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ESPIRITU DE LA NAVIDAD

[align=center][b][font= Book Antiqua][SIZE=5]Daniel Arkkan | Bosque de los Susurros[/SIZE][/font][/b]

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[i]Un par más.[/i] – pensé viendo ya el árbol balancearse. Aferré la pequeña hacha con fuerza y asesté un par de tajos más. Dejé en hacha a un lado en el suelo, puse un pie en la base del árbol y empujé un poco para que terminase de caer hacia el otro lado. Produjo un ruido seco y algunos pájaros salieron volando de unas ramas cercanas.

Desvíe la vista al cielo, todavía estaba empezando a amanecer así que iba bien de tiempo. Me había levantado temprano, o quizá sería mejor decir que no había dormido, para darles una sorpresa a Sarah, Diana y su madre.

Metí el hacha en la bolsa y saqué las cuerdas para atarlas alrededor del pino recién talado. Después de colocarlo bien, cogí las cuerdas y lo arrastré ladera abajo hacia el coche.

La Navidad era sin duda mi época favorita del año, y así había sido desde siempre. Me encantaba decorar el árbol, ayudar con las cenas, poner la mesa, reunirnos todos, comprar los regalos y en especial, la mañana de Navidad, era el día más mágico del año, incluso para nosotros. Disfrutaba viendo la ilusión de todos al abrir los regalos y la mía propia.

Recuerdo que cuando la abuela murió, sentí que debía llevar el espíritu navideño a mis padres, para que estas fiestas en las que se supone que debíamos pasarlo bien y estar juntos no se convirtiesen en simples reuniones forzosas. Mis padres estaban encantados viéndome así y se dejaban llevar. Mi padre siempre me levantaba de madrugada el día 24 para ir a cortar nuestro árbol, después volvíamos y mi madre nos esperaba con una taza de chocolate caliente para cada uno y colocábamos los adornos. Así Navidad tras Navidad, hasta la última.

Después de perder a mis padres, lo normal habría sido dejarlo de lado, porque sin ellos no sería lo mismo, y desde luego que no lo era, pero no iba a perder esa ilusión, porque ellos no lo habrían querido. Por suerte tuve a la familia de McLeod que se dejaban arrastrar por mí y juntos pasábamos unas Navidades geniales. Claro que recordaba a mi familia a menudo, pero entristecerme no me los devolvería. Sin embargo así, los sentía más cerca de mí.

Después de eso vinieron los malos tiempos, cuando estaba solo. Poner el árbol solo me daba más pena que alegría, pero aún así lo continué poniendo por todos ellos, incluso en esos malos momentos me negaba a perder esa chispa de magia, esa ilusión, que siempre había tenido desde pequeño. En aquellos tiempos la única familia que tenía eran las conversaciones con McLeod y las llamadas de su madre que no respondía porque no quería que me viese así.

Pero ahora, volvía a tener una familia y la ilusión había vuelto. Eso me había llevado a levantarme de madrugada, coger el coche, venir hasta el linde del bosque y cortar el árbol. Quería que fuese una sorpresa, quería llegar y ver sus caras cuando apareciese con el árbol y con los adornos listos para colgarlos juntos. Sarah me decía que conmigo si disfrutaba las Navidades, porque mi ilusión se contagiaba. No se podía imaginar lo bien que me sentía al escuchar eso, y más aún de ella, no había nada que me alegrase más que devolverle esa ilusión, para mí eso ya era un regalo.

Sumergido en mis pensamientos y en mis recuerdos, llegué hasta el coche. Subí el árbol a la parte de arriba (suerte que el coche no era demasiado alto) y lo sujeté bien con las cuerdas. Tendría que ir todo el camino con las ventanillas bajadas, pero era un pequeño precio, además, me gustaba el aire fresco del invierno, me sentía cómodo. Así que me subí y arranqué el coche. Tenía que comprar algunos adornos, porque no había querido preguntarles qué tenían, para que fuese sorpresa. Paré en una tienda del centro y cogí espumillón y bolas de varios colores, además de las luces, la estrella y unas cuantas cosas más que vi por allí. Todavía tenía algo de dinero del que había encontrado en un nido hace año y medio, y para eso no me dolía en absoluto gastarlo. Después de pagarle, el dueño de la tienda muy simpático me regaló un arbolito pequeño y me ayudó a meterlo todo en el coche. Le di las gracias y nos dimos un apretón de manos antes de subirme al coche y conducir hacia la casa de Sarah.

Unos quince minutos después llegué, ya debían ser las siete y algo de la mañana así que aún no debían haberse despertado. Desaté las cuerdas y bajé el árbol. Lo metí con todo el cuidado y el sigilo que pude por la puerta, algo bastante difícil porque el árbol se resistía a caber por ella, pero al final lo conseguí. Lo coloqué en un pedestal que había comprado para sujetarlo y salí a por las bolsas. Las fui metiendo una a una y por último me fui a aparcar el coche. Cuando volví aún no se habían despertado. No sabía si despertar a Sarah o no a estas horas, porque todavía debían ser las ocho como muy tarde, pero no podía aguantar las ganas de verle la cara cuando viese el árbol. Aún así, al final decidí que sería una sorpresa mayor si esperaba a que se despertasen, y como no debía quedar mucho, decidí salir hasta un puesto del parque que estaba cerca para comprar chocolate caliente para todos.

Esta vez cuando entré por la puerta las vi a las tres de pie frente al árbol, Sarah tenía los ojos brillantes y lo miraba ilusionada, Diana sonreía y la señora Echolls las sujetaba por la cintura mientras lo miraban todas juntas.

– [b]Sorpresa.[/b] – dije intentando gesticular con los brazos ocupados por los vasos de chocolate. No era lo mismo, pero la vida no es siempre igual, a veces esos cambios son a peor, pero si te esfuerzas lo suficiente, esos cambios pueden ir a mejor, a mucho mejor. Llevaba a mis padres siempre conmigo, igual que mi abuela, y Heim. También a la familia de McLeod, que nunca había desistido conmigo y esta vez sí respondería al teléfono. Y ahora las tenía a ellas, y a los demás, no podía pedir una Navidad mejor.

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Espero que os haya gustado, quería explicar un poco el punto de vista de Daniel de la Navidad.
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