
PASILLOS DE LA UCM, MOONDALE
MAÑANA
[dropcap]L[/dropcap]ayla Butler cruzaba los pasillos de la Universidad como si fuese un ser superior a todos esos alumnos de primero que observaban con temor e inseguridad todo su entorno. De hecho, sabía que lo era.
Ella también estaba en primer año, pero, aunque no pensase dejar que nadie se enterase nunca, también lo había estado el año anterior, aunque en una carrera diferente. Había tenido la suerte de tener una tía que casualmente era la Rectora de la Universidad de Moondale y eso le había permitido hacer «borrón y cuenta nueva» respecto a su año anterior. No le preocupaba, había tenido cosas más importantes que hacer y en el fondo sabía que sus profesores habían llevado sus notas a la baja porque no soportaban la idea de que alguien les llevase la contraria y tuviese razón.
Se preguntó dónde estaría su novia Maddison. Seguramente perdida en la cafetería o con la cabeza en las musarañas como solía ser habitual. Era consciente de que no estaba a su altura intelectualmente, pero no se puede elegir a quien se quiere.
Sacó el móvil y le envió un mensaje. Mientras esperaba, se entretuvo en revisar las redes sociales y dejar claro lo mucho que le molestaban esos novatos que parecían haber cruzado el armario a Narnia. De nuevo omitió su veteranía, no tenían por qué saberlo. El truco siempre está en lo que no se dice.
Caminaba con la cabeza gacha y por eso no vio a la muchacha pelirroja que chocó de frente contra ella. Consiguió sostener el móvil por los pelos pero su carpeta nueva cayó al suelo y se melló en el lomo.
Se agachó rápidamente para cogerla antes de que nadie intentase echar un vistazo a lo que tenía escrito en su interior y levantó la cabeza para enfrentarse al inepto que había chocado con ella. Cuando lo hizo se encontró con una joven de pelo castaño-rojizo y bastante atractiva que aparentaba tener su misma edad, quizá algo más joven aunque eso no pensaba admitirlo. Decidió guardarse su malhumor por el momento. Prefería mostrar su cara más amable en un primer acercamiento. Nunca se sabía cuándo alguien podía resultarte útil, especialmente si tenía una cara bonita.
— Perdona, iba mirando mis menciones y parece que me he lanzado sobre ti. —mintió con una sonrisa, sin sentir lo más mínimo la disculpa que estaban expresando sus labios, la culpa no era suya, cualquiera con ojos lo habría visto. Observó los destellos rojizos de su melena castaña y la sonrisa despreocupada de su rostro.
— No pasa nada. Creo que sigo entera. —respondió con una sonrisa. Apenas un segundo después estaba girando sobre sus talones para irse. Layla frunció el ceño, no estaba acostumbrada a que la gente la rehuyese de esa forma. La hacía sentirse inferior y esa sensación no le gustaba nada.
— Layla Butler, por cierto. ¿Eres nueva? —intervino forzando una conversación antes de que la chica se marchase. Cuando la tuviese comiendo de la palma de su mano se daría cuenta de su error inicial. No en vano sus amigos la adoraban. Además, le vendría bien un reemplazo de Courtney, la muy idiota se había marchado a Florida porque habían cambiado a su padre de destino.
— Sí, algo así. —respondió ella distraídamente. Cualquiera habría podido percibir que no estaba interesada en conocerla mejor, pero a ella no terminaba de encajarle. A quien no le gustaba Layla era porque no soportaba que fuera mejor, ni más ni menos.
— Hay una fiesta de apertura de curso en el Silver. Quizá nos veamos allí. —sugirió esperando que un ambiente menos formal le hiciese verla en todo su esplendor, no como en los pasillos de esa patética Universidad.
— Pues quizás nos veamos. —replicó desinteresadamente, con tono de despedida. Dibujó una sonrisa cordial en sus labios y le dio la espalda dispuesta a continuar su camino. La ira de Layla prendió en su interior.
— Allí nos veremos. —aseguró mirando su espalda con una sonrisa que se desvaneció rápidamente, dejando un rostro amargado y un ceño fruncido.
Desvió la mirada al móvil y vio que Maddie había contestado. Había quedado con ella en la cafetería, así que continuó su camino. No entendía a esa chica. Layla se tenía por una persona culta, de humor refinado, educada, elegante e inimitable. Sus rasgos redondeados enmarcados por su mandíbula cuadrada y sus ojos de color azul oscuro eran irresistibles. Incluso había percibido un tono violeta en ellos como signo evidente de que era única. Por no mencionar que descendía de una familia de hechiceros poderosos y tenía una habilidad que ni siquiera ellos poseían.
La chica no la había puesto de muy buen humor. En su andar airado se chocó contra una muchacha de pelo pajizo y enmarañado a la que se le cayó un paquete de cigarrillos. Layla la fulminó con la mirada y continuó su camino. Se cubrió la mano derecha para que nadie la viese utilizar su habilidad especial y en ella apareció una caja de cigarrillos. La abrió, casi estaba llena. Miró por encima del hombro a la chica de pelo pajizo intentando encontrar su paquete. No iba a hacerlo, ahora eran de Layla, su indemnización por el choque. La chica de antes iba a arrepentirse de haberla ninguneado.