Moondale

CAPÍTULO XIX: DANIEL ARKKAN

PARQUE CENTRAL, MOONDALE

NOCHE

[dropcap]L[/dropcap]a noche parecía demasiado tranquila, pero solo era un engaño para que los ojos inexpertos de los humanos que nada saben de los sobrenatural, se engañasen, haciendo oídos sordos a ese instinto que les dice que la noche es el momento de refugiarse en la seguridad del hogar.

En realidad, pese a la suave brisa que mecía las copas de los árboles del Parque Saint Clare, esa era una noche especialmente peligrosa. Lo sabía por el instinto que había heredado, que me hacía sentir una gran oscuridad acechando en algún lugar del centro de la ciudad.

No eran vampiros ni demonios lo que sentía, era algo mucho más peligroso, una criatura que, si mi teoría no era equivocada, ni siquiera debería existir.

Había salido deliberadamente a vigilar en el parque, a sabiendas de que los vampiros estarían especialmente atentos a los jóvenes que estarían de fiesta por la zona. Esa noche aún no me había topado con ninguno, así que decidí avanzar más, siguiendo esa esencia oscura.

Por el camino sentí algo más, una segunda criatura cuya oscuridad era intermitente. Parecía más cercana, así que decidí desviarme para investigarla, adentrándome más en el parque.

Mientras seguía el rastro me di cuenta de que había pensado en los universitarios que estaban de fiesta en ese momento como “jóvenes” cuando en realidad tenía aproximadamente la misma edad que ellos.

La diferencia respecto a ellos era que mi camino había sido radicalmente diferente. Después de marcharme de casa había terminado el último año de instituto a distancia y desde entonces le había dado vueltas a la idea de inscribirme en alguna universidad de forma no presencial, pero mi fuente de ingresos dependía principalmente de lo que obtuviese de los vampiros una vez convertidos en cenizas, así que no podía considerarse algo muy estable.

Para otras cosas nunca había tenido problema. Encontraba un sitio rápido para dormir, ya fuese en mi coche o incluso al raso en algún bosque de la zona. A la hora de comer estaba acostumbrado a cazar y preparar mi propia comida, aunque alguna vez me permitía el lujo de coger algo de comida para llevar.

Mis pertenencias no eran muchas y solían viajar conmigo, salvo las que se habían quedado en un baúl en casa de los MacLeod, mi familia adoptiva. Tenía el coche, las espadas de mi padre, el libro de mi madre y un puñal que habíamos hecho los tres juntos. Además de eso tenía un portátil que había comprado para poder terminar el instituto y estar en contacto con el mundo exterior y un móvil que me habían regalado los MacLeod cuando vivía con ellos, que servía para llamar, mandar mensajes y poco más.

Ahora podía decir que también tenía una casa, una cabaña concretamente. Era extraño volver a tener unas paredes bajo las que cobijarme. Pero aún no podía llamarlo hogar. No había nada allí que me hiciese desear volver, salvo tener un lugar en el que descansar. Llevaba muchos años sin tener algo a lo que llamar hogar.

Un grito femenino me sacó de mis pensamientos, haciendo que dejase de lado la búsqueda de esa oscuridad que parecía cada vez más cercana, y de la otra, mayor y más terrible.

Me giré hacia el lugar del que provenía el grito y tomé el camino entre los árboles, aprovechando un trozo de muro decorativo para cubrirme mientras empezaba a distinguir a tres figuras envueltas en las sombras atacando a una cuarta, que parecía una chica joven.

Caminé más deprisa y a medida que me acercaba vi que una de los atacantes estaba llevando su boca al cuello de chica. Un grupo de vampiros.

Avancé en una carrera los últimos tramos que me separaban de ellos y el corazón se me heló cuando vi que la chica a la que estaban atacando era ella, la Kvasir.

La vampiresa estaba a punto de clavarle los colmillos sin que ella pudiese hacer nada y había otros dos vampiros que se interponían entre nosotros. No podía estar seguro de que ella fuese a estar a salvo si me encargaba de ellos yo solo, necesitaba que luchase, pero ni siquiera parecía tener armas.

Llevé la mano derecha al costado izquierdo y saqué de su funda el puñal de madera. Las yemas de mis dedos sintieron los grabados plateados que recordaba perfectamente haber hecho junto a mis padres. Mientras lo hacía, mi mano izquierda se iluminaba con una luz blanca que descargué contra el más cercano de los vampiros, haciendo que ardiese en cenizas como si le hubiese tocado la luz solar.

¿Qué cojones? — exclamó el siguiente vampiro en mi camino. La vampiresa se giró para mirar lo que estaba ocurriendo, apartando la atención del cuello de la Kvasir.

Cógelo. — le grité lanzando el puñal de madera hacia ella. En ese momento no tuve tiempo a pensarlo, pero más tarde, cuando volviese a casa, me daría cuenta de que no había dudado ni un instante en lanzarle a esa chica el último recuerdo de mis padres. El motivo era tan simple como que lo único que me importaba en ese momento era que ella estuviese a salvo.