Moondale

CAPÍTULO IV: EL MENTOR

vigilante

BIBLIOTECA DE LA UCM, MOONDALE

MAÑANA

 

[dropcap]L[/dropcap]a biblioteca de la Universidad de Moondale estaba a rebosar, pero no de estudiantes ávidos de conocimiento, si no de las cajas apiladas de nuevos libros que el nuevo bibliotecario había tenido el lujo de solicitar gracias a una donación de una asociación que quiso permanecer en el anonimato. Para el resto al menos, porque él sí sabía quiénes eran, porque formaba parte de esa organización. De hecho, trabajaba para ella.

El bibliotecario terminó de meter en la aplicación de la biblioteca el libro que tenía frente a él, ‘Tenebris Daemonicarum Artium’ y lo colocó en la pila sobrenatural, una de las que más habían crecido en ese envío. Se quitó las discretas gafas de metal y se masajeó el puente de la nariz.

Habría preferido llevar una lista a la antigua usanza, claro, con tinta y papel, porque no terminaba de fiarse de un lenguaje que no pudiese entender, como era el binario. Tampoco emocionaban las matemáticas. Pero había que amoldarse a los tiempos.

Era un hombre joven, no hacía mucho que había pasado la treintena, pero vestía con unos pantalones chinos beige y una camisa de cuadros en tonos verdes. La chaqueta de tweed marrón que llevaba sobre ella descansaba en ese momento sobre la silla de su despacho, separado de la biblioteca por una puerta situada tras el mostrador principal. El bibliotecario tenía el pelo castaño claro corto y la barba de una semana algo descuidada por el ajetreo que había tenido últimamente.

Bajo la ropa se notaba que era un hombre fuerte, de anchas espaldas. No era delgado y dependiendo del momento asomaba una ligera barriga, normalmente cuando se olvidaba de disimularla. Era como si hubiera practicado ejercicio físico diario durante toda su vida y ahora hubiese pasado a una vida más sedentaria.

En cierta manera, así había sido. Ser parte de esa organización requería entrenar tanto el cuerpo como la mente para estar a la altura de la situación. En su caso además, la pertenencia al grupo era algo tradicional, como si de una herencia se tratase. Su padre, Arthur, lo era y su hermano mayor, Zack, también.

Durante una época de su vida había querido aprovechar ese entrenamiento y esos conocimientos para obrar de una forma más directa, más cercana al peligro real, pero la vida a veces da lecciones duras y él la había aprendido demasiado bien. Se llevó una mano al pecho al pensar en ello, al recuerdo permanente de su error. Tenía el botón superior de la camisa desabrochado y eso dejaba ver un retazo de la cicatriz que cruzaba su cuerpo desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, la marca de unas garras, de lo que nunca debía permitir que volviese a suceder.

Esa valiosa y cara lección le hizo volver a lo que quedaba de entrenamiento y convertirse en miembro en pleno derecho de esa sociedad, mientras terminaba las carreras de ‘Mitos Antiguos‘ y ‘Demonología Avanzada‘ y el Máster en Historia Clásica en la Universidad de Aberdeen.

Pese a su vida académica, sorprendente para muchos con su edad, no se consideraba un hombre excepcionalmente inteligente, simplemente había tenido la suerte de que los conocimientos en los que había sido entrenado tenían mucho que ver con esas dos carreras, por no mencionar el hecho de su don, algo de lo que solo los muy cercanos tenían conocimiento.

Sí, el bibliotecario tenía una capacidad innata que le distinguía de otras personas, lo que se conoce como un poder, como en los cómics que leía cuando era más joven, aunque el suyo no era muy llamativo, pero sí muy útil, especialmente para él.

Su poder se denominaba ‘Omnilingüismo‘, que venía a significar que podía entender de manera instantánea cualquier tipo de texto basado en una serie de reglas y normas, es decir, cualquier lenguaje. Eso incluía todo tipo de lenguas muertas y de lenguajes actuales, excepto los matemáticos e informáticos que escapaban a los dominios de su habilidad. Pese a las limitaciones, le había facilitado mucho la vida académica.

Además, siempre ayuda el hecho de que el mundo en el que te estás adentrando, el que estás estudiando, te fascine, y a él definitivamente le fascinaba. Los mitos, las leyendas y las no tan leyendas, el mundo sobrenatural que se ocultaba a plena vista.

Ése mundo era su misión, parte de su vida, por el puesto que había decidido tomar a fin de mantener el equilibrio entre el bien y el mal. Su nombre era Christopher MacLeod y la sociedad a la que pertenecía era el Nuevo Consejo de Vigilantes, reunido y reformado hacía unos pocos años por uno de los pocos supervivientes a la masacre del anterior Consejo.

Él también era un vigilante y le habían asignado a la primera cazadora en portar el Legado desde que se deshizo el conjuro que activaba las Potenciales. Era una un gran honor y también una gran responsabilidad, no solo por ser una nueva Cazadora, sino por la profecía que trataba de ella, de la ‘primera Elegida tras la gran oscuridad‘ y del destino del mundo en sus manos.

Sabían que la joven se había trasladado a Moondale y era una estudiante de esa Universidad, el propio Consejo se había encargado de facilitarlo todo. Pero en la semana que llevaba allí no había sido capaz de encontrarla todavía. A veces pensaba que, incluso aunque lo hiciese, podía correr la misma suerte que los otros dos Vigilantes que fueron antes que él, de los que la chica terminó huyendo.

Siempre había pensado que si él escribiese profecías, lo haría con fechas, horas y lugares exactos en lugar de vagas descripciones que dejaban lugar a la interpretación de cada uno.

Descansando de la clasificación de libros, observó una vez más la página web del ‘Moondale Herald‘, abierta en el titular que hablaba de la extraña oleada de muertes que había tenido lugar en el Condado y que atribuían ya a un asesino en serie al que llamaban ‘Hada de los Dientes‘, porque siempre se llevaba un incisivo de sus víctimas.

Para él había algo más, las muertes eran sospechosas porque los cuerpos quedaban «secos» como si les hubiesen drenado la vida. Las muertes ocurrían siempre por la noche, lo que parecía indicar que era obra de un vampiro, pero ellos se alimentaban de sangre, no de esa forma. Lo más extraño era que los cuerpos a veces estaban acompañados de cenizas, como las que dejaba un vampiro al morir.

Fuese lo que fuese, si estaba acabando con humanos y con vampiros por igual tendrían que tener mucho cuidado. Parecía que una gran oscuridad se cernía sobre Ripper. Necesitaba encontrar a la Elegida.