DIARIOS DE DESTINO | PALACIO KVINNEBY
MADRUGADA
El Palacio Kvinneby se iluminó poco a poco con la luz del amanecer, señal de que era hora de despertar y volver a poblar los pasillos sumidos en un silencio sepulcral. Un silencio, que no tardó en ser roto con un agudo grito cuando la protegida más madrugadora llegó a una de las grandes salas comunes de camino a las cocinas, dispuesta a prepararlo todo para los demás, como había decidido que era su cometido, y en lugar del vacío habitual lo que encontró fue un cuerpo con grises alas de ave y ojos vacíos y sin vida, clavado sobre la chimenea por sus alas, con una punta de metal firmemente clavada en cada una de ellas.
La muchacha no sabía su nombre verdadero, solo el que había elegido en aquél lugar, Seraph, al igual que ella era simplemente ‘Manna‘ porque la comida se multiplicaba con su mero toque. Antes de que las puertas empezasen a abrirse para dejar paso a todos aquellos que habían acudido motivados por su grito, se arrodilló con las manos en un silente rezo y lloró.
Father, father, father, father
Father, into your hands I commend my spirit
Father, into your hands
Why have you forsaken me?
In your eyes forsaken me
In your thoughts forsaken me
In your heart forsaken me, oh
Trust in my self-righteous suicide
I cry when angels deserve to die
In my self-righteous suicide
I cry when angels deserve to die
DANIEL ARKKAN | EXTERIORES DEL PALACIO
Daniel levantó la mirada hacia el Palacio en el instante en el que escuchó el grito que no pudo identificar de dónde provenía exactamente. De eso hacía ya varios minutos, durante los que había estado observando, impaciente, para ver si había alguna novedad que le indicase que Sarah estaba bien. Hasta el momento se aferraba a la bandera blanca que ondeaba en la ventana de Sarah, y que nadie había quitado todavía. Ésa bandera le había hecho sonreír por primera vez en mucho tiempo, le había dado esperanzas, la luz en la oscuridad, pero ahora los acontecimientos amenazaban con arrebatárselo todo una vez más, y no podía soportarlo.
Desde su posición no podía enterarse de demasiado, pero incluso así, sabía que algo no iba bien, porque uno de los habitantes del Palacio había salido para dar un aviso a los dos guardias del turno de noche, que recibieron la noticia con caras de asombro y miedo. Todavía faltaba un poco para que los guardias de ese turno rotasen a la combinación idónea para él, pero no estaba seguro de poder esperar ahora que sabía que algo pasaba dentro. Por una vez, la suerte pareció acompañarle cuando el relevo se produjo antes de tiempo. Lo que había pasado había acelerado las cosas para todos, era el momento de entrar en el Palacio.
LUCY TATTLER | CARRETERA ESTE, CONDADO DE RIPPER
Lucy observaba sonriente los paisajes nunca vistos pero si recordados, del Condado de Ripper. Resultaba extraño vivir una nueva vida después de haber visto recuerdos de una anterior, pero al menos ahora sabía un poco más de dónde venía, y ya no viviría engañada en un taller de costura que habían preparado para ella como si fuera una muñeca.
A su lado estaba Edward MacLay, que dibujó en sus labios una sonrisa nerviosa al cruzarse sus miradas. Llevaba todo el viaje más callado de lo que acostumbraba a estar cuando estaban juntos, y eso era decir mucho, pero sabía que estaba nervioso por volver a encontrarse con la gente que había dejado atrás, y Lucy no podía culparle, ella misma iba a reencontrarse con un pasado que echaba de menos, pero que no estaba seguro que fuera recíproco.
Pero mucho más silente que él estaba Mara, la muchacha que la había cuidado todo el tiempo que había estado inconsciente y que ahora viajaba en un asiento al otro lado del pasillo, mirando al horizonte por la ventanilla.
Debía estar más nerviosa, quizá triste, confusa o incluso enfadada con el mundo, pero a Lucy solo le salía estar emocionada por lo que aguardaba en Moondale.
Cuando el autobús giró para entrar a la nueva estación de autobuses de Moondale, que sabía que no era la de siempre aunque nunca había estado allí, su estómago dio un vuelco y todo su cuerpo pareció temblar cuando se detuvo en la dársena y Ed se levantó para coger sus equipajes de mano. Bajaron los tres juntos y recogieron las maletas antes de alejarse del resto de pasajeros que iban a hacer lo mismo. Frente al autobús, un hombre de unos treinta y tantos vestido con una chaqueta marrón claro y mirada seria les esperaba. Cuando les vio, su rostro se transformó en una sonrisa afable.
– [MacLeod]¡Ed! ¡Mara! Me alegro de veros.[/MacLeod] – dijo dando un paternal abrazo a ambos. – [MacLeod]¿Y tú eres…?[/MacLeod] – dijo mirándoles extrañado.
– [Ed]Lucy. Aunque tal vez la recuerdes como Kaylee.-[/Ed] respondió Ed con una sonrisa salida de lo más profundo de su alma. El hombre se quedó mirándola con unos ojos que parecían ver a través de ella, y después, sonrió y le dio un abrazo.
DIANA ECHOLLS | SU DESPACHO, UNIVERSIDAD DE MOONDALE
Diana estiró las piernas y la espalda disfrutando de su nueva silla acolchada cortesía de la Rectora Sheppard, que se había apiadado de su pobre espalda dolorida y sus piernas hinchadas de tener que llevar todo el día de paseo a la meona.
Tenía unos minutos hasta la siguiente visita de un alumno listo para ser aconsejado, nada menos que Neil Patrick Harris, así que cerró los ojos y disfrutó de la relajación que pronto se desvanecería.
No sabía si era por las hormonas o por el regreso definitivo del hijo pródigo, bueno, del hermano casi adoptivo pródigo, Ed, pero ese día estaba inquieta, como si supiera que algo malo iba a pasar o había pasado ya. Echaba de menos su conexión directa con ‘Spoiler TV‘, porque aunque hacía que le doliese la cabeza, a veces también le mostraba cosas tranquilizadoras que no le habría venido mal ver en una época como esa.
Respiró profundamente y relajó los músculos, tal y como le enseñaban en las clases de preparación al parto y pilates para embarazadas, pero justo cuando mejor estaba, alguien llamó a la puerta. A regañadientes Diana le dijo que pasara, solo para descubrir que era Neil, que había llegado antes de tiempo. Y ésa solo era una de las muchas reuniones que tenía esa mañana, siempre era igual los primeros meses de un nuevo curso, pánico e ilusión, y después sol, descanso y de vuelta al estrés los últimos meses.
DOMINIC WILLIAMS | LA NAVE
Dom se estiró e hizo crugir sus articulaciones, resentidas tras una noche de sueño corta y agitada. Tenía un día ajetreado, primero porque esa misma tarde tendría que coger el coche de Daniel y volver a recogerle, y una parte de él no dejaba de pensar en su amigo entrando solo en ese lugar, y en si conseguiría traer algo de vuelta cuando fuera a buscarle.
No compartía solo sus preocupaciones, Christopher también se había mostrado preocupado cuando le llamó la noche anterior y le explicó todo lo que había pasado, pero no podían hacer otra cosa que esperar, o correrían el riesgo de poner en más peligro aún a Daniel.
Pero eso no era todo, gracias a las visiones, el Vigilante había conseguido «reclutar» a un grupillo de gente de la Universidad con poderes, que podría ayudarles en la guerra que se avecinaba. Claro estaba, ninguno de ellos tenía la experiencia de los Moondies, así que tenían que entrenarles tanto para defenderse a sí mismos como para defender a otros, y le había pedido a Dominic tener el primer acercamiento.
Miró el reloj y vio que se acercaba la hora. Christopher les había indicado la dirección de la Nave y Cara les llevaría hasta el gimnasio, donde Dominic lo tenía todo preparado desde hacía ya un rato. No había nada mejor cuando tienes la cabeza ocupada que mantener las manos de la misma forma.
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