
RESIDENCIA DE LA UCM, MOONDALE
MAÑANA
[dropcap]E[/dropcap]ra la primera semana de curso en la Universidad de Moondale, así que, al contrario que en los meses de más sol, los pasillos estaban llenos de estudiantes, todavía un poco dormidos por no estar acostumbrados al horario, especialmente los que habían salido la noche anterior para «despedir las vacaciones«.
El muchacho de pelo castaño no era uno de ellos, empezando porque no le gustaban las despedidas. Era alto y delgado, con unas gafas de pasta de color azul oscuro que desviaban la atención de sus ojos castaños. Vestía unos vaqueros sencillos, una cazadora de tela gris oscura y bajo ella una camiseta de manga larga azul claro con un dibujo en color blanco de ‘Alphonse Elric‘ del manga ‘Fullmetal Alchemist’ a juego con el ‘circulo de la transmutación‘ que llevaba en su mochila de tipo mensajero. Por algo era su manga favorito, aunque quizá influía que uno de los protagonistas se llamase como él, Edward.
Recorría los pasillos con sus auriculares puestos, en los que en ese momento sonaba ‘The Arms of Sorrow‘ de ‘Killswitch Engage‘. Era una forma perfecta de refugiarse, como bien había aprendido en sus últimos años de instituto. Aunque ahora las cosas eran diferentes, era su primer curso en la Universidad de Moondale estudiando algo que de verdad le gustaba, Historia del Arte y además, sus mejores amigas habían vuelto a Moondale y ya no tendría que verlas solo durante los veranos en los que se quedaba en su apartamento en Merelia y alguna visita ocasional.
Ya no estaría solo como había estado desde que los padres de las Echolls se habían divorciado y ellas se habían mudado a Merelia. Él también había estado en otra ciudad con sus padres un tiempo, en la gran y brillante Louna con la que nunca terminó de encajar. Pero hacía ya algo más de un año que sus padres también se habían divorciado y Ed había vuelto con su madre a un pequeño apartamento en la capital del condado.
Para la más pequeña de las Echolls, Sarah, era también su primer curso en la Universidad, así que Ed permaneció atento, buscando con la mirada para ver si la encontraba. Sabía que con todo lo que le había pasado, Sarah necesitaría todo el apoyo que pudiese conseguir. Diana había confiado en él para hacerlo mientras ella trabajaba en la cafetería y Ed nunca fallaba a sus amigas.
Aunque las Echolls eran algo más, eran prácticamente su familia, tanto la madre, Elizabeth, como las tres hermanas, Diana, Kaylee y Sarah. El padre, Robert, nunca le había gustado demasiado, quizá tenía algo que ver con el hecho de que ese hombre odiaba todo lo que tuviese un mínimo atisbo de sobrenatural y Ed, al igual que algunas de las Echolls, era un hechicero, alguien nacido con afinidad natural a la magia, al contrario de los brujos y brujas que eran humanos que aprendían a utilizarla.
De Kaylee, la mediana de las Echolls, Diana siempre decía que se notaba que era hija de Robert, porque la magia no le gustaba demasiado. Eso sí, era tolerante, no entraba en debates con nadie por utilizarla, ella simplemente no lo hacía, coexistía, como si fuese una cristiana en casa de budistas.
Pensar en ella reabrió un poco una vieja herida que no había terminado de cicatrizar. Como dicen, el roce hace el cariño, y Ed había pasado mucho tiempo con las Echolls desde que esa pequeña de melena rubia, Sarah, le saludó al entrar por primera vez a su clase de educación infantil. Ese día conoció también la mezquindad de otros niños, hasta que Diana, avisada por Sarah, les espantó. Desde entonces los tres fueron inseparables.
No era de extrañar que durante un tiempo hubiese pensado que lo que sentía por la mayor de las Echolls era algo diferente a lo que era en realidad, un cariño fraternal reforzado por una dosis de idolatría en su justa medida. Diana había sido un amor platónico, lo tuvo claro cuando empezó a sentir algo por otra de las hermanas, Kaylee.
Con ella fue diferente, era más maduro y consciente de lo que sentía, y cuando al fin se decidió a confesárselo, espoleado por el inminente divorcio de sus padres del que todavía no les había dicho nada a ninguna de las tres, recibió la noticia de la marcha de Kaylee a estudiar en el extranjero. Lo que sentía por ella se lo quedó para él. Sus hermanas, más empáticas, lo intuían y bromeaban a menudo, especialmente Diana, aunque siempre para quitarle hierro al asunto.
El último año había sido duro y solitario, pero ahora tenía que contener esos sentimientos y tratar de animar a Sarah. Lo que le había pasado a ella era el broche final a su frustración por no conseguir usar la magia, ella precisamente a la que le encantaban las brujas. Así que ahora se sentiría sola, al igual que se había sentido Ed. Pero él estaría allí igual que ellas lo habían estado desde que eran pequeños.