Moondale

MALDITA REALIDAD

[align=center][b]Diana Echolls | Moondale en ruinas[/b]

ciudaddestruida

[SIZE=2]Paz. Tranquilidad absoluta. Sin miedo, sin ira, sin preocupaciones. El [i]Hakuna Matata[/i] que cantaban Timón y Pumba en El Rey León elevado a la enésima potencia. A su máxima expresión. Sólo mi cuerpo vagando en aquel mundo carente de color y mi mente, en algún lugar (preferiblemente en Honolulú, seguramente ahí pero apagada o fuera de cobertura) en el que por fin había dejado de molestarme. Sin visiones, sin miedos, sin frustraciones.

No sabría decir con seguridad cuánto tiempo estuve allí. Quizás fueron minutos, a lo mejor unos cuantos milenios, lo más probable es que fueran unos pocos segundos. No sabía cómo me llamaba, pero me importaba más bien poco. No recordaba a nada ni a nadie, ni siquiera podía sentir nada por ellos, pero no me importaba. Me dejé llevar como si estuviera en una playa desierta, boca arriba en aquel mar de ese mundo sin nada, “haciéndome la muerta” como tan poco le gustaba a mi madre (y juraría que a McLeod), pero en ese momento no pensaba en ellos.

Poco a poco, aquel mundo se fue desdibujando, como si La Nada de la Historia Interminable volviera hacia atrás, como si se hubiese pensado que tampoco era tan interesante dejarlo todo vacío y me soltó. Pero antes de que mi espalda diese contra el suelo (y se clavase unas cuantas piedras en sitios en los que las piedras deberían estar prohibidas) vi a alguien más que me importó más bien poco, hasta que volví a sentir.

Dejé que las piedras se clavasen en mi espalda apoyándome en ellas con fuerza para que me hicieran daño. Ya no estaba en aquel sueño sacado de la imaginación de cualquier maruja obsesa de la limpieza, si no en la realidad. Cerré los ojos y me concentré en lo que había visto porque la mente tiende a suprimir los recuerdos que nos producen muchos sentimientos negativos o aquellos que no nos interesan en absoluto (supongo que por cuestiones de espacio). Me esforcé en saber por qué tenía un nudo en el pecho. Había visto a alguien, eso lo sabía, podía sentirlo porque. ¿Qué era eso que había visto que tanto daño me había hecho? Si era tan terrible sería mejor olvidarlo. Pero algo dentro de mí seguía pidiéndome que buscase, que abriese todos los cajones de esa mente hasta que diese con la pista. Definitivamente, era una chica a la que conocía de algo. ¿Sarah? ¿Jan? ¿Ann o Silver? ¿Quizás mi madre? No, era alguien mucho más cercano, alguien a quien ahora mismo no apreciaba demasiado. ¿Quién podría ser? Pataleé un poco enfadada por mi cabeza de chorlito, esperando a que con un poco de suerte las piedras terminasen de clavarse en mi espalda haciendo que sangrase. ¿Por qué quería sangrar? Mi cabeza estaba diciéndome algo que no entendía, así que empecé a relacionar de forma absurda sangre – líquido – venas – vida – corazón – ¿ROJO? Pensé poniéndome de pie. ¿Una chica roja? Dudaba que los anuncios de compresas llegasen a ese tipo de mundos en los que no había televisión. No, no era una chica roja, era una chica…¿pelirroja? Por arte de magia mi menté formó su imagen. No era la chica de la menstruación, era yo misma, o mejor dicho, esa había sido yo.

El corazón se me aceleró al verme flotando, justo enfrente de mi yo actual. Quise aferrarme a la posibilidad de que fuera un recipiente vacío, un cuerpo que ya no merece la pena que nadie utilice y eso era el vertedero celestial. No me hacía mucha gracia que mi cuerpo estuviese vagando por toda la eternidad, pero cuando acepté ni siquiera me planteé que no tuvieran una planta de reciclaje. La chica me miró y maldita sea, había estado el suficiente tiempo en ese cuerpo como para saber que eso significaba que allí dentro había alguien. Abrí los ojos de golpe, me incorporé asustada, apoyando las manos en las piedras que apretaba con fuerza para que me doliera, para que sufriera una millonésima parte de lo que YO estaba sufriendo. ¿Qué me habían hecho Los Grandes Poderes? ¿Y si yo sólo era un clon de la Diana Echolls original que ahora vagaba en el mar de tranquilidad por toda la eternidad? Me imaginé para siempre en ese mar de paz, abandonada como un despojo, sin más compañía que la propia Nada que ni siquiera tendría el valor de devorarme para que desapareciese de una vez. La respuesta a qué me habían hecho Los Grandes Poderes era que simplemente, habían jugado conmigo. ¿Por qué era mejor yo que la original? ¿Por qué la habían abandonado? ¿Simplemente porque este cuerpo era más bonito? ¿De verdad la obsesión por la belleza era algo que le preocupaba incluso a los poderes superiores? Solté una carcajada indignada conmigo misma, con el mundo y con todas las Dianas de todas las realidades que seguirían siendo feas y pelirrojas, pero al menos serían ellas mismas. Al menos tendrían la decencia de intentar salvar el mundo desde su envoltorio original.

Me puse de pie, intentando controlar la ira que me invadía. Buscando una buena explicación a qué les diría a los demás cuando tuviese que contarles que había visto a mi otro cuerpo abandonado. Lo único que me reconfortaba era saber que esta vez no había caído en la trampa y había dicho que no, ¿pero a qué precio?

Miré a mi alrededor y vi lo que me había prometido el Oráculo: Un mundo destrozado, en el que los edificios casi no se tenían en pie, los coches destrozados se amontonaban en las esquinas sin nada que tuviese un mínimo de valor porque cualquier cosa les valdría para comerciar. Había chabolas en las que malvivían los supervivientes, las plantas no crecían, el asfalto estaba descuidado y en la mayoría de los casos, había dado paso a la tierra que había debajo. Pero lo peor era el cielo que estaba cubierto por una espesa nube grisácea que no auguraba nada bueno.

Empecé a caminar apresuradamente, buscando a alguien conocido, pero cuando me acercaba a la gente se apartaban y corrían a esconderse en sus improvisadas casas. Uno de ellos, un hombre de mediana edad y de aspecto de pobreza extrema, tocó en el trozo de cartón que hacía de puerta de una de las chabolas de la que salió una mujer de mediana edad, desaliñada, sucia y desnutrida, pero imposiblemente guapa. Incluso así fui capaz de reconocerla, porque era mi madre.

Corrí hasta ella y la abracé.- [b]Mamá.[/b]

Ella se apartó asustada.-[b][i] ¿Cómo…cómo puede ser…? [/i][/b]

– [b]Tú tampoco lo entiendes, ¿verdad? [/b]– Le pregunté buscando en su mirada algo familiar, pero aunque era ella, mi madre había desaparecido.

Un aura oscura se apoderó de ella antes de que hablase.-[b][i]No…No deberías haber vuelto…[/b][/i] –. Pero dejó pasó a un aura blanca y entonces, me di cuenta de que no me había abandonado-[b][i]Mi niña, ¿de verdad eres tú?[/i][/b]

– [b]Sí, soy yo[/b].- La miré para intentar descubrir qué pasaba.- [b]Volví para salvarnos.[/b]
Me hizo un gesto para que bajase la voz.- [b][i]¿Salvarnos?[/b][/i] – Parecía incrédula. – [b][i]Ya estuvimos condenados, y sobrevivimos[/b][/i]. – Me puso una mano en mi hombro. – [b][i]Será mejor que la gente no te vea[/b][/i]. – El aura blanca desapareció y ella se dispuso a meterse en casa dándome con el cartón en las narices.

– [b]¡Espera![/b] – Le tiré de la camiseta con suavidad y se rasgó un poco.- [b]Pe-perdona…¿Dónde están todos?[/b]

– [b][i] Los que aún siguen aquí se reúnen en el ayuntamiento[/b][/i]. – El aura blanca volvió, esta vez con más fuerza. – [b][i]Pero prométeme que no iras allí[/b][/i].

Sonreí y le acaricié el pelo, como si yo fuera la madre y ella la hija que necesita ser protegida.-[b]Sabes que iré, ¿verdad? Por eso me lo dices. [/b]

– [b][i]No vayas, no vas a encontrar a tus amigos ni a tu familia allí[/b][/i]. – Su voz parecía distinta y el aura blanca brillaba con fuerza, pero no me importaba en absoluto. Tenía que ir a la plaza del ayuntamiento para ayudarles a salvar lo que quedaba de mundo.

– [b]Me acabas de decir que están ahí. Tengo que hablar con ellos [/b].- Le di un abrazo.- [b]Por si acaso me muero: ¡Te quiero![/b]

En cuanto avancé unos pasos escuché la puerta de su chabola cerrarse, pero decidí no mirar atrás para no preocuparme más de lo que ya me preocupaba porque en realidad, todo lo que estaba pasando era culpa mía y si alguien tenía que arreglarlo, era yo.

Pasé cerca de un callejón donde había cuatro personas cerca de un cartel que no alcazaba a ver. Les miré durante un segundo y opté por seguir andando, hasta que una piedra impactó contra mi cabeza.
-[b]Eso duele, ¿sabes?[/b] – Dije al aire tocándome la parte dolorida en la que seguramente acabaría apareciendo un chichón.

– [b][i]Así sabrás lo que hemos pasado durante años[/b][/i]. – Repuso una voz que parecía de un hombre.

-[b]Lo dices como si yo tuviera la culpa[/b].- Me giré y alcé una ceja indignada. ¿Era necesario que todo el mundo lo supiera?

– [b][i]Claro que la tienes[/b][/i]. – Añadió otro al que le faltaba una pierna, pero sí tenía manos con las que lanzarme piedras.

– [b][i]¡MONSTRUO![/b][/i] – Gritó el niño lanzándome otra. Esquivé las que pude y otras tantas me dieron.

– [b]¡Monstruo vuestra madre![/b] – Alcancé a decir antes de empezar a correr.

Dejaron de perseguirme muchos minutos después, cuando doblé en una esquina y me escondí detrás de un contenedor de basura casi carbonizado. Descansé un poco y cuando me encontraba mejor, salí.
Anduve durante un rato sin rumbo fijo, asustada y dolorida por culpa de las piedras, pero sobre todo, me sentía triste, hasta que vi una cara conocida…o quizás sería correcto decir media cara conocida.

– [b] ¿DOMINIC?[/b] – Grité agitando las manos con emoción para que me viera. Es cierto que la relación amistosa que había tenido con Dominic se limitaba a un día que fuimos al Silver a tomar algo, me salvó de un vampiro pervertido y después, tuvo que asistir a un duelo femenino por su amor que definitivamente, ganó la equivocada, pero eso era otra historia. Lo que parecía evidente era que nos caíamos bien, incluso aunque nunca fuéramos a ser íntimos amigos.

– [b][i]No deberías haber vuelto, bruja[/b][/i].- Bramó apuntándome con la pistola.

-[b] Y tú no deberías apuntarme[/b].- Levanté las manos en son de paz y di un par de pasos en su dirección.

– [b][i]¿Por qué has vuelto? ¿Acaso quieres que Moondale pase de escombros a ceniza?[/b][/i] – Parecía nervioso, irritado, además del hecho de que le faltase media cara que estaba cubierta por una costra. El Dominic que yo conocía había desaparecido.

-[b] No[/b].- Hablaba completamente en serio, pero me sentía como si mintiese.- [b]Vine a ayudar.[/b] – Avancé un poco más, dispuesta a quitarle la pistola si intentaba hacer algo con ella.

– [b][i]¿Ayudar? Todo esto es culpa tuya. Tú te los llevaste a todos.[/b][/i] – Mantenía la pistola en la misma posición. Estaba dispuesto a matarme.

– [b] Mientes.[/b]- Era imposible que lo que decía fuera verdad. Me negaba a creerlo.

– [b][i]No tengo por qué mentir. Mira a tu alrededor, todo esto lo hiciste tú.[/b][/i]- Movió la pistola un poco más para darme directamente en el corazón. Era irónico pensar que alguien que creía que carecías de eso intentase matarte disparando justamente ahí.

– [b]Dime cuándo, ¿Cuando estábamos en el bar de Lorne y caímos inconscientes? ¿Cuando me desperté e iba de camino al purgatorio o cuando tuve que decidir si venir a salvaros el culo o a cambiar de cuerpo otra vez? Sabes perfectamente que yo no haría eso.[/b] – Pero no lo sabía. Él no era McLeod con el que tenía una relación muy estrecha. Ni tampoco Daniel al que podía contarle casi cualquier cosa. Ni Ed que había sido el mejor amigo de alguien que se parecía mucho a mí y que ahora era uno de mis mejores amigos. Dominic no me conocía. No sabía quién era y no iba a creerme, por eso los nervios estaban empezando a dominarme de una forma que jamás había pensado que pudiera ocurrir.

– [b][i]Cuando McLeod murió, lo sabes muy bien.[/b][/i]- Tenía una respuesta sarcástica preparada para casi cualquier cosa. Menos para eso.

– [b]¿QUÉ?[/b] – Solté una carcajada cuando en realidad quería caerme de rodillas contra el suelo y echarme a llorar, pero mi cuerpo actuaba por libre- [b]McLeod no está muerto.[/b]

– [b][i]Es difícil de creer cuando tú fuiste quien le mató.[/b][/i]

-[b] Eso es imposible[/b].- No, no lo era. Quizás para este yo, en este momento y en esta maldita realidad sí lo era (rezaba para que todas las demás pensasen lo mismo), pero mucho tiempo atrás había visto a McLeod como a un estorbo cuando me llevó a su despacho después de haberle dado una cura de humildad a un imbécil.- [b]En ninguna realidad, por muy retorcida que sea, sería capaz de matarle.[/b]- Aún así, estaba segura de que jamás podría matarle. Había muchas cosas de las que no estaba segura, pero sí de que sin McLeod más me valía estar muerta.

– [b][i]¿Ni siquiera en la que buscas tanto poder que al final ya no eres consciente de lo que haces?[/b][/i]- Noté como si una piedra de mil kilos cayese sobre mí clavándome los pies en la tierra e impidiéndome reaccionar. Poder. Cuando se trataba del poder el amor, la amistad y cualquier cosa que supusiese ser humana desaparecía. Lo sabía porque deseaba ser poderosa más que nada en el mundo pero había aprendido hacía mucho tiempo que yo no controlaba a la magia, si no que ella me controlaba a mí.

– [b]Si fuera la que tú dices, sabría qué es lo que ha pasado y habría intentando matarte varias veces, así que ¿puedes bajar el arma y contarme qué narices es esto? [/b]- Le pregunté obviando el hecho de que había matado a McLeod y había condenado a mi propia realidad a una existencia miserable sólo porque ansiaba poder.- [b]No voy a hacerte nada, lo prometo. Ni siquiera bromearé.[/b]- Alcé las manos y me acerqué un poco más a él.

– [b][i]No… no vas a engañarme[/i][/b]. – Se dio un par de golpecitos con la pistola en la cabeza. Eso significaba que estaba nervioso y si lo estaba, no significaba nada bueno – [b][i]Si mueres, ya no habrá nada que temer.[/i][/b]

-[b] Si intentas matarme, te detendré [/b].- Poder. Escuché en mi cabeza cómo esa palabra retumbaba chocando contra las paredes de mi cerebro, tomando mi conciencia e incapacitando a mi corazón. Dominic me estaba resultando un estorbo para conseguir mi verdadero propósito que era encontrarme con mis amigos y no le iba a permitir que me apartase de ellos.

– [b][i]Lo intentarás. Todo termina aquí y ahora.[/b][/i]- [i]Demasiado tarde[/i] Pensé cuando le vi intentar apretar el gatillo. Murmuré unas palabras y su pistola voló a la cima de un edificio lejano. Al hacerlo, noté cómo el Poder salía de mi mente y se instalaba en el resto de mi cuerpo. Lo notaba recorrer mis venas que se iban marcando de color negro. Lo veía en el reflejo de un charco del suelo en el que mis ojos se habían vuelto dos manchas negras sin iris, ni pupila, pero sobre todo lo notaba en las ganas que tenía de acabar con Dominic. En apretar su cuello y en ver cómo poco a poco su vida se apagaba, porque era demasiado molesto como para permitir le vivir. Luché contra el Poder. Intenté razonar con él, decirle que Dominic era mi amigo y lo contuve, pero sabía que no podría resistir mucho tiempo.

Sacó dos cuchillos de los bolsillos de su pantalón y me los lanzó, dispuestos a clavármelos. El Poder fue más fuerte que yo, devolviéndoselos y haciendo que se clavasen en sus piernas. Solté una risotada cuando se dejó caer contra el suelo sangrando. [i]Ya no eres tan fuerte, ¿verdad? Pero todavía eres un estorbo.[/i]

No necesité acercarme hasta él para apretar su cuello haciendo que poco a poco, se fuera asfixiando. Era tan poderosa que podía haberle volado en pedazos sin tantas florituras, pero me gustaba sentir el poder, dejar que la magia fluyese a través de mí. Lo único que habían hecho bien Los Grandes Poderes era llevarme a una realidad en la que estaba sola, pero era poderosa. La cara de Dominic se desdibujó haciendo que en su lugar aparecieran en su lugar las de otras personas. Él no me caía mal, sólo me estaba resultando especialmente molesto. Vi a Lila Stroker con su cara de pan de pueblo y su sonrisa de creerse mejor que los demás, a mi jefe de la cafetería de Nueva York que cuando tenía dieciséis años me tocaba el culo y me humillaba, a alguna compañera de clase especialmente indeseable, al Oráculo cantarín y hasta a Kaylee a la que odiaba por haberme robado a mi hermana. Apreté su cuello con el hechizo un poco más, dejándome llevar por el odio que ni siquiera sabía que era tan grande, ni que fuera más fuerte que yo. La cara de Kaylee dio paso a la Sarah, McLeod, Daniel, Ed, Dominic (el que tenía los dos lados de la cara intactos) y otras tantas personas que sí me importaban, pero que para el Poder eran un estorbo en su camino, alguien más a quien matar, pero no para mí. No quería acabar con ellos, tampoco al que fue mi jefe, ni siquiera a mis compañeras de clase. No tenía sentido.

– [b]Yo no soy así[/b].- Dije en voz alta intentando que alguien me oyese. Quizás mi otro yo, el que estaba demasiado enfadado con el mundo sí lo era, pero había cambiado. Dejé de apretar y solté a Dominic que cayó al suelo todavía sangrando. Respiraba a bocanadas, pero estaba vivo.

Me miré las manos y observé cómo las venas negras empezaban a remitir volviendo a su color normal. Me miré en el charco y mis ojos volvieron a la normalidad. Suspiré aliviada, pero continuaba asustada al haber visto lo que era capaz de hacer.

– [b]¡Lo siento![/b] – Me costaba decirlo porque hacerlo significaba aceptar en lo que podía convertirme que distaba mucho de esa Diana que algún día tendría un futuro mejor. Ni siquiera sé si me escuchó pero empecé a correr en la dirección opuesta a la suya.

– [b][i]Te encontraré, ¿me oyes? Te encontraré.[/b][/i]- Escuché con dificultad porque ya estaba lejos.
Seguí corriendo. Huía, pero no de él.

Huía de mí misma. [/SIZE]

[spoiler]Elizabeth Echolls, los locos tira-piedras y el ambiente han sido controlados y/o supervisados por Dracon. Domcaras es cosa de Alph.[/spoiler]

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