
VÍAS DEL TREN, AFUERAS, MOONDALE
ANOCHECER
[dropcap]F[/dropcap]lorence Wells no era una chica común y corriente. De hecho, nunca lo había sido. Su pelo corto, rapado salvo en la parte superior, su cuerpo delgado, de poco pecho, cubierto de piercings y tatuajes, su ropa oscura y su gusto por lo gótico siempre la habían mantenido en el foco de las miradas.
Pero hacía ya unos años que era incluso más diferente. Desde aquella noche en la que sintió una especie de fuerza entrar en ella y le partió la mandíbula a una compañera del centro de menores, que abandonó esa misma noche.
Tardó bastantes meses en saber qué era lo que le había pasado, por qué de pronto era más fuerte, más ágil y resistente. La respuesta la tuvo de uno de los vampiros que llevaban un tiempo acechándola.
Florence se vio sorprendida al principio, le encantaban los vampiros pero nunca se imaginó que eran reales. Ése en concreto estaba demasiado seguro de sí mismo y le gustaba mucho hablar.
Así aprendió que era una cazadora potencial, algo que nunca debía haber pasado, según el vampiro, porque siempre había solo una Cazadora activa a la vez.
Al parecer eran, como el propio nombre indicaba, cazadoras de vampiros. También lo eran de demonios y cualquier ser sobrenatural con fines malvados, aunque eso ella no había llegado a descubrirlo. Creía que solo existían cazadoras y vampiros.
A los últimos, aprendió, les provocaba una especie de placer extremo la sangre de las cazadoras, por no mencionar renombre al acabar con la vida de una. Por eso muchos se habían acomodado a un mundo con más cazadoras, gracias a las potenciales, y acudían en su caza al detectarlas.
Pero había algo más que las acechaba. Escuchó rumores, empezando por aquél vampiro, de algo oscuro y poderoso que se alimentaba de ellas. Florence sintió esa presencia acechando durante mucho tiempo, pero hacía varios meses que había desaparecido, justo cuando sintió flaquear el poder que la acompañaba.
No había sido mucho, todavía era más fuerte, más ágil y más resistente, pero menos que antes y ya no se sentía conectada a algo más grande, como le había pasado durante todo ese tiempo.
En el condado había escuchado rumores de que se había llamado a una nueva Cazadora, como antes de las potenciales. Eso significaba que de las suyas debían quedar pocas. Se sentía como una especie en peligro de extinción.
Dio una patada a una piedra mientras caminaba siguiendo las viejas vías del tren, que hacía décadas que no pasaba por ahí. Había quedado como un recuerdo de lo que una vez había sido la línea ferroviaria que unía las principales del condado, ahora unidas con un trayecto mejor planificado, más rápido y con trenes de mejor tecnología, pero con la mitad de encanto.
Por eso mismo habían planificado rehabilitar el recorrido, convirtiéndolo en una ruta cultural. Florence no podía evitar ver el paralelismo con ella. Las potenciales eran el nuevo sistema de trenes y ahora la vieja locomotora volvía reclamando gloria.
Una sombra en la misma noche la sobresaltó, sacándola de sus pensamientos. Llevó la mano a su estaca y se preparó para uno o varios vampiros.
Lo que encontró no tenía nada que ver con eso. Puede que antaño fuese un vampiro, pero ahora ya no tenía nada de ello. Su torso, al descubierto por la gabardina negra que llevaba, parecía medio devorado por la oscuridad.
Instintivamente sacó la estaca y apuntó al pálido pecho de ese monstruo, pero él respondió rápidamente, golpeando su brazo en un punto débil, que hizo que dejase caer la estaca.
Se llevó la mano al brazo, por el dolor. Al golpe le siguió otro, directo a su garganta, que la dejó sin respiración. Cayó de rodillas, intentando coger aire, pero su atacante la agarró, alzándola por el pelo.
Entonces tuvo tiempo a verle mejor, a contemplar la oscuridad que le rodeaba, y que parecía concentrarse en un colgante de color plata, con una oscura gema en el centro.
Con un simple movimiento de su mano, el monstruo desgarró la garganta de Florence con unas uñas de un color negro antinatural, teñidas entonces del rojo de la sangre de la potencial.
Mientras la vida se escapaba de su cuerpo, mantuvo la vista fija en esa oscura gema que parecía ahondar en su alma, buscando todo lo malo, toda la oscuridad.
— Aún no ha llegado tu hora. — pese a que sus oídos prácticamente se habían desconectado de la realidad, le escuchó, su voz era grave. — Te alzarás como un nuevo ser. — Florence se moría. Lo sabía, sabía que no había vuelta atrás, nadie podría salvarla. Sintió la oscuridad y la abrazó deseando descansar. Pero no era la oscuridad de la muerte la que la envolvía, era la que manaba de la piedra que ese monstruo llevaba al cuello. Esa oscuridad la estaba cambiando, convirtiéndola en algo completamente diferente.
Su cuerpo ardió en frío, convirtiéndose en poco más que una masa de cenizas que se mantenían unidas por el poder de la oscuridad. Entonces empezó a ver el mundo sin las limitaciones de los ojos. Las manos del atacante ya no la sostenían, pero este permanecía en pie frente a ella. Con su nueva visión lo contempló en todo su esplendor, un demonio oscuro con la gema vibrando en su pecho, devorando la oscuridad, atrayéndola hacia ella. — Las reglas mortales no te atan. Ya no tendrás un solo cuerpo, tendrás muchos. — replicó su voz, ahora amplificada, unida a un susurro que antes no pudo percibir, la propia voz de la oscuridad enterrada en el colgante. Sintió de pronto el impulso de buscar seres vivos. Percibió la energía vital de una rata alejándose de las vías y con un instinto animal se lanzó en su interior, tomando el control de su diminuto cuerpo. — Recoge oscuridad y tráemela, mi Segador. — indicó su amo.
Había oscuridad en la rata, pero era un inmundo regalo, necesitaba saltar a un cuerpo nuevo, segar la oscuridad para devolverla a su señor. Florence Wells había dejado de existir, ni siquiera su cuerpo sería encontrado.