Daniel Arkkan | Moondale
MEDIODÍA
Miré el reloj mientras apuraba el paso. Ya era mediodía, me había pasado gran parte de la mañana esperando la cola en la secretaría de la Universidad simplemente para solicitar la continuación de mi último año de carrera a distancia, porque ahora tenía cosas más importantes de las que preocuparme, y de las que el papeleo y la incompetencia de la gente ya me habían separado durante bastante tiempo ese día.
Iba de camino al supermercado para coger algunas cosas que nos hacían falta. Nunca se daba cuenta uno de cuanta falta hacía una persona y cuanto ayudaba hasta que dejaba de estar. Pero Elizabeth había tenido que alejarse por su propio bien, porque el golpe era demasiado grande, aun así, eso no quitaba que no tenerla a ella tampoco allí hiciese que fuera más duro para Sarah y para Diana.
Había intentado que nos volcásemos en un proyecto juntos, intentando terminar las obras y lanzar la empresa, para que no tuviera que estar dependiendo de un trabajo en el que le pagaban una basura por unas fotos que valían mucho más, pero al final mi empeño solo se había convertido en una fuente de discusión para nosotros, y lo que menos nos hacía falta era algo que nos dividiese más.
Pero por mucho que lo intentase, era lo único que conseguía. Quería ayudarla desesperadamente, quizá demasiado. Antes, sacaba fuerzas de cualquier parte, porque si Sarah estaba bien, todo estaba bien, pasara lo que pasase, irradiaba para mi una luz que tapaba todo lo demás y era capaz de hacerme sonreír y sentirme feliz incluso en los peores momentos. Pero ahora esa luz se había ido, y estaba solo en la oscuridad.
Con la Nave tenía que seguir,había invertido todos mis ahorros, y pese a que Elizabeth nos enviaba algo de dinero, Sarah iba tirando con las fotos y Christopher y Diana se habían instalado en la Casa de las Echolls para que ellas se tuviesen la una a la otra, sabía que ellos pronto necesitarían el dinero para la niña, y que Sarah no tenía por qué estar indefinidamente en un trabajo en el que no la valoraban pudiendo tener algo más, y a mí también me hacía falta, porque en momentos como ese quería comprarle algo que le hiciese sonreír un poco, llevarla algún sitio, a cenar…o cualquier cosa, y no podía.
Era absurdo preocuparse por dinero con todo lo que estaba pasando, pero cuando no puedes hacer nada por la persona a la que más quieres, necesitas encontrar algo a lo que achacarlo, algo que te impida hacer más por ella, y ese algo era el dinero, por un lado, y no haber estado preparado para el Doctor por el otro.
Había vuelto a madrugar, en parte porque las pesadillas en las que la oscuridad me devoraba y en las que toda la gente a la que quería se iba desvaneciendo en pequeñas bolitas de energía en el aire, no me dejaban dormir. Aprovechaba esas horas en las que tampoco había casi nadie en la calle para entrenar mi cuerpo y mi mente, para estar preparado por si volvíamos a toparnos con algo así.
No sabría explicarlo, porque a veces las cosas parecen demasiado obvias como para explicar algo de ellas. La muerte de Kaylee había afectado mucho a las personas a las que más quería, y eso me destrozaba. También me había afectado a mí, porque por muy poco que la conociese, era Kaylee, era mi futura cuñada y ahora simplemente ya no estaba. Y también había removido una vieja sensación de tiempos más oscuros, la sensación de no poder hacer nada para proteger a las personas que quieres, de sentirte indefenso ante el terror que da perder a alguien, y aún peor, el antes desconocido para mí dolor de ver a alguien a quien quieres sufrir de esa forma.
¿De qué servía que fuésemos los Campeones de los Grandes Poderes si habían dejado a una de nosotros morir para salvar el mundo? ¿Si nos hubiesen dejado morir a todos de no haber sido por ella? ¿Qué clase de ser del bien permite que una de sus Elegidas sufra continuamente, sabiendo que ha perdido a su hermana mientras se culpa por no haber hecho lo que su destino le manda, morir salvando al mundo? Estaba cansado de ser un Campeón para eso, al final, estábamos solos. Y aún más lo estaríamos ahora que el trabajo para el que nos habían elegido estaba terminado. Aunque casi lo prefería.
Intenté dejar de pensar en eso, porque lo único que hacía era sacar lo más oscuro de mi interior, pero me costaba controlar todo el dolor que sentía con lo que había pasado y seguía pasando. Y cada vez era mayor.
Esquivé a un par de personas que iban con prisa y apuré el paso hasta llegar al supermercado. Cuando estaba cerca, vi a un tipo grandote tirando una bolsa de Doritos en una papelera antes de entrar, era Dom. Me preguntaba si los Doritos serían el secreto de ser un tipo tan grande en lugar de la leche o las espinacas. Entré y me lo encontré cogiendo un carro.
– [Daniel]¡Dom! ¿De compras?[/Daniel] – pregunté, contento por verlo en ese mismo instante en el que mi cabeza me estaba ganando terreno.
– [Dom] Si, necesito herramientas si quiero montar esas dichosas estanterías.-[/Dom] admitió mientras yo sacaba una moneda y liberaba otro carro para mí. Dom estaba en plena mudanza con Rebecca, y aprovechando el tiempo libre le debía haber tocado hacer de manitas. Por suerte ese supermercado tenía de todo, ventajas de estar ubicado en un viejo cine que había cerrado en la época de crisis, gran espacio, más barato y un exterior que parecía de diseño.
– [Daniel]Si necesitas una mano avisa.[/Daniel] – dije mientras entrábamos a los amplios pasillos empujando los carros. Seguíamos viéndonos todo lo que podíamos, pero últimamente habíamos tenido todos muchas cosas que hacer y habían pasado unos cuantos días desde la última vez que pudimos estar un rato juntos que no fuese trabajar en la Nave. Además, me gustaba la idea de pensar que Sarah pudiese hablar con él y con Rebecca un rato, como si la vida no nos hubiese tratado tan mal y por un momento las cosas fuesen como antes. – [Daniel]A Sarah no le vendría mal salir un poco para algo que no sea cazar.[/Daniel] – dije reflejando mis pensamientos. Habíamos pasado tantas cosas juntas que era una tontería no aprovechar que tenía un amigo que era de la familia y podía ayudarme.
– [Dom] Te tomo la palabra.[/Dom] – afirmó mientras cruzábamos uno de los pasillos transversales directos hacia la parte más lejana de las cajas, donde estaban las secciones de bricolaje, para que Dom cogiese lo que le hacía falta para las estanterías. – [Dom]¿Y tú que vas a comprar? -[/Dom] preguntó mientras echaba un destornillador, una sierra de arco y una hoja.
– [Daniel]Si puedo con todo, la comida del resto de la semana.[/Daniel] – comenté mientras Dom echaba al carro unos tornillos y el resto de cosas que consideró necesarias, algunas de las cuales parecía que eran para arreglos en la casa. Tanteé los bolsillos y saqué de uno de ellos la nota que había escrito Diana, desdoblándola para enseñarle la cantidad de cosas que se suponía que tenía que llevar yo solo.
– [Dom] En vista de que me vas a ayudar a montar muebles yo te ayudaré con las bolsas de la compra.-[/Dom] me ofreció consiguiendo que suspirase de alivio internamente, entre dos si podíamos con todo, aunque solo porque teníamos fuerza de aesir, y la telekinesis de Dom para aligerar un poco las cosas.
– [Daniel]Tenemos un trato.[/Daniel] – admití mientras nos alejábamos de la sección de bricolaje. Llegamos al pasillo de la pasta y maldije para mis adentros cuando vi que los únicos paquetes de macarrones que quedaban estaban en los estantes de más arriba. – [Daniel]Siempre echo en falta tu poder para estas cosas.[/Daniel] – dije mientras estiraba el brazo para cogerlo. El poder de Dom era sin duda el más envidiado día a día, cuando estás en el sofá y no quieres moverte, por ejemplo, o ahora mismo para ir echando las cosas en el carro y volver a casa con las manos libres y las bolsas flotando al lado. Aunque claro, eso en la teoría, en la realidad la gente echaría a correr espantada. – [Daniel]Pero luego me doy cuenta de que la gente sigue sin estar preparada.[/Daniel] – dije con algo más de amargura de la que esperaba. No eran mis mejores días.
– [Dom] ¿Para esto he quedado? Coger las cosas de los estantes altos.-[/Dom] se lamentó teatralmente. Miró a ambos lados del pasillo y empujó los espaghetti del estante superior hasta el carro evitando que tuviese que estirarme para cogerlos. – [Dom] Tal vez nunca lo estén, odian todo lo que no pueden comprender.-[/Dom] admitió él. Continué avanzando, mientras miraba la lista un poco perdido en mis pensamientos.
– [Daniel]Sí, ya lo hemos visto desde el principio.[/Daniel] – comenté. En parte, el odio que sentían hacía nosotros era lo que nos había unido, un odio manifestado en una persona peor que la mayoría de los demonios, el General Preston, capaz de experimentar con su hija para evitar que se acercase a nosotros, a Dom, y capaz de matarnos a todos nosotros si estuviese en su mano. – [Daniel]Nunca sabrán lo que hicimos, lo que hizo Kaylee. Y se permitirán el lujo de odiar lo que no conocen.[/Daniel] – me quejé bastante molesto. Vi que estaba apretando con demasiada fuerza el manillar del carro y traté de controlarme. Había una parte en mí que estaba molesta con la humanidad por seguir tranquila, viviendo su vida como si nada hubiese pasado mientras nosotros pasábamos por algo así por salvarles, pero no podía echarles la culpa, aunque no era tan fácil como simplemente saberlo.
Me distraje mirando la lista y cogiendo unas cuantas cosas del pasillo en el que estábamos.
– [Dom] ¿Como se encuentra Sarah? -[/Dom] preguntó Dominic mientras me echaba un pack de leche en el carro. Sabía bien lo que me preocupaba.
– [Daniel]No muy bien. Caza mucho. Duerme hasta tarde por la mañana. Come poco.[/Daniel] – empecé a decir, era como si las palabras saliesen solas, como si llevasen mucho tiempo pugnando por salir. – [Daniel]La mayor parte del tiempo se culpa por lo que pasó y la otra parte…bueno, ha perdido a su hermana…[/Daniel] – dije con la mirada perdida en la pirámide de refrescos que había más adelante. Sabía lo que estaba pasando, yo también había perdido a alguien y me había culpado por ello, quizá por eso también estaba tan preocupado y tenía tanta prisa porque volviese a ser la de siempre.
– [Dom] No fue culpa de ella. La culpa es de esos Grandes Poderes. Nos utilizaron y engañaron.-[/Dom] dijo mirando al frente. Ocultaron a Kaylee hasta el último instante, nos hicieron pasar por unas pruebas infernales en las que la mitad morimos, y absolutamente todos nos enfrentamos a cosas que nunca olvidaríamos. Y todo para perder a Kaylee después.
– [Daniel]Sí, lo peor de todo es haberles creído.[/Daniel] – respondí mientras cogía un tarro grande de Nutella que se disputarían Diana, Sarah y Cara, aunque como lo cogiese mi hermana por banda, acabaría con él a cucharadas. Tenía que mantenerlo vigilado, porque como a Diana le diese un antojo de chocolate, veía a Christopher saliendo en mitad de la noche a la tienda de 24 horas más cercana. – [Daniel]A ver si esta noche se anima. Pero, bueno, no sabemos que piensa Rebecca de nuestra reunión improvisada.[/Daniel] – dije al darme cuenta de que estábamos dando por hecho que quedaríamos esa noche sin haberle preguntado a ella, que podía llegar cansada y no tener ganas.
– [Dom] No creo que le moleste. Aunque últimamente no para quieta ni un momento.-[/Dom] comentó él. Parecía preocupado por ella, pero Dom no solía hablar mucho de sus problemas.
– [Daniel]Seguro que lo notas más porque tienes un tiempo de tranquilidad.[/Daniel] – comenté mientras cogía las verduras. Intenté quitarle importancia para que no se preocupase, a veces uno no se da cuenta de cuanto tienen que hacer los demás hasta que está libre.
– [Dom] He llegado al nivel 300 del Candy Crash, incluso me he leído una de esas novelas que tanto le gustan. Estoy deseando que la nave se ponga a funcionar.-[/Dom] respondió mientras echaba también la fruta al carro. Cuando tienes poco tiempo libre, siempre piensas en todas las cosas que harías y en lo mucho que necesitas un descanso, pero cuando lo tienes de verdad, puede llegar a ser asfixiante y terminas deseando volver a estar ocupado, especialmente cuando las cosas van mal, como nos ocurría a nosotros.
Llegó mi turno en la carnicería. – [Daniel]Un pollo entero, dos pechugas, medio kilo de carne picada, una pieza de cinta de lomo, un kilo de chuletas de cerdo, otro de costillas y ponme seis brochetas de esas.[/Daniel] – pedí al carnicero. – [Daniel]¿Qué tal la convivencia?[/Daniel] – pregunté mientras esperábamos.
– [Dom] La convivencia bien, aunque por las noches llega y se lanza sobre la cama cayendo frita.-[/Dom] me aseguró. En eso me resultaba muy fácil empatizar con él. Últimamente las cacerías estaban sumidas en el silencio, Sarah acababa con los enemigos uno tras otro implacablemente, como si cada uno fuese una oportunidad que estuviese dando a los demás, como si cada uno que dejase ir fuese un nuevo peso en su conciencia. Después llegábamos a casa y ella caía agotada en la cama, impidiendo que hablásemos hasta caer dormidos como solíamos hacer. La mayoría de las noches le ponía el pijama y la arropaba y después me ponía a leer, dedicándole miradas de vez en cuando pensando en lo frágil que era la vida de cualquier persona. Solo me consolaba el colgante que llevaba al cuello y le pedí que nunca se quitase, el que se suponía que la salvaría de una muerte predestinada llegado el momento. No pensaba permitir que el destino me la arrebatase, bastante me había quitado ya, a mí y a todos.
– [Daniel]Ese juego es adictivo, hace tiempo Sarah cerraba los ojos al irse a la cama y veía los caramelos para mover de posición.[/Daniel] – comenté con una ligera sonrisa. – [Daniel]Seguramente llegue agotada entre la biblioteca y las clases. Definitivamente necesitamos la Nave. A todos nos vendría bien.[/Daniel] – pensé en voz alta. La Nave ya no era solo una empresa que nos permitiría subsistir a varios de nosotros, si no que también era un símbolo de todos nosotros, de nuestra peculiar familia que ahora estaba partida en innumerables trozos.
– [Dom] Dejaríamos de pensar y nos centraríamos en lo que mejor se nos da. -[/Dom] replicó pensativo.
– [Daniel]Tienes toda la razón.[/Daniel] – asentí. Nos habíamos enfrentado a cosas que cualquiera habría pensado que eran imposibles, y habíamos resistido y sobrevivido, porque contábamos los unos contra los otros, pero si algo atacaba ahora que estábamos debilitados y separados, nos aplastaría. – [Daniel]¿Sabes algo de Ed?[/Daniel] – pregunté. Ed se había aislado desde lo de Kaylee, se había ido a Louna, como le había prometido, y no habíamos vuelto a saber de él. El dolor a veces nos hace separarnos de todo el mundo, cuando lo que necesitamos precisamente es rodearnos de las personas que nos ayudarán a superarlo. Ed, Diana y Sarah se habrían ayudado a superarlo entre sí, pero el dolor había sido tan grande que había abierto una brecha entre Ed y las hermanas.
– [Dom] Nada desde que se marchó. Supongo que vosotros tampoco.-[/Dom] respondió Dom. Negué con la cabeza y caminamos en silencio. Él también parecía preocupado por todo lo que estaba pasando. Pensaréis que digo una tontería porque era lógico que estuviese preocupado, pero Dom suele parecer siempre tan imperturbable y con una voluntad de hierro que había que hacer un esfuerzo extra para llegar a extraer sensaciones de lo que transmitía.
– [Daniel]Cuesta verle un final a esta mala racha. Pero tenemos que volver a reunirnos.[/Daniel] – dije echando las últimas cosas al carro, que ya rebosaba.
– [Dom] Al final saldremos de ella, solo hay que darle tiempo ha sanar heridas. -[/Dom] respondió tratando de levantar los ánimos. Tal y como estábamos ahora me recordaba al futuro que habíamos visto en el que Mason había conseguido absorber la oscuridad de la Boca del Infierno y la noche se había hecho eterna, ese futuro en el que estábamos divididos, hasta que logramos sacar la fuerza para reunirnos y luchar para conseguir un poco de esperanza. Esperaba que al final lo hubiesen logrado, porque mi yo futuro murió por el camino. Esta vez no podíamos tardar tanto en volver a reunirnos, y no lo haríamos, por una enorme diferencia, en aquél futuro había perdido a Sarah, y ahora, aunque estuviese pasándolo tan mal, el simple hecho de tenerla conmigo me daba fuerzas para intentar lo que hiciese falta.
– [Daniel]Espero que tengas razón.[/Daniel] – dije deciéndole el primer turno en la caja, porque lo mío iba para rato y necesitaría cuatro manos para embolsar, bueno, o quizá diez, pero había que apañarse.
Cargados de bolsas fuimos caminando y hablando hasta casa de las Echolls. Disfruté de un rato de charla dejando de lado las preocupaciones, que eran muchas y acababan con cualquiera, y fantaseé con la idea de Sarah sonriendo mientras nos reuníamos esa noche, con ir a Louna y traer a Ed de vuelta y muchas cosas más que no llegaría a cumplir.
La oscuridad es así, se aferra hasta el último instante, se mantiene latente en los buenos momentos, recuperándose, y cuando llega su momento, ataca con todo lo que tiene. Como reza el dicho: «las desgracias nunca vienen solas».
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