Cecil Alexei Anwalt | Subterraneo tres
Intenté concentrarme en el hechizo. Lo intenté y se apagaron las luces.
Mmm… ¿Hola? ¿Nos vamos a mimir ya?
El asunto fue que principalmente, pensé que [i]yo[/i] había hecho algo para provocar ese caos, aunque lo dudaba. Tres cuartas partes de mi mente dudaban de esa teoría y la última tenía serios problemas para creérselo.
Bueno, en cualquier caso, cuando las puertas se abrieron, uno a uno nos fuimos quedando libres y uno de los guardias se me acercó de forma peligrosa fue lo necesario para darme cuenta de que no había sido yo y que ninguno de los presentes tenía algo que ver. O al menos, eso creía.
El hecho de que ese aesir, el amigo de Sarah, estuviese cerca, fue, desde luego, suerte. Parecía ser que el pequeño incidente (¡de pequeño nada!) que tuvieron conmigo el día anterior y mi modo Electro (ni que trabajase para la Marvel, joder) les había hecho reforzar las medidas que tenían, para evitar que incidentes como ese ocurriesen otra vez.
Por lo que mi táctica de lanzar rayitos para dejarles fritos se había esfumado, ya que digamos que cosquillas no les hacían, pero no les dejaba en su punto.
– [b]Ya somos dos.[/b] – se colocó el arma y añadió. – [b]Voy a buscar a Sarah. Si me acompañas serás una gran ayuda.[/b]
– [b]No lo dudes.[/b] – le contesté. Tenía que cambiar de estrategia, al menos, si quería salir de este sitio con un poco de vidilla en el cuerpo.
Pensé mentalmente varios hechizos, eran simples, de niveles bajos, pero perfectos para una ocasión como esta. Tener los brazos impregnados del hechizo eléctrico volvería mis golpes más contundentes, añadiendo un hechizo que creaba una leve barrera que, al menos en teoría, me endurecía, conseguiría que no fuese sencillo noquearme. Y claro, que no perdiese energías con demasiada rapidez.
Murmuré unas pocas palabras, sencillas y cortas. Alcé los brazos, viendo el tenue brillo blanco-azulado que tenían.
Seguí al aesir con lentitud y cautela hacia la sala central, en la que muchos habían pasado por allí y no todos habían salido. En ese instante había dos personas que debían de salir sana y salvas. Una de ellas no la conocía, pero me negaba a dejar a alguien aquí en circunstancias de este tipo. La otra, al menos en cierto modo, no era una conocida, no se podría calificar de ese modo. Era una amiga que debía de sacar de allí.
Me miré una vez más, concretamente los brazos y después le miré a él. Estaba listo para lo que me viniese. O al menos, la mayoría de cosas.
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