Moondale

LLAMADAS DE CASA

[ [b]January Allard | Residencia Universitaria Hexe | [color=green]{ con Ann & Sarah }[/color] ][/b][/align]

januaryallard

Había llegado de San Francisco aquella misma mañana y hacía poco más de una hora que había descubierto cuál era mi nueva habitación y quién mi compañera, así que la maleta seguía cerrada a los pies de la cama. Había también dos cajas que había tenido que trasladar desde mi anterior habitación y que había dejado encima del escritorio, esperando a que se me ocurriese comenzar a sacar marcos de fotos, recortes de periódico, lámparas y demás objetos decorativos que había ido acumulando durante aquellos años en la residencia. Tumbada en la cama, con el libro en la mano, echaba un vistazo ocasional a las cajas y me planteaba ponerme a ordenar. Al fin y al cabo, Diana entraría a la habitación en cualquier momento y no quería que aquello pareciese un campo de batalla.

Sonreí al pensar en Diana. Puede que no estuviera tan unida con ella como con Sarah, pero desde que celebráramos juntos nuestros cumpleaños, no podía evitar sentir oleadas de cariño y gratitud hacia ella y Daniel y muchos otros, especialmente después de pasar las Navidades juntos. Era pensar en esos días y que una sonrisa tonta se me dibujara en la cara, como si de repente todo lo bueno pudiera compensar todo lo malo. Quizás por eso me había pasado las Navidades en San Francisco viendo capítulos de [i]Xena[/i] o [i]Roswell[/i] o releyendo [i]Hamlet[/i] como si no fuera ya capaz de recitar versos y escenas completas de memoria. Cada vez que tenía alguna de aquellas cosas en las manos me podía parar a recordar momentos especialmente bonitos del tricumpleaños, o de la Nochebuena, y era una sensación demasiado agradable para no querer recuperarla constantemente, como acurrucarse bajo una manta particularmente suave con una taza de chocolate caliente en una mano mientras sabes que al otro lado de la ventana hay quince centímetros de nieve acumulándose en tu jardín.

La melodía de mi móvil interrumpió mis pensamientos de repente y, dejando a un lado mi nueva (¿se podía llamar nuevo a algo tan antiguo?) edición de Hamlet, recorrí mi cama a gatas en busca de mi móvil. Tardé un rato en ubicarlo, así que contesté rápidamente sin siquiera mirar la pantalla.

-[b]¿Quién es?[/b]

-[i]¿Unas pocas horas en Moondale y ya te has olvidado de tu viejo padre?[/i]

Sonreí inmediatamente. Me había costado decidirme. Mi plan inicial había sido quedarme en Moondale todas las fiestas. Una parte de mí se había puesto mil excusas así misma, pero no había necesitado mucho tiempo para desengañarme. La razón era la misma que había tenido para negarme a las constantes invitaciones de mi madre para pasar por casa tras escapar de la Iniciativa: un miedo atroz a entrar en casa y comenzar a mentir descaradamente sobre lo bien que me estaba yendo el curso o, peor, acabar haciéndoles daño de forma irremediable.

Por suerte, había cambiado de opinión en el último momento y, aunque había sido demasiado tarde para pasar la Nochebuena con ellos, sí que había pasado el resto de las fiestas en casa, con nuestros tradicionales [i]tres[/i] árboles navideños, las diademas de renos que la tía Enna traía todos los años y las canciones de borrachera del primo Claude. Quizás ellos también habían colaborado para hacerme recuperar el buen humor. Ellos y no pensar en nada, estar lejos de todo lo que había pasado, habían conseguido hacerme recuperar la sonrisa. Aunque nada como él, mi padre, y sus charlas mientras me obligaba a tocar sus canciones favoritas a piano. No iba a haber una navidad que me permitiese librarme de tocar [i]Happy Xmas (War is over)[/i] mientras él se atiborraba a dulces navideños y cantaba por lo bajo, excusándose en su mala voz, para que sólo yo pudiera oírle y disfrutar una voz que distaba mucho de ser mala. Si tuviera que elegir un solo recuerdo para guardarlo toda la vida conmigo, probablemente sería ése.

-[b]¿Mi pa… quién?[/b] –bromeé. Le escuché reír al otro lado con esa voz profunda y grave que siempre había tenido.

De pequeña, cuando los demás niños aún creían en Santa Claus y yo me empeñaba en demostrar con datos empíricos (apuntes en una mano y enciclopedia en la otra, con unas gafas demasiado grandes resbalando por la punta de la nariz y sobre los hombros la bata de laboratorio regalo del abuelo), solía decir que lo más parecido en el mundo a Santa era mi padre, porque sólo él podía reírse así y que te dieran ganas de ir corriendo a sentarte en sus rodillas.

-[i]Tu madre quería asegurarse de que tú y tu reluciente coche nuevo no os habíais caído por un precipicio. Aunque creo que tenía más interés en el coche[/i] –dijo, riéndose entre dientes y ganándose una reprimenda de mi madre que no pude entender.

-[b]Pues puedes decirle a mamá que he llegado sana y salva y que el único peligro que corro ahora mismo es que la capa de polvo de mi habitación me coma, pero que creo que sobreviviré a ello hasta que vengan a limpiar.[/b]

La voz de mi madre al otro lado del teléfono no se hizo esperar. Pronto comenzó a recitar una serie de consejos que mi padre ni se molestó en repetirme. Ambos habíamos pasado los últimos años escuchando las mismas recomendaciones una y otra vez cada vez que volvía a la universidad y siempre nos habíamos limitado a compartir miradas de complicidad y sonreír sin que nos viera. Casi podía verle rodar los ojos al otro lado de la línea.

-[i]Está bien, pequeña. No te molesto más, entonces, que tendrás que verte con tus amigos. O con tu amigo[/i] –mi padre, ése hombre que era capaz de no variar la entonación ni un poquito y que tú igualmente supieras en qué estaba pensando-. [i]Cuídate.[/i]

-[b]Sabes que siempre lo hago, papá. Te quiero.[/b]

-[i]Yo también, cielo. Y recuerda lo que hablamos.[/i]

Respondí brevemente y colgué, sonriendo con algo de añoranza. Recordaba lo que habíamos hablado. Fue el primer día de mi llegada a San Francisco. Aún no había visto a mi madre, que estaba de compras, y llevaba gran parte de la tarde sentada en el sofá, leyéndoles cuentos a los torbellinos de mis primos pequeños. Mi padre había convencido a otra de mis primas para que me tomara el relevo y me llevó al jardín para decirme que me encontraba diferente. [i]Más triste.[/i], dijo, [i]No sé qué te ha pasado en Moondale, y ni se te ocurra decirme que nada, pero sea lo que sea, me lo puedes contar[/i], había dicho. No se lo había contado, por supuesto. ¿Cómo le explicas a tu padre que la expresión [i]días del mes[/i] acaba de cobrar para ti un sentido completamente diferente? Pero cuando él dijo, con la mirada triste, [i]Recuerda que soy tu padre[/i], no había podido seguir negando que me ocurría algo.

Suspiré, sentándome de nuevo en el borde de la cama y rememorando aquel día. Lo que había pasado después es que yo me había vuelto a sentir la niña de cinco años que se caía de la bici y se dejaba los labios en el bordillo día sí y día también, y él me había abrazado aceptando que no le contaría nada. Por suerte, pronto mi madre había entrado en casa gritando algo sobre algún rico que se había dejado su Rolls Royce en la entrada de la casa, arrancando la risa de todas las personas a las que ya había tenido que contarles sobre Alexander y su generoso regalo.

Después de eso, mi padre me había dejado ir y mi madre me había hecho contarle todo, como habíamos tenido costumbre de hacer cuando yo era una adolescente sobrehormonada y Seth el ojito derecho de mi madre. Desde el desayuno con Cecil y Liad, hasta la tarde de cine para ver [i]Malditos Bastardos[/i], ahora mi madre creía saber todo lo que tenía que saber sobre él. Sonreí al pensar en ello.

[QUOTE]Había sido en diciembre y, por supuesto, finalmente había sido yo quien cogiera el móvil y llamara, porque me había pasado demasiado tiempo diciendo que era una mujer del siglo veintiuno para al final esperar a que llamara él. Así que, un día, obviando por supuesto los grititos entusiasmados de Sarah, me había armado de valor y le había llamado para quedar. Y en aquellos momentos le esperaba fuera de su casa, apoyada en mi nuevo Rolls Royce azul y con el móvil en la mano, esperando a que bajara. Afortunadamente, no tardó mucho en aparecer y acercarse hasta donde yo estaba.

-[b][i]Hola[/b][/i]–saludó, dándome dos besos y echando una mirada al coche-. [b][i]Le estás dando un buen uso. [/b][/i]

Reí: -[b]Creo que me recorro la ciudad en coche unas tres veces al día, así que uso sí le estoy dando. Bueno no lo sé, que el embrague y yo tenemos una relación… curiosa.[/b]

Más que curiosa, había sido la razón de que hubiera suspendido tres veces el examen práctico de conducción antes de que, milagrosamente, hubiera conseguido conducir decentemente por las terribles cuestas de San Francisco. Claro que eso había pasado lejos de allí y nadie en Moondale iba a saberlo. De ninguna manera.

-[b][i]Debería haberle puesto el cambio automático, pero así tendré una excusa para que vengas a verme.[/b][/i]

Esbozó una media sonrisa, así que contuve la mía y asentí, como si fuera un mafioso de película ahorrándose un dramático [i]Entiendo[/i] que ya estaba demasiado trillado.

-[b]¿Así que es así como funcionará? Entonces me va a tocar a mí buscarme excusas para que vengas a verme [i]tú[/i][/b] –dije, intentando parecer lo más adorable posible.

-[b][i]Exacto. Y deberías ir pensándolas, soy difícil de convencer[/b][/i] –rió.

Enarqué las cejas, con expresión ahora incrédula, y me incorporé, separándome un poco del Rolls Royce y acercándome medio paso hacia delante: -[b]Vas a subirte en un coche conmigo. No estoy segura de si es muy buena idea retarme ahora[/b] –tras la amenaza, sonreí con dulzura, y su respuesta no se hizo de rogar:

-[b][i]Convencido[/b][/i] –sonrió, subiéndose al coche y ocupando el asiento del copiloto. Riéndome yo también, di una vuelta al coche y ocupé mi sitio al volante, arrancando.

-[b]Intentaré que lleguemos vivos pero[/b] –me giré para mirarle con cara de niña buena-, [b]no prometo nada[/b] –y no le di tiempo a decir nada antes de pisar el acelerador con algo más de entusiasmo del  necesario. [i]Es lo que pasa cuando le regalas un coche como éste a una chica como yo[/i], pensé. Demasiadas horas de consola, podía dar gracias de que no me pusiera a hacer trombos.

-[b][i]Me gusta el peligro.[/b][/i]

Sonreí mientras, dejando atrás su casa y cogiendo la carretera hacia Moondale.

-[b][i]¿Que tal va todo? [/b][/i] –preguntó.

-[b]Bien [/b]-repuse, encogiéndome brevemente de hombros, lo justo para no descontrolar el volante mientras miraba la carretera. No era plan de hacernos papilla contra una señal de tráfico, ahora que habíamos sobrevivido a generales locos y fiestas de cumpleaños con streapers zombies-. [b]Disfrutando las vacaciones y haciendo maratones de series, ya sabes. ¿Tú dónde has estado escondido? [/b]

-[b][i]He terminado de solucionar unos problemas. O casi [/b][/i]-dijo, mirándome mientras conducía-. [b][i]Suerte que me llamaste, necesitaba un día libre. Como vea un traje más, me volveré loco. [/b][/i]

-[b]¿Trajes? ¿Has dicho trajes? Y diiiiime, ¿son guapos tus accionistas? ¿necesitas una secretaria? Seguro que se me da estupendamente servir cafés a hombres guapos de traje [/b]-bromeé, imitando la expresión de uno de esos dibujos mangas que mis primas veían.

-[b][i]Si te gustan gordos, medio calvos y con arrugas tienes para elegir[/b][/i] –dijo, apoyando el brazo en la puerta-.[b][i] Si la secretaría eres tú, si, la necesito, urgentemente. [/b][/i]

Puse cara de desagrado antes de contestar: -[b]No es que tenga nada con contra hombres gordos, arrugados y calvos, pero creo que tengo otro estilo[/b] –dije, mirándole significativamente con una sonrisa-.[b] Aunque podría plantearme lo de ser tu secretaria si eres tú el que siempre lleva traje.[/b]

Giré el volante un poco, echando un vistazo al GPS. Si estaba en lo correcto, estábamos casi en el cine, así que giré para tomar un camino más rápido y recorrí una calle casi desierta para finalmente verlo justo a mi derecha.

-[b][i]Si te gusto con traje deberías verme sin él.[/i][/b]

Y menos mal que la calle estaba casi desierta, porque di un frenazo repentino (y luego las gracias por haber estado ya casi aparcados) y me quedé mirando la acera con cara de sorpresa. Rehaciéndome, contuve una risita y terminé de situar bien el coche en el aparcamiento. Era genial que no hubiera ningún otro cerca, porque lo de aparcar no era precisamente un talento que yo poseyera. Clavé el freno de mano y me giré, poniendo los brazos en jarra e intentando teñir mis gestos y mi voz con un tono retador que, ya lo sabía, no se me daba especialmente bien:

-[b]Pues si tanto me iba a gustar, ya estás tardando.[/b]

Enarqué las cejas, esperando que dijera algo.

-[b][i] Hace frío, pero te daré un adelanto[/b][/i] –fueron sus palabras. Palabras que, por supuesto, yo olvidé totalmente cuando acercó sus labios a los míos.[/QUOTE]

Sacudí la cabeza, con una sonrisa tonta en la cara, y eché un vistazo al reloj. Me sobresalté al ver que era ya hora de comer; eso explicaba que mi estómago comenzase a quejarse más de la cuenta. Por otro lado, no podía dejar todo aquello tal como estaba, o Diana sencillamente alucinaría. Con un suspiro, me recogí el pelo y encendí la música, dispuesta a pelearme con mi ropa y mis reliquias. Cogí mi maleta y la coloqué, no sin dificultad, sobre la cama. Había elegido la que estaba más lejos de la ventana, esperando que a Diana no le importase, así que elegí también la parte del armario que estaba en ese lado de la habitación. Canturreando por lo bajo y moviéndome al ritmo de la canción de [i]Mumm-ra[/i] que sonaba desde mi ordenador, me dispuse a arreglar la habitación.

No me dio tiempo a hacer demasiado, porque antes de que me diera cuenta unos nudillos contra la puerta se inmiscuyeron entre las notas de [i]She’s got you high[/i]. Apagué la música bajando la tapa del ordenador y fui a abrir la puerta; Ann y Sarah me esperaban al otro lado.

Sonreí: -[b]Vaya, no sabía que la nueva Rectora había abierto un servicio de rubias adorables a domicilio. [/b]

Sarah sonrió conmigo, cogida del brazo de Ann.

-[b][i]Venimos a secuestrarte.[/b][/i]

-[b][i]Y esperamos que no opongas resistencia, o nos veremos obligadas a usar cosquillas como método de persuasión[/b][/i] -añadió Ann, tendiéndome el brazo que no tenía ocupado.

-[b]Oh, bueno, si me amenazáis con las cosquillas… no tengo más remedio que rendirme[/b] -les levanté un dedo, para que esperaran, y rápidamente cogí mi chaqueta negra y mi bolso, agarrándome al brazo de Ann y cerrando la puerta mientras confiaba en que la llave siguiera en el bolso-. [b]Soy toooooda vuestra.[/b]

-[b][i]Así me gusta, que no opongas mucha resistencia[/b][/i] -utilizó un movimiento de cejas para componer una expresión pícara-. [b][i]Puedo llegar a ser muy persuasiva[/b][/i] -rió-. [b][i]¿Qué os apetece comer?[/b][/i]

-[b][i]Lo que sea… pero ya[/b][/i] -dijo Sarah, fingiendo marearse por el hambre.

-[b]¿Algo guarro y con mucha grasa, que podamos coronar con un helado de chocolate del tamaño del Titanic?[/b] -solté, rápidamente. La verdad es que había pasado todas las Navidades atiborrándome de comidas copiosas, marca de la familia Allard, y probablemente tendría que haber optado por algo más sano o me acabaría dando algo, pero el hambre es el hambre y en aquellos momentos el olor a hamburguesa basura recién hecha se me antojaba tan apetecible que mareaba. Ann coincidía conmigo.

-[b][i]Voto por eso [/b][/i]-dijo, asintiendo entusiasmada-. [b][i]Además, tengamos en cuenta que hace un siglo que he desayunado[/b][/i] -volvió a reír-. [b][i]Y estoy muy canina ahora mismo.[/b][/i]

No pillé el símil hasta que Sarah nos miró a las dos, como si pensara en la posibilidad de que nos pusiéramos caninas de verdad. Haciendo un esfuerzo, logré ignorar el nudo que apareció durante unos segundos en mi garganta, e hice la broma más obvia del mundo: me relamí con gracia y aullé un poquito, captando la atención de un chico desconocido que pasaba junto a nosotras, probablemente confundido de planta, como hubiera dicho Sheppard.

-[b][i]Sigo siendo la cazadora[/b][/i] -amenazó, señalando el bolso-. [b][i]No me obligues a atarte. [/b][/i]

Ahora fui yo la que movió las cejas, insinuante, y con una sonrisa pícara dije: -[b]Cuando quieras.[/b]

-[b][i]Yo me pido usar la cámara. Aunque seguramente saldría todo desenfocado[/b][/i] -dijo Ann entre risas.

-[b][i]Que sepáis que si alguien ha oído esta conversación escribirá fics sobre nosotras…[/b][/i] -Sarah miró alrededor. Parecía casi avergonzada y yo no pude evitar enternecerme y pensar en lo mucho que se parecía a Daniel en algunas cosas.

-[b]En ese caso[/b] -apunté, levantando la voz, esperando que si había alguien cerca pudiese oírme-, [b]espero que sea material para mayores de edad. ¡Látigos y una Sarah en corsé incluidos![/b]

Ann se echó a reír a carcajadas y Sarah le echó valor para gritar: -[b][i]¡Mientras yo estoy con el látigo quiero angry sex lupino entre estas dos![/b][/i] -dijo, señalándonos, y tapándose la boca después, como si acabase de nombrar al mismísimo diablo. Me reí un poco, mientras Ann me lanzaba una mirada tan exageradamente lujuriosa que era imposible de tomar en serio:

-[b][i]Bueno, todo podría ser negociable.[/b][/i]

-[b]Siempre y cuando haya un par de esposas de por medio, claro[/b] -repuse, poniendo mi mejor cara de cuarentona desesperada recién salida de cómo me imaginaba que sería Sexo en Nueva York.

-[b][i]¿Y yo qué?[/b][/i] -preguntó Sarah, haciendo pucheritos.

-[b][i]Tú grabas.[/b][/i]

-[b]Eso por hablar de sexo lupino, te has excluido tú solita[/b] –añadí, sacándole la lengua con descaro.

Sarah volvió a sus pucheros, moviendo la barbilla y poniendo ojitos de niña pequeña adorable. Ann respondió con más pucheritos, como si fuera otra niña pequeña, y abrazó a Sarah. Si alguien normal nos había estado mirando, a estas alturas había estirado la pata. ¿Causa de la muerte? Diabetes, por supuesto.

-[b][i]No me mires con esa carita que me vas a hacer llorar. Si quieres apuntarte te hacemos un hueco.[/b][/i]

-[b][i]¡Y ahora quiero una escena cazadora-licántropa![/b][/i] -gritó Sarah, riéndose.

Contuve la risa, haciéndome ofendida, y me crucé de brazos, mirando dignamente hacia el lado de la pared: -[b]¿Así que ahora me dejáis de lado? Ya veréis, voy a buscarme a alguien para mis propios juegos sexuales y al final mi pairing será más famoso en el fandom que el vuestro.[/b]

-[b][i]No sabes tú lo mucho que se shippea el Jan/Fenris en los foros[/b][/i] -dijo Sarah, alzando una ceja. [i]Donde las dan las toman[/i], supuse-. [b][i]El día que consuméis… temblará Moondale. A no ser que lo hayáis hecho ya porque he notado varios terremotos últimamente.[/b][/i]

Ann soltó una carcajada, antes de hacer su intervención: -[b][i]Y yo soy la shipper número uno[/b][/i] -miró a Sarah, repensándoselo, y añadió-: [b][i]Bueno, la número dos, le cedo el primer puesto a la señorita.[/b][/i]

-[b]¡Tengo club de fans![/b] -dije, con mi mejor cara de ilusión-.[b] Ya me dijo mi madre que llegaría lejos[/b] –añadí con la misma teatralidad que emplearía Rachel Berry para… básicamente cualquier cosa.

-[b][i]Te encanta dejarnos con la intriga[/b][/i] -dijo Sarah, sacándome la lengua. No pude contener una sonrisa cómplice-. [b][i]Mandaré a Diana que te haga un veritaserum y me lo contarás todo aunque no quieras[/b][/i] -y acompañó sus palabras con una risa maléfica que no pegaba en absoluto con Sarah, y que por eso mismo resultaba asombrosamente divertida.

-[b]A mí me entrenó El Señor Oscuro, te aseguro que sé esquivar un simple Veritaserum[/b] -dije, asintiendo, e ignorando cómo siempre me habían encasquetado a la casa de Flitwick.

-[b][i]El veritaserum con fines no gubernamentales es ilegal[/b][/i] -añadió Ann.

-[b][i]Pues entonces usaré Legeremancia y sé de buena tinta que la Oclumancia no es lo tuyo[/b][/i] -rebatió Sarah, dándome unos golpecitos suaves en la cabeza.

-[b]Perdona[/b] -respondí, llevándome una mano al pecho, falsamente ofendida-,[b] pero espero que no estés insinuando que soy una cabeza hueca.[/b]

Sarah no respondió y Ann se limitó a reírse, justo antes de señalar hacia delante, balanceándose a lo Jack Sparrow: -[b][i]Tierra a la vista.[/b][/i]

Ninguna de las dos habíamos visto el McDonald’s que teníamos justo delante, pero estaba bastante segura de que no era yo la única que se había relamido en cuanto lo había visto.

-[b][i]¡Por fin![/b][/i] -gritó Sarah, arrastrándonos hacia el local sin piedad.

Ann y yo la seguimos entre risas y minutos después las tres ocupábamosdos mesas en la segunda planta del local. La conversación comenzó a oscilar entre comentarios frikis y bromas de todo tipo mientras hamburguesas, patatas fritas y cocacolas desaparecían en nuestros estómagos, al tiempo que yo no podía evitar sentirme particularmente contenta. Era probable que en breve desarrollara un tic en las mejillas, pero eso no iba a impedir que me sintiera increíblemente agradecida por tenerlas. A Sarah ya la consideraba mi mejor amiga y aunque a Ann todavía estaba conociéndola, esperaba que pronto fuéramos también buenas amigas.

Mientras proponíamos pasarnos a atracar alguna librería antes de ir a reunirnos con los demás al local de Lorne, sonreí por enésima vez aquel día. Definitivamente la vuelta a Moondale estaba siendo muchísimo mejor de lo esperado.

[spoiler]Alexander movido por Dracon, Ann por Thals y Sarah por Stefy, obviamente~[/spoiler]

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