño permanente a ninguno, pero cualquier cosa que se cruzase en su plan de recuperar a su esposa podía resultar un estorbo. – [MacLeod]Pero Diana ha tenido una visión.[/MacLeod] – añadí intentando darles una esperanza a la que aferrarse, la misma a la que yo me aferraba.

    – [Elizabeth]¿Buena o mala?[/Elizabeth]- preguntó ella, asustada.

    – [Diana]Ed tiene que hacer un ritual para sacar el espíritu de la mujer muerta de Z[/Diana].- Elizabeth abrió completamente los ojos.- [Diana]Es que tu hija pequeña estaba poseída[/Diana].- explicó Diana con una sonrisa. La miré, estaba tan feliz, verdaderamente feliz, que me resultaba casi imposible no confiar en que todo fuese a salir bien. Sus visiones se habían echado de menos el tiempo que había estado embarazada, muchas veces eran un alivio de las preocupaciones, aunque siempre pudieran cambiar.

    – [MacLeod]No es un espíritu malo. La habían metido en ella para hacer que la poseyera, pero no quiso.[/MacLeod] – continué explicando para que Elizabeth no pensase en algo parecido a Poltergeist. Después caí en la cuenta de lo que había pasado con el padre de Lucy y me di cuenta de por qué la palabra posesión podía haber sonado un poco fuerte. – [MacLeod]Y ahora quieren recuperarla para volver a intentar lo mismo.[/MacLeod] – añadí. La diferencia estaba en que esta vez todos sabíamos lo que pretendía y por mucho que Sarah intentase protegernos, no íbamos a dejar que se la llevasen.

    El rostro de Elizabeth permanecía mudo de miedo por su hija pequeña.

    – [MacLeod]Diana ha visto a Sarah bien, y parece bastante segura de la visión.[/MacLeod] – la animé. En otras ocasiones Diana había dudado, pero esta vez estaba tan segura de sí misma que yo mismo me sentía seguro. La miré y asintió para confirmarlo. Al ver su sonrisa pensé en lo duro que habría resultado para ella no tener visiones durante todo ese tiempo, como si le hubieran anulado un sentido. – [MacLeod]¿Qué tal vosotros?[/MacLeod] – les pregunté intentando que no se preocupasen demasiado.

    – [Elizabeth]Bien…[/Elizabeth]- respondió con un hilo de voz. Jaime le pasó una mano por los hombros. Mi mano buscó instintivamente la de Diana para cogerla entre las mías. Era tan pequeña, tan frágil. Había tenido mucho miedo a perderlas.

    – [Jaime]Ya se…ha acabado lo de…cantar.[/Jaime] – explicó mi vecino subiéndose las gafas. Me quedé pensativo respecto a lo que acababa de decir, pero antes de eso tenía que arreglar la preocupación de Elizabeth. Di un apretón a la mano de Diana y me puse en pie para acercarme a la cuna, donde la pequeña dormitaba. Llamé a Elizabeth y enumeré con ella los parecidos de la niña con Diana, para intentar mantenerla distraída. Diana contribuía bromeando con que la estuviésemos llamando calva y arrugada.

    – [Elizabeth]Al final, no ha salido peluda[/Elizabeth].- sonrió pasando una mano por mi espalda. Esa mujer era la viva imagen del cariño a sus hijas. Estaba orgulloso de saber que Diana también lo sería para las nuestras, para la nuestra.

    – [MacLeod]Ni te imaginas el alivio.[/MacLeod] – afirmé sonriéndole de corazón. Me volví hacia los demás, dejándola con Amy. – [MacLeod]¿Qué decías de cantar, Jaime?[/MacLeod] – le pregunté. Era una de las cosas que nunca olvidaríamos de la boda y el nacimiento de Amy.

    – [Diana]¿Qué has tenido que hacer para que pare?[/Diana]- preguntó la preciosa mujer de pelo castaño rojizo con la que había tenido la suerte de compartir mi vida y tener una hija en común.

    – [Jaime]Cuando nos fuimos a dormir…empecé a sentir…quiero decir….mis sentimientos estaban a flor de piel…terminé cantando y vino un…demonio.[/Jaime] – intentó explicar poniendo mucho cuidado en las palabras referentes a su noche de bodas, especialmente cuando miraba a Diana.

    – [Elizabeth]Pero no era un demonio con mala pinta. El chico estaba muy aseado y hablaba de forma educada[/Elizabeth].- apuntó Elizabeth con una sonrisilla a la que correspondió su hija.

    Jaime la miró entrecerrando los ojos, pero ella mantuvo la sonrisa. – [Jaime]Llevaba una lira…decía que mi…miedo a cantar le había invocado…así que abrí la ventana y…seguí cantando.[/Jaime] – continuó explicando, empezando a ponerse rojo como un hierro al fuego. Resumiendo, esa noche el resto de personas del hotel habían pensado que el novio había bebido demasiado y se había puesto a cantar a pleno pulmón con la ventana abierta.

    Al menos todo había ido lo mejor que se había podido. Con el control que ejercía sobre nosotros ese demonio, podríamos habernos mostrado tal y como éramos delante de gente corriente, desconocedora del mundo sobrenatural. Aún no sabía cómo defenderíamos el Condado sin exponernos nosotros mismos.

    – [Diana]Por eso está nublado hoy, ¿eh, campeón?[/Diana]- bromeó Diana soltando una carcajada.

    Jaime se llevó una mano a la nuca, avergonzado. – [Jaime]Se disolvió en el viento después de sonreírme.[/Jaime] – aclaró. Quizá tuvo que ver con la tensión, pero todos nos reímos.

    – [Diana]A ver si hay suerte y Z también se disuelve[/Diana].- farfulló Diana. Me di cuenta de que debía sentirse aún más frustrada que yo. En mi caso, había decidido quedarme por voluntad propia. Diana no tenía mucha elección, no podía levantarse así como así y darse el alta sola alegando que necesitaba hacer un exorcismo a su hermana.

    – [MacLeod]Ahora descansa. Pueden apañárselas sin nosotros.[/MacLeod] – le recordé. Podíamos confiar en Ed, eso Diana también lo sabía. Aunque estaría deseando lanzar algunas bolas de fuego a los que intentasen atacarles.

    Diana se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido. Miré de reojo a Amy, que se movía, entrecerrando sus ojos. Si la hija se parecía tanto a la madre como parecía, iba a ser fuerte. Y buena, empática, lista, simpática y preciosa. Ojalá se pareciera a ella.

  • RESPUESTAS

    RESPUESTAS

    Christopher MacLeod | Aleion, Subconsciente de Sarah

    desconocido

    macleodvaquera

    Las copas de los árboles se mecían en el viento con una tranquilidad asombrosa, casi irreal habría pensado, de no haber sabido que era muy real, o al menos lo había sido. El silencio comenzó a romperse poco a poco, presa de unos pies calzados en botas pesadas que aguantaban el peso de cuerpos cargados de armas.

    Los cazadores atravesaron todo el bosque hasta llegar al claro donde descansaba el clan de demonios Gygax. Todo pasó muy deprisa, pero la barbarie nunca se me olvidaría, como espero que no se le olvide a cualquiera que lea este diario.

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  • LA LABOR DE UN VIGILANTE

    LA LABOR DE UN VIGILANTE

    Christopher MacLeod | Subconsciente de Sarah, Aleion

    ALBA ETERNO

    macleodcuero

    Resultaba curioso como llegábamos a cambiar las personas. No importaba cuánto tiempo hubieses estado solo hasta el momento en el que conoces al amor de tu vida, una vez lo haces, estás destinado a echarla de menos y a no concebir una vida sin ella, aunque ya la hayas conocido.

    Diana acababa de irse y ya estaba lamentando mi decisión de quedarme, pero tenía una tarea que hacer en el subconsciente de Sarah, empezando por las maletas que no estaban todavía en la sección de objetos perdidos.

    Recordaba perfectamente el colapso que había tenido en el Palacio por culpa de la acumulación de recuerdos y saber que seguían en su mente me hacía preocuparme porque volviera a suceder. Además, necesitábamos la información que contenían y entrar a la mente de alguien no es algo que se haga todos los días.

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