Diarios de Destino
El gigantesco licántropo de pelaje negro estaba completamente estirado sobre la mesa de laboratorio. Cada movimiento sacudía la mesa como si de un terremoto se tratase, parecía que los grilletes que le sujetaban fuesen a ceder en cualquier momento.
– [b]Sedadle, con moderación. [/b] – dijo la doctora Saunders, y acto seguido apuntó algo en su libreta y añadió. – [b]Necesitamos que esté consciente. [/b]
Uno de los investigadores preparó una dosis en una jeringuilla, se acercó con cautela al cuello del licántropo y con un rápido movimiento se la clavó. El sedante tardó unos segundos en hacer efecto, durante ese tiempo, el licántropo seguía sacudiéndose mientras gruñía, parecía estar maldiciendo a todos en esa sala.