Moondale

Categoría: Diario de Christopher MacLeod

  • MIEDO Y ESPERANZA

    MIEDO Y ESPERANZA

    EL MENTOR

    ESCUELA LEGADO

    El Mentor depositó la taza de café en la mesa, procurando que la cerámica caliente no entrase en contacto con la madera, y se frotó las sienes, observando el objeto que se encontraba a unos pocos centímetros de la taza.

    La piedra Daë era una reliquia cuya existencia conocían muy pocos. Durante años, había sido un recuerdo de un tiempo pasado, un tiempo de hazañas y sacrificios que nadie recordaría en un siglo. Pero desde hacía ya más de un mes, se había convertido en el único medio que tenían para saber si sus hijos e hijas se encontraban bien.

    Y con un suspiro, ese último mecanismo para no perder la cordura se había esfumado. Nadie respondía ya al otro lado. Pero no porque no estuviesen disponibles. Algo iba mal, una especie de bruma oscura se había extendido desde el interior de la piedra y ahora oscurecía ya gran parte de su brillo.

    Él tenía un presentimiento de qué significaba todo aquello, al igual que Diana y los demás. Esto no era un problema que hubiera podido ocultarles hasta haber tenido una solución.

    Esa bruma les decía que sus hijos e hijas estaban vivos, sí. Pero se enfrentaban a una de las fuerzas más temibles de la existencia. Sus propios miedos.

    Christopher fue consciente de las botellas de alcohol que había una sala más abajo, en la parte restringida a alumnos de la Escuela. Eran una muestra de confianza por parte de los demás, pero el miedo a caer en ello seguiría siempre acechando. En aquél instante todo parecía una broma cruel de la vida.

    No dejaba de pensar en la depresión de Amy, en la inseguridad de Kaylee, en la extrema madurez de Vera. Tres pilares a los que el miedo se agarraría con firmeza. Christopher había sobrevivido, gracias también a la ayuda de los demás. Pero también habían muerto otros siendo incapaces de salir de aquél lugar.

    Y aun así, con todo el mundo preocupado por cómo superarían sus miedos, el Mentor no dejaba de ver un paso más allá. Si superaban sus miedos, su posición como Daë estaría marcada a fuego, destinándoles a entrar al Axis Mundi. El lugar donde él mismo había muerto y del que solo consiguió volver por pura suerte. Al final, si no les mataba el miedo, podría hacerlo la esperanza de volver a casa.

  • DESPEDIDAS Y REENCUENTROS

    CHRISTOPHER MACLEOD

    ESCUELA LEGADO – NOCHE

    Aquél edificio que en su día había sido una mera nave industrial vacía, se había convertido en el edificio de administración de la Escuela Legado y en una suerte de escuela de la vida para los Moondies. Era su corazón latiente, rebosante de vida y energía incluso cuando las amenazas eran constantes. Sin embargo, aquella noche, ese corazón adolecía. En el edificio reinaba el silencio, solo roto por los llantos contenidos y las voces cansadas.

    Cuando Daniel entró a la sala de descanso de la segunda planta, nos encontró a Sasha y a mí sentados en silencio, pensativos, esperando.

    – [MacLeod]¿Café?[/MacLeod]  – les pregunté. Había perdido la cuenta de los que había tomado, pero necesitaba una distracción aunque solo me fuera a mantener ocupado unos minutos.

    – [Daniel]Sí.[/Daniel] – respondió Daniel, sentándose al lado de Sasha. Empecé a prepararle un latte aderezado con las cosas que iba dejando Daakka por allí de los cafés que iba experimentando. Envidié su especial relación en ese momento, él tendría un apoyo constante para ayudar a Sarah mientras que yo, volvería a una casa silente, sin mis niñas, solo para tratar de ayudar a sobrellevar la pena al amor de mi vida, que estaba derrotada.

    – [Sasha]Cargado.[/Sasha] – pidió Sasha. Observé el líquido oscuro mientras se vertía sin fin en una taza grande, sin leche, sin azúcar, solo café, a veces se notaba que Daniel y yo no habíamos nacido en este país.

    Al terminar coloqué los cafés en los posavasos de la mesa en la que estábamos sentados y miré fijamente la madera, sin atreverme a preguntarle a Daniel por el asunto por el que llevaba un rato ausente.

    – [Daniel]Acabo de hablar con Xander.[/Daniel] – le escuché decir. Al alzar la vista le vi mirando a Sasha, que debía haber pedido con sus ojos lo que yo no me atrevía a preguntar. Después me miró a mí. Apartó sus ojos de los míos al cabo de unos segundos, consciente seguro de que conociéndole como lo hacía, había reconocido el dolor que se ocultaba tras ellos. Por su historia personal, para Daniel esto estaba resultando muy duro, pero había aguantado cuando recibieron la llamada, en el funeral y ahora, reunidos todos en la Escuela, porque sabía que Sarah estaba sufriendo lo indecible.- [Daniel]Han tenido complicaciones y se les ha presentado una mujer que les ha ofrecido tratos, pero están bien.[/Daniel] – confesó. Sentí una sensación de agobio volver de las sombras en las que se había metido los últimos días. Mis hijas estaban en otra parte del universo, en otro tiempo, enfrentándose a la clase de peligros de las que siempre intentamos protegerlas. Habíamos creído que podíamos protegerles de todo esto, pero al final nunca tuvimos esa opción, quizá lo más sensato habría sido enseñarles. – [Daniel]Parece que Laura Petrov ha vuelto a la isla, habría que buscar la forma de hablar con ella.[/Daniel] – asentí, meditabundo, nuestros contactos en la isla existían, los OWLS e incluso la madre de Laura, pero dada la relación con Z, que aún tenía un peso importante en el gobierno de la misma, no era muy entusiasta utilizándolos, porque sabía que él estaría observando y quien sabe si podría esperar nuestro peor momento para volver a intentar quedarse con Ripper.

    – [Sasha]¿Le has dicho lo que ha pasado?[/Sasha] – preguntó Sasha, directa como solo ella podía serlo sin resultar ofensivo.

    – [Daniel]Sí, y he querido decírselo a Elle también directamente.[/Daniel] – Daniel se pasó una mano por el pelo, más largo de lo que lo que lo había llevado en los últimos años, abatido. – [Daniel]Siento que no puedas hablar con ellos.[/Daniel] – le dijo a su otra mujer. Colocó una mano en su espalda para darle apoyo. Para Sasha, que siempre se había hecho a un lado cuando era necesario disimular, debía ser difícil ser la única que no podía hablar con los niños por no ser una Daë.

    – [Sasha]Ya tendré tiempo. Ahora lo importante es ayudar a Sarah y estar cuando ellos lo necesiten.[/Sasha] – respondió. Era una mujer estoica, con mucha confianza, pero por mucha que tuviera, me alegró enormemente saber que su relación ya no sería un secreto con nadie.

    – [MacLeod]Hablaré con Amy y Vera en cuanto Diana se encuentre con fuerzas para hablar con Kaylee.[/MacLeod] – les expliqué. Estaba deseando escuchar y ver de nuevo a mis niñas. Desde los viejos tiempos no llevaba tan a menudo encima el disco Daë como ahora, que me acompañaba a todas partes. Pero a ese deseo de hablar con ellas se le sumaba el miedo a decirles lo que había pasado, a llevarles ese dolor a un lugar desde el que no podían hacer nada, ni yo tampoco para reconfortarlas por la pérdida. – [MacLeod]Ese dolor se quedará siempre, pero seguirán adelante. Ayudar a los niños las mantendrá ocupadas.[/MacLeod] – les dije. Sarah, Diana, Lucy y Cara eran las que más fuerte habían recibido el golpe. Junto a la desaparición de nuestros hijos e hijas, era demasiado, pero confiaba en que hablando con ellos, ayudándoles, las madres protectoras que había en ellas sirvieran para protegerlas a sí mismas de las hijas dolientes.

    – [Daniel]Tengo miedo de ver a Sarah destrozada como cuando lo de Kaylee.[/Daniel] – confesó Daniel. Se notaba que aquél suceso habría protagonizado su mundo del miedo en caso de haber vuelto. Deseé no hacerlo nunca, porque el mío sería mucho más peligroso ahora que tenía muchísimo más que perder.

    – [Sasha]Se repondrá, pelirrojo, es fuerte.[/Sasha] – le animó Sasha. La última vez las cosas habían sido diferentes, Kaylee se sacrificó y eso nos destrozó, Sarah se culpó, Ed no lo pudo soportar y se fue. Todo se vino abajo en cuestión de días. Pero salimos de ello y no se pasa un suceso así sin volverse más fuerte.

    Daniel asintió pero el silencio imperó en la sala de igual modo. Temí por un instante escuchar los llantos de la sala de descanso contigua, donde estaban ellas. Todos entrábamos a menudo para estar junto a ellas, pero al final, si alguien entendía su dolor eran ellas mismas, las cuatro habían perdido a una madre, aunque en diferente modo.

    – [MacLeod]Rebecca y Dom llegaron hace un rato, están con Jaime, creo que se irá con ellos una temporada para no volver solo a esa casa.[/MacLeod] – les expliqué. Habían llegado mientras Daniel hablaba y Sasha estaba con Sarah. – [MacLeod]Mi madre le ha ofrecido un cuarto si lo necesita.[/MacLeod] – comenté. Sería duro para Jaime, toda una vida solo para volver una vez más a ella. Quizá a Dom y Rebecca les vendría bien cuidar de alguien después de volver a vivir juntos tras marcharse sus hijos.

    – [Daniel]Cara también está sufriendo, durante un tiempo hizo de madre para ella.[/Daniel] – meditó, pensativo. Daakka se había ido hacía un rato con ellas, entraba y salía de la sala, listo por si le llamaban. El pomo de la puerta giró y pensé que sería él.

    – [Vincent]Hola.[/Vincent] – saludó Vincent al entrar. – [Vincent]¿Os importa si me quedo? Mara está con las hermanas y con Cara y no sabía ya qué hacer.[/Vincent] -aseguró con su habitual sinceridad. Todos estábamos así, pasándolo mal mientras las veíamos sufrir ante un mal al que no podíamos enfrentarnos como estábamos acostumbrados.

    – [MacLeod]No, pasa, siéntate y tómate un café o lo que necesites.[/MacLeod] – le ofrecí señalando la cafetera italiana, aún cargada.

    – [Vincent]Les está resultando muy duro, así tan de pronto, sin saber lo que le pasaba.[/Vincent] – dijo mientras se sentaba en uno de los sofás. En aquel momento más que nunca temía la «maldición» de Vincent. A veces necesitamos engañarnos, escuchar que no va a ser tan difícil, que pasará. Pero lo cierto es que llevaría tiempo y muchas cosas de las que preocuparse, como la relación de mi mujer y la magia.

    – [MacLeod]Las despedidas siempre son duras, en realidad nadie está nunca preparado aunque diga lo contrario.[/MacLeod] – confesé, recordando a mi hermano Zack. – [MacLeod]Elizabeth siempre aguantó el tipo por sus hijas, hasta el final.[/MacLeod] – sonaba a que me estaba repitiendo tras el funeral, pero la verdad es lo que es. Elizabeth siempre había tragado sus preocupaciones cuando sus hijas salían a salvar el mundo y ahora, cuando el mal la acechaba a ella, les había ahorrado las preocupaciones y se había enfrentado a ello sola.

    – [Daniel]Debimos ver algo raro. Venía mucho hace una temporada y en los últimos meses se excusó para no hacerlo.[/Daniel] – comentó Daniel, haciendo un gesto con la mano. Era cierto que Elizabeth había empezado a venir hacía cosa de un año con la excusa de aburrirse, ver a los niños y estar con la familia, pero hacia el final ya debía notarse el deterioro y no quería venir.

    – [Sasha]Teníamos muchas cosas encima.[/Sasha] – le tranquilizó Sasha. Siempre era así, teníamos el mundo tan encima de los hombros que no podíamos girar la cabeza para ver algunas cosas de las que pasaban en él. Eso había hecho también que no viéramos venir lo de Omega y lo de Infinity para evitar que nuestros niños y niñas se lanzaran a esa locura.

    – [MacLeod]Y sigue siendo así.[/MacLeod] – respondí. – [MacLeod]Estarán deseando ayudar a nuestros hijos e hijas, pero tenemos que ocuparnos de las patrullas, de Infinity y de Omega nosotros mismos, es lo único en lo que podemos ayudarlas.[/MacLeod] – aliviar en parte esa carga, mantener la rutina, estar ocupadas pero sin excesivas preocupaciones. Iba a ser una temporada dura.

    – [Daniel]¿Ed está con ellas?[/Daniel] – preguntó Daniel.

    – [Vincent]Sí, solo se ha movido de allí para hablar con Ezra.[/Vincent] – explicó Vincent, que había sido el último en salir. – [Vincent]Con lo felices que estaban con el embarazo.[/Vincent] – de nuevo esa sinceridad que venía en el peor momento. Lucy y Ed por fin se habían librado de la maldición que le había echado la Reina Negra y ahora ella estaba embarazada, de una niña llamada Chloe según le había dicho Kaylee a Diana, aunque eso nos lo habíamos reservado.

    – [MacLeod]Lucy aprovechó el tiempo con su madre en los últimos años. Sufrirá, es normal, pero su carácter es distinto al de Sarah y Diana.[/MacLeod] – o al menos eso pensaba. – [MacLeod]Ellas se culparán, pensarán que habrían podido hacer algo más.[/MacLeod] – aclaré. Eso las acompañaría a todas siempre, pero el carácter de Sarah y Diana haría que fuera peor. Y Diana, por si fuera poco, llevaría encima también el sufrimiento de su hermana. Eso me hacía recordar una de las cosas por las que tanto la quería, pero también lo mal que lo iba a pasar.

    – [Sasha]Me llevaré a Sarah a patrullar, sin los niños en casa pensará demasiado.[/Sasha] – comentó Sasha apurando el café.

    – [Daniel]Iré con vosotras. [/Daniel] – añadió Daniel asintiendo. Durante los próximos días no tendría mucho tiempo, estar con Diana iba a ser mi prioridad, pero en los momentos en los que ella descansara y yo no pudiera pegar ojo, empezaría a trazar algunas líneas de acción para ayudar a los nuevos Daë y para defender Moondale y la Tierra como siempre hacíamos.

    Se escuchó una alarma resonando en el despacho principal, que estaba conectado a la sala en la que estábamos por un arco. Daniel se levantó, ese despacho era de Sarah, de Dom y suyo, así que fue derecho hacia donde tenían el sistema de vigilancia. Los demás pasábamos mucho tiempo allí, yo en especial, pero estaba acostumbrado a que ese timbre pasara primero por Nate.  – [Daniel]Qué raro, tan tarde y ya estamos todos.[/Daniel] – pulsó un par de botones y en una televisión pequeña de la esquina se encendió la imagen de la entrada. Todos nos quedamos igual de asombrados y nos levantamos para verlo mejor. – [Daniel]No puede ser.[/Daniel] – dijo Daniel.

    Allí, en la entrada, estaba Mia Browning, con una sonrisa de oreja a oreja, saludando a la cámara.

     

  • DESTINOS ENTRELAZADOS

    INTERLUDIO

    CHRISTOPHER MACLEOD

    MADRUGADA – BIBLIOTECA SECRETA DE LA ESCUELA LEGADO

    Me estiré durante unos segundos en la silla y escuché mi espalda crugir. Dejé las gafas a un lado en la mesa y me froté los ojos, cansado. Era mi segunda noche sin dormir, exceptuando dos cabezadas que había dado mientras repasaba todo lo que sabíamos sobre los Daë, las Pruebas y los discos.

    Por una parte,  la visión de Diana había resultado tranquilizadora. Al menos sabíamos dónde estaban nuestros niños y podíamos descartar una fatalidad que no quería ni siquiera imaginar cómo habríamos llevado.

    Pero eso no evitaba que estuvieran en peligro y que no pudiéramos quedarnos sentados de brazos cruzados mientras ellos cargaban el peso del mundo a sus espaldas.

    La primera noche apenas sabía qué hacer, así que empecé a rememorar todo lo que nos había ocurrido a nosotros y creé un mapa de los sucesos relacionados con Verónica Preston, que de acuerdo a lo que decía mi hija, llevaba con nosotros desde la noche en la que escapamos de la Iniciativa por primera vez, hace más de veinticinco años.

    Cuando llegó la mañana me detuve para avisar en la Universidad de que tenía que tomarme el día. Y fue entonces, después de darme una ducha para despejarme, cuando encontré mi disco. Estaba allí, donde siempre lo había guardado, en una caja de metal labrada encima de una cajonera de nuestra habitación. Había acudido a ella por mero instinto, como una especie de corazonada. Y allí estaba.

    Lo cogí entre las manos y lo primero que hice fue llamar a los demás para ver si ellos también tenían los suyos. Contuve el miedo mientras lo hacía. Ser padre te cambia completamente. No es algo que pase de la noche a la mañana, pero para cuando te vas a dar cuenta, eres consciente de que hay seres nuevos en el mundo que dependen de ti y a los que quieres más de lo que podrías haber imaginado.

    El mero pensamiento de que a una de mis niñas le hubiese pasado algo hacía que cada uno de los tonos del teléfono me golpease como un martillo. Apenas me mantenía entero. Diana descolgó el teléfono y se marchó corriendo a comprobarlo en su bolso. El disco estaba allí. Uno a uno los fui llamando a todos y la respuesta fue la misma. Todos los discos habían vuelto.

    La visión de Diana era tranquilizadora, así que hice a un lado la idea de que les hubiera pasado algo a todos. Tenía que dejar a un lado los miedos y ser lógico. No fue fácil, como os digo, tener hijos te cambia. Hacía más de veinte años que había sobrevivido al Demonio del Miedo y era consciente de que en ese momento no sería capaz de repetirlo. Tenía demasiadas cosas que perder, empezando por Diana y las niñas. Finalmente, me aferré a la respuesta lógica, que era que los Daesdi habían devueltos los discos a su lugar después de que los niños fueran al Axis Mundi.

    Desde ese momento había estado casi sin descanso estudiando el disco en la biblioteca privada de los Moondies, casi todo el tiempo acompañado por alguno de los demás. Hacía ya tres horas que había mandado a Diana a descansar. Había ido poco después a la sala común y la había encontrado dormida, así que la arropé. Me quedé unos minutos con ella, sin ganas de quedarme solo de nuevo con mis pensamientos.

    Poco después de volver había dado dos cabezadas sobre el libro que tenía delante y eso me llevaba al presente, donde llevaba diez minutos dándole vueltas al disco, buscando detalles que nunca había encontrado.

    Dicen que la fé está ahí para cuando estamos desesperados. Para no perder la esperanza cuando no hay nada más a lo que aferrarse. Nunca había estado demasiado implicado en la fé. Era un hombre práctico, que había visto demasiadas cosas: demonios, magia, espectros, muertos que se alzan en vida, entidades de la misma naturaleza. Todo eso era tangible. Incluso habíamos visto a los Daesdi, que no eran más que tres entidades con poderes muy superiores a los nuestros, pero no dioses. Ante todo eso, ponía la fé en mí mismo y en los demás. Pero en ese momento no sabía qué hacer, así que con el disco en la mano, recé y pensé en mis niñas.

    Recordé su inocencia cuando eran pequeñas. Recorrer la casa a caballito con Vera a la espalda. Las risas de Amy, que conseguían arrancarte una sin que pudieras evitarlo. Las primeras palabras de Kaylee después de ‘Mami’, ‘Mima’ y ‘Papa’ diciendo ‘Eyaa’ para referirse a Freya.

    – [MacLeod]Por favor, que mis niñas estén bien. Por favor, no dejes que les pase nada…[/MacLeod] – rogaba mentalmente, esperando que mi mera fuerza de voluntad sirviese para cambiar las cosas.

    – [Leo]¿Quién es? ¿A quién estoy escuchando?[/Leo] – dijo una voz que resonaba en mi mente. Abrí los ojos sobresaltado. Sinceramente, un escalofrío recorrió mi espalda y en ese momento me planteé mi falta de fé.

    – [MacLeod]Christopher MacLeod. ¿Y tú?[/MacLeod] – busqué la entereza de la que carecía en ese momento para parecer calmado

    – [Leo]¿Christopher? Soy Leo, Leo Arkkan.[/Leo] – dijo la voz. Me había resultado conocida, pero no esperaba escuchar a Leo hablando en mi mente.

    – [MacLeod]¿Leo? ¿Cómo es posible? ¿Dónde estáis? ¿Estáis todos bien?[/MacLeod] – pregunté. Demasiadas preguntas. Tenía que ordenar mis pensamientos. Fuese lo que fuese la conexión que estaba teniendo con Leo, podía agotarse.

    – [Leo]Estaba tratando de dormir. Me desperté con un impulso de coger el disco, pero ya no estaba. En su lugar encontré un orbe como de cristal y al tocarlo te escuché.[/Leo] – explicó. – [Leo]Los Daesdi nos han enviado a otro lugar del universo, a un grupo de planetas que llaman Cúmulo Nexus, para guiar a los Daë de aquí. Estamos bien, pero estamos separados.[/Leo] – continuó. Era mucha información que procesar, así que tomé nota de lo que me estaba diciendo con mucho cuidado de no perder la concentración ni soltar el disco.

    – [MacLeod]No sé cuando tiempo tenemos, así que necesito que seas conciso. ¿Estás solo? ¿Cómo es el lugar en el que estás? ¿Qué más han dicho los Daesdi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Leo]Estoy con Amy y Ezra. Estamos en un mundo que parece la vieja Escocia.[/Leo] – comentó. Contuve a duras penas el impulso de pedirle que me pasara con mi niña. Sabía que tenía que conseguir más información y podía perder el contacto antes de conseguir saber más. – [Leo]Fuimos a impedir que los demás entrasen a las Pruebas, pero Omega apareció con la apariencia de Tina. Es igual que Jane, parece igual de joven.[/Leo] – añadió. Hizo una pausa muy breve y siguió. – [Leo]Huimos y aparecimos con los Daesdi. Nos dijeron que antes de pasar nuestras Pruebas debemos reunir a los Daë del Cúmulo. Son los que conocéis: el demonio Oriax, el elfo…no recuerdo como se llama, el de mi madre.[/Leo] – trató de aclarar.

    – [MacLeod]¿Os han enviado al pasado?[/MacLeod] – pregunté, más para mí que para él, que emitió un sonido que significaba que no lo tenía claro. – [MacLeod]Dime como es el orbe.[/MacLeod] – tenía muchas más preguntas que me apetecía hacer en ese momento, pero lo principal era mantener la comunicación con ellos. Era cosa de mi disco y su orbe, así que necesitaba saber cómo funcionaba, por qué había conectado con Leo y no con otro.

    – [Leo]Parece una gema, pero de dos colores que se mezclan entre sí, moviendose continuamente. Es del tamaño de la palma de mi mano.[/Leo] – describió.

    – [MacLeod]Dime los colores.[/MacLeod] – pedí.

    – [Leo]Azul celeste, frío. Y el otro es verde agua. [/Leo] – dijo él, finalmente.

    – [MacLeod]Son los colores de mi disco. Gelus Terram. Puede que sean tus elementos de daë.[/MacLeod] – teoricé. – [MacLeod]Llama a Amy, dile que coja su orbe. Voy a intentar comunicar con ella. No pierdas la tuya de vista por si no lo consigo.[/MacLeod] – pedí, temiendo cortar aquella frágil conexión que me unía a ellos. – [MacLeod]Espera, ¿en qué pensabas cuando cogiste la orbe?[/MacLeod] – la duda me asaltó, no solo debía haberse puesto a la escucha, tenía que haber algo más.

    – [Leo]En Kaylee.[/Leo] – dijo, sin más detalles.

    – [MacLeod]Oh. De acuerdo. Dile a Amy que piense en mí. Y Leo, si no volvemos a hablar, cuida de ellas, por favor.[/MacLeod] – de pronto su imagen se manifestó delante de mí, más clara, como si nuestra conexión fuera más intensa en ese momento. Asintió, mirándome. Él también podía verme.

    Cortamos la conexión y me aferré al disco. Él me escuchó después de que pensara en las niñas, en mi pequeña Kay, cuando él también pensaba en ella. Su alegría cuando era pequeña, su fuerza, que pareció apagarse cuando Leo se marchó. Todos aquellos años sufriendo, perdiendo una parte de nosotros mismos viendo a nuestra hija pasarlo mal.

    Entonces la sentí. – [MacLeod]¿Amy? Por favor dime que estás ahí.[/MacLeod] – pedí. Mi corazón iba a toda velocidad y estaba a punto de llorar, pero siempre había sido un hombre muy práctico. Dejaría las lágrimas para cuando no tuviera que ayudar a mi pequeña a estar a salvo.

    – [Amy]¿Qué quieres, brasas?[/Amy] -replicó mi hija mayor. La habría reconocido en cualquier condición, aunque tengo que reconocer que no era exactamente la respuesta que esperaba.

    – [MacLeod]¿Me estás diciendo que llevo dos noches sin dormir porque habéis desaparecido y cuando por fin hablamos me llamas brasas?[/MacLeod] – le repliqué. Estaba convirtiendo mi preocupación en una reprimenda, así que traté de concentrarme.

    – [Amy]Sep.[/Amy]- sentenció. Su imagen empezó a aparecer delante de mí y vi que se reía. Hacía mucho que no la veía reirse. Solo con verla me sentí mejor.

    – [MacLeod]A veces eres igual que tu madre.[/MacLeod] – respondí, suspirando. – [MacLeod]Amy, necesito que me digas de qué colores es tu orbe.[/MacLeod] – pregunté, odiándome por tener que ser práctico y conciso. No era un momento para la lógica, era un momento para alegrarme de ver a mi niña sana y salva. Pero ni eso podía disfrutar con normalidad.

    – [Amy]Azul y verde.[/Amy]- resumió. Dicen que los niños se parecen a sus padrinos y sin duda Amy había salido tan parca en palabras como el suyo.- [Amy]¿Cómo estáis?[/Amy] – añadió. Poder mirarla a los ojos sabiendo que ella también me veía era un milagro. Con Leo había costado más tiempo verle directamente, quizá porque no teníamos un vínculo tan intenso.

    – [MacLeod]Ahora mejor, estábamos muy preocupados. Tu madre tuvo una visión.[/MacLeod] – resumir en pocas palabras el desasosiego de los últimos días era imposible y Amy no necesitaba saber lo mal que lo habíamos pasado. – [MacLeod]¿Estás a salvo, tesoro?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Amy]Estoy con Leo.[/Amy]- se quejó. Que Leo se fuera había sido el catalizador de la depresión de Amy, pero como buen padre, sabía que había algo más, algo que no estaba contando, pero aprendí a tener paciencia y a esperar que algún día lo contase todo, por muy difícil que fuese.

    – [MacLeod]Lo sé. Pero sé que estarás bien. [/MacLeod] – dije tratando de darle confianza, pese a que yo mismo careciera de ella. – [MacLeod]No sé si preocuparme de haber conectado primero con él porque estaba pensando en tu hermana.[/MacLeod] – comenté cuando el pensamiento se me pasó por la cabeza.

    – [Amy]Lo que nos faltaba…[/Amy]- se quejó de nuevo. Me asaltó el miedo de no saber cuánto tiempo más podríamos estar hablando.

    – [MacLeod]Escucha, cariño. Sé poco de esto, pero te explico mi teoría, por si se corta la conexión.[/MacLeod] – dije, gesticulando ahora que sabía que me veía. – [MacLeod]Leo dice que el orbe estaba donde desapareció el disco, que ahora volvemos a tener nosotros. El de Leo tiene los mismos colores que el mío, y el tuyo tiene el azul, que seguramente será claro.[/MacLeod] – expliqué, aprovechando para ordenar mis ideas. – [MacLeod]Voy a hacer pruebas para comprobarlo, pero creo que solo puedo comunicarme con los que tengan alguno de mis elementos de Daë, porque no respondió nadie hasta que di con Leo.[/MacLeod] – era una teoría, quizá podía hablar con cualquiera, pero era demasiada coincidencia.

    – [Amy]Tiene sentido[/Amy] – replicó mi hija. La vi tan decidida y tan sabia allí delante de mí, enfrentándose a lo desconocido de forma tan estoica. Habían crecido mucho. Quizá no nos necesitaban tanto ya como nosotros a ellas.

    – [MacLeod]No vamos a apartarnos de los discos.[/MacLeod] – le prometí, sin saber quién necesitaba más esa promesa. – [MacLeod]Cuando nos necesitéis, estaremos aquí. Y si no nos necesitáis…llamadnos igual.[/MacLeod] – le pedí. No eran unas vacaciones así que estaba justificado pedirles que nos llamaran a diario sin parecer un padre loco.

    – [Amy]Por favor, papá. Qué cursi eres[/Amy].- replicó llevándose una mano a la cara, avergonzada, pero la vi sonreír. Hacía tanto que no podíamos hablar en condiciones. Me pregunté si no les habríamos dado por sentado demasiado pronto. Había hecho falta todo esto para poder estar más unidos.

    – [MacLeod]No soy cursi. Me preocupo por vosotras.[/MacLeod] – me quejé. Había intentado siempre ser un padre a la altura de las circunstancias y conectar siempre con ellas, pero tres hijas son muchas hijas y me había pasado diez años cansado. – [MacLeod]Eso no es ser cursi. Simplemente os quiero mucho.[/MacLeod] – añadí. No está mal decir que quieres a tus hijos, había sido una herencia de masculinidad tóxica durante años. Quería a mi padre y sabía que él también a mí, pero nunca nos lo habíamos dicho. Y eso era un error que debía continuar. – [MacLeod]Pero no soy cursi. Soy…guay. ¿Soy cursi?[/MacLeod] – pregunté.

    – [Diana]No eres guay desde 2015.[/Diana]- escuché decir a otra voz, una que siempre conseguía dar calidez a mi corazón. Me giré y vi a Diana en el umbral de la puerta, con cara de cansada.

    – [MacLeod]Voy a intentar pasarte con tu madre, a ver si funciona. Si se corta, volveré a llamarte mañana.[/MacLeod] .- dije mirando una vez más a mi pequeña. Diana se puso donde la dije mirándome extrañada. No había visto a Amy.

    Le tendí mi disco y le dije que pensara en Amy, pero no llegó a contactar con ella.

    – [MacLeod]Cariño, era Amy, podemos hablar con ellos, con los discos.[/MacLeod] – le cogí las manos, conteniendo a duras penas las lágrimas. Había pasado mucho miedo por ellas.

    – [Diana]¿Estás perdiendo la cabeza?[/Diana]- me preguntó, mirándome fijamente.

    Negué con la cabeza, dándome cuenta de que quizá había sonado un poco loco con el disco en la mano mirando hacia un punto en el que solo yo veía a Amy.

    – [MacLeod]Podemos comunicarnos a través de los discos, con los que tengan un elemento en común con nosotros. Hablé con Leo, que es Terram Gelus, y luego con Amy que es Gelus. Tú no pudiste hablar con ella porque no tenéis elemento en común.[/MacLeod] – le señalé las anotaciones de lo que había ido diciendo Leo.

    – [Diana]Pues vaya mierda de sistema.[/Diana] – espetó, creyéndome.

    Me encogí de hombros, no podía decirle mucho más porque tenía poca información. Iba a ser imposible saber de base qué elementos tenía cada uno de los niños, así que tocaría hacer prueba y error. – [MacLeod]Tiene que ver con la conexión entre elementos. En teoría Lucy conecta con todos nosotros, así que quizá ella podría hablar con todos los niños.[/MacLeod] – teoricé, recordando aquella vez en la que Lucy nos hizo ver los recuerdos de las personas cercanas. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que me había perdido en mis pensamientos. Vi a Diana sentada a mi lado, con cara de cansada. Siempre parecía fuerte, pero era frágil, todos lo éramos. Me percaté de que apenas la había visto los últimos días, aunque estuviese a mi lado. Así que la abracé y le di un largo beso en los labios.

    – [Diana]Habrá que dormir, ¿no?[/Diana] – dijo ella, mirando el reloj que tenía sobre la mesa. Era tarde, sí.

    – [MacLeod]Primero tengo que avisar a los demás. No podemos perder los discos de vista.[/MacLeod] – me puse en pie, con renovadas fuerzas.

    – [Diana]Son las cinco de la mañana.[/Diana]- se quejó Diana, con un gesto igual que el que había hecho Amy hacía unos minutos.- [Diana]He tenido tres hijas y merezco dormir.[/Diana] – sentenció.

    Le sonreí, había estado despierta hasta muy tarde ayudándome. – [MacLeod]Tú ve a descansar, cariño.[/MacLeod] – la acompañé a la sala común y la tapé con un par de mantas.

    – [Diana]Van a estar bien.[/Diana]- dijo cubriéndose hasta la cabeza con la manta.- [Diana]Son mis hijas.[/Diana] – añadió.

    – [MacLeod]Lo sé. Te quiero cariño.[/MacLeod] – le di un beso en la mínima parte que tenía descubierta y me fui hacia la biblioteca, dispuesto a llamar a los demás. La primera sería Sarah, sabía que estaría despierta.

    Por fin tenía buenas noticias. Por poco que pudiéramos hacer, teníamos contacto con los niños y eso significaba que podíamos aferrarnos a resultarles útiles, a ayudarles con lo que necesitaran. No era mucho, pero era suficiente.

     

     

    Os dejo un enlace a los diferentes «cluster» de comunicación. http://biblioteca.moondale.es/2019/01/18/clusters/

  • LOS QUE QUEDAN ATRÁS

    CHRISTOPHER MACLEOD

    CASA DE «LAS ECHOLLS» – MADRUGADA

    Esperé frente a la puerta de la casa de las Echolls. Me resultaba siempre extraño referirme a esa casa así, porque la que ahora era de Diana y mía alguna vez había sido conocida también por ese nombre.

    Sarah tardó poco en abrirme la puerta. Venía sola, así que no debía haber querido despertar a Sasha y a Daniel. Podía entenderla perfectamente, yo no había despertado a Diana, necesitaba hablarlo primero con ella.

    – [MacLeod]Sarah, siento despertarte tan tarde.[/MacLeod] – me disculpé, entrando al salón. No sabía por dónde empezar. Veía a Sarah mirarme tan preocupada y asustada que detestaba llevarle las malas noticias.

    – [Sarah]Se han ido, ¿verdad?[/Sarah] – preguntó, cruzando los brazos sobre la bata. No hacía mucho frío en la casa pero el miedo parecía haber calado en ella. Después de todo lo que habíamos pasado, teníamos miedos mucho mayores que cuando éramos jóvenes. Siempre hay más que perder cuando las cosas van bien. No habría puesto la mano en el fuego por ser capaz de superar de nuevo mis pruebas del miedo.

    – [MacLeod]¿Has notado algo?[/MacLeod] – le pregunté. Sarah tenía un don natural para percibir grandes alteraciones del mundo sobrenatural. Los Moondies nos habíamos reunido hacía ya un par de semanas para discutir las implicaciones de la luna de sangre, pero lo que había pasado en realidad se nos había pasado por alto. Por no mencionar la presencia de enemigos mucho mayores de lo que pensábamos.

    – [Sarah]No sé si es la intuición de madre o de Kvasir, pero se han ido.[/Sarah]- respondió finalmente. Cuando se sentó en el sofá la vi más derrotada de lo que nunca la había visto, más incluso que en el año de la Guerra de Ripper, más incluso que cuando Kaylee murió.

    Sí, se habían ido. Sin que nos diésemos cuenta. Ni de Infinity, ni de Omega, ni de sus propios problemas. Estábamos tan convencidos de haber llegado a un periodo de paz y tan obcecados en obtenerlos que habíamos pasado por alto lo que nuestros hijos e hijas pensasen de nuestra lucha.

    – [MacLeod]Mi disco ha desaparecido, el de Diana tampoco está donde debería. Y encontré esto.[/MacLeod] – saqué la carta cuidadosamente doblada en el bolsillo de mi chaqueta de cuero marrón. No sé qué me había llevado aquella noche a comprobar el disco, pero cuando vi que faltaba mi instinto me llevó al de Diana, que tampoco estaba, pero sí la nota de Kaylee.

    Así me enteré del plan de Xander, de que mi hija y mi ahijado habían encabezado un grupo para evitar que lo llevasen a cabo y de todo lo que les había pasado, con Infinity, con Omega, que era la asesina de Mia. Kaylee había sido tan inteligente como para preveer que podrían acabar todos lejos y dejar una salvaguarda. Estaba orgulloso de mi pequeña, pero también aterrorizado porque sabía que mis tres niñas se habían ido. A Vera no la nombraba en ninguna parte, pero cuando fui a verla y encontré su cama vacía, supe donde estaba.

    – [Sarah]Si nos lo hubieran dicho, les habríamos ayudado.[/Sarah] – comentó Sarah. La conocía lo suficiente como para saber que se sentía culpable. Me costaba llevarle la contraria, porque yo mismo me sentía así. Xander siempre se había sentido a cargo del mundo y sabíamos que quería defenderlo igual que nosotros, pero Daniel se negaba a que su hijo perdiera su vida como él había hecho en su día. Si no lo hubiéramos pasado por alto, quizá habría confiado en nosotros y nos lo habría contado como a iguales.

    No dejaba de pensar en Amy. Estaba mejor aunque seguía teniendo preocupaciones que no compartía con nosotros. Deseé haber conseguido conectar con ella antes de que todo esto ocurriese. Ahora que Kaylee estaba mejorando. Y Vera, tan pequeña y sin las armas de sus hermanas para defenderse.

    – [MacLeod]Les hemos enseñado demasiado bien.[/MacLeod] – comenté, agotado. Me sentía más cansado que en toda mi vida. – [MacLeod]Conoces a tus hijos, querrían arreglarlo para que no tuviérais que hacerlo vosotras.[/MacLeod] – añadí, intentando quitar un peso a Sarah que también recaía en los míos. Conocía a Xander bastante bien y mi hija también. Pensaba que Omega era su responsabilidad y que nosotros debíamos descansar después de una vida luchando.

    – [Sarah]Me siento culpable, Christopher.[/Sarah]- reconoció, poniéndose en pie para servirme un café.

    – [MacLeod]Lo sé, te conozco desde hace mucho.[/MacLeod] – dije cuando volvió a sentarse. Habíamos pasado muchas cosas juntos. Con Sarah tuve que sobreponerme al miedo a entrenar a alguien para arriesgar su vida. Asumí en aquél momento que por su misma naturaleza, tenía que saber defenderse al menos. Con nuestros niños sin embargo, la decisión había sido protegerles a toda costa de una carga tan pesada como la que había vivido Sarah. – [MacLeod]Yo aprovecharé que no voy a poder dormir para investigar, a ver si existe algún modo de comunicar con ellos.[/MacLeod] – le expliqué. Hacía años que pensaba que mis noches sin dormir habían pasado, pero me equivocaba. Necesitaba encontrar una forma de comunicarnos con ellos, aunque estuvieran en el Axis Mundi. Estaba empezando a sufrir la agonía de los que quedan atrás mientras el resto se enfrenta al peligro.

    – [Diana]Se han ido al cúmulo a follar.[/Diana]- escuché decir a una voz familiar. Me habría sobresaltado, pero desde que Diana había aprendido a proyectarse astralmente ya me había asustado demasiadas veces como para que años después siguiera haciendo efecto.

    Estaba en pijama y sus zapatillas de conejo mostraban una proyección astral que nunca me habría imaginado.

    – [MacLeod]Cariño, no sabía cómo decírtelo…¿has visto algo?[/MacLeod] – primero me disculpé, por si acaso. Diana y yo habíamos tenido unos años malos cuando Amy era pequeña y no me apetecía volver a pasar por eso. Si de algo estaba seguro en la vida es de que siempre la querría más que a nada y no iba a dejar que un malentendido nos separase. Por el lenguaje corporal de Diana, no parecía preocupada, así que sí debía haber visto algo.

    – [Diana]No he podido forzar las visiones para ver El Cúmulo.[/Diana]- empezó a decir. No la creí, eran muchos años juntos y además, no tenía ni la más remota idea de que era «El Cúmulo» y dudaba de que se hubiera inventado algo así.- [Diana]Es mentira.[/Diana]- replicó echándose a reír. Fue como si la tensión abandonase mi cuerpo. Las visiones de Diana siempre habían sido una fuente de esperanza en algunos casos. Incluso en los peores futuros, sabíamos que seguíamos luchando y que nuestros hijos estaban ahí. – [Diana]Hay un embarazo y todo. Va a molar esta parte de la temporada.[/Diana] – añadió. A veces Diana hablaba así, como si fuese un personaje que rompía la cuarta pared. Llevaba haciéndolo desde que el Soberano nos hizo creer que éramos personajes de una historia escrita por los Daesdi.

    Abrí los ojos como platos, la verdad. De no haber sido licántropo quizá me hubiera dado un ataque al corazón en ese mismo momento. Un embarazo y yo tenía tres hijas, las posibilidades corrían en mi contra. – [MacLeod]Por favor dime que no es Vera…por favor dime que no es ninguna nuestra.[/MacLeod] – rectifiqué. Vera era la menor, pero sinceramente, todavía eran todas «mis pequeñas».

    – [Diana]No puedo decir nada.[/Diana]- se excusó. Le encantaba vivir «spoileada». Pero su forma de reaccionar me tranquilizaba. – [Diana]Lo que vaya a pasar, ya ha pasado en según qué línea temporal.[/Diana] – añadió, críptica. Fruncí el ceño, no tenía claro de qué estaba hablando. Nuestros hijos e hijas estaban en ‘El Cúmulo’. No sabía qué era, pero fuera lo que fuese, les permitiría tener «relaciones normales» hasta el punto de que alguna estuviese embarazada.

    – [Sarah]Dime que al menos van a volver.[/Sarah]- pidió Sarah, que necesitaba oírlo. Diana parecía muy tranquila y es cierto que eso hacía pensar que todo iría bien, pero que ellos estuviesen bien no garantizaba que volviesen a nuestro mundo.

    – [Diana]Sarah, si te digo eso, dejan de ver la serie.[/Diana]- se quejó. – [Diana]Te lo digo al oído.[/Diana] – replicó más tarde. Menos mal que me lo dijo a mi también porque si no, habría sido la última noche que habría dormido.

  • DESENCADENADO

    Christopher MacLeod – Bosque de los Lobos

    Se dice que la historia la escriben los supervivientes, pero la realidad es aún más triste. La historia la escriben los que tienen poder, para controlar y mantener en las sombras a los que no lo tienen, que, adoctrinados para ello, lo creerán.

    La historia en ese momento era la ‘Batalla de Ripper‘ o la ‘Guerra de Moondale‘ como llegaría a conocerse en el futuro. El Gobierno trataría el despliegue militar de su operación secreta ‘Iniciativa Awaken’ para disipar la amenaza de Z como una «operación militar para para la inhabilitación de una organización terrorista en suelo patrio«, abreviado como ‘Operación Serpiente Escondida‘. Esa organización terrorista no era otra que ‘Gambit‘, un grupo dirigido por el entonces Director de Inteligencia Nacional que había abusado de su poder para robar armamento de tecnología punta con el fin de «socavar nuestra gran nación«.

    En el clímax de la batalla, que aún estaba por llegar, la Iniciativa desplegaría un arma que dejaría fritos todos los dispositivos electrónicos en un rango de kilómetros a la redonda, evitando así dejar cualquier registro visual. Así que con el tiempo, para todos los que no lo hubiesen vivido en primera persona, los poderes, criaturas y magia que habían visto en esa batalla, no fueron más que el producto de un gas experimental, desacreditando a todos los testigos, que solo contaban con su palabra. Al final, pese a cómo se desarrolló todo, ellos resultaron victoriosos en última instancia, volviendo a mantener a los sobrenaturales en las sombras.

    Y mientras tanto allí estaba yo, viviendo la historia, luchando estoque en mano para intentar mantener a salvo a la gente inocente y evitar todas las muertes posibles hasta que nuestro as en la manga pudiera salvar el día, o al menos cambiar ligeramente las tornas.

    Mi muñeca sufrió al contener otro embite del Rey Gris. Por mucho que mi estoque fuese de adamantio y estuviese reforzado por la magia arcana de los aesir, físicamente era poco más que un humano promedio y me estaba enfrentando a un romano inmortal. Tampoco era un milagro que siguiese vivo, estaba claro que no quería matarme, solamente dejarme fuera de juego. Aun así los cortes superficiales y el cansancio estaban empezando a pasar factura y el Rey Gris tenía muchos enemigos a los que enfrentarse como para perder tanto tiempo conmigo. Si empezaba a impacientarse quizá no viese tan mal acabar conmigo.

    Resultaba un poco frustrante enfrentarme a un enemigo al que no era capaz de vencer. Era un Daë, había sido elegido para salvar el mundo del Soberano, pero no tenía nada que hacer con el resto. Como ya he dicho en otras ocasiones, caminaba entre dioses. Mia, Sasha o cualquiera de los Satellites habrían encajado mejor que yo como Daë, y sin embargo, había sido elegido y había cumplido las Pruebas. Y desde esas pequeñas victorias, no hacía más que perder: a Kaylee, a Sarah, a Daniel, a Ed, a todos los que estaban heridos o ya habían muerto ese día…

    El Rey Gris empujó con fuerza y mi brazo se resintió. Sujeté el estoque con las dos manos y vi el brillo en sus ojos al ver que me tenía justo donde quería, así que hice una finta y me aparté de él. Normalmente habría contraatacado aprovechando que había bajado la guardia, pero ya no podía, sería arriesgar demasiado.

    Quizá debí hacer caso a los demás cuando insistieron en que me quedase en la periferia del combate, como había hecho Vincent o cualquiera de los que estaba en la Nave o en la Universidad. Esta vez la decisión de quedarme no era estratégica ni meditada, era una mezcla de orgullo con la incapacidad para dejar que los demás se arriesgasen mientras yo estaba relativamente a salvo.

    Ni siquiera mi orgullo me había dejado nunca dejar paso al licántropo para poder utilizar su fuerza. En algún lugar del bosque, Alexander Fenris estaba caminando como un enorme crinos, abatiendo soldados con ayuda de su manada, que también luchaba contra sus propios hermanos en el bando de Z. Yo no podía hacerlo. Era diferente.

    Mi pecho subía y bajaba con la respiración agitada. Mi corazón parecía a punto de salirse de mi cuerpo. No podía vencer al hombre de la armadura que estaba frente a mí. Lo había sabido desde el principio. Todo el mundo tiene que saber su lugar y sus dominios. El mío no era el físico, era el mental. No podía derrotar al Rey Gris, pero podía entretenerlo el tiempo suficiente para que Dominic, que estaba ocupado con dos activos de la Iniciativa, se librase de ellos y lanzase su martillo contra el inmortal, que acabó clavado contra una pared de piedra, intentando moverse.

    Le di las gracias a Dominic, que no tuvo tiempo a detenerse mientras corría a ayudar a Daniel contra el Rey Negro, en ese momento un enorme demonio que no debía ser otro que el Juthrbog, el asesino de su familia y de la de Dom. Mi corazón dio un vuelco al ver a Sarah inerte a sus pies, cubierta de sangre, pero la vi también varios metros más allá, aguantando contra un demonio lobuno de piel blanca y marcas color sangre por su cuerpo, el propio Z. Volví la mirada al Juthrbog, la Sarah muerta era una ilusión más del miedo de Daniel, una muy convincente. No sabía cómo era capaz de enfrentarse a eso solo, pero sin duda agradeció que apareciese Dom. Los miedos en compañía, son menos, por eso siempre intentan aislarnos, dejarnos solos para enfrentarnos a ellos.

    Preferí no pensar en qué se convertiría el Rey Negro ante mí. Ya había sobrevivido a mis miedos una vez, pero ahora tenía más que perder y eso los hacía más fuertes. Tenía mucho más por donde atacarme. Instintivamente, localicé a Diana, que en ese momento estaba cubriendo con sus llamas a la Reina Negra, que se protegía con un muro de sangre.

    Tenía un enemigo muy difícil por su capacidad de alterar las probabilidades, pero confiaba en el poder de Diana. Aun así, quise ayudarla cuando la Reina convirtió su muro en un ejército de dagas sangrientas, lanzando un conjuro eléctrico que ella desvió al final, volviendo a convertir las dagas en un escudo. Su fría mirada se fijó en mí mientras murmuraba algo. Empecé a encontrarme mal, terriblemente mal.

    Diana volvió a distraerla sin dejarle tiempo a tomar su venganza conmigo, pero fuera lo que fuera lo que hubiese hecho, seguía teniendo efecto en mí. Todo mi cuerpo dolía como si fuese a explotar de un momento a otro. Notaba la piel tirante y parte de mí quería salir de ella. Entonces lo supe. No necesité ver crecer mis uñas hasta convertirse en garras para saberlo. Había usado su poder para desencadenar la posibilidad de que me convirtiese en licántropo.

    Sentía todo mi cuerpo desgarrarse, cambiando rápidamente. No, no, no – rogué en mis pensamientos. La batalla todavía era un caos, no podía abandonarlos así, no podía dejarles solos. Puse toda mi voluntad y la transformación empezó a ir más lenta, pero no conseguía detenerla.

    – [Diana]Christopher, concéntrate en revertir la transformación[/Diana].- escuché la voz de Diana antes de levantar la mirada y verla frente a mí, con su pelo brillando en tonos rojizos bajo la luz del sol que se filtraba a través de las copas de los árboles.

    – [MacLeod]¿Y la Reina Negra?[/MacLeod] – pregunté, clavando las garras en la tierra con cada oleada de dolor. Sabía que no podía conseguir lo que Diana me estaba pidiendo. Sentía defraudarla, pero lo único que podía hacer era retenerlo mientras buscaba una forma de evitar el peligro para los demás.

    – [Diana]Se está encargando Ed[/Diana].- respondió ella con paciencia. No me paré a mirar tras ella, donde Ed hacia lo que podía por mantener a la Reina Negra a raya.

    – [MacLeod]No lo voy a conseguir.[/MacLeod] – me sinceré. Nunca había conseguido reprimir la transformación sin las infusiones de acónito así que no lo iba a conseguir ahora, en mitad de aquella guerra, sabiendo que podía perder a todas las personas por las que me había preocupado alguna vez y que mi hija podría criarse sin su familia. – [MacLeod]Tengo que evitar que salga libre.[/MacLeod] – traté de explicarle. En cuanto la idea cruzó mi mente, actué sin pensar, murmurando un conjuro para crear una esfera de electricidad que pudiese dejarme inconsciente. Solo esperaba no pasarme con el choque.

    — [Diana]Keliiiiii.[/Diana]— llamó Diana. Agradecí que no intentase disuadirme, bastante difícil era ya dejarme ir sabiendo que para cuando despertase, todo habría ocurrido ya, para bien o para mal. Keli no respondió, después de la magia que había obrado para teletransportarnos a todos y cada uno, no era extraño.

    – [MacLeod]Acaba de transportarnos a todos. No creo que pueda…[/MacLeod] – la esfera crepitaba, impaciente, en mi mano.- [MacLeod]Ponedme a resguardo y avisad a Mia de que me recoja cuando deje a Beatrix. Así no os molestaré mientras salváis el mundo.[/MacLeod] – le dediqué una sonrisa triste, conteniendo las lágrimas. Horrores de una sociedad machista. Los hombres no lloran, pues sí lo hacen, pero no podía delante de Diana, no con el trabajo que aún tenían por delante. – [MacLeod]Ten mucho cuidado, por favor, manteneos a salvo.[/MacLeod] – le pedí, derrotado. Me preparé para el dolor de electrocutarme a mi mismo. Por suerte cuando perdiera la concentración la esfera se desvanecería, así que solo me haría el daño necesario para quedarme inconsciente y mi constitución de licántropo se encargaría de que no quedasen secuelas.

    ¿Conocéis la Ley de Murphy? Bueno, la vida la resume bastante bien. Siempre que algo pueda salir mal, probablemente saldrá mal. No diré que va a ser siempre así, porque no soy una persona que suela usar a menudo términos absolutos ni generalizaciones. Pero en ese momento, cuando escuché el grito de Daakka y vi a Cara desmayarse en sus brazos, estuve de acuerdo con él.

    Nos quedamos paralizados durante un minuto, el tiempo que me llevó asumir que mi plan ya no tenía sentido, no podían preocuparse de poner a salvo a dos personas inconscientes y Mia solo podía llevarse a una. La esfera se desvaneció en mi mano.

    – [MacLeod]Ponedla a salvo. Mia puede llevársela, pero no podrá con ambos.[/MacLeod] – le pedí a Diana. Ella asintió, preocupada.  Ya no podía ser una carga, tenía que apartarme de ellos antes de que el licántropo sembrase el caos.

    — [Diana]Te quiero. Confía en el lobo.[/Diana] – pidió. Diana sería una buena consejera para Amy si resultaba ser una licántropa, que todo parecía indicar que sí. Yo lo tendría más difícil. Prefería que si Amy lo era, pudiera llegar a aceptarlo y a convivir con ello, sin tener que considerarlo una maldición toda su vida. Seguro que mi pequeña era más fuerte que yo.

    – [MacLeod]Nunca. Te quiero.[/MacLeod] – repliqué echando a correr. La tensión y los nervios de la transformación inminente hicieron que esta se acelerase. Crucé el campo de batalla esquivando golpes y proyectiles.

    Conseguí alejarme un poco del epicentro del combate, pero el olor de la sangre y la lucha que se respiraba en el ambiente hicieron que cayera de rodillas en el suelo y dejase escapar un grito de dolor mientras mi boca se rasgaba y mi mandíbula se destrozaba para dar paso al hocico del licántropo. Christopher se desvaneció.


    ANZANOC EL LOBO – BOSQUE DE LOS LOBOS

    La libertad sabía a humo y a sangre. Mi olfato se deleitaba con el aroma del aire libre y por mi cuerpo corría ardiendo el ansia de violencia. Mis garras sintieron la hierba por primera vez en mucho tiempo y empecé a correr hacia la gran lucha.

    Cuando estaba llegando al claro, un aroma familiar me distrajo. Corrí hacia él y vi una lucha aislada que ya había terminado. Un hombre de dos patas que olía a polvo de huesos, piedra y menta. Su melena blanca era larga y casi rozaba el cuerpo de su víctima, que agonizaba en el suelo. Se levantó y limpió la sangre de sus colmillos de mano. Entonces me vio y se colocó en guardia.

    Corrí hacia él y de nuevo capté el olor familiar. El carcelero me hizo dudar. Desvié la mirada hacia el cuerpo que había en el suelo, a quien ya se le escapaba la vida. Un ser de dos patas, nada importante, pero para el carcelero sí. El aroma familiar era el del carcelero, era de su manada.

    El carcelero sufrió y se retiró, dejándome completamente al mando. Mis fauces se abrieron en un gruñido y arremetí contra el ser blanco. Sus colmillos de mano acariciaron mi piel mientras saltaba como un conejo, pero igual que ellos, su cuello se partió entre mis fauces como una vieja astilla.

    Olfateé de nuevo el cuerpo de olor conocido. – [Zack]No sufras, Toph.[/Zack] – dijo. No entendí sus palabras, pero recordé que su nombre era como cortar madera. Fue incapaz de decir nada más, sus heridas se lo llevaron. Hermano mayor del carcelero, luchaste y moriste con honor. Aullé para que su espíritu encontrase el camino y escuché otros aullidos sumarse al mío.

    Después corrí, quizá alguna otra presa haría que el carcelero volviese a dejarme el control.

     

  • FÁCIL

    CHRISTOPHER MACLEOD | CASA DE LAS ECHOLLS

    – [MacLeod]¿Hay alguien en casa?[/MacLeod] – pregunté. Como respuesta obtuve el eco de los ladridos en la cocina. Crucé el comedor y abrí la puerta de la cocina para ser recibido por el efusivo saludo de Xena, Eowyn y Freya.

    Que estuvieran en la cocina significaba que efectivamente, no había nadie, así que habían tenido que dejarlas allí, recogidas en sus camas para perros que usaban solo en esas ocasiones, porque normalmente preferían la cama de sus dueños. Por suerte para mí, la nuestra era la más pequeña, así que no se notaba tanto en la cama como Amy. Si hubiera sido Xena me habría visto durmiendo en el suelo.

    Abrí la puerta corredera que llevaba a la terraza y las dejé salir por si necesitaban hacer algo. Vigilándolas, me senté una silla de madera del porche trasero.

    Normalmente no solían estar solas. La casa era un bullicio y siempre solía haber alguien, pero en estas semanas las cosas no eran como siempre. La casa solía estar más vacía porque todos teníamos mucho que hacer, tanto por nuestro deber como por nuestra propia vida.

    Los héroes de la literatura siempre tienen la presión de salvar el mundo, pero nosotros teníamos también las presiones de ser personas. La llegada de Amy había cambiado las cosas, no sólo ocupándonos mucho tiempo y energía a Diana y a mí, si no trayendo un cambio para todos.

    Elizabeth estaba trasladando sus cosas poco a poco a una casa en Merelia junto a Jaime, dejando la casa para sus hijas. Sarah y Diana hablaron entre ellas y se decidió que la casa familiar fuera para nosotros, que éramos los que teníamos una responsabilidad a nuestro cargo. A cambio, había puesto a la venta mi casa en el Barrio Este para ayudar a que Sarah y Daniel comprasen una nueva casa para ellos. Habían pensado comprarla cerca para que las hermanas no estuvieran muy separadas.

    Mi casa no duró mucho en venta, al final todo queda en familia y la terminamos alquilando a Dominic y Rebecca por el mismo precio que estaban pagando por su estudio en el Barrio Oeste, así que el alquiler sería para Daniel y Sarah para rebajar lo que pagasen por la casa mes a mes.

    Por si todos esos cambios fueran pocos, Cara y Daakka se iban a ir a la cabaña en el bosque que había sido de Daniel y que ahora le había comprado su hermana con bastante regateo. Ed se quedaba a dormir en casa algunas noches, pero cada vez dormía más en el apartamento que estaba sobre la tienda de Lucy.

    A todas esas mudanzas se había sumado ayudar a Mara a llevar sus cosas a la casa que ahora compartía con Vincent en Louna – benditos portales – y ayudar a Sasha a instalarse en el apartamento de la Nave, aunque por suerte las cosas de Sasha cabían en una caja. Mia también se iba, lo suyo con Logan había avanzado rápidamente y se habían alquilado un apartamento en el Barrio Oeste gracias al trabajo de mecánico que Mia le había encontrado en un taller.

    Freya se apoyó en mis piernas dando saltos con la lengua fuera, devolviéndome a la realidad. Había estado corriendo con Xena y Eowyn pero venía a reclamar mi atención. Dentro de poco cada una de las tres viviría en una casa, pero pasarían gran parte del tiempo juntas en la Nave o aquí para evitar que se quedasen solas. Igual que nosotros, que estaríamos más separados pero nos veríamos a diario.

    Aún así era un poco raro, de nueve personas conviviendo bajo ese techo, pasaríamos a ser tres, aunque los demás pasarían a menudo y Elizabeth y mis padres estarían de vez en cuando con nosotros por si necesitábamos ayuda con Amy.

    Acaricié con cuidado la cabeza de Freya. Era una perra bastante miedosa y aún me sentía mal por aquella vez poco tiempo después de las Pruebas cuando el licántropo estaba descontrolado y le gruñí. Desde entonces parecía que me obedecía más, pero me sentía culpable.

    Vi la felicidad en su rostro cuando volvió a echar a correr detrás de sus «hermanas», disfrutando todas de la libertad y de los pequeños placeres.

    Una parte de mí envidiaba esa libertad, esa facilidad para dejarse llevar ante las preocupaciones y simplemente disfrutar. Era un padre reciente y sentía que apenas había podido disfrutar de mi pequeña por culpa de estar todo el día preocupado, planeando, asegurándome de que todo estaba bien atado para que mi hija no perdiera la oportunidad de conocer a las personas que más me importaban porque estábamos a punto de arriesgar nuestras vidas para proteger a completos desconocidos.

    Pero por mucho que lo envidiase, no podía ser como ellas. El animal en mí estaba reprimido, no era capaz de dejarlo ir. Sé que probablemente mi fuerza como licántropo habría sido más útil en el combate, pero no podía permitirme perder el control, no podía dejarme ir y después despertarme para comprobar que las personas que más me importaban se habían ido mientras corría salvaje mordiendo a otros.

    La brisa era agradable esa tarde. Hacía calor, pero estaba empezando a oscurecer y el viento resultaba muy placentero, con su aroma a verano. Me paré a dibujar en mi mente la imagen mental de ese preciso momento, observándolas jugar. Algún día, en el futuro, nuestros descendientes podrían hacer lo mismo. Las mascotas que habíamos adoptado de la señora del bosque de Escocia nos sobrevivirían a todos gracias a su inmortalidad. Me preguntaba cómo serían las cosas en su futuro, qué sería de nuestros descendientes.

    Entonces me di cuenta de que quizá estaba siendo demasiado introspectivo. Las cosas que vivimos hacen mella en nosotros. En su día, tomar el manto de Vigilante y encargarme de ser el mentor de Sarah, junto con mi licantropía, habían hecho que relegase en la bebida un problema que simplemente había permanecido ahí, latente. La manifestación de esas preocupaciones no era más que ansiedad, una con la que había tenido que aprender a vivir.

    La vida no me había enseñado a confiar en que todo saliese bien, pese a que las cosas nos hubiesen ido mejor de lo esperado, así que me había acostumbrado a controlar cada aspecto de lo que sucedía para evitar que nada quedase al azar y por tanto el destino nos diese un revés. Aun así, con la clase de vida que llevábamos no había sido posible, y desde la muerte de Kaylee y las noticias de la guerra inminente había notado que mi ansiedad estaba peor, amenazando más frecuentemente con aislarme en mis pensamientos.

    Amy había sido un alivio para esa ansiedad, que había estado desatada mientras Diana estaba embarazada, por miedo a que mi enfermedad hiciese que las cosas no saliesen bien. Cuando miraba a la pequeña o a su madre, sentía que el mundo sí tenía esperanza.

    Hay ciertas cosas que no queda más remedio que admitir. Una de ellas es que nuestra vida nunca iba a ser como la de los demás. Estaba destinada a ser más difícil. Y solo nos quedaba luchar y sacarla adelante.

    Quedaba menos de una semana para la guerra. Cansado de pensar me puse en pie y estiré la espalda. Noté los hombros y el cuello cargados, así que decidí relajarme hasta que llegara Diana. La mejor forma de hacerlo la tenía delante de mí.

    Me descalcé y caminé sintiendo el césped en mis pies desnudos. Me tumbé boca arriba en la hierba y las tres perras no tardaron en verme y correr hacia mí pensando que jugaba con ellas. Me reí. A veces la vida es más sencilla de lo que parece.

  • EL VIEJO LOBO

    EL VIEJO LOBO

    Christopher MacLeod | Canton

    Me sentía como un niño que observa la marea crecer, a punto de arrastrar el castillo de arena que tanto tiempo le ha llevado construir. Aunque en mi caso la parte de construir había sido indirecta, basada en meras indicaciones y pistas, dadas por mí y por el resto de los ‘Moondies’ a nuestros descendientes para tratar de darle la vuelta a esta cruda realidad.

    Imaginad la mera idea de pasarse años viendo cómo se ponen en peligro tus hijos mientras fraguan una resistencia en la que tú no puedes hacer nada, ni siquiera mencionar una pequeña ayuda, para evitar que los oídos que hay sobre ti en cada momento se abalancen sobre ellos. Obligados a llevar una vida falsa, una farsa de inserción en la sociedad, sabiendo que una persona a la que quieres lleva años sufriendo, esclava de su propio cuerpo. Si eso resulta frustrante, pensad ahora lo que es ver cómo, en el mismo día en el que todo eso puede llegar a su fin, el plan parece a punto de desmoronarse por una serie de infortunios, como la fuga de una sospechosa de múltiples asesinatos y el «secuestro» y asalto a una celebridad, que ahora mismo se encontraba todavía inconsciente a mis pies.

    – [MacLeod]Que alguien me explique como habéis llegado a esto.[/MacLeod] – dije, desviando la mirada hacia mi sobrina Elle, mi hija Amy y Jane, la hija de Dominic y Rebecca. Ya no tenía sentido guardar silencio, ni sobre el plan ni sobre nada de lo que estaba ocurriendo. Todo era inminente y estarían más pendientes de la fuga de Jane que de escuchar lo que estuviera diciendo ahora mismo. De estar pendientes de las escuchas, los más vigilados serían Dom y Rebecca. Elle parecía a punto de decir algo, pero una mirada acerada de Amy hizo que guardase silencio.  – [MacLeod]¿Nada? ¿Se ha desmayado solo, después de exculpar a Jane y dejarla en mitad del bosque, menos de una hora antes del ‘momento’?[/MacLeod] – pregunta. Me mordí la lengua, pese a que el suceso era inminente y las escuchas mágicas impuestas sobre ellos estarían más desatendidas, seguían siendo los Moondies y nunca se podía confiar en que no estuviesen esperando su resurgimiento.

    – [Amy]Era necesario. Al menos sigue vivo.[/Amy] – respondió finalmente mi hija. Elle y Jane permanecieron calladas, una porque no quería meterse y la otra porque tenía su enfado concentrado en otra persona, aunque tampoco miraba alegremente a Dante.

    – [MacLeod]¿Al menos? Es el hijo de Mia, había otros caminos. [/MacLeod] – respondí mientras terminaba de acomodarlo en la celda que utilizaba las noches de luna llena. Quedaban poco más de diez minutos para que todo empezase. Despertarse en una celda no le iba a enfadar mucho más de lo que ya había pasado. Además, ahí estaría seguro.

    – [Amy]Ya.[/Amy] – sentenció Amy con un sonoro chasquido de su lengua. La actitud reprobatoria de mi hija era evidente para todos los que estábamos allí, y no era nada agradable. Echaba de menos un mundo en el que no se hubiera venido todo abajo y hubiera podido concentrarme en estar con mi pequeña. Pero ahora ya era tarde y quizá lo nuestro nunca pudiese arreglarse del todo. Por el miedo a perder, quizá perdimos incluso más de lo que habríamos perdido luchando. Pero Z tenía un ejército que le alzaba como a un héroe después de la masacre de la Iniciativa, unos defensores que le cubrían la espalda mientras raptaba a una de las mejores personas que había conocido para esclavizarla durante años. El mero recuerdo me ponía los pelos de punta y despertaba de su letargo a mi parte lupina.

    – [MacLeod]No lo entiendes, hija, la vida no es tan fácil.[/MacLeod] – repliqué. Con la juventud, lo parece, pero la edad te aporta sabiduría, aunque también, cansancio y miedo por culpa de las vivencias que ya has tenido.

    – [Amy]Para vosotros es más fácil porque os habéis rendido.[/Amy] – espetó ella. Amy era la viva imagen de mi rebeldía unida a la voluntad de Diana, una fuerza de la naturaleza.

    Suspiré, cansado. – [MacLeod]No nos rendimos. Simplemente teníamos mucho que perder.[/MacLeod] – respondí mirándolas a las tres. Z destrozó nuestra fuerza llevándose a Sarah y para entonces ya teníamos demasiado que perder. Amy, Kaylee, Xander, Elle, Owen, Jane, Leo, Noah…

    – [Amy]¿Y lo de la tía Sarah no cuenta?[/Amy] – golpe bajo. MacLeod se queda en silencio, se sienta, parece más viejo

    – [MacLeod]Sí, pero no os perdimos a vosotros.[/MacLeod] – añadí, antes de quedarme en silencio mientras intentaba mantenerme entero, lo necesitaba para la lucha. No podía pretender convencer a Amy si ni siquiera conseguía convencerme a mí mismo de que habíamos hecho las cosas bien. Así que decidí ser práctico. – [MacLeod]JJ no se habría quedado en la cárcel hoy, había planes. Pero me imagino que eso fue idea de Xander.[/MacLeod] – comenté, pensando en voz alta mientras intentaba ir recortando la lista de problemas. La cara de Jane me dejó claro que había sido así, y no parecía muy conforme. – [MacLeod]Es mejor seguir con el plan.[/MacLeod] – añadí, sin querer meterme sin saber más sobre lo que había pasado.

    – [Amy]Estás cambiando de tema.[/Amy] – replicó Amy, mirándome fijamente.

    – [MacLeod]Sí, hija, estoy cambiando de tema.[/MacLeod] – respondí, cansado. No tenía ganas de pelear con ella minutos antes de embarcarnos en algo de lo que no todos podríamos volver. – [MacLeod]No pienses que sabes lo que estamos pasando.[/MacLeod] – esta vez mi voz reflejaba más tristeza que enfado.

    – [Amy]Sí lo sé, pero yo al menos hago algo.[/Amy] – sentenció sin inmutarse. Me quedé unos segundos observándola, recordando con añoranza aquellos momentos en los que aún no se había roto todo, aquellos instantes en los que su pequeña boca desdentada sonreía al escucharme.

    – [MacLeod]Algún día lo entenderás. Solo espero que todos podamos estar ahí cuando pase, incluida tu tía.[/MacLeod] – llegaríamos hasta Sarah o nos quedaríamos por el camino. Podíamos conseguirlo, creía en nosotros, pero la parte más difícil empezaba ahí, especialmente para Sarah.

    – [JJ]¿Podéis callaros ya?[/JJ] – intervino, molesta, Jane. Me recordó muchísimo a Rebecca en ese instante. Amy la fulminó con la mirada. Yo, por mi parte, me limité a mirarla y ordenar mis pensamientos. Tenía razón en el sentido de que no era el momento de discutir. – [MacLeod]Diana vendrá en unos minutos para llevarnos al edificio.[/MacLeod] – expliqué, volviendo al plan. Después de que el artefacto colocado por Owen entrase en acción, el «grupo velocista» – Noah, Henry, Diana… – se encargaría de transportar rápidamente al resto. Eliminadas las barreras con el artefacto, apareceríamos muy cerca del objetivo, el Consejo, concretamente Z.

    Me acerqué al baúl y preparé unas cuantas cosas que podían resultar útiles. Le tendí a Amy una daga que pertenecía a su madre y ella me miró sin decir nada.

    – [JJ]Yo también voy.[/JJ] – escuché decir a Jane.

    – [Elle]No puedo decirle que no a una embarazada.[/Elle] – añadió Elle, sonriendo. Un problema más que añadir a la lista.

    – [MacLeod]Yo sí. [/MacLeod] – dije acercándome a ellas. Jane no tenía experiencia en combate, estaba embarazada y por si fuera poco, la tomaban por una asesina múltiple. Con sus poderes, irían a por ella en cuanto la viesen. – [MacLeod]Xander tenía que haber hecho las cosas de otra forma, pero tiene razón en que hay mucho que perder.[/MacLeod] – añadí intentando que me escuchase, aunque parecía que había tomado una decisión que sería inamovible. Si moríamos allí, ese bebé nunca vería la luz.

    – [JJ]No voy a permitir que Xander decida por mí.[/JJ] – espetó ella. En cualquier otra circunstancia, escuchar eso habría sido un orgullo, pero en ese momento temía por ella y por lo que podría pasarle. Si hubiese habido algún modo de evitar que Amy, Kaylee o Diana fuesen al combate, lo habría intentado, pero ellas jamás se habrían apartado. Jane parecía estar en el mismo camino.

    Me quedé pensando unos instantes. Era fuerte, pero no tenía entrenamiento, tenía mucho poder, pero le aterrorizaba usarlo. – [MacLeod]Serás el principal objetivo, con tus poderes…[/MacLeod] – continué, esperando convencerla.

    – [JJ]Lo sé.[/JJ] – añadió simplemente.

    – [MacLeod]Solo puedo aconsejarte contra ello, no decidir por ti, pero Elle no puede venir con nosotros.[/MacLeod] – admití finalmente, volviendo la mirada hacia Elle. Ella sabía bien por qué lo decía. – [MacLeod]Es peligroso para ti y para todos.[/MacLeod] – añadí.

    – [Elle]Mi segundo nombre es peligro.[/Elle] – replicó ella, bromeando. La alegría y la inocencia de Elle eran arrolladoras, por eso dolía llevarle la contraria, pero no podía venir con nosotros, en un momento en el que esa alegría y esa inocencia se volviesen ira, Elle perdería el control y eso podría significar su fin y el nuestro.

    – [MacLeod]Elle…[/MacLeod] – la regañé, como cuando era pequeña. Sabía que no iba a estar de acuerdo, igual que también sabía que no podía hacer nada por evitarlo si se empeñaba en ir. Era dueña de sus propias acciones, pero lo que habitaba dentro de ella podía terminar siendo muchísimo más peligroso que el propio gobierno de Zeon.

    Las dos eran virtualmente las que más poder tenían. El problema era que su poder, precisamente por ser tan inmenso, siempre había estado limitado y contenido. A veces me paraba a pensar si no habría sido mejor entrenar con ellas en el dominio de su poder en lugar de intentar evitarlo. Después recordaba que el gobierno no nos había dejado otra opción, si hubieran sabido de la existencia de Elle o de que alguien con el poder de absorber poderes estaba intentando aprender a controlarlo, probablemente habrían intentado acabar con ellas.

    – [Daniel]Puede venir con nosotros.[/Daniel] – la puerta principal se abrió y Daniel cruzó el umbral. Llevaba el pelo largo, por los hombros, y una barba descuidada. Me extrañó volver a verlo con la espada cruzada a la espalda. ‘Sendero Oscuro’ podía hacer honor a su nombre esa noche, porque la mirada de Daniel dejaba claro que estaba dispuesto a todo por recuperar a Sarah. Y por vengarse. – [Daniel]Todos tenemos que luchar a diario con la oscuridad que tenemos dentro.[/Daniel] – añadió, mirándome. Elle era mayor de edad, así que ni él ni yo podíamos hacer nada, pero si además su padre la apoyaba, cualquier punto de vista que pudiese darle para reconsiderarlo había quedado tirado por los suelos. – [Daniel]Y es su madre.[/Daniel] – finalizó, intentando mantener un rostro sereno, cuya máscara se agrietaba a gran velocidad.

    – [Elle]No hacía falta que me dieras permiso.[/Elle] – replicó su hijo haciendo una mueca sonriente mientras se acercaba a él.

    – [Daniel]Lo sé, eres igual que tu madre y que tu tía.[/Daniel] – desde que Sarah no estaba, en los ojos de Daniel solo volvía a aparecer una chispa de vitalidad cuando miraba a Xander o a Elle. Eran la razón por la que seguía adelante, esa y recuperar a Sarah. Vi cómo le tendía una de sus viejas espadas, ‘Ocaso’. Xander debía llevar ya encima ‘Albor’, listo para el combate.

    Sentí un chasquido de estática en el aire y me preparé para verla. El espacio pareció rasgarse delante de mí y de un instante a otro, Diana estaba en pie, tan preciosa como cuando la había conocido. – [Diana]¿Listos?[/Diana] – preguntó, analizando a los presentes y dedicando una sonrisa a Jane, Elle y Amy, tan decididas, tan seguras.

    La respuesta que salía de mi interior era un simple «no», pero ese «no» tenía matices, como todo en la vida. No estaba preparado para lo que podía llegar a perder en ese día, pero desde luego estaba preparado para darlo todo y para recuperar nuestras vidas y a nuestra familia de la mano de esos monstruos.

     

  • DEMASIADO TARDE

    Amy | Bosque

    NOCHE

    Era una mañana fría, pero soleada. El bosque rezumaba olores de invierno y los animales, a pesar de todo, parecían activos. Me gustaba sentir el frío en mi pelaje y cómo la hierba acariciaba mis patas a medida que iba ganando velocidad, pero cuando noté su olor, dejé de correr y adquirí mi forma humana, muy a mi pesar. Caminé desnuda hasta la zona en la que estaba mi ropa y vi a Leo, que esperaba con ella en la mano. Quizás tenía que haber sentido cierto pudor, pero es absurdo tener ese tipo de sensaciones cuando estás frente a la persona con la que creías que ibas a pasar el resto de tu vida.

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  • EL SACRIFICIO MERECE LA PENA

    Christopher MacLeod, Hospital St.Anne, Merelia

    diana090915

    Finalmente, después de todo el sufrimiento, de los sacrificios, las preocupaciones, los nervios y el miedo, allí estaba. Nuestra pequeña Amy, sana y salva y mi preciosa Diana, también perfectamente. Todo lo que había hecho había valido la pena solo por llegar a ese momento.

    Resulta muy difícil explicar cómo me sentía. No importaba tener una habilidad sobrehumana que te permitiese hablar cualquier lengua, viva o muerta. A la hora de la verdad cualquier palabra se quedaba corta para definir la alegría, el amor y la libertad de estrés que estaba experimentando.

    Jamás habría podido pensar que estando allí, incapaz de hacer nada por ayudar a Sarah y a los demás en la crisis actual, solo con mirar a ese pequeño milagro de ojos castaños y a la persona que lo había hecho posible, toda la ansiedad desaparecería de un plumazo.

    Con eso no quiero decir que no estuviese preocupado por Sarah y por los demás. Lo estaba, y mucho. Me movía por la habitación inquieto, intentando pensar en algo que pudiese hacer, porque dejar a Diana en ese momento no era una opción. Por un instante quise convencerme de que permanecía allí porque también tenía que estar protegiendo alguien a Diana, porque era la única además de Ed que podía hacer el ritual. Pero la realidad era mucho más simple, no quería abandonar a la madre de mi hija, a la persona que más me importaba, en un momento tan importante. Tenía que confiar en que ellos podrían arreglárselas sin mí. Aunque no fuese fácil.

    Pero a lo que quería llegar era al hecho de que, pese a todo eso rondando mi cabeza, estaba en paz. Me costaba no encontrar esperanza y confianza en que todo saliese bien también para ellos, porque después del milagro que había vivido, me resultaba complicado no confiar en el mundo.

    También contribuía el hecho de tener una cuñada maravillosa que había insistido en que no me moviese de allí. Lo leeréis muchas veces en este diario si llega a manos de alguien, pero estaba orgulloso de Sarah. Ese orgullo nunca flaqueaba, pero había veces que incluso esperando lo mejor de ella, me sorprendía gratamente.

    Me acerqué a la cuna en la que estaba Amy, moviendo su diminuto cuerpecillo que sacaba mi instinto protector y me hacía temer por su vida cada vez que la cogía en brazos. Acerqué a ella el índice de la mano derecha y lo rozó con su pequeña manita.

    Escuché pasos al otro lado de la puerta y me aparté lentamente de la cuna, mientras Diana me observaba, extrañada. Desde que Amy había nacido, sentía algo más agudos mis sentidos. Quizá no era yo solo quien tenía el instinto protector activado, también él.

    Cuando la puerta se abrió, vi que eran Jaime y Elizabeth, ya con ropas menos elegantes que las de la noche anterior. Tenía que agradecer lo que todos habían hecho, apareciendo en el hospital de madrugada después de hacer caso a Diana y seguir con la fiesta, perdiendo su oportunidad de descansar por acompañarnos moralmente.

    Miré una vez más a mi pequeña de ojos entrecerrados. Hubo muchas veces en mi vida en las que pensé que no llegaría a ver el día siguiente: cuando me atacó la licántropa; en el Tanteion, el Reino del Miedo; enfrentándonos a Mason; entrando en la Iniciativa; en las Pruebas. Finalmente, todas las veces había llegado a ver el día siguiente, como si todo ello me llevase a ese único momento, al instante perfecto en el que estaría junto a la persona que amaba y a mi hija, a la que ya quería más que a mi propia vida. No seré literario diciendo que en ese momento supe que ya podría morir feliz, porque era una estupidez. Todavía me quedaban muchos instantes perfectos que vivir junto a ellas dos. Y si el futuro alternativo no mentía, quizá con otra más.

    – [Elizabeth]¿Qué tal estáis?[/Elizabeth]- preguntó Elizabeth con una sonrisa. Pese a lo jovial que estaba, tenía ojos de cansada. Su noche de bodas había sido un poco ajetreada, y no de la forma que debiera ser. Dejó una bolsa de viaje encima de una de las sillas. Ropa para Diana y para el bebé, a las que dentro de poco podría llevarme a casa.

    Al pensar en eso, me vino a la mente de nuevo el miedo por Sarah y por los demás. Elizabeth no lo sabía y no estaba seguro de si debiera saberlo. Así que sonreí y miré a Diana, que me comprendería con tan solo esa mirada.

    – [Diana]Díselo[/Diana].- respondió sin dejar de sonreír. Suspiré, intentando componer la historia de lo más breve y tranquilizadora posible, teniendo en cuenta que Elizabeth me observaba con preocupación en la mirada.

    – [MacLeod]Tenemos una pequeña emergencia. De las nuestras.[/MacLeod] – comencé a explicar. Siempre había que tener cuidado al hablar de ciertas cosas en sitios públicos, así que eché un vistazo a la puerta para asegurarme de que estuviese cerrada. Me hacían mucha gracia las series en las que se ponían a hablar de drogas o de seres sobrenaturales en cafeterías llenas de gente que casualmente no ponían el oído en conversaciones ajenas. – [MacLeod]Los del Palacio persiguen a Sarah. Ed está con ella para arreglar el problema.[/MacLeod] – terminé de explicar. Parecía mentira que estuviese hablando de ese muchacho amigo de las Echolls que se atropellaba a veces con las palabras. Ahora iba camino de convertirse en Vigilante y era un invocador de pleno derecho, con la vida de Sarah en sus manos.

    – [Elizabeth]¿Están todos bien?[/Elizabeth]- preguntó, preocupada. Elizabeth tenía un papel en esta historia que jamás envidiaría. En ese mismo instante estaba viviendo algo parecido, sin poder hacer nada por los demás, y la preocupación podía llegar a devorarte.

    – [MacLeod]Ahora mismo solo sabemos que el resto estaba dejándoles tiempo para escapar.[/MacLeod] – admití con pesar. Hasta el momento, las intenciones de Z no parecían implicar hacernos daño permanente a ninguno, pero cualquier cosa que se cruzase en su plan de recuperar a su esposa podía resultar un estorbo. – [MacLeod]Pero Diana ha tenido una visión.[/MacLeod] – añadí intentando darles una esperanza a la que aferrarse, la misma a la que yo me aferraba.

    – [Elizabeth]¿Buena o mala?[/Elizabeth]- preguntó ella, asustada.

    – [Diana]Ed tiene que hacer un ritual para sacar el espíritu de la mujer muerta de Z[/Diana].- Elizabeth abrió completamente los ojos.- [Diana]Es que tu hija pequeña estaba poseída[/Diana].- explicó Diana con una sonrisa. La miré, estaba tan feliz, verdaderamente feliz, que me resultaba casi imposible no confiar en que todo fuese a salir bien. Sus visiones se habían echado de menos el tiempo que había estado embarazada, muchas veces eran un alivio de las preocupaciones, aunque siempre pudieran cambiar.

    – [MacLeod]No es un espíritu malo. La habían metido en ella para hacer que la poseyera, pero no quiso.[/MacLeod] – continué explicando para que Elizabeth no pensase en algo parecido a Poltergeist. Después caí en la cuenta de lo que había pasado con el padre de Lucy y me di cuenta de por qué la palabra posesión podía haber sonado un poco fuerte. – [MacLeod]Y ahora quieren recuperarla para volver a intentar lo mismo.[/MacLeod] – añadí. La diferencia estaba en que esta vez todos sabíamos lo que pretendía y por mucho que Sarah intentase protegernos, no íbamos a dejar que se la llevasen.

    El rostro de Elizabeth permanecía mudo de miedo por su hija pequeña.

    – [MacLeod]Diana ha visto a Sarah bien, y parece bastante segura de la visión.[/MacLeod] – la animé. En otras ocasiones Diana había dudado, pero esta vez estaba tan segura de sí misma que yo mismo me sentía seguro. La miré y asintió para confirmarlo. Al ver su sonrisa pensé en lo duro que habría resultado para ella no tener visiones durante todo ese tiempo, como si le hubieran anulado un sentido. – [MacLeod]¿Qué tal vosotros?[/MacLeod] – les pregunté intentando que no se preocupasen demasiado.

    – [Elizabeth]Bien…[/Elizabeth]- respondió con un hilo de voz. Jaime le pasó una mano por los hombros. Mi mano buscó instintivamente la de Diana para cogerla entre las mías. Era tan pequeña, tan frágil. Había tenido mucho miedo a perderlas.

    – [Jaime]Ya se…ha acabado lo de…cantar.[/Jaime] – explicó mi vecino subiéndose las gafas. Me quedé pensativo respecto a lo que acababa de decir, pero antes de eso tenía que arreglar la preocupación de Elizabeth. Di un apretón a la mano de Diana y me puse en pie para acercarme a la cuna, donde la pequeña dormitaba. Llamé a Elizabeth y enumeré con ella los parecidos de la niña con Diana, para intentar mantenerla distraída. Diana contribuía bromeando con que la estuviésemos llamando calva y arrugada.

    – [Elizabeth]Al final, no ha salido peluda[/Elizabeth].- sonrió pasando una mano por mi espalda. Esa mujer era la viva imagen del cariño a sus hijas. Estaba orgulloso de saber que Diana también lo sería para las nuestras, para la nuestra.

    – [MacLeod]Ni te imaginas el alivio.[/MacLeod] – afirmé sonriéndole de corazón. Me volví hacia los demás, dejándola con Amy. – [MacLeod]¿Qué decías de cantar, Jaime?[/MacLeod] – le pregunté. Era una de las cosas que nunca olvidaríamos de la boda y el nacimiento de Amy.

    – [Diana]¿Qué has tenido que hacer para que pare?[/Diana]- preguntó la preciosa mujer de pelo castaño rojizo con la que había tenido la suerte de compartir mi vida y tener una hija en común.

    – [Jaime]Cuando nos fuimos a dormir…empecé a sentir…quiero decir….mis sentimientos estaban a flor de piel…terminé cantando y vino un…demonio.[/Jaime] – intentó explicar poniendo mucho cuidado en las palabras referentes a su noche de bodas, especialmente cuando miraba a Diana.

    – [Elizabeth]Pero no era un demonio con mala pinta. El chico estaba muy aseado y hablaba de forma educada[/Elizabeth].- apuntó Elizabeth con una sonrisilla a la que correspondió su hija.

    Jaime la miró entrecerrando los ojos, pero ella mantuvo la sonrisa. – [Jaime]Llevaba una lira…decía que mi…miedo a cantar le había invocado…así que abrí la ventana y…seguí cantando.[/Jaime] – continuó explicando, empezando a ponerse rojo como un hierro al fuego. Resumiendo, esa noche el resto de personas del hotel habían pensado que el novio había bebido demasiado y se había puesto a cantar a pleno pulmón con la ventana abierta.

    Al menos todo había ido lo mejor que se había podido. Con el control que ejercía sobre nosotros ese demonio, podríamos habernos mostrado tal y como éramos delante de gente corriente, desconocedora del mundo sobrenatural. Aún no sabía cómo defenderíamos el Condado sin exponernos nosotros mismos.

    – [Diana]Por eso está nublado hoy, ¿eh, campeón?[/Diana]- bromeó Diana soltando una carcajada.

    Jaime se llevó una mano a la nuca, avergonzado. – [Jaime]Se disolvió en el viento después de sonreírme.[/Jaime] – aclaró. Quizá tuvo que ver con la tensión, pero todos nos reímos.

    – [Diana]A ver si hay suerte y Z también se disuelve[/Diana].- farfulló Diana. Me di cuenta de que debía sentirse aún más frustrada que yo. En mi caso, había decidido quedarme por voluntad propia. Diana no tenía mucha elección, no podía levantarse así como así y darse el alta sola alegando que necesitaba hacer un exorcismo a su hermana.

    – [MacLeod]Ahora descansa. Pueden apañárselas sin nosotros.[/MacLeod] – le recordé. Podíamos confiar en Ed, eso Diana también lo sabía. Aunque estaría deseando lanzar algunas bolas de fuego a los que intentasen atacarles.

    Diana se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido. Miré de reojo a Amy, que se movía, entrecerrando sus ojos. Si la hija se parecía tanto a la madre como parecía, iba a ser fuerte. Y buena, empática, lista, simpática y preciosa. Ojalá se pareciera a ella.