DIARIOS DE DESTINO | CLOACAS DE MOONDALE
NOCHE
A través de una de las rejillas de la cloaca se filtró la luz del Obelisco que, como un faro, se alzaba sobre el centro mismo de la ciudad, anulaba los poderes sobrehumanos de todos aquellos que estuviesen en su alcance, la ciudad al completo, excepto a los que formasen parte de los escuadrones de la Iniciativa. A ellos no les afectaba, aunque tampoco compartirían con ellos los pormenores de por qué no lo hacía.
Pasó de largo y continuó corriendo a buen ritmo. Una de las ventajas de su condición física superior es que podía aguantar corriendo desde la noche anterior sin perder velocidad. No obstante, no podía decirse lo mismo de su compañero, Verbius, al que llevaba sujeto de una cadena al cuello de la que tiraba para intentar que mantuviese el ritmo.
Habría preferido ir solo, así habría dado caza a esos sobrenaturales mucho antes, pero Verbius era el ‘sabueso’ del V. Todo escuadrón tenía uno, un sobrenatural o un meta con capacidad para rastrear a un objetivo.
Verbius iba cubierto de pies a cabeza con un nanotraje que le permitía concentrar mejor sus poderes y su magia, pero detrás de esa máscara sin ojos, poco quedaba ya del humano que alguna vez hubiera sido. Dio un tirón y la criatura apuró el paso tras soltar un gañido.
Estaba hecho para obedecer, la Iniciativa se había asegurado de ello, y él no era el único. Todos eran esclavos en el fondo, asesinos de los suyos. En otro tiempo, antes de ser Vajra, antes de los brutales experimentos, seguramente le habría importado. Ahora, simplemente eran un objetivo con el que tenía que cumplir. Sentía lo mismo por ellos que sentiría un humano jugando a sus videojuegos.
Quizá tenían razón los rumores, e igual que tras la máscara de Verbius se encontraba lo que quedaba de un ser vivo, tras los muros del Obelisco se encontraba también otro. Si era así, los fallos en el artefacto se debían a que su muerte estaba próxima, un regalo misericordioso del que no todos podían disfrutar.
Su oído percibió los ecos de las pisadas sobre el agua cenagosa un poco más adelante, los primeros rezagados estaban cerca, era hora de liberar a los leones.
Vajra dio una serie de tirones a la cadena y Verbius giró la cara hacia él un instante, como si sus ojos mirasen a través del metal de la máscara. Después se detuvo y empezó a mover las manos mientras que a su alrededor se formaba un aura de un tono púrpura, la invocación.
El aura púrpura se proyectó hacia delante creando remolinos que se concentraron cada vez más, hasta formar lo que parecían agujeros en el espacio de los que empezaron a salir criaturas grisáceas de aspecto rocoso y brillo rojizo: criaturas de ceniza.
A medida que iban saliendo se iban lanzando a la carrera en busca de las presas que Verbius les había marcado. Pronto empezarían los gritos de todos aquellos a los que cogieran esas criaturas. Pero esa horrenda visión no sería lo peor que les depararía esa noche. Su destino estaba marcado y solo había tres posibilidades: reclusión, conversión o muerte.
Los «afortunados», aquellos con unas habilidades más llamativas, podrían llegar a formar parte de los escuadrones de la Iniciativa si resultaban aceptar bien el adoctrinamiento y su cuerpo aguantaba los experimentos.
La mayoría acabarían siendo marcados con la ‘omega’ símbolo de los metahumanos y arrojados en los campos de internamiento desplegados cerca del Obelisco, para terminar siendo utilizados en los más horribles experimentos, o para morir solos, odiados y apartados de todo lo que conocían.
Los verdaderos afortunados morirían esa noche. Para ellos el sufrimiento se acababa, no tendrían que vivir sabiendo que no eran quien creían ser, siendo indiferentes a todo el horror que les rodeaba, olvidando a quienes querían, quienes eran.
Ante la idea de vivir continuamente con dolor, la muerte era misericordiosa. Soltó la correa de Verbius y el ‘sabueso’ echó a correr en busca de sus presas que estaban ya cerca. Después le siguió Vajra, adelantándole al poco.
No tardó en alcanzar a la primera de las rezagadas, su piel oscura era suave. Pronto se curtiría, como todo en ese páramo mal llamado ciudad. Si hubiese podido sentir pena, la habría sentido por aquellos a los que cogiese ella. Ahora mismo iba más atrás junto a su hermano gemelo, pero simplemente porque prefería dejarnos los entrantes para quedarse con el plato principal, el segundo y el postre.
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